¿Qué es la oración?
A este punto, podría surgir una pregunta: ¿Qué
es la oración?, ¿cómo se hace para orar?
Es posible que el propio Pedro, maravillado de
que Jesús hubiese permanecido tanto tiempo en el
monte, se hubiera atrevido a preguntarle: «¿Por qué
pasas tanto tiempo en oración? Yo no hago más que
aburrirme; y termino tan cansado, que me da la
impresión de que pierdo el tiempo. Dime, ¿qué significa
orar?»
Por otra parte, la actitud inicial para obtener una
respuesta consiste en admitir humildemente qué no
sabemos orar. Somos capaces, eso sí, de recitar multitud
de fórmulas y, con la gracia de Dios, incluso
llegamos a vivir algunos momentos de recogimiento
o a manifestar una actitud orante tanto interior como
exterior. Pero con frecuencia nos quedamos ahí; mejor
dicho, a pesar de nuestros intentos, en seguida
nos asaltan las distracciones, el cansancio o una especie
de nerviosismo, con una sensación de disgusto
respecto a una realidad que no percibimos como
A este punto, podría surgir una pregunta: ¿Qué
es la oración?, ¿cómo se hace para orar?
Es posible que el propio Pedro, maravillado de
que Jesús hubiese permanecido tanto tiempo en el
monte, se hubiera atrevido a preguntarle: «¿Por qué
pasas tanto tiempo en oración? Yo no hago más que
aburrirme; y termino tan cansado, que me da la
impresión de que pierdo el tiempo. Dime, ¿qué significa
orar?»
Por otra parte, la actitud inicial para obtener una
respuesta consiste en admitir humildemente qué no
sabemos orar. Somos capaces, eso sí, de recitar multitud
de fórmulas y, con la gracia de Dios, incluso
llegamos a vivir algunos momentos de recogimiento
o a manifestar una actitud orante tanto interior como
exterior. Pero con frecuencia nos quedamos ahí; mejor
dicho, a pesar de nuestros intentos, en seguida
nos asaltan las distracciones, el cansancio o una especie
de nerviosismo, con una sensación de disgusto
respecto a una realidad que no percibimos como
nuestra. Por un lado, sabemos que la oración es
importante, no sólo porque el propio Jesús vivió esa
situación, sino también porque encierra una promesa
de paz y de purificación interior. Pero por otro lado,
nos damos cuenta de que no tenemos la clave para
sacarle todo el provecho.
La oración es ciertamente un don de Dios, un
abrir espacios al Espíritu Santo que ora en nosotros,
pero hay que dar un primer paso, que consiste indudablemente
en reconocer que por nosotros mismos
no podemos atravesar ese umbral.
No es pura casualidad que Pablo haya, por decirlo
así, canonizado la actitud de no saber orar, cuando
afirma:
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza,
pues nosotros no sabemos orar como es
debido, y es el mismo Espíritu el que intercede
por nosotros con gemidos inefables. Por su parte,
importante, no sólo porque el propio Jesús vivió esa
situación, sino también porque encierra una promesa
de paz y de purificación interior. Pero por otro lado,
nos damos cuenta de que no tenemos la clave para
sacarle todo el provecho.
La oración es ciertamente un don de Dios, un
abrir espacios al Espíritu Santo que ora en nosotros,
pero hay que dar un primer paso, que consiste indudablemente
en reconocer que por nosotros mismos
no podemos atravesar ese umbral.
