miércoles, 25 de septiembre de 2013
miércoles, 18 de septiembre de 2013
La oración (1) LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O
Nuestros Padres eran hombres de oración, consagraban tiempos a orar a
solas ante el Señor en la adoración, acción de gracias, súplicas y sobre
todo permanecían a sus pies, para meditar, mirar al Señor, amarle,
pedirle perdón.
Leyendo la Santa Regla, sorprende ver el número de
veces en que san Benito dice al monje que ore. Ya desde el Prólogo, al
emprender el buen camino, hay que pedirle al Señor "con oración muy
insistente" (Pról.4). Oración constante. Seamos realistas: el proyecto
de vida monástica sobrepasa las posibilidades del hombre. El
principiante lo experimenta a cada momento. No hay que apurarse, san
Benito sale al paso: "Como esto no es posible para nuestra naturaleza
sola, hemos de pedir al Señor que se digne concedernos la asistencia de
su gracia" (Pról.41). Así, con el escudo de la oración, el novicio está a
salvo porque "Tendré mis ojos fijos en vosotros, mis oídos atentos a
vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré: Aquí estoy"
(Pról.18).
La oración tiene su fundamento en el corazón, es
interior, como la oración Trinitaria. San Benito lo experimentó bien en
la cueva de Subiaco. Recordemos que san Gregorio en la Vida de san
Benito, nos dice que "habitó consigo", a continuación nos lo explica:
"Decía yo que este santo varón habitó consigo porque, teniendo
constantemente fija la mirada en la guarda de sí mismo, mirándose de
continuo ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no alejó
fuera de sí el ojo de su espíritu" (c.3). San Benito ya dice al monje
que ore in intentione cordis (c.52,4). Es una expresión que seguramente
la leyó en Casiano. Y alguien la ha parafraseado bien diciendo que se
puede traducir "con el ojo del corazón bien abierto hacia lo interior". Y
tener abierto el corazón es encontrar otra mirada: la de Dios que
observa sin cesar al hombre. El monje es el vigía de Dios. Se sabe en la
presencia de su Señor día y noche. La tendencia del monje, bajo la
mirada de Dios, es obrar como agrada a Dios... y el premio es la oración
continua, el alma respira a Dios...
Cuando era joven escuché la
siguiente frase que se me dio como un apotegma de los Padres del
desierto: "Un monje reza todo el día o no reza nunca". Se comprende
perfectamente si buscamos hacer siempre lo que le place al Padre, como
Jesús. La vida de Jesucristo en la tierra fue una oración
ininterrumpida, aunque en la intimidad, cuando pasaba noches enteras en
oración, solo ante la faz del Padre, la oración que brotaba desde su
corazón era la plenitud total de la oración, porque iba del corazón de
Dios-Hombre al corazón de la Trinidad. Esta oración en nuestros momentos
más íntimos y sublimes se le asemeja, aunque ¡muy poquito! Él era Dios
con nosotros...
Recordemos a san Antonio cómo se afligía cuando
había pasado la noche en oración y veía que los rayos del sol inundaban
su recinto. Tenía que dejar la oración tan íntima. Desde siempre los
monjes han sentido la necesidad de pasar tiempo orando, en un coloquio
íntimo con Dios, bien sea líbremente, cada uno en particular durante los
intervalos, o juntos en comunidad.
En la Santa Regla, vemos cómo
san Benito tiene un capítulo sobre la oración (c.20), y otro que trata
del oratorio' c.52). En él se dice que, después del Oficio, el monje que
quiera prolongar su oración, puede hacerlo, pero de forma que no
moleste a los demás con algún ruido o de otro modo. Quien quiera, puede
entrar y rezar. Nuestro Padre aconseja vacar frecuentemente a Dios en la
oración - oration frecuenter incumbere -, (c.4,57 Inst.).
Los
cistercienses se dan a la oración. Nuestros Padres, animaban a sus
monjes a orar y les hacían partícipes de su experiencia personal
exponiéndoles lo que es oración.
LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O
miércoles, 11 de septiembre de 2013
LA OBEDIENCIA EN LA REGLA DE SAN BENITO
Si sobre la castidad la Regla es exageradamente
sobria, sobre la obediencia es mas bien todo lo contrario. La importancia
capital que le concede se deduce del hecho mismo de dedicarle especificamente
tres capítulos (5, 68, 71), y de la gran frecuencia con que la menciona desde el
principio del prólogo hasta el epílogo. Lo cual no es de admirar, ya que desde
la primera pagina asegura que es el camino para retornar a Dios. Es así que la
obediencia constituye el eje de todo itinerario monástico.
El concepto de obediencia siempre hizo
referencia al oír a otro y hacer su voluntad. En este sentido ya era central en
el Antiguo Testamento, donde Dios llama a escuchar su voz y a cumplir sus
mandatos. La esencia del pecado es la desobediencia.
En Nuevo Testamento subraya este valor. La vida
de Jesús es la de la obediencia total al Padre, siguiendo el camino que este
señala. El verdadero discípulo de Jesús cumple la voluntad de Dios. Es por eso
que para San Pablo la obediencia es el fundamento de la salvación (Rom 5,19). La
idea de obediencia encontró un eco extraordinario sobre todo entre los monjes a
partir de las primeras generaciones. Los padres del desierto no se cansarán de
insistir en este llamado a la obediencia a Dios, a la Escritura, al anciano
espiritual, a la regla, a los hermanos.
