ORACIÓN: "Guía, Señor, mis pensamientos para
que este escrito no constituya piedra de escándalo, ni de confusión, para quien
lo lea". Amén.
Aproximación
La aproximación a la Orden de los Pobres Caballeros
de Cristo del Templo de Jerusalém se produce de muy diversas formas. Casi
siempre el primer conocimiento, nominativamente hablando, se produce en torno a
la figura de los Caballeros Templarios. Podríamos decir que se trata de una vía épica de acercamiento a la Orden. Nos
llaman la atención sus aspectos más externos, su historia real o legendaria,...
Y aquí es donde empieza el problema porque las lagunas históricas, causadas
unas veces por el propio devenir de las circunstancias y otras por la discrección
característica de todos los monjes y de estos en particular, favorecen la
carrera alocada de nuestra imaginación o, lo que es peor, la manipulación
realizada con intereses espurios que, incluso, llegan a ser sectarios. Así las
cosas, no es, como dicen algunos, que haya habido o haya un Temple secreto, es
que resulta difícil discernir, entre tanto error, dónde está la verdad, la
autenticidad y la buena intención.
Estas líneas obedecen a la experiencia, que de
seguro no es única, de un aspirante a Pobre Caballero de Cristo. Le podríamos
llamar por su nombre, pero esta história es generalizable y no tiene dueño o,
mejor dicho, pertenece al Temple y por el Temple a Dios.
Primeros pasos, primeras trampas.
Cuando descubrimos el Temple por primera vez, resulta
fácil enamorarse de él. Suele ser un "amor a primera vista". Es la
primera trampa en la que muchos caemos.
Es frecuente que, con independencia de edades, nos sintamos atraidos por
los aspectos más épicos de su historia pasada. Pero eso, o sirve para recuperar
la verdadera historia de la Orden, lo
cual es interesante, aunque para ello no haga falta ser templario, o sirve para
un entretenimiento tipo "novela de aventuras" con lo que solo
conseguiremos evadirnos y probablemente separarnos de la verdad.
Como consecuencia de este primer enfoque hay
muchos que sienten la tentación de reinstaurar la Orden tal cual. Pero los
anacronismos no suelen ser buenos porque nos
apartan de la realidad, siembran la confusión entre las personas y
ademas no debemos olvidar que solo la Iglesia Católica tendría la potestad para
ello, si hubiera una posibilidad, en Derecho Canónico, de contravenir la bula
"Vox in Excelsis"
Hay incluso otro peligro aún mayor que el
anterior y derivado, como una perversión, del mismo. Las lagunas documentales
en la historia del Temple son enormes.
La discrección de estos monjes ha facilitado la aparición de leyendas de todo
tipo. En esa maraña de errores, leyendas y falsedades, urdidas por intereses espurios,
es muy fácil perderse. Lamentablemente, hay muchas personas bienintencionadas
que terminan soñando con un Temple que, creo, nunca existió. Es posible, más
bien probable, que los Pobres Caballeros de Cristo tubieran interés por conocer
de primera mano la vida de Jesús, su entorno, hechos perdidos en el olvido,...
En mi opinión y considerando que es un tema que puede llevar a muchos, como los
está llevando, a la perdición, este camino debe recorrerse con muchísima
prudencia y discrección. Tomemos un pequeño ejemplo. Hay algunos documentos,
creo que auténticos, en los que se habla de Secretum Templi. Traducido
literalmente sería Secreto del Templo, lo que en mi opinión, sería como un
sello de confidencialidad, no más que cuando cualquier organización de hoy día
pone "confidencial" en algún escrito, para advertir a los que lo
leen, miembros de la propia organización, que no deben difundir su contenido.
Es lógico que los monjes hicieran eso y que encriptaran sus escritos porque, no
lo olvidemos, eran soldados en guerra. La confidencialidad era vital para sus
batallas y su supervivencia. Pues bien, hay quien ha querido justificar con
ello la existencia de un Temple Secreto, cosa que, de haber sido cierta, bien
se habrían cuidado sus miembros de dar indicios siquiera de su existencia.
Además, al amparo de esta hipótesis, se han desarrollado una serie de rituales
de magia, demonología, etc., muy respetables, si con ello se acercaran a Dios,
pero que, sinceramente, creo retirados del auténtico pensamiento templario.
Como podemos ver, es tal la confusión que hay
en torno al Temple que resulta muy fácil desviarse del camino correcto. Hay
numerosas trampas que encandilan las almas bienintencionadas pero carentes de
conocimiento y poco prudentes. Esta dificultad, sin embargo, antes de
amilanarnos, debe darnos ánimos, ya que tal es la fuerza espiritual del Temple,
que sus enemigos, muchos y muchos camuflados, intentan evitar su crecimiento,
axfisiarlo y eliminarlo por inanición. Ni más, ni menos que ocurre con el
auténtico cristianismo. Se trata por tanto, de un auténtico "tesoro",
confusamente deseado por muchos que sin embargo, frustrados porque no son
capaces de alcanzarlo en su ceguera, desean evitar que otros lo consigan,
sembrando confusión como si de un campo de minas se tratara.
Es necesario, por tanto, extremar la prudencia
y actuar con sabiduría, recurriendo al consejo de los que creamos más sabios
que nosotros y meditando, sobre todo meditando, todo esto en nuestro corazón.
Recordemos como ejemplo y guía lo que dice el Evangelio: que la Virgen María “conservaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón”, referiendose a los acontecimientos en torno a su
Hijo.
La misión primigenia del Temple ¿es válida hoy?
En su origen, los Templarios lo único que
pretendían era proteger a los peregrinos que iban a Tierra Santa de los
salteadores, de las razias musulmanas, de las fieras (recordemos como la Regla
les prohibía la caza, salvo la del león),...
Esta actividad la extendieron a otras rutas de
peregrinación, como el Camino de Santiago. Pero ¿qué significaba entonces una
peregrinación?
Recurramos, por un momento al diccionario de la
R.A.E. La primera acepción del verbo peregrinar es: Andar por tierras
extrañas. Si generalizásemos esta expresión, podríamos asimilar
"tierras extrañas" a este propio mundo, donde los hijos de Dios
podemos sentirnos extraños y perdidos. El verbo "andar" sería
asimilable a vivir. No parece que asimilar a todo humano a un peregrino sea
algo descabellado e incoherente. Tan es así que el propio diccionario recuerda
una tercera acepción: En algunas religiones, vivir entendiendo la vida
como un camino que hay que recorrer para llegar a una vida futura en unión con
Dios después de la muerte.
Tomemos, de momento, esta acepción. Huelga
decir que este "peregrinar", que es la vida, está lleno de peligros,
desde los puramente físicos a los más sutiles para la psique y el alma. Por
tanto, no parece descabellado pensar que un grupo de personas se organicen de
forma que ofrezcan esa protección a los que la necesiten y la demanden. La
finalidad está clara: proteger y ayudar a quien, por sí mismo, no puede
hacerlo. Esta Misión parece tan vigente hoy como ayer por lo que adoptarla como
objetivo nuestro sigue pareciendo loable, igual que antaño.
Pero, ¿por qué actuar bajo el manto de una
Orden suspendida ad divinum?
La respuesta podría ser, en principio y
aparentemente, muy simple. Es una mera cuestión psicológica: se trata de buscar
nuestra fortaleza mental en la recuperación del espíritu de una institución que
durante dos siglos estuvo al servicio del hombre en su caminar en presencia de
Dios.
Esto que acabamos de expresar de una forma,
digamos, académica no es una cuestión baladí, ni un romanticismo dieciochesco
trasnochado. Es algo mucho más profundo. Los Pobres Caballeros de Cristo tenían
una "Fuerza" especial, algo que imprimía carácter, algo que es lo que
yo llamaría el "tesoro del Temple" (nada material, por supuesto) que
es lo que permitió que se convirtieran en soporte del cristianismo durante casi
dos siglos, hasta su "suspensión". Llegamos así a una etapa de la
historia del Temple que yo rechazo llamar desaparición, caída o término
similar. Y es que, igual que nadie muere, como no sea en el plano puramente
físico, el espíritu del Temple tampoco desapareció. Es ese espíritu, con su
fuerza especial, el que hoy tendríamos que recuperar. En absoluto podemos
tratar de recuperar la Orden en su aspecto más material. Eso, si llegara,
tendría que ser de la mano del Papa: solo quien la creó y luego la dejó en
suspenso, tiene la potestad de restaurarla. Y ello suponiendo que sea salvable
la prescripción de la bula de suspensión que decía ser "una sanción
irrefragable y legítima perpetuamente". Estamos hablando, lógicamente, de
la Orden como institución. Nada impide que, con el mismo espíritu, asimilándonos
a aquellos históricos templarios, asumamos su misma misión.
Causas de la suspensión de la Orden
Para empezar, analicemos las causas de la
"caída" del Temple. Es muy fácil echar la culpa de nuestros errores
sobre las espaldas de los demás. Decir que Felipe IV de Francia urdió una trama
para acabar con el Temple con la aquiescencia de un Papa débil, Clemente V, es
quedarnos en lo superficial y participar en el juego de quienes buscan en la
ambigüedad, causada por lagunas históricas, el caldo de cultivo para
desarrollar sus intereses. Intereses que tal vez sean bienintencionados, pero,
cuando menos, aparentan ser mercantilistas, si no peores.