No es pura casualidad que Pablo haya, por decirlo
así, canonizado la actitud de no saber orar, cuando
afirma:
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza,
pues nosotros no sabemos orar como es
debido, y es el mismo Espíritu el que intercede
por nosotros con gemidos inefables. Por su parte,
Dios, que examina los corazones, conoce el
sentir de ese Espíritu, que intercede por los
creyentes según su voluntad» (Rom 8,26-27)-
Cuando presumimos de haber adquirido la capacidad
de orar, nos ponemos fuera del ámbito del
verdadero Espíritu, que es el que ora; en realidad,
manifestamos que no hemos llegado a comprender
que la oración es don de lo alto y que consiste en
permitir al Espíritu que interceda por nosotros con
sus gemidos inefables.
sentir de ese Espíritu, que intercede por los
creyentes según su voluntad» (Rom 8,26-27)-
Cuando presumimos de haber adquirido la capacidad
de orar, nos ponemos fuera del ámbito del
verdadero Espíritu, que es el que ora; en realidad,
manifestamos que no hemos llegado a comprender
que la oración es don de lo alto y que consiste en
permitir al Espíritu que interceda por nosotros con
sus gemidos inefables.
No tenemos, pues, que tener miedo a confesar
nuestra insuficiencia. Al revés, siempre deberíamos
empezar diciendo: «Señor, bien sabes que no sé orar;
tú solo puedes ayudarme». Este es el grito apasionado
con el que empezamos el rezo litúrgico; ésa es la
súplica del creyente, llamado a preparar su cuerpo,
su espíritu y su fantasía para recibir todo el flujo de
esa plegaria que brota del corazón mismo de Jesús. Si
nos preparamos realmente, la gracia del bautismo,
que nos comunicó la conciencia de una vida de hijos
en Cristo, libera el Espíritu que llevamos dentro y lo
deja brotar como el manantial inagotable de nuestra
vida de oración.
Toda la tradición bíblica y patrística está de acuerdo
en reconocer la importancia de preparar nuestra
inteligencia para la oración. Más aún, la riqueza de
ese proceso intelectual queda perfectamente sintetizada
en estas tres categorías: lectio, meditatio, oratio.
nuestra insuficiencia. Al revés, siempre deberíamos
empezar diciendo: «Señor, bien sabes que no sé orar;
tú solo puedes ayudarme». Este es el grito apasionado
con el que empezamos el rezo litúrgico; ésa es la
súplica del creyente, llamado a preparar su cuerpo,
su espíritu y su fantasía para recibir todo el flujo de
esa plegaria que brota del corazón mismo de Jesús. Si
nos preparamos realmente, la gracia del bautismo,
que nos comunicó la conciencia de una vida de hijos
en Cristo, libera el Espíritu que llevamos dentro y lo
deja brotar como el manantial inagotable de nuestra
vida de oración.
Toda la tradición bíblica y patrística está de acuerdo
en reconocer la importancia de preparar nuestra
inteligencia para la oración. Más aún, la riqueza de
ese proceso intelectual queda perfectamente sintetizada
en estas tres categorías: lectio, meditatio, oratio.
¿Cómo entrar en oración?
L a primera categoría, o ejercicio, de la oración
cristiana recibe el nombre de lectio divina, porque
parte de una lectura de la Biblia. En efecto, no
hay oración verdaderamente cristiana sin una referencia
directa a la palabra de Dios escrita, palabra
que nos hace entrar en comunión real con Jesús,
como se afirma expresamente en el concilio Vatica-
no II: «[Cristo resucitado] está presente en su palabra,
pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es él quien habla» (cf. Sacrosanctum Concilium,7).
Y esta lectio divina nos introduce poco a poco en
la misma oración de Cristo, nos hace orar en el
Espíritu y nos hace sentir el amoroso abrazo de Dios.
Voy a explicar someramente los tres estadios:
1. La lectio comprende la lectura y relectura de
un texto bíblico, poniendo de relieve sus elementos
más significativos. Pero no se trata de un simple
ejercicio intelectual, puesto que la «lectura» se orienta
necesariamente al segundo estadio.
2. Ese nuevo estadio, o segunda categoría, es la
meditatio, cuya finalidad consiste en comprender los
valores del texto, tanto de carácter meramente humano
como de orden religioso o espiritual. Los elementos
recabados en la lectio son objeto de una reflexión
atenta y sistemática. Poco a poco vamos sintiendo
una llamada a confrontar nuestra propia vida
con la palabra de Dios, de modo que el puro discurso
intelectual se ve considerablemente simplificado.
