De la segunda carta a Timoteo 2, 1-21
Tú, hijo mío, cobra fuerzas de la gracia de Cristo Jesús; y lo que
de mis labios has aprendido, con la confirmación de tantos testigos,
encomiéndalo a tu vez a hombres fieles que sean capaces de enseñar a
otros.
Como buen soldado de Cristo Jesús, entra valerosamente a
tomar parte en el esfuerzo común. El soldado que se alista para la
guerra no se enreda en las ocupaciones materiales de la vida diaria, si
quiere agradar al que lo reclutó; el atleta que toma parte en el
concurso no recibe la corona si no lucha según el reglamento; y el
labrador que trabaja y se fatiga es el primero que tiene derecho a la
recolección de los frutos. Entiende bien lo que quiero decirte, pues ya
hará el Señor que lo comprendas todo.
Acuérdate de Cristo Jesús,
del linaje de David, que vive resucitado de entre los muertos. Éste es
el Evangelio que anuncio y por él sufro hasta llevar cadenas como un
criminal; pero el mensaje de Dios no está encadenado. Por eso todo lo
soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación
que da Cristo con la gloria eterna.
Verdadera es la sentencia que
dice: Si hemos muerto con él, viviremos también con él. Si tenemos
constancia en el sufrir, reinaremos también con él; si rehusamos
reconocerle, también él nos rechazará; si le somos infieles, él
permanece fiel; no puede él desmentirse a sí mismo.
Esto has de
enseñar, conjurándoles ante Dios a que eviten las discusiones de
palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los
oyentes. Procura con toda diligencia presentarte al servicio de Dios de
modo que merezcas su aprobación, como obrero que no tiene por qué
avergonzarse, y va dispensando sabiamente la palabra de la verdad. Evita
las supersticiosas y vanas discusiones, porque no conducen a otra cosa
sino a un mayor apartamiento de Dios, y sus opiniones se extenderán como
la gangrena. Entre ellos están Himeneo y Fileto, que se han desviado de
la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y así
pervierten la fe de algunos.
Sin embargo, el sólido fundamento
puesto por Dios permanece firme, marcado con esta inscripción: «El Señor
conoce a los que son suyos»; y con esta otra: «Que se aparte de la
iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor.» En una casa
grande, hay objetos no sólo de oro y plata, sino también de madera y de
barro; y unos se destinan a usos honoríficos, otros a usos viles. Así,
pues, quien no se contamina con estos errores será un objeto destinado a
usos honoríficos, santificado, útil a su dueño, preparado para toda
obra buena.