jueves, 22 de mayo de 2014

LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA (thomas merton)

La oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente. Ésta es una condición necesaria, y muy paradójica, para la experiencia mística de la realidad de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros. Sólo cuando somos capaces de «dejar que salgan» todas las cosas de nuestro interior, todos los deseos de ver, saber, gustar y experimentar la presencia de Dios, entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de experimentar la presencia con una convicción y una realidad abrumadoras, que revolucionan toda nuestra vida interior.


La contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación. Y también, en cierto sentido, debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar. ¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de escucha más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta onda, una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío. En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni siquiera llega a anticipar una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en silencio, y cuando es "respondido", no es tanto por una palabra que brota del silencio. Es por su silencio mismo cuando de repente, inexplicablemente revelándose a él como la palabra de máximo poder, llena de la voz de Dios.

 El que sigue los caminos ordinarios de la oración, sin prejuicio alguno y sin complicaciones, será capaz de disponerse mucho mejor para recibir su vocación a la oración contemplativa a su debido tiempo, dando por sabido que le llegará su momento.

El camino de la contemplación no es, de hecho, camino alguno. Cristo es el único camino, y él es invisible. El "desierto" de la contemplación es sencillamente una metáfora para explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a Cristo invisible como nuestro camino. Como dice san Juan de la Cruz:
Y así grandemente se estorba un alma para venir a este alto estado de unión con Dios, cuando se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra obra o cosa propia, no sabiéndose desasir y desnudar de todo ello... Por tanto, en este camino, el entrar en camino es dejar su camino; o por mejor decir, es pasar al término y dejar su modo, es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega, ya no tiene modos, ni maneras, ni menos se ase ni puede asir a ellos... aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo