RECEPCIÓN DE LOS HUÉSPEDES. (Cap. 53) REGLA DE SAN BENITO
Todos los grandes comentaristas de la Regla señalan que este
capítulo, relativamente breve, se divide en dos partes. La primera más
antigua y más teológica, describe el espíritu con que se debe
practicar la hospitalidad, sus forma principales. Benito agrega, sin
duda al fin de su vida, una segunda parte apoyada en la experiencia de
los años, y que responde sobretodo a la preocupación de preservar la
atmósfera de la vida comunitaria cuando los huéspedes se presentan
numerosos en el monasterio y a veces a horas inconvenientes.

El
primer párrafo enuncia el principio teológico y espiritual que
orientará todo el capítulo: “Todos los huéspedes que lleguen serán
recibidos como a Cristo, pues él dirá un día: Yo he sido huésped vuestro
y vosotros me recibisteis. Este principio se basa directamente o
indirectamente sobre varios textos tanto del Antiguo Testamento, como
del Evangelio, y es una llamada a una mirada de fe.
El primer texto
bíblico que viene al espíritu es evidentemente el ejemplo de
hospitalidad dada por Abrahám que, acogió con Egipto, que les impulsa a
tratar a los extranjeros como a uno de ellos y a una hospitalidad
exquisita a tres viajeros desconocidos, recibió en realidad la visita
del Señor y La Promesa de una posteridad (escena que Rublev ha
inmortalizado en su icono de la Trinidad). Siguiendo la Ley de Israel,
recuerda a los judíos que han sido recibidos en Egipto, los llama a
tratar al extranjero como a uno de ellos y a amarlos como a ellos
mismos. La ley les invita por otra parte a proteger de una forma
especial a los débiles y a los pequeños.
En el Evangelio, el texto
que constituye la clave de bóveda de la enseñanza de Jesús sobre la
hospitalidad, se encuentra en el capítulo 25 de Mateo, donde Jesús se
identifica con los pequeños, los pobres, los perseguidos. “Yo era
extranjero y me y me habéis acogido…” Esta son palabras de Jesús por la
que Benito comienza este capítulo.
Establecida así esta visión de
fe, se comprende mejor el ritual litúrgico que Benito establece para la
recepción de los huéspedes. Estas acciones deben ser practicadas “sobre
todo con los hermanos en la fe y los peregrinos”, este “sobre todo”
implica que a todos los otros también se les han de ofrecer. Este
ritual consiste en venir expresamente a encontrar a los que llegan,
orar con ellos y después darles el beso de paz. Enseguida se postrarán
para adorar a Cristo e n ellos, y se les invitará a orar. Después de
todo esto se lee la Palabra de Dios, ya que van a partir el pan, una vez
que el abad y todos los hermanos, laven los pies y las manos de todos
los huéspedes.
Benito termina esta primera sección diciendo que se
debe tener un cuidado particular al recibir a los pobres y a los
peregrinos, pues en ellos más que en otros, es Cristo a quien se recibe.
Estos son los que en efecto, Cristo ha escogido para identificarse de
una forma particular.
Podemos dejar de momento la segunda parte de
este capítulo que se preocupa sobre todo de la forma de organizar el
trabajo de la cocina y hospedería y de procurar que el gran número de
huéspedes que se presentan no turben la vida de la comunidad.
Nuestras Constituciones (Cons. 30) resumen toda la materia de este
capítulo de Benito sobre la recepción de los huéspedes, insistiendo
(ST.30.A) sobre la ayuda que la comunidad debe dar a “los que vienen al
Monasterio para buscar la profundización en su vida de oración”. Es un
hecho que, aún en los paises más descristianizados, y aún donde las
vocaciones a la vida monástica son muy raras, son sin embargo muy
numerosas las personas que buscan en los monasterios lugares donde
encontrar a Dios y encontrarse ellos mismos.
En la Iglesia y la
sociedad de hoy las hospedería de los Monasterios son como “lugares
neutros” donde las persona de todas las clases sociales, de todas las
tendencias políticas o religiosas, en todas las situaciones
profesionales o o matrimoniales, pueden sentirse en su casa y saberse
aceptadas.
