miércoles, 18 de septiembre de 2013

La oración (1) LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O



Nuestros Padres eran hombres de oración, consagraban tiempos a orar a solas ante el Señor en la adoración, acción de gracias, súplicas y sobre todo permanecían a sus pies, para meditar, mirar al Señor, amarle, pedirle perdón.
Leyendo la Santa Regla, sorprende ver el número de veces en que san Benito dice al monje que ore. Ya desde el Prólogo, al emprender el buen camino, hay que pedirle al Señor "con oración muy insistente" (Pról.4). Oración constante. Seamos realistas: el proyecto de vida monástica sobrepasa las posibilidades del hombre. El principiante lo experimenta a cada momento. No hay que apurarse, san Benito sale al paso: "Como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedir al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia" (Pról.41). Así, con el escudo de la oración, el novicio está a salvo porque "Tendré mis ojos fijos en vosotros, mis oídos atentos a vuestras súplicas y antes de que me interroguéis os diré: Aquí estoy" (Pról.18).
La oración tiene su fundamento en el corazón, es interior, como la oración Trinitaria. San Benito lo experimentó bien en la cueva de Subiaco. Recordemos que san Gregorio en la Vida de san Benito, nos dice que "habitó consigo", a continuación nos lo explica: "Decía yo que este santo varón habitó consigo porque, teniendo constantemente fija la mirada en la guarda de sí mismo, mirándose de continuo ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no alejó fuera de sí el ojo de su espíritu" (c.3). San Benito ya dice al monje que ore in intentione cordis (c.52,4). Es una expresión que seguramente la leyó en Casiano. Y alguien la ha parafraseado bien diciendo que se puede traducir "con el ojo del corazón bien abierto hacia lo interior". Y tener abierto el corazón es encontrar otra mirada: la de Dios que observa sin cesar al hombre. El monje es el vigía de Dios. Se sabe en la presencia de su Señor día y noche. La tendencia del monje, bajo la mirada de Dios, es obrar como agrada a Dios... y el premio es la oración continua, el alma respira a Dios...

Cuando era joven escuché la siguiente frase que se me dio como un apotegma de los Padres del desierto: "Un monje reza todo el día o no reza nunca". Se comprende perfectamente si buscamos hacer siempre lo que le place al Padre, como Jesús. La vida de Jesucristo en la tierra fue una oración ininterrumpida, aunque en la intimidad, cuando pasaba noches enteras en oración, solo ante la faz del Padre, la oración que brotaba desde su corazón era la plenitud total de la oración, porque iba del corazón de Dios-Hombre al corazón de la Trinidad. Esta oración en nuestros momentos más íntimos y sublimes se le asemeja, aunque ¡muy poquito! Él era Dios con nosotros...
Recordemos a san Antonio cómo se afligía cuando había pasado la noche en oración y veía que los rayos del sol inundaban su recinto. Tenía que dejar la oración tan íntima. Desde siempre los monjes han sentido la necesidad de pasar tiempo orando, en un coloquio íntimo con Dios, bien sea líbremente, cada uno en particular durante los intervalos, o juntos en comunidad.
En la Santa Regla, vemos cómo san Benito tiene un capítulo sobre la oración (c.20), y otro que trata del oratorio' c.52). En él se dice que, después del Oficio, el monje que quiera prolongar su oración, puede hacerlo, pero de forma que no moleste a los demás con algún ruido o de otro modo. Quien quiera, puede entrar y rezar. Nuestro Padre aconseja vacar frecuentemente a Dios en la oración - oration frecuenter incumbere -, (c.4,57 Inst.).
Los cistercienses se dan a la oración. Nuestros Padres, animaban a sus monjes a orar y les hacían partícipes de su experiencia personal exponiéndoles lo que es oración.

LA JORNADA MONÁSTICA SEGÚN NUESTROS PADRES. P. ROBERT THOMAS, O.C.S.O

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