lunes, 5 de noviembre de 2012

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que no busque cada uno sus propios intereses, sino
los de los demás» (Flp 2,4).

Uno de los encuentros más interesantes de la madre Teresa de
Calcuta fue el que mantuvo con el emperador etíope Hailé Selassié
pocos meses antes del golpe de Estado que acabaría por
deponerle. La pequeña hermana estaba avisada de que no debía
hacerse demasiadas ilusiones, dado que ya eran muchas las
organizaciones religiosas y sociales que habían intentado inútilmente
trabajar en Etiopía, y no tardó mucho en comprender que
la decisión correspondía al emperador y sólo a él. La audiencia
estuvo precedida por una conversación con el chambelán de palacio,
que se desarrolló en estos términos: «¿Qué es lo que espera
de nuestro gobierno?» «Nada -respondió la madre Teresa-;
he venido sólo a ofrecer a mis hermanas para que trabajen entre
los pobres y los que sufren.» «¿Qué harán las hermanas?»
«Nos entregaremos con todo lo que somos a servir a los más pobres
entre los pobres.» «¿De qué títulos disponen?» «Intentamos
entregar amor y compasión a aquellos que no son amados ni
deseados.» «Veo que su enfoque es completamente distinto. Usted
predica a la gente, ¿intenta acaso convertirla?» «Nuestros
actos de amor hablan al pobre que sufre del amor que Dios siente
por él».
Cuando, finalmente, la madre Teresa fue conducida a la presencia
del emperador, le esperaba una sorpresa. Selassié pronunció
unas pocas palabras: «He oído hablar de su trabajo. Me
hace muy feliz que esté aquí. Sí, que sus hermanas vengan también
a Etiopía»

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