martes, 16 de diciembre de 2014

CRISTO ES LA LUZ

 
Cristo es la Luz ¿Qué significa la luz? La luz ilumina el mundo para que el hombre pueda ver y orientarse. Ilumina los caminos de la vida y pueden por eso ser recorridos. Es la claridad en la que el hombre puede orientarse. Pero toda luz terrestre es amenazada por las tinieblas y termina por ser ahogada en ellas. Por muy radiante que amanezca el so...l sobre la tierra y por mucho que bañe en su luz todas las cosas, siempre se pone y el mundo se hunde en sombras y oscuridad. El sol terrenal sólo vence a las sombras por unas horas; incluso en esas horas no del todo. Su claridad, por más brillante que sea, siempre es una mezcla de luz y sombras. Pero lo que ninguna luz terrestre puede iluminar es la tiniebla del espíritu y del corazón humanos. La luz que el hombre ansía en lo más íntimo, no se encuentra en este mundo. El hombre anhela el esclarecimiento de la existencia, la interpretación de la vida, la solución de todos los enigmas, la respuesta a esas preguntas que siempre le queman: "¿Por qué? ¿Para qué?..." Anhela, en fin, una existencia clarificada. La claridad le podría llevar a liberarse de la opresión y la angustia, sobre todo de la angustia de que se le haya perdido el sentido de la existencia, de que quizá no le tenga. Sólo la vida iluminada y clara sería verdadera vida: vida en la alegría y felicidad, en la paz y en la salud. Quien pudiera darle la luz le daría la vida verdadera. Sin luz que ilumine la existencia, la vida es insegura y angustiosa, abandonada y paralítica.
En la tiniebla humana, Cristo grita: "Yo soy la luz del mundo." El es la verdadera y auténtica luz de la que no son más que símbolos todas las luces humanas. La luz terrenal sólo logra imperfectamente lo que Cristo hace. El es la luz, a cuyo brillo se esclarece la gloria de Dios y el sentido del mundo y que brilla desde el principio de la creación. Los hombres habrían podido verse a esta luz siempre auténticamente, es decir, como criaturas; habrían estado siempre iluminados por la luz de Dios y habrían tenido la posibilidad de entenderse a sí mismos correctamente. El mundo era para ellos revelación de Dios. Pero se cerraron a esa revelación y por eso perdieron la visión auténtica del mundo y de sí mismos. Cayeron en la locura de la autonomía, en la tiniebla, y ya no volvieron a entenderse, porque no se veían ni querían verse como criaturas de Dios; perdieron el camino y no lo volvieron a encontrar; por eso andaban errabundos y a tientas. En esa obcecación se robaron a sí mismos la verdadera vida libre y alegre. Las tinieblas y la muerte se hicieron sus vecinas. Representante y señor de la humanidad caída en las tinieblas es Satán. Matando el verdadero saber sobre sí mismos, mata en ellos la vida verdadera; es, por tanto, criminal y engañador.
CIEGO: Desde la Encarnación, la Luz brilla en las tinieblas. Cristo es quien trae la luz a las tinieblas de la historia humana. La curación del ciego de nacimiento es un símbolo de esto; en ese milagro no debemos ver sólo una ayuda momentánea que Cristo presta misericordiosamente a un hombre; si sólo tuviera ese sentido, sería un episodio insignificante en un mundo en que viven miles y millones de ciegos sin encontrar quien les cure; pero tiene gran importancia; en ese milagro se hace patente la función de Cristo ante la Historia y ante los mismos individuos. Cristo ilumina la vida humana de forma que sentimos que somos nosotros mismos; porque en Cristo logra el hombre la verdadera y clara mirada sobre sí mismo. En El se reconoce como criatura, como abandonado y, a la vez, como redimido. En El se ve como debe ser visto desde Dios, y logra así la verdadera medida y norma de su vida; pues Cristo le enseña a medirse y valorarse conforme a Dios, Cristo le lleva, pues, a la verdadera conciencia de sí mismo; toda otra conciencia es una ilusión. Sólo los iluminados por Cristo ven de veras: todo lo demás son pasiones y fantasías. Fantasean de superhombres, de hombres divinos, de paraíso terrestre. Sólo Cristo da un saber verdadero sobre la vida y el mundo. Quien ve el mundo a la luz de Cristo no se hace de los hombres ilusiones y esperanzas que no puedan ser cumplidas en la Historia; no cuenta con el progreso eterno, con una curva siempre ascendente de bienestar y armonía. Ve al mundo y al hombre con claridad y sin ilusiones, y sin embargo no es escéptico. Al ver los pecados y escombros de la tierra no cae en la desilusión o se resigna o desespera de forma que sólo pueda librarse por la diversión y distracción; para él ilumina Cristo con sus palabras de amor una nueva realidad, en la que el hombre puede poner su esperanza última e incondicional: esa realidad es el amor de Dios, que el hombre a la luz de Cristo ve destacarse en todas las sombras y tinieblas terrestres, en los peligros y amenazas de esta vida, en todas las traiciones y bajezas humanas, en las ruinas y catástrofes de la Historia. Sabe por eso hacia dónde debe volverse para transformarse amando a los hombres y a las cosas del mundo.La iluminación de Cristo no es un fenómeno natural como la del sol, sino que es espiritual. Cristo es la Luz y el portador de la Luz por ser el Revelador. El hombre es, pues, responsable de oír y aceptar la Revelación. Puede cerrarse a ella con orgullo; el orgullo prefiere las tinieblas a la luz. No quiere reconocerse como criatura y se obceca en su orgullo, al precio de dejar sin resolver los enigmas de la vida y sin contestar las eternas cuestiones del por qué y para qué, al precio, pues, de una vida inauténtica, triste y esclava. El orgulloso y autónomo prefiere vivir en la noche y desesperación a vivir en la luz y la alegría, porque esto sólo puede alcanzarlo sometiéndose al Revelador. El desesperado, sea clara o confusa su desesperación, es responsable de ella: es culpable (Cfr. Eranos-Jahrbuch, 10, 1943. Tema general: "Cultos antiguos al sol y simbolismo de la luz en la Gnosis y en el Cristianismo antiguo"). El que se deja iluminar por Cristo, Revelador, logra la verdadera Vida.

