miércoles, 25 de septiembre de 2013

CADA AMANECER

  Cada amanecer, exploras, vives, sientes, amas, lloras, cada amanecer es un regalo de
Dios, cada movimiento de tus ojos con un simple parpadeo, invita a desglosar un pétalo de vida, nada es mas ardiente que ese amanecer, cuando al desvelarte de la aurora te das cuenta que tienes 24 h de segundos para respirar la belleza que te rodea.
¿Y por qué no?Buscar a Dios,tratamos de posicionarle un concepto,de cuestionarle una definición, de etiquetarle como un objeto dentro de una vitrina,
y es imposible porque Dios esta en la vitrina de la eternidad,
del corazón, pero tambien en lo creado,cuando dejes de mirar desde Dios al mundo, y mires desde el mundo, hallarás a Dios en cada molécula, en cada átomo,
 Cuando intentes en cada gesto cotidiano, en convertirte
en amor a todo lo creado por el hombre y para el hombre.
ISABEL REZMO
 
Sor + Isabel María Pérez Moreno
Dama del Temple

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La oración (1) LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O



Nuestros Padres eran hombres de oración, consagraban tiempos a orar a solas ante el Señor en la adoración, acción de gracias, súplicas y sobre todo permanecían a sus pies, para meditar, mirar al Señor, amarle, pedirle perdón.
Leyendo la Santa Regla, sorprende ver el número de veces en que san Benito dice al monje que ore. Ya desde el Prólogo, al emprender el buen camino, hay que pedirle al Señor "con oración muy insistente" (Pról.4). Oración constante. Seamos realistas: el proyecto de vida monástica sobrepasa las posibilidades del hombre. El principiante lo experimenta a cada momento. No hay que apurarse, san Benito sale al paso: "Como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedir al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia" (Pról.41). Así, con el escudo de la oración, el novicio está a salvo porque "Tendré mis ojos fijos en vosotros, mis oídos atentos a vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré: Aquí estoy" (Pról.18).
La oración tiene su fundamento en el corazón, es interior, como la oración Trinitaria. San Benito lo experimentó bien en la cueva de Subiaco. Recordemos que san Gregorio en la Vida de san Benito, nos dice que "habitó consigo", a continuación nos lo explica: "Decía yo que este santo varón habitó consigo porque, teniendo constantemente fija la mirada en la guarda de sí mismo, mirándose de continuo ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no alejó fuera de sí el ojo de su espíritu" (c.3). San Benito ya dice al monje que ore in intentione cordis (c.52,4). Es una expresión que seguramente la leyó en Casiano. Y alguien la ha parafraseado bien diciendo que se puede traducir "con el ojo del corazón bien abierto hacia lo interior". Y tener abierto el corazón es encontrar otra mirada: la de Dios que observa sin cesar al hombre. El monje es el vigía de Dios. Se sabe en la presencia de su Señor día y noche. La tendencia del monje, bajo la mirada de Dios, es obrar como agrada a Dios... y el premio es la oración continua, el alma respira a Dios...

Cuando era joven escuché la siguiente frase que se me dio como un apotegma de los Padres del desierto: "Un monje reza todo el día o no reza nunca". Se comprende perfectamente si buscamos hacer siempre lo que le place al Padre, como Jesús. La vida de Jesucristo en la tierra fue una oración ininterrumpida, aunque en la intimidad, cuando pasaba noches enteras en oración, solo ante la faz del Padre, la oración que brotaba desde su corazón era la plenitud total de la oración, porque iba del corazón de Dios-Hombre al corazón de la Trinidad. Esta oración en nuestros momentos más íntimos y sublimes se le asemeja, aunque ¡muy poquito! Él era Dios con nosotros...
Recordemos a san Antonio cómo se afligía cuando había pasado la noche en oración y veía que los rayos del sol inundaban su recinto. Tenía que dejar la oración tan íntima. Desde siempre los monjes han sentido la necesidad de pasar tiempo orando, en un coloquio íntimo con Dios, bien sea líbremente, cada uno en particular durante los intervalos, o juntos en comunidad.
En la Santa Regla, vemos cómo san Benito tiene un capítulo sobre la oración (c.20), y otro que trata del oratorio' c.52). En él se dice que, después del Oficio, el monje que quiera prolongar su oración, puede hacerlo, pero de forma que no moleste a los demás con algún ruido o de otro modo. Quien quiera, puede entrar y rezar. Nuestro Padre aconseja vacar frecuentemente a Dios en la oración - oration frecuenter incumbere -, (c.4,57 Inst.).
Los cistercienses se dan a la oración. Nuestros Padres, animaban a sus monjes a orar y les hacían partícipes de su experiencia personal exponiéndoles lo que es oración.

LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O

miércoles, 11 de septiembre de 2013

LA OBEDIENCIA EN LA REGLA DE SAN BENITO

Si sobre la castidad la Regla es exageradamente sobria, sobre la obediencia es mas bien todo lo contrario. La importancia capital que le concede se deduce del hecho mismo de dedicarle especificamente tres capítulos (5, 68, 71), y de la gran frecuencia con que la menciona desde el principio del prólogo hasta el epílogo. Lo cual no es de admirar, ya que desde la primera pagina asegura que es el camino para retornar a Dios. Es así que la obediencia constituye el eje de todo itinerario monástico.
El concepto de obediencia siempre hizo referencia al oír a otro y hacer su voluntad. En este sentido ya era central en el Antiguo Testamento, donde Dios llama a escuchar su voz y a cumplir sus mandatos. La esencia del pecado es la desobediencia. 
En Nuevo Testamento subraya este valor. La vida de Jesús es la de la obediencia total al Padre, siguiendo el camino que este señala. El verdadero discípulo de Jesús cumple la voluntad de Dios. Es por eso que para San Pablo la obediencia es el fundamento de la salvación (Rom 5,19). La idea de obediencia encontró un eco extraordinario sobre todo entre los monjes a partir de las primeras generaciones. Los padres del desierto no se cansarán de insistir en este llamado a la obediencia a Dios, a la Escritura, al anciano espiritual, a la regla, a los hermanos. 
El primer capítulo que la Regla consagra a la obediencia (5) empieza sin preámbulos diciendo que «el primer grado de humildad es una obediencia sin demora». La frase se transformó en una cruz para los intérpretes. Hoy la gran mayoría está de acuerdo en que San Benito proclama su valor soberano y declara que es la cumbre y expresión mas perfecta de la humildad. No es cualquier tipo de obediencia, sino una obediencia pronta y amorosa, digna de Dios. San Benito sigue así la tradición de la espiritualidad cenobítica, que considera a la obediencia como un elemento primordial, imprescindible para la existencia misma de la comunidad, al ser el elemento fundante del monacato. 
 
 
El amor de Cristo es el principal motivo de obedecer y el mas perfecto. Pero la Regla enumera también otras razones menos elevadas. El servicio santo que se ha profesado, el temor al infierno, el deseo del cielo, la fe, el temor de Dios, y el anhelo de avanzar hacia la vida eterna. 
Para la Regla, la obediencia es renunciar al libre ejercicio de la propia voluntad, refrenando los propios deseos y los de la carne. En su aspecto positivo es dejarse llevar por el juicio y la voluntad de otro imitando al Señor que no vino a cumplir su voluntad sino la de Aquel que lo envió. Para que esta obediencia sea perfecta ante Dios, la Regla enumera ciertas caracteristicas. Se debe hacer sin miedo, sin tardanza, sin frialdad, sin murmuración y sin protesta. Obedecer exteriormente no basta si no va acompañado de buena voluntad, porque al superior se lo puede engañar pero a Dios no. Para la Regla el peor defecto contra la obediencia es la murmuración. 
San Benito vuelve a ocuparse de esta virtud al final de la Regla, en el capítulo 68, que para algunos comentadores (Delatte, de Vogüe) es uno de los mas bellos de toda la Regla. El capítulo se titula «Si le mandan a un hermano cosas imposibles». Si el capítulo 5 exponía una doctrina austera, exigente y teórica, este deja una enseñanza sobrenatural, en el fondo, más exigente y al mismo tiempo llena de humanidad y de comprensión. El monje ante una orden imposible o dificil de cumplir es autorizado por la Regla a exponer al superior sus razones, pero lo debe hacer sin soberbia, sin resistencia, con sumisión. Pero si aún así el superior no cambia de parecer, el monje «debe convencerse que así le conviene y obedecer con caridad, confiando en el auxilio de Dios». 
 
El último capítulo en el que San Benito se ocupa de este tema es el 71, en el que dedica algunas palabras a la obediencia mutua. Si durante buena parte de la Regla los monjes aparecían como meros discípulos bajo las órdenes del abad, aquí el autor hablará de la obediencia que se deben tener unos a otros. Y es que para el santo, la obediencia no solo es un bien en si mismo sino que implica la manifestación de la caridad, el ejercicio del amor fraterno, un nuevo vínculo que une a los hermanos entre si. El monje, por este camino, renuncia a su propia voluntad, a su propio interés, para hacerse servidor de sus hermanos en quién ve a Cristo. Tan firme es en este parecer el autor, que si un hermano se resistiera a esta obediencia horizontal, de hermano a hermano, debería sufrir una sanción y llegado el caso ser expulsado. El motivo de tanta rigidez es preservar la comunión fraterna, que tiene para el santo, un valor absoluto.
 
 

sábado, 7 de septiembre de 2013

EL AYUNO DE LOS DIOSES HUMANOS



Estamos ayunando de nuestras propias ideas, de nuestro propio espíritu.....
La razón de esta subjetividad radica en el poco equipaje, que ya desnudamos ante nuestra propia existencia.
Cualquier  argumento no es válido, para poder desnudar el hombre de todo lo que ha poseído a lo largo de la vida, del tiempo de la historia.
Se puede recuperar aquello que nosotros mismos nos hemos ocupado de destruir, de maldecir, de esconder, simplemente descatalogándonos del borreguísimo servil y cruel al que nos hemos enfrentado, a lo que  nos hemos convertido.

¿Llegará el día de volver del camino fronterizo?
Del ayuno al que los dioses humanos nos han impuesto, el ayuno del fanatismo espiritual e ideológico, que está  enmarcado nuestra propia  manera de vivir.

Y como hemos ayunado, hambrientos subjetivizamos  todo, porque esclavos, famélicos y desnutridos suplicamos entre manos equivocadas. Y una vez hemos cruzado nuestros desiertos, volamos con un ave fénix, con tan solo el equipaje del viento que nos puede guiar, hacia cualquier parte, a un existir en comunión con la totalidad.

El mañana será más útil que todos los inviernos que traten de meternos en una  burbuja indolente, que acabe con el alma, el más preciado de los dones humanos….
Despierta mi mente para recorrer un camino hacia la propia reflexión, hacia la propia madurez de las ideas y podré convencer de que, aun hay mente para ir más allá de la propia frontera interior.

La frontera no la provoca Dios, la ley, la razón, la ideología,
La frontera es consecuencia de la propia línea divisoria que acapara todos los límites, todas las oportunidades de darle libertad al hombre,
La libertad de uno mismo de "ser" por encima del "debe ser" o del "deber hacer".

Sor + Isabel María Pérez Moreno
Dama del Temple