Ciertos monasterios como Taizé, pueden tener una vocación
especial como la de organizar grandes encuentros de jóvenes. También a
una comunidad le es posible recibir una vez u otra un gran grupo con una
preocupación pastoral muy definida como el Camino de san Benito, que
recibimos hoy aquí. Pero la vocación más común de nuestras hospederías
monásticas es el ser sencillamente lugares de paz, donde pueden
retirarse cuando se les ocurra todos los que tienen necesidad de un
contexto de oración, soledad y tranquilidad para encontrar a Dios o
también para curar heridas espirituales o psicológicas. Si estas
hospederías están abiertas a los hermanos y hermanas en la fe, lo están
también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Las
audiencias concedidas a nuestros Capítulos Generales, por los últimos
Papas, Pablo VI y Juan Pablo II en particular, nos han recordado a esta
dimensión de nuestra vocación cisterciense. Así la carta a la Familia
Cisterciense, de 1988, Juan Pablo II escribía:
Para numerosas
personas,, puede expresar interrogantes espirituales esenciales y
profundizar en la gracia en la gracia con la acogida que se les propone
en los monasterios. Una comunidad fraterna de fe permite percibir un
punto de estabilidad en una sociedad donde las referencias más
fundamentales han desaparecido, sobre todo para los mäs jóvenes. Hijos e
hijas de Citeaux, la Iglesia espera de vosotros que vuestros
monasterios sean entre los hombres de hoy, según vuestra propia cocción,
Un signo elocuente de comunión un lugar de acogida para los que buscan a
Dios y las realidades espirituales, escuelas de fe y verdaderos centros
de estudio, de dialogo y de cultura para la edificación de la vida
eclesial y de diálogo interreligiosa***(Vita consecrata, n.6).
La
última frase del texto de Juan Pablo II que acabo d citar está tomada de
la Instrucción Apostólica post-sinodal sobre la Vida Consagrada. Desea
que nuestros Monasterios sean no solamente escuelas de fe y de
oración, sino también centros de estudios, de diálogo y de cultura para
edificación de la vida eclesial en esta vida de la ciudad terrestre, en
espera de la ciudad celeste (eterna).
Esta llamada al diálogo -un
diálogo abierto a todas las culturas, a todas las tendencias y a todas
las religiones -es una constante de las del pontificado de Juan Pablo
II. Es evidente a vista de esta actitud abierta y constante de diálogo
del Santo Padre, como hay que leer esos documentos, como por ejemplo la
Declaración reciente de la Congregación para la Doctrina e la Fe
Dominus Jesus que recuerda sin duda la Doctrina del Concilio y la
enseñanza constante del Papa, en la medida, donde parece, por su sentido
que da un frenazo al Diálogo Ecuménico e interreligioso, debe verse
como un accidente de trayecto. Pablo VI y Juan Pablo II los sostuvieron
varias dudas invitando a los monjes a asumir una misión de primer
plano en el diálogo interreligioso (en el que nuestro Padre Bernardo ha
jugado siempre una misión muy apreciada por su apertura unida a un gran
equilibrio doctrinal).
Ya he mencionado en otra parte como el Santo
Padre en la misma cata a la Familia Cistercienses, y precisamente en el
contexto que habla de la hospitalidad, nos exhorta a una nueva forma de
hospitalidad permitiendo a los laicos participar en ciertos aspectos de
nuestra vida y también en nuestro carisma espiritual cisterciense.
Yo os animo también, según las circunstancias, a discernir con
prudencia y sentido profético la participación en vuestra familia
espiritual de fieles laicos, bajo la forma de “miembros asociados”, o
bien, según las necesidades actuales en algunos contextos culturales ,
bajo la forma de una participación temporal de vida comunitaria ( Vita
consecrata, nº 56.)y un compromiso en la contemplación, con la condición
de que la identidad de vuestra propia vida monástica no sufra
detrimento.
El carisma que hemos recibido no nos pertenece. Como
todo carisma pertenece a la Iglesia, es decir, al conjunto del Pueblo de
Dios. Nosotros somos los depositarios y guardianes. Y tenemos también
la obligación de compartirlo.
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