domingo, 3 de marzo de 2013

SOLEDAD-COMUNION


El monje es, pues, el que vive en la soledad del desierto. Palabra ésta peligrosísima, porque desierto quiere decir vacío, y el Señor no nos llama a nadie al vacío, sino a la plenitud, que de alguna manera es el resultado del desierto del espíritu. Porque el desierto como vacío es insoportable, dónde no me voy a realizar como persona, y si no soy persona, no tendré la base humana necesaria para construir el edificio espiritual. No se trata de una soledad que deshumanice, que despersonalice, que aliene. La soledad espiritual del verdadero desierto del espíritu es, la pleamar de Dios, la marea llena, donde mi humanidad está satisfecha, colmada, realizada y consumada.
No cabe duda que hay una soledad-aislamiento que es mala. Va contra la naturaleza del hombre, de los designios de Dios sobre la humanidad. Por desgracia siempre ha habido, y hoy más que nunca, solitarios-aislados; personas que no han sentido el calor del amor del consorte, de un amigo, de una familia; que un consumismo los ha desfondado del todo y devorado interiormente por la tristeza. Que su soledad los lleva al borde del suicidio; que aparentemente están con todos y tienen de todo; pero que por ello se hallan al margen de todo y de todos. El signo de esta soledad es la ausencia de los demás; y lo que es más terrible, de uno mismo.
Jesús no invita a esta soledad deshumanizante. Jesús llama únicamente a la soledad-comunión, que supone, en primer lugar, la confianza absoluta y una toma de conciencia de la presencia de Dios en la persona humana (ver Jn 8,16-29; 16,32), de la presencia de la persona en sí misma y en los demás a modo de acompañamiento; pero no tanto a través de los avatares diarios, cuanto en la peregrinación interior del hombre. Jesús asumió en su persona esta soledad que es además prueba (Mt 4,1-11) , oración y silencio (Mc 1,35.45).
Jesús es el creador de la soledad cristiana. Él vivió su soledad para estar con todos. Y nos la ofrece como medio eficaz de comunión. Precisamente el monasterio se alza en un lugar solitario. Es una escuela de soledad para ahí aprender con Jesús a vivir la soledad-comunión con el Padre, y estar cerca de todos nuestros hermanos los hombres. Pero en primera instancia esta soledad cristiana exige una estrecha cercanía con los hermanos, miembros de una misma comunidad que tienen que proyectar al unísono su ambiente de soledad, característico, vivo y equilibrado. Luego, los vínculos de comunión se dilatan a la humanidad entera. Así el monje llega a ser un hermano universal; no sin sentirse profundamente lacerado por los sufrimientos, divisiones y odios que entretejen la historia[5].

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