jueves, 25 de octubre de 2012

SOBRE LA SOBERBIA



«Lo que es válido para el amor que sin él carecen de valor todas las otras virtudes y buenas obras, puede afirmarse también, en otro sentido, de la humildad. Pues tal como el amor es la vida de todas las virtudes, el núcleo substancial de toda santidad, así la humildad es la condición previa, el supuesto fundamental de la autenticidad, belleza y verdad de todas las virtudes. Ella es "mater et caput", "madre y cabeza" de toda virtud específica de seres creados; pues la soberbia como tal no es solamente el pecado primario en  nosotros, sino que envenena desde dentro todo lo que es bueno en sí, desposee a toda virtud de su valor ante Dios. 
     Dentro de nosotros tenemos que luchar con dos grandes enemigos: la soberbia y la codicia. Muy a menudo encontramos estos dos enemigos en cierto modo enlazados. Raramente llegamos a conocer hombres en los que la soberbia haya ido formándose sola. Estos dos enemigos nos hacen ciegos ante los valores. Pero debemos tener claro que la maldad original en nosotros no es la codicia, sino la soberbia. El gesto originario de Satanás es la soberbia absoluta que se alza contra Dios, la suma de todo valor, en el intento imponente de arrancarLe el señorío. Para muchos hombres, incluso para la mayoría de ellos, la codicia se halla, ciertamente en primer plano, pero no es el mal primigenio. Aun el terrible pecado de la impureza es juzgado en el Evangelio con mucha menos severidad que la soberbia. La impureza fue fustigada por Jesucristo en otra medida muy distinta que la soberbia y el orgullo. El enemigo que más cala es la soberbia. También el pecado de Adán no fue más que un acto de desobediencia dimanante de la soberbia. 
     El mero hecho de que la soberbia es la fuente originaria de toda maldad, dilucida la importancia fundamental de la humildad. Lo esencial en el proceso de dejar que se muera el hombre viejo en nosotros, es la superación de la soberbia, por liberarnos de nosotros mismos, lo cual es idéntico con la humildad. En la medida en que alguien es humilde, se hace libre para participar de Dios y se puede desarrollar en él la vida sobrenatural que ha recibido en el bautismo. "Dios se opone al soberbio, pero dispensa Su gracia al humilde". 
Por otro lado, toda virtud, todo acto bueno queda el envenenado y desposeído de su verdadero valor cuando nuestra soberbia se oculta tras él, cuando mediante él nos jactamos de alguna manera de nuestro propio valor». 
 Dietrich von Hildebrand,
Nuestra Transformación en Cristo.

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