TEOLOGIA DOGMATICA III DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 270-280



 

jueves, 4 de septiembre de 2014

EXHORTACIÓN A LA CONSTANCIA EN MEDIO DE LA FATIGA Y LA PERSECUCIÓN

De la segunda carta a Timoteo 2, 1-21


Tú, hijo mío, cobra fuerzas de la gracia de Cristo Jesús; y lo que de mis labios has aprendido, con la confirmación de tantos testigos, encomiéndalo a tu vez a hombres fieles que sean capaces de enseñar a otros.

Como buen soldado de Cristo Jesús, entra valerosamente a tomar parte en el esfuerzo común. El soldado que se alista para la guerra no se enreda en las ocupaciones materiales de la vida diaria, si quiere agradar al que lo reclutó; el atleta que toma parte en el concurso no recibe la corona si no lucha según el reglamento; y el labrador que trabaja y se fatiga es el primero que tiene derecho a la recolección de los frutos. Entiende bien lo que quiero decirte, pues ya hará el Señor que lo comprendas todo.

Acuérdate de Cristo Jesús, del linaje de David, que vive resucitado de entre los muertos. Éste es el Evangelio que anuncio y por él sufro hasta llevar cadenas como un criminal; pero el mensaje de Dios no está encadenado. Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que da Cristo con la gloria eterna.

Verdadera es la sentencia que dice: Si hemos muerto con él, viviremos también con él. Si tenemos constancia en el sufrir, reinaremos también con él; si rehusamos reconocerle, también él nos rechazará; si le somos infieles, él permanece fiel; no puede él desmentirse a sí mismo.

Esto has de enseñar, conjurándoles ante Dios a que eviten las discusiones de palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los oyentes. Procura con toda diligencia presentarte al servicio de Dios de modo que merezcas su aprobación, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, y va dispensando sabiamente la palabra de la verdad. Evita las supersticiosas y vanas discusiones, porque no conducen a otra cosa sino a un mayor apartamiento de Dios, y sus opiniones se extenderán como la gangrena. Entre ellos están Himeneo y Fileto, que se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y así pervierten la fe de algunos.

Sin embargo, el sólido fundamento puesto por Dios permanece firme, marcado con esta inscripción: «El Señor conoce a los que son suyos»; y con esta otra: «Que se aparte de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor.» En una casa grande, hay objetos no sólo de oro y plata, sino también de madera y de barro; y unos se destinan a usos honoríficos, otros a usos viles. Así, pues, quien no se contamina con estos errores será un objeto destinado a usos honoríficos, santificado, útil a su dueño, preparado para toda obra buena.



domingo, 13 de julio de 2014

CONOCERSE ASI MISMO



La crisis de la mitad de la vida nos coloca ante la exigencia del autoconocimiento que a la vez sería una ayuda para superar la crisis. La gracia de Dios que ha establecido en nuestra cabeza el hasta ahora actual edificio de pensar y de vivir, nos ofrece también la ocasión de conocernos a nosotros no sólo externamente sino en el fondo de nuestra alma, donde nuestro ser intimo está escondido.
El camino del autoconocimiento está, para Tauler, en la marcha al interior, la vuelta al propio fondo del alma. El conocimiento de sí mismo es por lo pronto doloroso porque descubre implacablemente lo que en el interior hay escindido de oscuridad y maldad, cobardía y falsedad.
Debemos dejarnos sacudir por el Espíritu de Dios para penetrar en nuestro fondo, para sumergirnos en nuestra propia verdad. Debemos tranquilamente dejar demoler nuestra autosatisfacción y autojustificación y entregarnos a la acción que Dios realiza en esta nuestra apretura:
«Querido: ¡Abísmate, abísmate en el fondo, en tu nada y deja caer sobre ti la torre (de la catedral de la autocomplacencia y de la autojustificación) con todos sus pisos! ¡Deja que vengan a ti todos los demonios que hay en el infierno! ¡Cielo y tierra con todas sus criaturas te servirán maravillosamente! ¡Abísmate solamente! Será para ti lo mejor.»
Es animoso lo que Tauler nos dice. Hasta los demonios del infierno se deben dejar venir con la confianza de que Dios nos conduce a través de la apretura.
El conocimiento de sí mismo lo pone en marcha el Espíritu Santo. Sin embargo, el hombre tiene que colaborar.

“La mitad de la vida como tarea espiritual. La crisis de los 40-50 años”
Escrito por Anselm Grün, Carlos (trad.) Castro Cubells, Anselm Grün

miércoles, 9 de julio de 2014

LA VIDA ESPIRITUAL SEGUN SAN BENITO




“Y el Señor, que busca a su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: « ¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 34,13). Si tú, al oírlo, respondes «Yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 34,14¬15). Y si hacéis esto, «pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis» diré: «Aquí estoy» (Is 58,9). ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a «Aquel que nos llamó a su eterna presencia» (1 Tes 2,12)”.
...........................................................
Para Benito, según se ve, la vida espiritual no es una colección de prácticas ascéticas, sino un modo de estar en el mundo abierto a Dios y a los demás. Luchamos, como es natural, con tentaciones de separar ambas cosas. Es tan fácil decirnos que dejamos a un lado las necesidades de los demás porque estamos atendiendo las necesidades de Dios ... Es tan fácil ir a la iglesia en lugar de a casa de un amigo cuya depresión nos deprime.
Es tan fácil preferir el silencio a las exigencias de los hijos. Es mucho más fácil leer un libro de religión que escuchar al marido hablar de su trabajo o a la mujer de su soledad. Es mucho más fácil practicar la religión privatizada de las oraciones y las penitencias que pasar por tontos por culpa de la religión cristiana de la visión global y la paz. Sin embargo, en lo profundo de sí mismas todas las tradiciones espirituales rechazan esas racionalizaciones: «¿Hay vida después de la muerte?», preguntó en una ocasión un discípulo a un venerable maestro. Y éste contestó: «La gran pregunta espiritual de la vida no es si hay vida después de la muerte. La gran pregunta espiritual es si hay vida antes de la muerte». Benito, obvia¬mente, cree que la vida vivida plenamente es vida vivida en dos planos: atención a Dios y al bien de los demás.

Piadosos -dice este párrafo- son quienes nunca hablan destructivamente de otra persona -por ira, rencor o venganza- y quienes aportan un corazón abierto a un mundo cerrado y desgarrador.

Los piadosos saben cuándo el mundo en que viven les sitúa en una resbaladiza pendiente muy distante del bien, la verdad y lo santo, y se niegan a tomar parte en ese declinante proceso. Y, lo que es más digno de mención, se aprestan a contrarrestado. No basta, da a entender Benito, con limitarse a distanciarse del mal. No basta, por ejemplo, con negarse a difamar a los demás, sino que debemos reparar su reputación; no basta con desaprobar los residuos tóxicos, sino que debemos actuar para salvar el planeta; no basta con preocuparse por los pobres, sino que debemos actuar para impedir la pobreza. Debemos ser personas que aportan creación a la vida: «Si hacéis esto -nos recuerda la regla-, "pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras pre¬ces"». Si hacéis esto, estaréis en presencia de Dios.
Finalmente, en lo que concierne a Benito, la vida espiritual depende de que seamos unos pacificadores pacíficos. La agitación elimina de nosotros la conciencia de Dios. Cuando nos motiva la agitación, cuando nos consume la inquietud, nos sumimos en nuestros planes personales que tienen tendencia a ser siempre desproporcionados. Nos vemos atrapados en cosas que, bien analizadas, sencillamente carecen de importancia, son pasaje¬ras y tienen que ver con vivir cómodamente en lugar de con vivir como es debido. Perdemos los nervios porque los niños gritan o las máquinas se estropean o los semáforos duran demasiado. Perdemos el contacto con el centro de las cosas.

