BIBLIOTECA HISTORICA


8 DE AGOSTO SANTO DOMINGO DE GUZMÁN





20 DE ENERO:

SAN FABIÁN Papa y Mártir y SAN SEBASTIÁN, Mártir



El culto de san Sebastián ha estado siempre unido al de san Fabián. Los martirologios más antiguos ponían ya juntos sus nombres y juntos permanecen aún en las Letanías de los santos.

No obstante las amenazas de persecución, el Papa san Fabián (236-250) organizó el cuadro religioso de la Roma cristiana, dividiendo la ciudad en siete distritos, administrados cada uno por un diácono. Fue una de las primeras víctimas de la persecución de Decio, quien lo consideraba como enemigo personal y rival suyo.

La Iglesia disfrutaba de paz en la segunda mitad del siglo III, con lo que creció mucho el número de cristianos. El resultado fue que se extendió una cierta molicie y se originaron diversas luchas intestinas entre los cristianos, como explica el historiador Eusebio. A finales del siglo la Providencia permitió una nueva persecución, de parte de Diocleciano y Maximino, que la empezaron precisamente por los miembros de las tropas. Uno de los casos más famosos fue el del soldado Sebastián.

Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera cohorte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo.

Esta situación no podía durar mucho. Fue denunciado al emperador. Maximino lo llamó, le afeó su conducta y le obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo. Sebastián no dudó, escogió la milicia de Cristo. Desairado el emperador, le amenazó de muerte.

El cristiano Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Entonces, enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado. Los sagitarios lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas. Y lo dejaron allí por muerto.

Según el relato de su martirio, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron y al ver que aún estaba vivo, lo recogieron, y lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Le aconsejaban sus amigos que se ausentara de Roma, pero no quiso Sebastián, pues ya se había encariñado con la idea del martirio.

Se presentó inesperadamente ante el emperador, que quedó desconcertado, pues lo daba por muerto. Sebastián le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir. Los soldados cumplieron esta vez sin errores el encargo y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.

El culto a San Sebastián es muy antiguo. Es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión. Es uno de los santos más populares y de los que tiene más imágenes y más iglesias dedicadas. Es llamado el Apolo cristiano, uno de los santos más reproducidos por el arte, pues como el martirio lo presenta con el torso desnudo y cubierto de flechas, tenían los artistas más campo de acción. Pero la belleza estaba sobre todo en su alma, en su inquebrantable fidelidad a Cristo, que él prefirió a todas las ventajas y prestigios humanos, que le ofrecía el emperador.

San Ambrosio, que luego sería arzobispo de Milán, fue su gran panegirista: "Aprovechemos el ejemplo del mártir San Sebastián. Era oriundo de Milán y marchó a Roma en tiempo en que la fe sufría allí una terrible persecución. Allí padeció, mejor dicho, allí fue coronado".

En el cielo goza de doble aureola de mártir, pues padeció doble martirio, suficiente cada uno de ellos para alcanzar la corona de la gloria. Su generosidad en arrostrarlo por segunda vez es un ejemplo para todos.





oremos


Señor Dios, gloria de aquellos que has escogido para tu servicio, te pedimos que, por la intercesión del Papa y mártir San Fabián, nos concedas progresar continuamente en la misma fe que él vivió y en el deseo de servirte cada día con mayor entrega. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Señor, danos el espíritu de fortaleza, para que, siguiendo el ejemplo del mártir San Sebastián, aprendamos a obedecerte a ti que a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.




Vida monástica en Oriente y en Occidente



Los Padres sinodales de las Iglesias católicas orientales y los representantes de las otras Iglesias de Oriente han señalado en sus intervenciones los valores evangélicos de la vida monástica, surgida ya desde los inicios del cristianismo y floreciente todavía en sus territorios, especialmente en las Iglesias ortodoxas.

Desde los primeros siglos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han sentido llamados a imitar la condición de siervo del Verbo encarnado y han seguido sus huellas viviendo de modo específico y radical, en la profesión monástica, las exigencias derivadas de la participación bautismal en el misterio pascual de su muerte y resurrección. De este modo, haciéndose portadores de la Cruz (staurophóroi), se han comprometido a ser portadores del Espíritu (pneumatophóroi), hombres y mujeres auténticamente espirituales, capaces de fecundar secretamente la historia con la alabanza y la intercesión continua, con los consejos ascéticos y las obras de caridad.