3. Y así se llega a la contemplado, etapa de contacto
inmediato con el Misterio. Aquí, la reflexión
discursiva cede el puesto a la adoración, a la entrega
total de sí, a la súplica de perdón. Aquí llegamos a
intuir que sólo en Cristo podemos alcanzar la plena
realización personal. La paz se instala en el inteior
19
del orante, y el camino existencial del hombre adquiere
toda su densidad y significado.
Puede ser que, con una gracia especial de Dios, se
llegue fácilmente a la contemplación; pero, de ordinario,
es difícil alcanzarla, si no se ha producido
antes un largo proceso de preparación por medio de
la lectio y la meditatio.
De hecho, la oración requiere un continuo esfuerzo
de purificación, de regeneración interna, para
abrirnos al don de Dios. Sólo así podrá la oración
constituir nuestra vida en Cristo, mientras caminamos
en un clima de contemplación, según las tres
modalidades que se desprenden de algunos textos de
san Pablo: consolatio, discretio, deliberatio.
— La consolatio es una experiencia de profunda
alegría, precisamente cuando el espíritu vibra de satisfacción
y de contento aun en medio de las mayores
dificultades. Pablo lo expresa así: «Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso
y Dios de todo consuelo. El es el que nos
conforta en todas nuestras tribulaciones, para que,
gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos
nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados
» (2 Cor 1,3-4).
— La discretio es la capacidad de discernir lo que
viene de Dios y lo que viene del maligno. En palabras
de Pablo:
2«No os acomodéis a los criterios de este
mundo; al contrario, transformaos, renovad
vuestro interior, para que podáis descubrir cuál
es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que
le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).
— La deliberatio es la disponibilidad para elegir
según principios evangélicos. Es la norma personal
de Pablo:
«Pienso que nada vale la pena si se compara
con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él he sacrificado todas las cosas, y
todo lo tengo por basura con tal de ganar a
Cristo» (Flp 3,8).
Así fue, sin duda, la oración de Jesús, cuando se
quedó solo en el monte.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a entrar en el
corazón orante de Jesús:
«María, madre de la contemplación, tú que
conservabas en tu corazón las palabras, los
hechos, los gestos de Jesús, tú que los meditabas
con sabiduría y los aplicabas a tu propia
existencia con humildad y decisión, ilumínanos
estos días para leer, meditar y contempla! la
Palabra, de modo que renueva nuestro interior
y nos penetre profundamente.
Haz que podamos descubrir todo el poder
transformante
L a primera categoría, o ejercicio, de la oración
cristiana recibe el nombre de lectio divina, porque
parte de una lectura de la Biblia. En efecto, no
hay oración verdaderamente cristiana sin una referencia
directa a la palabra de Dios escrita, palabra
que nos hace entrar en comunión real con Jesús,
como se afirma expresamente en el concilio Vatica-
no II: «[Cristo resucitado] está presente en su palabra,
pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es él quien habla» (cf. Sacrosanctum Concilium,7).
Y esta lectio divina nos introduce poco a poco en
la misma oración de Cristo, nos hace orar en el
Espíritu y nos hace sentir el amoroso abrazo de Dios.
Voy a explicar someramente los tres estadios:
1. La lectio comprende la lectura y relectura de
un texto bíblico, poniendo de relieve sus elementos
más significativos. Pero no se trata de un simple
ejercicio intelectual, puesto que la «lectura» se orienta
necesariamente al segundo estadio.
2. Ese nuevo estadio, o segunda categoría, es la
meditatio, cuya finalidad consiste en comprender los
valores del texto, tanto de carácter meramente humano
como de orden religioso o espiritual. Los elementos
recabados en la lectio son objeto de una reflexión
atenta y sistemática. Poco a poco vamos sintiendo
una llamada a confrontar nuestra propia vida
con la palabra de Dios, de modo que el puro discurso
intelectual se ve considerablemente simplificado.
