domingo, 17 de marzo de 2013

ASPECTOS DE LA VIDA ESPIRITUAL:EXPERIMENTAR LA PROPIA NADA


¿Qué significa saber y experimentar mi propia “nada”?

No es suficiente alejarme disgustado de mis ilusiones, fallas y errores, separarme de ello como si no existiera, y como si se tratara de otra persona. Este tipo de aniquilación de sí mismo es sólo una ilusión peor, es una humildad simulada que, al decir “Nada soy”, significa de hecho “Desearía no ser quien soy”.


Esto puede fluir desde una experiencia de nuestras deficiencias y de nuestra impotencia, pero no produce paz alguna en nosotros. Para conocer realmente nuestra “nada” también debemos amarla. Y no podemos amarla a menos que veamos que es buena. Y no podemos ver que es buena a menos que la aceptemos.

Una experiencia sobrenatural de nuestra contingencia es la humildad que ama y valora, por encima de todo lo demás, nuestro estado de desamparo metafísico y moral ante Dios.

Para amar nuestra “nada” de esta manera, no debemos repudiar nada que sea nuestro, nada de lo que tenemos, nada de lo que somos. Debemos ver y admitir que es todo nuestro y que todo es bueno: bueno en su entidad positiva, dado que proviene de Dios; bueno en nuestra deficiencia, dado que nuestro desamparo, nuestra miseria moral o espiritual, nos atrae la misericordia de Dios.

Para amar nuestra “nada” debemos amar en nosotros todo lo que el hombre orgulloso ama cuando se ama a sí mismo. Pero debemos amarlo exactamente por las razones opuestas.

Para amar nuestra “nada” debemos amarnos a nosotros mismos.

Pero el hombre orgulloso se ama a sí mismo porque piensa que es merecedor de amor, respeto y veneración por él mismo. Porque piensa que debe ser amado por Dios y por el hombre. Porque piensa que es más merecedor de ser honrado, amado y reverenciado que todos los demás hombres.

El hombre humilde también se ama a sí mismo, y busca ser amado y honrado, no porque el amor y el honor le sean debidos sino porque no le son debidos. Busca ser amado por la misericordia de Dios. Ruega ser amado y ayudado por la generalidad de sus semejantes. Sabiendo que no tiene nada, también sabe que lo necesita todo y no teme pedir lo que necesita y obtenerlo allí donde sea posible.

El hombre orgulloso ama su propia ilusión y su autosuficiencia. El hombre espiritualmente pobre ama su propia insuficiencia. El hombre orgulloso reclama el honor de tener lo que ningún otro tiene. El hombre humilde mendiga una cuota de lo que todos los demás han recibido. Él también desea ser colmado hasta desbordar con la bondad y la misericordia de Dios.

Thomas Merton

No hay comentarios:

Publicar un comentario