Con el propósito de transfigurar el mundo y la vida en espera de la definitiva visión del rostro de Dios, el monacato oriental da la prioridad a la conversión, la renuncia de sí mismo y la compunción del corazón, a la búsqueda de la esichia, es decir, de la paz interior, y a la oración incesante, al ayuno y las vigilias, al combate espiritual y al silencio, a la alegría pascual por la presencia del Señor y por la espera de su venida definitiva, al ofrecimiento de sí mismo y de los propios bienes, vivido en la santa comunión del cenobio o en la soledad eremítica.

Occidente ha practicado también desde los primeros siglos de la Iglesia la vida monástica y ha conocido su gran variedad de expresiones tanto en el ámbito cenobítico como en el eremítico. En su forma actual, inspirada principalmente en san Benito, el monacato occidental es heredero de tantos hombres y mujeres que, dejando la vida según el mundo, buscaron a Dios y se dedicaron a El, « no anteponiendo nada al amor de Cristo ». Los monjes de hoy también se esfuerzan en conciliar armónicamente la vida interior y el trabajo en el compromiso evangélico por la conversión de las costumbres, la obediencia, la estabilidad y la asidua dedicación a la meditación de la Palabra (lectio divina), la celebración de la liturgia y la oración. Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de dialogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial.

Exhortación Apostólica Postsinodal VITA CONSECRATA del Santo Padre Juan Pablo II







12 de Enero
SAN ELREDO, ABAD CISTERCIENSE

Memoria

Nació en 1110 en Hexham, no lejos de Newcastle, Northumberland
(Yorkshire, Inglaterra). Hacia los catorce años fue recibido
en la corte del rey de Escocia, David I, donde convivió con los
príncipes reales. A los veinticuatro años se hizo monje de Rievaulx.
Maestro de novicios en 1142-1143, primer abad de Reversby
en 1143-1147, tercer abad de Rievaulx en 1147. Murió el día
doce de enero de 1167.

Aqui os dejamos un pequeño resumen de su vida y espiritualidad
 


  ORACIÓN
Tú, Señor, otorgaste a San Elredo la gracia de hacerse
todo para todos, concédenos también a nosotros seguir
su ejemplo, para que, entregándonos siempre al servicio
de nuestros hermanos, mantengamos la unidad del
espíritu con el vínculo de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo. 
Amen...+
 
¿La escuela bernardina enfrentada a la escuela estefaniana? 
 
 La manera orientativa del generalizado arte cisterciense ejercitado en la escuela, requiere ante todo despejar ciertos equívocos. ¿Es que hay dos artes cistercienses diferentes? En otras palabras: ¿son admisibles dos géneros de vida diferenciados en la forma de vivir un mismo carisma? Concretando más: ¿el arte proyectado por la escuela de Esteban Harding contrasta e incluso se opone al de la escuela de Bernardo? Si es así, ¿cuál de los dos es el arte más genuino para el cisterciense? Son cuestiones claves y no meros reparos de quien busca cinco pies a un gato. Una res-puesta adecuada en la medida de lo posible, resolverá montañas de equívocos.

La conclusión requiere meticulosas premisas. Y la primera y ardua tarea que se nos presenta es discernir la relación de ambas posturas artísticas. Desde luego, hay bastantes estudiosos del tema intentan resolver estas cuestiones de un plumazo. Según ellos se trata simplemente de dos fases de una mera continuidad. Para unos cuantos, entre los que me encuentro, estamos ante el desafío de un contexto vital distinto que se abre paso con denodado ímpetu: un nuevo espíritu cisterciense, eminentemente bernardiano, en la globalidad de la vida como arte. Nadie podrá negar que no existen grandes diferencias entres las bellezas artísticas plasmadas en piedra por Suger y las filigranas miniaturísticas de Esteban Harding. Pueden coincidir en idéntica intencionalidad. Una y otra son continuadoras de una vieja como acendrada tradición dentro del monacato benedictino. Las tesis de Zaluska, maravillosamente expuestas y mejor publicadas, requieren una rigurosa precisión. El particularismo de la iluminación de la Biblia de Cister, de los Comentarios a los Morales de Job como de las Cartas de san Jerónimo, apuntan en cierta manera a una torpeza mental, la hebetudo mentis, según el espíritu de Suger, transfiriendo y sublimando significaciones mediante símbolos antropomórficos, flóricos y fáunicos, con el máximo aprovechamiento de la dinámica colorista. La materia queda así transcendida en sí misma mediante la luz que se pretende extraer de ella. Aquí también todo pretende ser luz, hasta en lo humorístico, lo grotesco y lo trágico.


