LOS HOMBRES NO SON ISLAS (T MERTON)
El hombre está dividido contra sí y contra Dios por su egoísmo que lo
divide de sus hermanos. Esta división no puede ser sanada por un amor
que se coloca en solitario en uno de los lados de la hendidura: el amor
debe alcanzar ambos lados para poder juntarlos. No podemos amarnos a
nosotros si no amamos a los otros: y no podemos amar nos vuelve
incapaces para amar a otros. La dificultad de este mandamiento “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”, radica en la paradoja de que tendríamos
que amarnos inegoístamente porque aún el amor a nosotros mismos es algo
que debemos a otros.

Esta verdad nunca es clara mientras presumimos
que cada uno de nosotros, individualmente considerado, es el centro del
universo. No existimos sólo para nosotros, y cuando únicamente cuando
estamos plenamente convencidos de esta verdad comenzamos a amarnos
adecuadamente y así también amamos a otros. ¿Qué quiere decir amarnos
adecuadamente?. Lo primero desear vivir, aceptar la vida como un inmenso
don y un gran bien, no por lo que ella nos da, sino porque nos capacita
para dar a otros.. El mundo moderno empieza a descubrir cada vez que la
calidad y la vitalidad de la existencia del hombre dependen de su
voluntad secreta de vivir. Existe dentro de nosotros una fuerza oscura
de destrucción que alguien ha llamado “el instinto de la muerte”. Es
algo terriblemente poderoso esta fuerza engendrada por el amor propio
frustrado que lucha consigo mismo. Es la fuerza del amor de si mismo que
se ha vuelto aborrecimiento de si mismo, y que, al adorarse, adora al
monstruo en que se consuma.
Es pues de importancia suprema que
consintamos en vivir para otros y no para nosotros mismos. Cuando
hagamos esto podremos enfrentarnos a nuestras limitaciones y aceptarlas.
Mientras nos adoremos en secreto, nuestras deficiencias seguirán
torturándonos con una profanación ostensible. Pero si vivimos para
otros, poco a poco descubriremos que nadie cree que somos “dioses”.
Comprenderemos que somos humanos, iguales a cualquiera, que tenemos las
mismas debilidades y deficiencias, y que estas nuestras limitaciones
desempeñan el papel más importante en nuestras vidas, pues por ellas
tenemos necesidad de otros y los otros nos necesitan. No todos somos
débiles en los mismos puntos: y por eso nos complementamos y
suplementarnos mutuamente, cada uno rellena le vacío del otro.
Sólo
cuando nos vemos en nuestro contenido humano verdadero, como miembros de
una raza que está planeada para ser un organismo, un “cuerpo”,
empezamos a comprender la importancia positiva, tanto de los éxitos como
de los fracasos y de los accidentes de nuestra vida. Mis éxitos no son
míos: el camino para ello fue preparado por otro. El fruto de mis
trabajos no es mío, porque yo estoy preparando el camino para las
realizaciones de otros. Ni mis fracasos son míos: pueden dimanar del
trabajo de otros, más también están compensados por las realidades. Por
consiguiente, el significado de mi vida no debe buscarse solamente en la
suma total de mis éxitos y de mis fracasos, junto con los éxitos y
fracasos de mi generación, mi sociedad y mi época. Pueden verse, sobre
todo, dentro de mi integración dentro del Misterio de Cristo. Eso fue lo
que el poeta John Donne comprendió durante una grave enfermedad, al oír
que las campanas doblaban por otro.
“La iglesia es católica,
universal, luego todos sus actos, todo lo que ella hace, pertenece a
todos. ¿Quién no inclina el oído a la campana que en alguna ocasión
tañe? Y ¿ quién puede suprimir de este tañido la verdad de que un pedazo
de uno mismo está saliendo de este mundo?”
Todo hombre es un pedazo
de mí mismo porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo
cristiano es parte de mi cuerpo porque somos. Lo que hacen por mí, para
mi lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece responsable de su
participación en la vida de todo el cuerpo. La caridad no puede ser lo
que se pretende que sea, si yo no comprendo que representa la
participación en la vida de un organismo totalmente sobrenatural al que
pertenezco. Únicamente, cuando esta verdad ocupa el primer sitio,
encajan las otras doctrinas en su contexto adecuado. La soledad, la
humildad, la negación de uno mismo, la acción y la contemplación, los
sacramentos y la vida monástica, la familia, la guerra y la paz. Nada de
esto tiene sentido sino en relación con la realidad central que es el
amor de Dios viviendo y actuando en aquellos a quienes El ha incorporado
en su Cristo. Nada. Absolutamente nada tiene sentido, si no admitimos
con John Dunne que “Los hombres no son islas, independientemente entre
si: todo hombre es un pedazo del continente, una parte del todo”.
(Extracto de “Los Hombres no son islas”).
THOMAS MERTON
Nos equivocamos cuando creemos que solo nosotros amando desde nuestra posicion del centro hacia el universo cumplimos con el mandamiento de Cristo, pues es una accion hacia fuera sin perder nuestra posicion.... creemos que solo nosotros damos el amor a los demas cuando en realidad todo es un bidreccionalidad; en este caso es un amor desprendido egoista pues parece que esperamos recoger lo que damos. Ese es el error lo que damos no solo repercute en el otro sin mas, lo que damos implica una reaccion en el otro y en el universo que forzosamente vuelve a nosotros.En este caso seguimos actuando por nuestro ego; quien es capaz de situarse en el mundo en la mirada de los demas y no en la suya no estara haciendo su propia voluntad, si no la voluntad de Dios.
ResponderEliminar