3. Y así se llega a la contemplado, etapa de contacto
inmediato con el Misterio. Aquí, la reflexión
discursiva cede el puesto a la adoración, a la entrega
total de sí, a la súplica de perdón. Aquí llegamos a
intuir que sólo en Cristo podemos alcanzar la plena
realización personal. La paz se instala en el inteior
19
del orante, y el camino existencial del hombre adquiere
toda su densidad y significado.
Puede ser que, con una gracia especial de Dios, se
llegue fácilmente a la contemplación; pero, de ordinario,
es difícil alcanzarla, si no se ha producido
antes un largo proceso de preparación por medio de
la lectio y la meditatio.
De hecho, la oración requiere un continuo esfuerzo
de purificación, de regeneración interna, para
abrirnos al don de Dios. Sólo así podrá la oración
constituir nuestra vida en Cristo, mientras caminamos
en un clima de contemplación, según las tres
modalidades que se desprenden de algunos textos de
san Pablo: consolatio, discretio, deliberatio.
— La consolatio es una experiencia de profunda
alegría, precisamente cuando el espíritu vibra de satisfacción
y de contento aun en medio de las mayores
dificultades. Pablo lo expresa así: «Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso
y Dios de todo consuelo. El es el que nos
conforta en todas nuestras tribulaciones, para que,
gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos
nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados
» (2 Cor 1,3-4).
— La discretio es la capacidad de discernir lo que
viene de Dios y lo que viene del maligno. En palabras
de Pablo:
2«No os acomodéis a los criterios de este
mundo; al contrario, transformaos, renovad
vuestro interior, para que podáis descubrir cuál
es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que
le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).
— La deliberatio es la disponibilidad para elegir
según principios evangélicos. Es la norma personal
de Pablo:
«Pienso que nada vale la pena si se compara
con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él he sacrificado todas las cosas, y
todo lo tengo por basura con tal de ganar a
Cristo» (Flp 3,8).
Así fue, sin duda, la oración de Jesús, cuando se
quedó solo en el monte.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a entrar en el
corazón orante de Jesús:
«María, madre de la contemplación, tú que
conservabas en tu corazón las palabras, los
hechos, los gestos de Jesús, tú que los meditabas
con sabiduría y los aplicabas a tu propia
existencia con humildad y decisión, ilumínanos
estos días para leer, meditar y contempla! la
Palabra, de modo que renueva nuestro interior
y nos penetre profundamente.
Haz que podamos descubrir todo el poder
transformante
de la Escritura, en la que Jesús,
resucitado y vivo para siempre por la fuerza del
Espíritu, se comunica a cada uno de nosotros,
abriendo las puertas más secretas de nuestro
corazón, penetrando en los entresijos más recónditos
de nuestra conciencia y llenándonos
de libertad, de serenidad, y de una paz inalterable.
Crea en nosotros una disposición del cuerpo,
del espíritu y de la mente para recibir la
abundancia de dones y promesas que Dios quiere
derramar sobre nosotros, para recibir su
amor inagotable por medio de su Hijo jesús,
que vive y reina por los siglos de hs siglos, AMEN
resucitado y vivo para siempre por la fuerza del
Espíritu, se comunica a cada uno de nosotros,
abriendo las puertas más secretas de nuestro
corazón, penetrando en los entresijos más recónditos
de nuestra conciencia y llenándonos
de libertad, de serenidad, y de una paz inalterable.
Crea en nosotros una disposición del cuerpo,
del espíritu y de la mente para recibir la
abundancia de dones y promesas que Dios quiere
derramar sobre nosotros, para recibir su
amor inagotable por medio de su Hijo jesús,
que vive y reina por los siglos de hs siglos, AMEN
podeis descargaros la obra pinchando aqui:
LAS CONFESIONES DE PEDRO
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