¿Acaso esta metodología escolar es contraria al impulso inicial de Cister? Todo lo contrario. Esteban tiene muy arraigado el principio de la autoridad, la auctoritas, hasta tal punto que desde esta dimensión se nos presenta como un personaje delicadamente escrupuloso. Escrupulosidad incluso por los sagrados cánones codificados por Ives de Chartres y Burcardo de Worms. Esteban pretende la autenticidad en todo, en la Escritura, mediante la aplicación del principio de Veritas hebraica; en la liturgia, en el canto, en las observancias, como forma de vida en una concordia referencial y fontanal. Por eso el principio de autoridad es lo que ha orientado su vida hasta el final, haciéndola en cierto modo coherente. La auctoritas es el principio inspirador del surgente arte cisterciense estefaniano, tradicional y aunque con destellos geniales, poco creativo en su globalidad. Por eso este primer Cister no inventa nada; ni siquiera es una novedad. Pero, hay que destacarlo bien, el principio de la auctoritas no necesariamente le despierta la conciencia de la autenticidad, la autenticitas.


Aquí se sitúa precisamente la causa de una insatisfacción generalizada, sobre todo en el ámbito litúrgico, y en el canto, que expresa en última instancia el arte de la vida del monje. Porque los cantorales procedentes de Molesmes eran de todo insatisfactorios. Procedían de Cluny. Precisamente el abad Máyolo envió una colonia de sus monjes de Cluny a tomar posesión del monasterio de Marmoutiers, centro importante de reforma cuando el monasterio era gobernado por el abad Alberto, monje carismático. Hacia 1038, un tal Bernardo, monje de Marmoutiers, se instala como abad en Moutier la Celle (Troyes), al mismo tiempo que un joven, llamado Roberto, ingresaba en comunidad. Con Bernardo llegaban también los Usos monásticos y los libros litúrgicos de Marmoutiers. Que Roberto llevará a Molesmes primero, y luego a Cister. Pero la comunidad de Cister decide abandonar, por inauténticos, los principios melódicos y litúrgicos que en un principio habían adoptado. Y emprenden una meticulosa búsqueda.


Por otra parte, Carlomagno, que había gobernado su imperio desde una dimensión casi sacerdotal, impuso en su legislación unificadora principios de comportamientos litúrgicos casi uniformes, incluso en la misma forma de orar públicamente. La unanimidad será la expresión de la pacífica concordia en la Iglesia de Dios y en su Imperio. Así se explica la preponderancia de la Iglesia de Metz. En el año 752 Crodegango, por orden de Pipino, se traslada a Roma, entre otros asuntos, para pedir al papa la creación de la schola cantorum. Y si en las Galias existía ya una cierta variedad incluso en las técnicas vocales del canto litúrgico, el canto de la Iglesia de Metz, en virtud de su relación con Roma, adquiere una preponderancia singular hasta el punto de que su prestigio ensombrecerá toda otra variación. Y para colmo se presenta con la etiqueta de cantus romanus metensis. De este modo se le considera como el auténtico depositario de la tradición gregoriana. En virtud de esta autoridad Esteban y su comunidad lo adoptan sin más, aunque no llega a convencerles. Caen en la cuenta de que las llamadas melodías mesinas, esto es, de la iglesia de Metz a pesar de pre-sentarse con garantía de autenticidad, resultan ser de todo incoherentes y sin relieve. Sin embargo, Esteban las asume porque creía que se presentan como protegidas por un supuesto principio de la auctoritas, a pesar de no garantizar en absoluto la autenticitas. Tratábase de un canto eminentemente dialectal y sensiblemente deforme. Las notas mi y si de la escala musical, por su carácter de inestabilidad semitónica, se absorbían en sus contiguas fa y do respectivamente. Pero en Esteban pesa demasiado el sentido de la auctoritas sobre la misma autenticitas.

Lo mismo puede afirmarse del resto del material litúrgico. El principio de la auctoritas crea en los cistercienses estefanianos un muy pobre primer bagaje litúrgico. El afán de fidelidad a los textos ambrosianos y a aquello que consideran puramente tradicional vuelven hasta ridículo el estilo comunitario de orar y cantar en los primeros cistercienses.

