Ser discípulo de Cristo es seguir su
enseñanza, obedecer a su palabra y confiar en él. Es algo muy concreto.
Cuando mediante un pasaje o un versículo de la Biblia, en una
oportunidad particular, hemos percibido lo que Dios espera de nosotros,
nuestro deber es pasar a la acción. Si no lo hacemos, perderemos la luz
y la fuerza para actuar en las siguientes circunstancias. No hemos de
compararnos
con otros, y ante todo no
debemos juzgar al prójimo; sólo sería una excusa para no obrar. Es
necesario que seamos consecuentes con lo que comprendimos de la
enseñanza de Cristo.
Lo opuesto a un discípulo es como un desertor que abandona su puesto. Son muchas las maneras de desertar, de no responder a lo que el Señor espera de nosotros y de alejarnos de él. Lo que nos preservará de obrar así es entender y decir como Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Lo opuesto a un discípulo es como un desertor que abandona su puesto. Son muchas las maneras de desertar, de no responder a lo que el Señor espera de nosotros y de alejarnos de él. Lo que nos preservará de obrar así es entender y decir como Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
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