El primer capítulo que la Regla consagra a la
obediencia (5) empieza sin preámbulos diciendo que «el primer grado de humildad
es una obediencia sin demora». La frase se transformó en una cruz para los
intérpretes. Hoy la gran mayoría está de acuerdo en que San Benito proclama su
valor soberano y declara que es la cumbre y expresión mas perfecta de la
humildad. No es cualquier tipo de obediencia, sino una obediencia pronta y
amorosa, digna de Dios. San Benito sigue así la tradición de la espiritualidad
cenobítica, que considera a la obediencia como un elemento primordial,
imprescindible para la existencia misma de la comunidad, al ser el elemento
fundante del monacato.
El amor de Cristo es el principal motivo de
obedecer y el mas perfecto. Pero la Regla enumera también otras razones menos
elevadas. El servicio santo que se ha profesado, el temor al infierno, el deseo
del cielo, la fe, el temor de Dios, y el anhelo de avanzar hacia la vida
eterna.
Para la Regla, la obediencia es renunciar al
libre ejercicio de la propia voluntad, refrenando los propios deseos y los de la
carne. En su aspecto positivo es dejarse llevar por el juicio y la voluntad de
otro imitando al Señor que no vino a cumplir su voluntad sino la de Aquel que lo
envió. Para que esta obediencia sea perfecta ante Dios, la Regla enumera ciertas
caracteristicas. Se debe hacer sin miedo, sin tardanza, sin frialdad, sin
murmuración y sin protesta. Obedecer exteriormente no basta si no va acompañado
de buena voluntad, porque al superior se lo puede engañar pero a Dios no. Para
la Regla el peor defecto contra la obediencia es la murmuración.
San Benito vuelve a ocuparse de esta virtud al
final de la Regla, en el capítulo 68, que para algunos comentadores (Delatte, de
Vogüe) es uno de los mas bellos de toda la Regla. El capítulo se titula «Si le
mandan a un hermano cosas imposibles». Si el capítulo 5 exponía una doctrina
austera, exigente y teórica, este deja una enseñanza sobrenatural, en el fondo,
más exigente y al mismo tiempo llena de humanidad y de comprensión. El monje
ante una orden imposible o dificil de cumplir es autorizado por la Regla a
exponer al superior sus razones, pero lo debe hacer sin soberbia, sin
resistencia, con sumisión. Pero si aún así el superior no cambia de parecer, el
monje «debe convencerse que así le conviene y obedecer con caridad, confiando en
el auxilio de Dios».
El último capítulo en el que San Benito se
ocupa de este tema es el 71, en el que dedica algunas palabras a la obediencia
mutua. Si durante buena parte de la Regla los monjes aparecían como meros
discípulos bajo las órdenes del abad, aquí el autor hablará de la obediencia que
se deben tener unos a otros. Y es que para el santo, la obediencia no solo es un
bien en si mismo sino que implica la manifestación de la caridad, el ejercicio
del amor fraterno, un nuevo vínculo que une a los hermanos entre si. El monje,
por este camino, renuncia a su propia voluntad, a su propio interés, para
hacerse servidor de sus hermanos en quién ve a Cristo. Tan firme es en este
parecer el autor, que si un hermano se resistiera a esta obediencia horizontal,
de hermano a hermano, debería sufrir una sanción y llegado el caso ser
expulsado. El motivo de tanta rigidez es preservar la comunión fraterna, que
tiene para el santo, un valor absoluto.

sábado, 7 de septiembre de 2013
EL AYUNO DE LOS DIOSES HUMANOS
Estamos ayunando de nuestras propias ideas, de nuestro propio espíritu.....
La razón de esta subjetividad radica en el poco equipaje, que ya desnudamos ante nuestra propia existencia.
Cualquier argumento
no es válido, para poder desnudar el hombre de todo lo que ha poseído a lo
largo de la vida, del tiempo de la historia.
Se puede recuperar aquello que nosotros mismos nos hemos
ocupado de destruir, de maldecir, de esconder, simplemente descatalogándonos
del borreguísimo servil y cruel al que
nos hemos enfrentado, a lo que nos hemos
convertido.
¿Llegará el día de volver del camino fronterizo?
Del ayuno al que los dioses humanos nos han impuesto, el
ayuno del fanatismo espiritual e ideológico, que está enmarcado nuestra propia manera de vivir.
Y como hemos ayunado, hambrientos
subjetivizamos todo, porque esclavos,
famélicos y desnutridos suplicamos entre manos equivocadas. Y una vez hemos
cruzado nuestros desiertos, volamos con un ave fénix, con tan solo el equipaje
del viento que nos puede guiar, hacia cualquier parte, a un existir en comunión
con la totalidad.
El mañana será más útil que todos los inviernos que traten
de meternos en una burbuja indolente,
que acabe con el alma, el más preciado de los dones humanos….
Despierta mi mente para recorrer un camino hacia la propia
reflexión, hacia la propia madurez de las ideas y podré convencer de que, aun
hay mente para ir más allá de la propia frontera interior.
La frontera no la provoca Dios, la ley, la razón, la
ideología,
La frontera es consecuencia de la propia línea divisoria que
acapara todos los límites, todas las oportunidades de darle libertad al hombre,
La libertad de uno mismo de "ser" por encima del "debe ser" o del "deber hacer".Sor + Isabel María Pérez Moreno
Dama del Temple
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