sábado, 16 de marzo de 2013

RECEPCIÓN DE LOS HUÉSPEDES. (Cap. 53) REGLA DE SAN BENITO


Todos los grandes comentaristas de la Regla señalan que este capítulo, relativamente breve, se divide en dos partes. La primera más antigua y más teológica, describe el espíritu con que se debe practicar la hospitalidad, sus forma principales. Benito agrega, sin duda al fin de su vida, una segunda parte apoyada en la experiencia de los años, y que responde sobretodo a la preocupación de preservar la atmósfera de la vida comunitaria cuando los huéspedes se presentan numerosos en el monasterio y a veces a horas inconvenientes.

El primer párrafo enuncia el principio teológico y espiritual que orientará todo el capítulo: “Todos los huéspedes que lleguen serán recibidos como a Cristo, pues él dirá un día: Yo he sido huésped vuestro y vosotros me recibisteis. Este principio se basa directamente o indirectamente sobre varios textos tanto del Antiguo Testamento, como del Evangelio, y es una llamada a una mirada de fe.
El primer texto bíblico que viene al espíritu es evidentemente el ejemplo de hospitalidad dada por Abrahám que, acogió con Egipto, que les impulsa a tratar a los extranjeros como a uno de ellos y a una hospitalidad exquisita a tres viajeros desconocidos, recibió en realidad la visita del Señor y La Promesa de una posteridad (escena que Rublev ha inmortalizado en su icono de la Trinidad). Siguiendo la Ley de Israel, recuerda a los judíos que han sido recibidos en Egipto, los llama a tratar al extranjero como a uno de ellos y a amarlos como a ellos mismos. La ley les invita por otra parte a proteger de una forma especial a los débiles y a los pequeños.
En el Evangelio, el texto que constituye la clave de bóveda de la enseñanza de Jesús sobre la hospitalidad, se encuentra en el capítulo 25 de Mateo, donde Jesús se identifica con los pequeños, los pobres, los perseguidos. “Yo era extranjero y me y me habéis acogido…” Esta son palabras de Jesús por la que Benito comienza este capítulo.
Establecida así esta visión de fe, se comprende mejor el ritual litúrgico que Benito establece para la recepción de los huéspedes. Estas acciones deben ser practicadas “sobre todo con los hermanos en la fe y los peregrinos”, este “sobre todo” implica que a todos los otros también se les han de ofrecer. Este ritual consiste en venir expresamente a encontrar a los que llegan, orar con ellos y después darles el beso de paz. Enseguida se postrarán para adorar a Cristo e n ellos, y se les invitará a orar. Después de todo esto se lee la Palabra de Dios, ya que van a partir el pan, una vez que el abad y todos los hermanos, laven los pies y las manos de todos los huéspedes.
Benito termina esta primera sección diciendo que se debe tener un cuidado particular al recibir a los pobres y a los peregrinos, pues en ellos más que en otros, es Cristo a quien se recibe. Estos son los que en efecto, Cristo ha escogido para identificarse de una forma particular.
Podemos dejar de momento la segunda parte de este capítulo que se preocupa sobre todo de la forma de organizar el trabajo de la cocina y hospedería y de procurar que el gran número de huéspedes que se presentan no turben la vida de la comunidad.
Nuestras Constituciones (Cons. 30) resumen toda la materia de este capítulo de Benito sobre la recepción de los huéspedes, insistiendo (ST.30.A) sobre la ayuda que la comunidad debe dar a “los que vienen al Monasterio para buscar la profundización en su vida de oración”. Es un hecho que, aún en los paises más descristianizados, y aún donde las vocaciones a la vida monástica son muy raras, son sin embargo muy numerosas las personas que buscan en los monasterios lugares donde encontrar a Dios y encontrarse ellos mismos.
En la Iglesia y la sociedad de hoy las hospedería de los Monasterios son como “lugares neutros” donde las persona de todas las clases sociales, de todas las tendencias políticas o religiosas, en todas las situaciones profesionales o o matrimoniales, pueden sentirse en su casa y saberse aceptadas.
