sábado, 20 de octubre de 2012
UN VIAJE HACIA LA INTERIORIDAD
¿Qué puedo decir yo de mí mismo? ¿Qué dicen
los demás de mí?
Es un ejercicio difícil, lo reconozco, pero extremadamente
útil, sobre todo para aceptar lo que los
otros dicen de mí y que tantas veces me cuesta
reconocer.
¿He bajado alguna vez a las profundidades de mi
propio «yo»? ¿He tenido miedo? ¿Me he dado cuenta
de que, detrás del miedo, es posible que encuentre
mi auténtica verdad, es decir, que soy objeto del
amor de Dios y de una atención particular por parte
de la Iglesia?
¿He llegado a percibir íntimamente no sólo al
«Dios que ama», sino al «Dios que me ama»1. Esta es
una de las percepciones más fundamentales, porque
la madurez del proceso de vocación no radica en un
conocimiento superficial de sí mismo, sino en la más
descarnada autoconciencia de la propia autenticidad.
Muchas crisis de fe suelen producirse por un simple
desconocimiento de nosotros mismos; por eso, tenemos
absoluta necesidad de que Dios nos conceda el
don de llegar a conocer íntimamente nuestra más
auténtica personalidad.
Pero este es un don que, incluso antes de buscarlo,
ya lo poseemos realmente, porque Dios ha salido
ya a nuestro encuentro, revelándonos con un amor
anticipado lo que verdaderamente somos. La primacía
siempre la tiene él; una primacía que consiste en
habernos amado primero. Ese es, por consiguiente, el
único modo por el que llegamos al conocimiento de
nosotros mismos.
Jesús es el que nos permite y nos ayuda a bajar a
las profundidades de nuestro ser más íntimo, para
iluminar nuestros rincones más lóbregos y nebulosos,
para desembrollar la maraña de nuestras perplejidades,
para calmar las aguas tempestuosas de nuestro
corazón.
Preparémonos, pues, por medio de la oración, para
este ejercicio de autoconocimiento....
Cardenal Martini...Las Confesiones de Pedro
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario