LA VIRGEN MARIA EN LA REGLA DE SAN BENITO

La Regla de San Benito (RB), no menciona nunca a la Virgen, ni por
alusión. Tampoco San Gregorio Magno la menciona en su libro de la Vida
de San Benito. Esta Vida, más que una biografía, es un ícono o una
radiografía de lo que hace a un Santo. Un siglo antes, la Iglesia había
formulado el dogma de María como Madre de Dios (Concilio de Éfeso en
431). Concretamente, el término griego es “Theotokos” – literalmente
“Paridora” de Dios, o sea, la que trajo a Dios al mundo. Es la época de
los grandes dogmas cristológicos y trinitarios.
Sin embargo, San
Gregorio Magno nos da una pista: se observa en la Vida de San Beni-to
una interiorización progresiva. No se trata tanto de ver a Dios o a los
Santos fuera, sino dentro de uno mismo; somos templo del Espíritu Santo.
Vemos que hay en nuestro medio mucha devoción a la Virgen, a veces
exagerada y con abusos que rayan en lo supersticioso. Esto no lleva a
ninguna parte. Para hacer un camino espiritual, se trata de imitar las
actitudes de la Virgen, de relacionarnos con Dios como lo hizo ella.
Sólo así podremos traer a Cristo al mundo que nos rodea.
Visto de
esta manera, observamos que, si bien San Benito no menciona a la Virgen,
las actitudes de ella están presentes en su Regla a los Monjes.
Comencemos con la Anunciación: este texto, por supuesto, es un esquema
teológico donde se funden el esquema de la vocación y el de una misión.
Pero en esta reflexión teológica del evangelista se refleja la
experiencia de una joven, de su relación con Dios. Al anuncio que va a
tener un hijo, sin concurso de varón, ella se llama a sí misma “es-clava
del Señor”. “Esclava” es una palabra muy fuerte. En la antigüedad, los
esclavos no tenían lo que llamaríamos hoy “derechos humanos”. Estaban a
la merced de los ca-prichos y ocurrencias de sus dueños. Con esta
actitud de total entrega en las manos de Dios nos da un ejemplo y nos
indica un camino que ella llamaría más tarde en el Magní-ficat la
“humillación de su esclava”.
San Benito escribe en su Regla todo un
capítulo sobre la humildad (RB 7). En él se trata de vaciarse de todos
los apegos, de desmantelar el egoísmo. Pero, la humildad no es un fin en
sí mismo; es un camino de liberación de los apegos del ego, que nos
capacita para amar. La meta es el amor. Dice: “Subidos, pues, todos
estos escalones de la humildad, el monje llegará en seguida a ese amor
de Dios que, siendo “per-fecto, expulsa el temor” (1 Jn 4,18). Por él,
todo lo que antes cumplía por miedo, empezará a hacerlo sin esfuerzo,
como algo natural y habitual, no ya por temor al infierno sino por amor a
Cristo, por la misma buena costumbre y el gozo de la virtud” (RB
7,68-69). Y, donde está el amor, allí está Dios. La humildad nos
capacita para traer a Dios al mundo, para aceptar la presencia y acción
de Dios en nuestras vidas.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc
1,35): también San Benito insiste al final del capítulo sobre la
humildad (RB 7,70) en que “Todo lo cual se dignará el Señor
manifes-tarlo por el Espíritu Santo a su obrero, ya purificado de vicios
y pecados”.
Como todo es obra y gracia de Dios, María puede decir:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor” (Lc 1,46). Así mismo, San
Benito insiste en que todo se haga para la gloria de Dios. “Lo bueno que
veas en ti atribúyeselo a Dios y no a ti; lo malo, en cambio, sabe que
es obra tuya e impútatelo a ti mismo” (RB 4,42-43). “Para que en todas
las cosas Dios sea glorificado” (RB 57,9). Ya en el prólogo se dirige a
los que, “reconociendo que todo lo bueno que hay en ellos no es obra de
sí mismos sino del Señor, lo glorifican diciéndole con el Profeta: ‘No a
nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la gloria’ (Sal
113B,1). Igual que el Apóstol Pablo no se atribuyó nada de su
predicación al decir: ‘Por la gracia de Dios soy lo que soy’ (lCor
15,10), y ‘El que se gloríe, gloríese en el Señor’ (2Cor 10,17)” (RB
Prol 29-32).
“María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón” (Lc 2,19). En la RB todo está organizado de tal manera para que
se facilite la “meditatio”, es decir la “ru-mia”, el darle vueltas a
algo en el corazón, para asimilarlo, para dejarse empapar por ello:
liturgia, lectio, lectura de mesa, lectura del capítulo. El monje se
expone día y noche a la Palabra, para dejarse transformar por ella. Eso
es para fijar nuestro corazón en Dios.
“Hagan lo que Él les diga”
(Jn 2,5). Desde su experiencia María puede invitar a otros a poner su
confianza en Dios, en su Hijo. Ella no atrae hacia sí misma, sino que
nos remite a Cristo. RB insiste mucho en la obediencia. Ésta no es tanto
una esclavitud, sino una liberación de la esclavitud de nuestros
caprichos y vicios, para que Dios se pueda mani-festar en nuestra vida
con todo su poder. San Benito quiere que el monje llegue a ser un
instrumento en las manos de Dios. La obediencia al abad es sólo la
piedra de toque para ver la calidad de la obediencia a Dios.
El
hecho de la presencia de María en la RB, sin que haya alusión o mención
expresa de ella, nos invita a repensar nuestra devoción a la Virgen. ¿La
vemos solamente como alguien a quien podemos admirar e idealizar, o
como la que nos consigue favores con Dios? O, por el contrario, ¿estamos
dispuestos a dejarnos interpelar por su última palabra que nos fue
transmitida: “hagan lo que Él les diga”? En el contexto de la misión
continental, éste será uno de los desafíos si queremos que Cristo se
manifieste entre nosotros con claridad.
P. Beda Hornung, o.s.b.
Charla dada en la IX reunión de vida monástica y contemplativa de Venezuela, realizada en nuestro monasterio.
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