Disponemos de un documento estimable a este respecto, la carta X de Abelardo, dirigida a san Bernardo. Bernardo había visitado, entre 1131 y 1133, el monasterio de Paracleto, cedido por Abelardo a Heloísa en el año 112947. Heloísa había visto en Bernardo a un enviado del cielo. Sus mensajes habían colmado de gozo a las monjas, y les había animado a seguir su camino. Pero Bernardo había manifestado su disconformidad con una innovación introducida por Abelardo: no le agradaba en la recitación de la oración del Padrenuestro la expresión nuestro pan sobresustancial (panem nostrum supersubstantialem) en lugar de la tradicional nuestro pan de cada día (panem nostrum quotidianum). Y Heloísa trasmitió la disconformidad a Abelardo, quien no tardó en reaccionar. Primero justificó su actitud, para lanzarse inmediatamente al contraataque, condenando las nuevas prácticas litúrgicas de los cistercienses. Abelardo acusa a la institución, a la que Bernardo pertenece, por su comportamiento diferenciado de la generalidad de monjes y clérigos como contraria a la verdadera tradición. El fondo de sus denuncias apunta a una falta de sensibilidad litúrgica y a una pobreza de material, justificadas por una supuesta, pero en realidad inadecuada fidelidad a la Regla de san Benito:


Porque rechazáis los himnos tradicionales en el oficio e introducís otros des-conocidos e inadecuados. De hecho durante las vigilias cantáis un único himno, el “Aeterne rerum Conditor” a lo largo de todo el año; y os importa poco que sea fiesta o no. Incluso lo cantáis en el día de Navidad, en Pascua y en Pentecostés y en las demás fiestas solemnes; sin embargo la Iglesia dispone de una gran variedad de himnos. Y todavía más, adoptáis idéntica postura respecto a los salmos y a las otras partes de oficio divino. Omitís preces como el kyrie eleison, el Padrenuestro y los sufragios de los santos, es decir, la invocación litánica. No conmemoráis a María la madre de Dios ni a otros santos, ni dedicáis iglesias en su honor. Lo que menos se entiende es el canto del alleluia en la misa, incluso después del domingo de septuagésima y en cuaresma, contraviniendo la práctica generalizada de la Iglesia. En el oficio omitís el Credo de los Apóstoles antes del oficio de Prima y de Completas, pero conserváis el así llamado Credo atanasiano los domingos. Contrariamente a la práctica universal de la Iglesia celebráis el oficio de los tres últimos días de la Semana Santa al estilo de siempre, y os servís del invitatorio, doxologías, himnos y responsorios de las distintas horas.


Abelardo condena particularmente el canto de los himnos en Vigilias durante el triduo sacro; porque sostiene, y con razón, que los himnos son expresión generalizada de los sentimientos cristianos en conformidad con el acontecimiento celebrado. No faltan tampoco reproches a la forma irregular de celebrar las procesiones.

Esta carta 10 de Abelardo es un documento precioso que expresa con toda evidencia la mentalidad escrupulosa del estilo litúrgico cisterciense estefaniano, todavía en vigor, y ligado en una dependencia estrecha a la auctoritas. ¿Hasta cuándo iban a mantener los cistercienses esta postura? El autor anónimo de la Vida de san Esteban de Obazina nos descubre unas pistas sugerentes. En el año 1142 Esteban de Obazina y sus discípulos abandonan los Usos de los Canónigos Regulares para adoptar los Usos cistercienses. Y aunque todavía no son miembros en pleno derecho de la Orden, siguen las costumbres cistercienses hasta el punto de transcribir y usar sus textos litúrgicos. Pero cuando al cabo de poco tiempo, en 1147, se hace efectiva la incardinación de la Congregación de Obazina a la Orden cisterciense, los monjes obazinenses quedan consternados al recibir la información oficial sobre la inutilidad de unos textos cistercienses que habían trascrito con el máximo interés pocos años antes. Bernardo acaba de provocar una gran revolución en el ámbito de la liturgia no sólo corrigiendo el antifonario cisterciense, sino admitiendo y adaptando una rica colección de antifonarios y breviarios de diversas proveniencias.
 Paradigma de la transformación expansiva: BERNARDO DE CLARAVAL 
 
 

