sábado, 2 de noviembre de 2013

EL ANIMA CHRISTI

Alma de Cristo santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh, buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén

Pocas oraciones hay tan bonitas como el Anima Christi o Alma de Cristo. San Ignacio de Loyola la incluyó en los Ejercicios Espirituales y por eso muchos piensan que es el autor de la misma, aunque en realidad su origen es medieval. El papa Juan XXII concedió numerosas indulgencias a todo aquel que la rezara, lo cual ha hecho también que algunos le consideren el autor. Lo cierto es que no importa quién la inventase, porque nos ha sido entregada por la Tradición de la Iglesia, como un precioso tesoro.
El Anima Christi nos ayuda a detenernos en la contemplación del más hermoso de los hombres y así re-centrar nuestra existencia. Todo lo que va mal en nuestra vida proviene de haber colocado en su centro a mil y un ídolos, que nos esclavizan, porque estamos hechos para que nuestro centro sea Jesucristo y no podemos ser felices si no lo es. El combate diario del cristiano consiste, simplemente, en luchar por arrancar del corazón los mil y un ídolos a los que nos apegamos y volver a colocarlo en Dios.
El Anima Christi, en cambio, no se limita a aceptar intelectualmente la naturaleza verdaderamente humana y verdaderamente divina de Cristo, como tantas veces hacemos nosotros, sino que se detiene a contemplarla, se recrea en ella, disfruta de ella y la convierte en alimento para la vida espiritual. La humanidad de Cristo, con su cuerpo, su sangre y su alma, es nuestra Salvación. Su Pasión nos conforta, porque si con Él sufrimos, reinaremos con Él. Innumerables místicos nos recuerdan que nuestro refugio está en las llagas de Cristo, sus heridas nos han curado.

Es una oración muy apropiada para después de comulgar o para rezarla ante el Santísimo, ya que tiene una fuerte dimensión eucarística. El Cuerpo y la Sangre de Cristo nos salvaron y nos siguen salvando, recibidos auténticamente de forma sacramental. Como decía San Juan Crisóstomo, igual que sucedió en la salida de Egipto, el ángel exterminador ve la Sangre del Cordero en la boca de los cristianos y pasa de largo sin tocarlos.

El final de la oración es especialmente conmovedor. Quien la reza se muestra como un niño ante Cristo, consciente de que sin Él no puede nada. Nuestra esperanza como cristianos es que Él, en la hora de nuestra muerte, nos llame y nos mande acercarnos, para que podamos alabarlo y bendecirlo por siempre. 

Cristo contemplado por el alma cristiana tras la Flagelación es una pintura al óleo de Diego Velázquez sobre lienzo de 165,1 x 206,4 cm 

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