en los pobres
De las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo,
sobre el evangelio de San Mateo
Lectura bíblica: Mt 25, 37 - 46
37Entonces los justos le responderán:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
38¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?
39¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"
40Y el Rey les dirá:
"En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
41Entonces dirá también a los de su izquierda:
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles.
42Porque tuve hambre, y no me disteis de comer;
tuve sed, y no me disteis de beber;
43era forastero, y no me acogisteis;
estaba desnudo, y no me vestisteis;
enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis."
44Entonces dirán también éstos:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
45Y él entonces les responderá:
"En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo."
46E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.
San Juan Crisóstomo
Comentario
San Juan Crisóstomo inculca aquí una de las enseñanzas fundamentales
del Nuevo Testamento: que el verdadero templo no es el de piedras,
sino el de carne y hueso y está formado por la persona de los cristianos
(1 Co 3, 16-17;1 Pe 2, 4-5). Más aún, que no existe templo más sagrado
sobre la tierra que la propia persona de los pobres, en quienes habita
Cristo (Mt 25, 40.45). La diaria profanación de tales templos de carne y
hueso pasa sin embargo desapercibida, mientras alzamos el grito al cielo
si se irrespeta alguna imagen en una iglesia de pueblo. Respetar los
símbolos de nuestra fe es necesario, pero más aún lo es respetar a quienes,
creados a imagen y semejanza de Dios, sufren una violación permanente
de sus derechos humanos más fundamentales. Hacer justicia
al pobre es honrar a Dios (Prov 14, 31).
¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues,
cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en
el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra
llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre y no me dieron
de comer, y más adelante: Siempre que dejaron de hacerlo a uno de estos
pequeñuelos, a mí en persona lo dejaron de hacer. El templo no necesita
vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan
que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.
Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor
con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a
alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que
a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando
no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el
honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al
Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los
pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero
sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.
No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los
templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por
encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque
si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más
las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al
templo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho
tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo
puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de
amor y de caridad.
¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el
mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento y
luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer
ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de
qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando
niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez?
¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del
alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar
una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de
ello? ¿No se indignará más bien contigo? O si, viéndolo vestido de andrajos
y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor
monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará
él que quieres reírte de su extrema necesidad con la más hiriente de
tus burlas?
Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas
errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el piso,
las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas
lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel.
Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos,
pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin
descuidar lo otro; es más: les exhorto a que sientan mayor
preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del
templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por dejar de hacer esto
segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la
compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo
primero. Por tanto, al adornar el templo, procuren no despreciar al
hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso
que aquel otro.
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