Cualquier organización humana es una comunidad
de seres vivientes en un entorno cambiante. Esto quiere decir que se puede y se
debe mantener el espíritu de la institución, pero los medios a utilizar, los
métodos de trabajo y algunos aspectos formales, deben ajustarse a los nuevos
tiempos. El objetivo primigenio y fundamentel del Temple era la ayuda y defensa
del peregrino. Y para ello aportaban el conocimiento de sus artes: las artes de
la guerra. Eran caballeros que habían recibido, antes de su ingreso en la
Orden, desde una temprana edad, tan temprana que con ella no podían ser
admitidos en la Comunidad, una formación
estricta en el manejo de las armas y nada más. Muy pocos de ellos tenían otra
formación.
El riesgo de estar en este mundo es dejarse
arrastrar por las corrientes que fluyen alrededor. A los reyes, primero de
Jerusalém y luego del resto de Occidente, disponer en sus territorios de una
fuerza armada "gratuita" para hacer frente a los musulmanes les
suponía una ventaja a la que no estaban dispuestos a renunciar. Así,
progresivamente, la modesta fuerza de apoyo al peregrino se convirtió en un
potente ejército. Esto estuvo muy bien mientras fue estrictamente necesario,
pero al rey Felipe, dejó de serle necesario. Es más, llegó a ser molesto el
tener en Francia tan potente ejército con el que además tenía una cuantiosa
deuda económica. De hecho fueron los manipulados tribunales franceses los
únicos que condenaron a los Templarios.
El error templario estuvo en crecer para prestar apoyo a los intereses de la
defensa de los reinos cristianos, no por ambición, sino en el convencimiento de
que era su obligación. Ello requería un soporte financiero que inicialmente no
tenían. De ahí a convertirse en una potencia económica ambicionada por sus
enemigos mediaron pocos años. De ahí a verse involucrada en la maraña mundana
que hace perder el Norte, cuando no oscurece la razón, pasaron posiblemente no
más de nueve años. Se convirtió en un imperio que, como todos los humanos,
terminó cayendo.
Hoy
¿Por qué, entonces, nuestro
interés en seguir sus pasos? ¿Por qué, si se equivocaron, no
crear mejor una O.N.G. al uso de hoy? Y sobre todo ¿porqué no
limitarnos a ser un grupo más de caridad o una asociación religiosa, la clásica
Orden Tercera?
No podemos caer en el mismo error de tantas
organizaciones neotemplarias que, de una u otra forma, quieren ser los
herederos de una tradición templaria que previamente han desarrollado a partir
de una historia llena de lagunas. No se trata de seguir sus pasos porque
tropezaríamos en la misma piedra, sino de recuperar su espíritu primitivo y
proyectarlo en nuestro tiempo. Se trata de resucitar el espíritu que animara a
San Bernardo, en su Loa a la Nueva Caballería, a apoyar a estos nuevos monjes
contra viento y marea. En este línea de trabajo, deberíamos preguntarnos por
qué San Bernardo, un pensador tan potente, podía apoyar la fuerza bruta, la guerra,...El
santo era conocedor de la realidad en que vivía y comprendía que sus monjes
poseían una fuerza intelectual y moral muy grande, pero eso no era suficiente
para enfrentarse a ese mundo que Jesús mismo había anunciado al decir a sus
discípulos "os envío como corderos en medio de lobos". Resultaba
inimaginable que estos monjes fueran capaces de defenderse a mandobles si
llegaara la ocasión o defender a otros que lo precisaran. Tampoco era cuestión
de formar un grupo de gente en un arte, el de la guerra, que él mismo no
dominaba, porque carente de toda disciplina moral podía llegar a convertirse en
una fuerza de avasallamiento del débil. La propuesta procedente de Tierra Santa
le aportaba la solución: unos caballeros ejercitados casi exclusivamente en las
artes marciales, con unos principios reconocidos que, aunque en el común de la
caballería se había pervertido, persiguiendo beneficios y glorias mundanas,
todavía constituía fuente de personas capaces de poner al servicio de los demás
su habilidad con las armas y su propia vida. Esto es algo que en los rituales
de ingreso al uso en las organizaciones neotemplarias se olvida. El aspirante a
ingresar en el Temple debe haber sido armado caballero antes de que el capítulo
de la Orden lo admita. No se trata de privilegios, ni de limitar el acceso a la
Orden a un hipotético "estado noble", sino de asegurar que
quien ingresa en la Orden, ha sido capaz de demostrar, ya en la vida ordinaria,
que está dotado de las virtudes
necesarias para las batallas espirituales que tendrá que acometer como
templario. Puede admitirse hoy día que el aspirante sea armado
caballero en una primera sesión y luego se someta al ritual de aceptación por
los hermanos. Pero confundir una cosa con otra, es no haber entendido el
espíritu de los Pobres Caballeros de Cristo.