Bernardo tiene sus propios criterios. Los principios de Esteban parece ser que nunca le convencieron. Él se siente dotado de otra sensibilidad estética. Merced a su personalidad arrolladora dentro de la Orden, llega a imponerse en todo. Incluso en su proyección artística. Logra extinguir el antiguo espíritu estefaniano para, creativamente, imponer el suyo propio, crítico y racional. Suele leerse esa parte de lo que llamo Carta Magna bernardina, la Apologia, desde una sola perspectiva, como combate al espíritu cluniacense; pero de hecho la Apología admite una lectura poliédrica. Creo que lo primero que tiene Bernardo en su misma conciencia no es el contrincante estilo estético cluniacense, a pesar de que su retórica nos pueda desconcertar del todo. Esos excesos de naturaleza barbárica que tan retóricamente expresa en la Apología él los ve en el seno mismo de su Orden. Su crítica inapelable incide en primera instancia sobre el arte de las miniaturas de la Biblia de Esteban, que sin duda él mismo había usado, leído y contemplado en sus años de Cister. Lo mismo puede decirse de los otros libros en uso, miniados bajo la autoridad de Esteban. En Bernardo razón y autoridad (ratio y auctoritas) son antagonistas. La ratio es el principio conductor de la reforma del canto. La música litúrgica debe reflejar el esplendor de la verdad, pues cantar u oír una música mal agenciada significa introducir en sí un principio de desorden. La música para Bernardo tiene una única misión: asociar al que canta en la función fecundante de la palabra. Debe conferir fecundidad e intensidad a nuestra utilización litúrgica de las palabras del Esposo. Desde la antigüedad la música es percibida como una emanación de la armonía general que gobierna el mundo. Es regida, como el cosmos, por los números, y su esencia, no es accesible a los sentidos. En su naturaleza como por su función, la música es una metafísica más que una física. En la civilización cristiana y en la Edad Media desempeña una función sacerdotal que los cistercienses bernardianos quieren afirmar.
Por eso, en Bernardo la auctoritas queda desplazada por una razón poética (ratio poética), fundamentalmente auditiva. El sentido de la vista, más objetivo y garantía de máxima seguridad como cuando decimos los he visto con mis propios ojos, queda desplazado en favor del oído, más subjetivo y hondamente creativo y rico. Aquí se sitúa el contraste e incluso la oposición entre el icono visual que nos ofrece el primer momento cisterciense de Esteban Harding y el segundo momento esencialmente bernardiano, como un icono esencialmente auditivo, de gran riqueza y finalmente prevalecedor.
Aunque el principio de autoridad se queda muy mermado en Bernardo, tampoco puede desaparecer; pero tiene que transmutarse. Su propia autoridad es para él único criterio de una autenticitas creativa. Pero ¿qué criterio rige esta autenticidad? Simplemente la recta razón (recta ratio). Y para empezar se decide atajar lo intocable. Todo ese conjunto de melodías requiere una profunda revisión. Se servía para ello de dos discípulos, competentes en el arte musical, Guido I de Charlieu y Guido I de Eu o de Longpont, ambos familiarizados con los principios matemático-musicales de la escuela de Chartres. Desde luego, Bernardo es un hombre desconcertante. Había combatido furibundamente al teólogo más representativo de Chartres, Gilberto Porretano. Su amigo Guillermo de Saint Thierry había escrito en contra de otro gran puntal chartriano, Guillermo de Conches. Y ahora no tiene escrúpulo alguno en servirse de unos principios lógico matemáticos para emprender su reforma artística. E incluso coincidir totalmente con otro gran chartriano, Bernardo Silvestre, en asignar una función preeminente al sentido del oído en la formación espiritual del hombre. Pero él lo tiene claro: la función de la música es únicamente de fecundar el texto con una intensidad peculiar, mientras el hombre debe aguzar su capacidad auditiva.
Guido, abad de Montiéramey, que se precia de una gran amistad con Bernardo, propone a su amigo la composición de un oficio propio en honor del patrón de Montiéramey, san Víctor. Bernardo no sólo accede a su ruego, sino que expresa en una carta las cualidades del auténtico canto:

El canto esté lleno de gravedad y no sea lascivo ni rudo. Sea dulce, pero no muelle; recree los oídos y conmueva el corazón. Disipe la tristeza y mitigue la ira. No encubra la letra, sino que la llene de vida. Supone una gran pérdida espiritual que la ligereza del canto distraiga del sentido de las palabras y que se preste más atención a las modulaciones de la voz que al contenido que se celebra.


Los números, las proporciones melismáticas, la supresión de períodos repetitivos y superfluos marcarán este principio de reforma. Los editores cistercienses del 76 76

canto intentaron devolver el canto a su íntima naturaleza racional. Ahora lo lógico-racional reemplaza a la autoridad como garantía de autenticidad.
Este criterio va extendiéndose en todos los aspectos de la vida, en la forma de transcribir los textos en los manuscritos, en el arte arquitectónico sobre todo, en las artes adyacentes como en la elaboración de vidrieras, terrazos y forjas. Los principios de racionalidad simbólica privan y se realzan en cierta manera.
 

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