Ciertos monasterios como Taizé, pueden tener una vocación especial como la de organizar grandes encuentros de jóvenes. También a una comunidad le es posible recibir una vez u otra un gran grupo con una preocupación pastoral muy definida como el Camino de san Benito, que recibimos hoy aquí. Pero la vocación más común de nuestras hospederías monásticas es el ser sencillamente lugares de paz, donde pueden retirarse cuando se les ocurra todos los que tienen necesidad de un contexto de oración, soledad y tranquilidad para encontrar a Dios o también para curar heridas espirituales o psicológicas. Si estas hospederías están abiertas a los hermanos y hermanas en la fe, lo están también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Las audiencias concedidas a nuestros Capítulos Generales, por los últimos Papas, Pablo VI y Juan Pablo II en particular, nos han recordado a esta dimensión de nuestra vocación cisterciense. Así la carta a la Familia Cisterciense, de 1988, Juan Pablo II escribía:
Para numerosas personas,, puede expresar interrogantes espirituales esenciales y profundizar en la gracia en la gracia con la acogida que se les propone en los monasterios. Una comunidad fraterna de fe permite percibir un punto de estabilidad en una sociedad donde las referencias más fundamentales han desaparecido, sobre todo para los mäs jóvenes. Hijos e hijas de Citeaux, la Iglesia espera de vosotros que vuestros monasterios sean entre los hombres de hoy, según vuestra propia cocción, Un signo elocuente de comunión un lugar de acogida para los que buscan a Dios y las realidades espirituales, escuelas de fe y verdaderos centros de estudio, de dialogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de diálogo interreligiosa***(Vita consecrata, n.6).
La última frase del texto de Juan Pablo II que acabo d citar está tomada de la Instrucción Apostólica post-sinodal sobre la Vida Consagrada. Desea que nuestros Monasterios sean no solamente escuelas de fe y de oración, sino también centros de estudios, de diálogo y de cultura para edificación de la vida eclesial en esta vida de la ciudad terrestre, en espera de la ciudad celeste (eterna).
Esta llamada al diálogo -un diálogo abierto a todas las culturas, a todas las tendencias y a todas las religiones -es una constante de las del pontificado de Juan Pablo II. Es evidente a vista de esta actitud abierta y constante de diálogo del Santo Padre, como hay que leer esos documentos, como por ejemplo la Declaración reciente de la Congregación para la Doctrina e la Fe Dominus Jesus que recuerda sin duda la Doctrina del Concilio y la enseñanza constante del Papa, en la medida, donde parece, por su sentido que da un frenazo al Diálogo Ecuménico e interreligioso, debe verse como un accidente de trayecto. Pablo VI y Juan Pablo II los sostuvieron varias dudas invitando a los monjes a asumir una misión de primer plano en el diálogo interreligioso (en el que nuestro Padre Bernardo ha jugado siempre una misión muy apreciada por su apertura unida a un gran equilibrio doctrinal).
Ya he mencionado en otra parte como el Santo Padre en la misma cata a la Familia Cistercienses, y precisamente en el contexto que habla de la hospitalidad, nos exhorta a una nueva forma de hospitalidad permitiendo a los laicos participar en ciertos aspectos de nuestra vida y también en nuestro carisma espiritual cisterciense.
Yo os animo también, según las circunstancias, a discernir con prudencia y sentido profético la participación en vuestra familia espiritual de fieles laicos, bajo la forma de “miembros asociados”, o bien, según las necesidades actuales en algunos contextos culturales , bajo la forma de una participación temporal de vida comunitaria ( Vita consecrata, nº 56.)y un compromiso en la contemplación, con la condición de que la identidad de vuestra propia vida monástica no sufra detrimento.
El carisma que hemos recibido no nos pertenece. Como todo carisma pertenece a la Iglesia, es decir, al conjunto del Pueblo de Dios. Nosotros somos los depositarios y guardianes. Y tenemos también la obligación de compartirlo.

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