Resulta curioso y no sé si es fruto de la
hipocresía o de la estulticia, que nadie se extrañe de ver como los monjes
budistas se ejercitan en las artes marciales y que, sin embargo, se mofen de
las ordenes de caballería, especialmente del Temple.
Repasemos, entonces, cuál era y cual debe ser
nuestro motivo fundacional.
Para ello nada mejor que revisar la Regla
Primitiva. Esa Regla de Vida que empezaba diciendo: "Nos dirigimos, en
primer lugar, a todos aquellos quienes, con discernimiento, rechazan su
propia voluntad y desean, de todo corazón servir a su Rey
Soberano como caballeros y llevar, con supremo afán y
permanentemente, la muy noble armadura de la obediencia (...)" El
comienzo no puede ser más claro. Empieza exigiendo a los aspirantes a ingresar
en la Orden:
I.
Renuncia de sí mismo (de su
voluntad) como suprema expresión de pobreza.
II.
Deseo consciente y persistente (de
todo corazón) de servir a Dios, único rey soberano por derecho propio.
III.
Una capacidad de obediencia que ha
de ser extrema y permanente, en el convencimiento de que esa actitud les
protegerá contra los enemigos de este mundo.
Estas tres potencias eran atributos por los que
la caballería laica tradicional abogaba, pero a favor de un poder terreno que
se suponia ejemplar. Lamentablemente, como dice la Regla,en su segundo
artículo, no siempre mantenía su "amor por la justicia". Se trataba
de rescatar de esa caballería a aquellos que intentaban mantener esa línea de
actuación, pero que, con la solitaria fuerza de sus armas, no podían hacer nada
frente a los poderosos. Curioso, pero no dice nada de los musulmanes, ¿para qué
si tenían los mismos defectos o peores en su tierra?
Concretando: estamos tratando de recuperar una
fortaleza de espiritu que el Temple terminó por perder con el paso de los años,
arrastrado por las turbias aguas de los intereses de los poderes fácticos.
Este fortaleza espiritual es la que nos
difereciará de una simple O.N.G., y lo digo desde el máximo respeto a estas
organizaciones que realizan un encomiable trabajo.
Pero es que además, queremos ir más allá de la
mera satisfacción de necesidades materiales. El espiritu caritativo cristiano
no termina ahí. Este espiritu se pone en pie de guerra cuando oye la llamada
desesperada del perseguido por la justicia, basada en una ley injusta; cuando
un poderoso individual, comunal, societario o estatal arroya al débil, sin
recursos adecuados para defenderse; cuando entes abstractos, tras los que se
esconden intereses espurios, confunden a los pequeñuelos del mundo, sumiéndolos
en un materialismo absurdo; cuando "movimientos" sociales o políticos
manipulan las mentes indefensas; etc, etc.
Por todo eso es preciso recuperar el espíritu
templario. Por todo eso y porque solo con el respaldo de nuestro Rey Soberano
que lo es de todos los hombres, lo llamemos como lo queramos llamar, podremos
ganar batallas, espirituales o materiales.
Solo me queda hacer un último apunte que no
debemos perder de vista quienes, desde la Fé católica queremos recuperar el
espíritu de los Pobres Caballeros de Cristo. Con él se entenderá por qué
prefiero hablar de Pobres Caballeros de Cristo antes que de
templarios.Establece la antes citada bula de suspensión de la Orden que prohibe
"expresamente a cuelesquiera que sea entrar de ahí en adelante en dicha
Orden, recibir o llevar su hábito, ni hacerse reconocer por Templario, y a
quien contraviniere incurrirá ipso facto en la sentencia de excomunión."
Creo no equivocarme al asegurar que en todo el texto de la bula se habla del
Temple y de los templarios, pero no de su denominación oficial como Orden de
los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalém. De alguna forma, que
no puedo asegurar fuera intencionada, parece como si el Papa Clemente V hubiera
querido suspender la Orden, pero no su espíritu.
Non Nobis, Domine, non nobis sed Nomini Tuo
da Gloriam
Fernando Vázquez Brea -Novicio+