La oración (1) LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O
Nuestros Padres eran hombres de oración, consagraban tiempos a orar a
solas ante el Señor en la adoración, acción de gracias, súplicas y sobre
todo permanecían a sus pies, para meditar, mirar al Señor, amarle,
pedirle perdón.
Leyendo la Santa Regla, sorprende ver el número de
veces en que san Benito dice al monje que ore. Ya desde el Prólogo, al
emprender el buen camino, hay que pedirle al Señor "con oración muy
insistente" (Pról.4). Oración constante. Seamos realistas: el proyecto
de vida monástica sobrepasa las posibilidades del hombre. El
principiante lo experimenta a cada momento. No hay que apurarse, san
Benito sale al paso: "Como esto no es posible para nuestra naturaleza
sola, hemos de pedir al Señor que se digne concedernos la asistencia de
su gracia" (Pról.41). Así, con el escudo de la oración, el novicio está a
salvo porque "Tendré mis ojos fijos en vosotros, mis oídos atentos a
vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré: Aquí estoy"
(Pról.18).
La oración tiene su fundamento en el corazón, es
interior, como la oración Trinitaria. San Benito lo experimentó bien en
la cueva de Subiaco. Recordemos que san Gregorio en la Vida de san
Benito, nos dice que "habitó consigo", a continuación nos lo explica:
"Decía yo que este santo varón habitó consigo porque, teniendo
constantemente fija la mirada en la guarda de sí mismo, mirándose de
continuo ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no alejó
fuera de sí el ojo de su espíritu" (c.3). San Benito ya dice al monje
que ore in intentione cordis (c.52,4). Es una expresión que seguramente
la leyó en Casiano. Y alguien la ha parafraseado bien diciendo que se
puede traducir "con el ojo del corazón bien abierto hacia lo interior". Y
tener abierto el corazón es encontrar otra mirada: la de Dios que
observa sin cesar al hombre. El monje es el vigía de Dios. Se sabe en la
presencia de su Señor día y noche. La tendencia del monje, bajo la
mirada de Dios, es obrar como agrada a Dios... y el premio es la oración
continua, el alma respira a Dios...

Cuando era joven escuché la
siguiente frase que se me dio como un apotegma de los Padres del
desierto: "Un monje reza todo el día o no reza nunca". Se comprende
perfectamente si buscamos hacer siempre lo que le place al Padre, como
Jesús. La vida de Jesucristo en la tierra fue una oración
ininterrumpida, aunque en la intimidad, cuando pasaba noches enteras en
oración, solo ante la faz del Padre, la oración que brotaba desde su
corazón era la plenitud total de la oración, porque iba del corazón de
Dios-Hombre al corazón de la Trinidad. Esta oración en nuestros momentos
más íntimos y sublimes se le asemeja, aunque ¡muy poquito! Él era Dios
con nosotros...
Recordemos a san Antonio cómo se afligía cuando
había pasado la noche en oración y veía que los rayos del sol inundaban
su recinto. Tenía que dejar la oración tan íntima. Desde siempre los
monjes han sentido la necesidad de pasar tiempo orando, en un coloquio
íntimo con Dios, bien sea líbremente, cada uno en particular durante los
intervalos, o juntos en comunidad.
En la Santa Regla, vemos cómo
san Benito tiene un capítulo sobre la oración (c.20), y otro que trata
del oratorio' c.52). En él se dice que, después del Oficio, el monje que
quiera prolongar su oración, puede hacerlo, pero de forma que no
moleste a los demás con algún ruido o de otro modo. Quien quiera, puede
entrar y rezar. Nuestro Padre aconseja vacar frecuentemente a Dios en la
oración - oration frecuenter incumbere -, (c.4,57 Inst.).
Los
cistercienses se dan a la oración. Nuestros Padres, animaban a sus
monjes a orar y les hacían partícipes de su experiencia personal
exponiéndoles lo que es oración.
LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O
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