SOLEDAD-COMUNION

El monje es, pues, el que vive en la soledad del desierto.
Palabra ésta peligrosísima, porque desierto quiere decir vacío, y el
Señor no nos llama a nadie al vacío, sino a la plenitud, que de alguna
manera es el resultado del desierto del espíritu. Porque el desierto
como vacío es insoportable, dónde no me voy a realizar como persona, y
si no soy persona, no tendré la base humana necesaria para construir el
edificio espiritual. No se trata de una soledad que deshumanice, que
despersonalice, que aliene. La soledad espiritual del verdadero desierto
del espíritu es, la pleamar de Dios, la marea llena, donde mi humanidad
está satisfecha, colmada, realizada y consumada.
No cabe
duda que hay una soledad-aislamiento que es mala. Va contra la
naturaleza del hombre, de los designios de Dios sobre la humanidad. Por
desgracia siempre ha habido, y hoy más que nunca, solitarios-aislados;
personas que no han sentido el calor del
amor del consorte, de un amigo, de una familia; que un consumismo los
ha desfondado del todo y devorado interiormente por la tristeza. Que su
soledad los lleva al borde del suicidio; que aparentemente están con
todos y tienen de todo; pero que por ello se hallan al margen de todo y
de todos. El signo de esta soledad es la ausencia de los demás; y lo que
es más terrible, de uno mismo.
Jesús no invita a esta
soledad deshumanizante. Jesús llama únicamente a la soledad-comunión,
que supone, en primer lugar, la confianza absoluta y una toma de
conciencia de la presencia de Dios en la persona humana (ver Jn 8,16-29;
16,32), de la presencia de la persona en sí misma y en los demás a modo
de acompañamiento; pero no tanto a través de los avatares diarios,
cuanto en la peregrinación interior del hombre. Jesús asumió en su
persona esta soledad que es además prueba (Mt 4,1-11) , oración y
silencio (Mc 1,35.45).
Jesús es el creador de la soledad
cristiana. Él vivió su soledad para estar con todos. Y nos la ofrece
como medio eficaz de comunión. Precisamente el monasterio se alza en un
lugar solitario. Es una escuela de soledad para ahí aprender con Jesús a
vivir la soledad-comunión con el Padre, y estar cerca de todos nuestros
hermanos los hombres. Pero en primera instancia esta soledad cristiana
exige una estrecha cercanía con los hermanos, miembros de una misma
comunidad que tienen que proyectar al unísono su ambiente de soledad,
característico, vivo y equilibrado. Luego, los vínculos de comunión se
dilatan a la humanidad entera. Así el monje llega a ser un hermano
universal; no sin sentirse profundamente lacerado por los sufrimientos,
divisiones y odios que entretejen la historia[5].
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