Al mismo tiempo, la tranquilidad pasiva no es el propósito de la vida benedictina. Esta espiritualidad llama a ser amables y dejar una estela de no violencia. Resulta sorprendente que un documento del siglo VI adoptara tal postura en un mundo violento. No hay aquí una teología del Armagedón ni un llamamiento a entablar una batalla entre el bien y el mal en un mundo que se apunta al dualismo y divide la vida entre cosas del espíritu y cosas de la carne.

En esta regla de vida sencillamente se ignora la violencia. La violencia no funciona. Ni la violencia política, ni la violencia social, ni la violencia física, ni siquiera la violencia que nos hacemos a nosotros mismos en nombre de la religión. Las guerras no han funcionado, ni tampoco el clasismo ni el fanatismo. El benedictismo, por otro lado, sencillamente no tiene como propósito doblegar al cuerpo ni vencer al mundo, sino que se dispone, sencillamente, a sosegar un universo permeado por la violencia sien¬do una pacífica voz por la paz en un mundo que piensa que todo -las relaciones internacionales, la educación de los niños, el des¬arrollo económico e incluso todo en la vida espiritua1- se lleva a cabo por la fuerza.

El benedictismo es una llamada a vivir en el mundo, no sólo sin alzar las armas contra los demás, sino haciendo el bien. El pasaje implica claramente que quienes hacen de la creación de Dios su enemigo sencillamente no «merecen ver en su reino a "Aquel que nos llamó a su eterna presencia"».

martes, 1 de julio de 2014

HABITARÉ SIEMPRE EN TU MORADA (Salmo 60)




Hay muchos espacios. Existe el espacio físico, el espacio social, el espacio ideológico, el espacio artístico… Y otros más: el mar, el cielo, la llanura, el valle, la sierra. Todavía se puede hallar el espacio espiritual, un espacio silencioso. Es el silencio un lugar para encontrarse, descansar, recobrarse, amar, crecer.

El espacio silencioso no necesita decoración alguna, ningún adorno, ni alfombras, ni murales, ni biblioteca, ni chimenea, ni muebles. No es para contemplar, sino para albergar otra presencia, acaso imprevisible.

Este albergue es el silencio, un silencio que surge al poner fin a todas las voces de fuera, de las zonas más superficiales. Porque el silencio no es lo que se toca o se ve, no entra por los sentidos, sino que es el espacio donde la presencia se muestra y se hace evidente.

En el silencio lo visible se disipa y lo invisible puede volverse visible. Es un espacio, el silencio, donde amanecen huellas de la presencia íntima.

El silencio hace del corazón un lugar de revelación, no del entorno que nos circunda, sino del mundo que se aloja dentro. Es la explosión de lo oculto, de lo hospedado en la interioridad, es el descubrimiento, la reconquista de lo que ya va con nosotros.

Al alejarnos del exterior recobramos la mirada primitiva, la mirada original de nuestro corazón, los ojos del hijo que somos, del amor que nos da a luz.

Es el silencio una morada sin desechos, sin memoria, sin residuos. Por eso el silencio nos regala una coherente unidad de visión. En ese espacio, uno no se siente configurado por la exterioridad.

El que mora en el silencio se vive a sí mismo sin reservas y serenamente, pues todo lo serena el silencio. Serena la noche y el día, serena la aurora y el atardecer, serena las horas oscuras, las horas de luz y de bochorno. El silencio nos trae la paz y deja emerger la inocencia y la plenitud. Apenas he de decir que jamás la vida se siente tan rimada, tan pura, tan sosegada, tan clara, como las horas calladas, como en la morada del silencio.



José Fernández Moratiel, O.P.

domingo, 1 de junio de 2014

LA PROFUNDIDAD DEL DESEO

  




San Bernardo hace mucho hincapié en lo que dice la esposa en el Cantar de los Cantares:  “Vuelve”. El amado vino a visitarla y ahora la ha abandonado. Esto es lo que ella no sabe resolver. Pero hace falta precisar la naturaleza de estas idas y venidas del esposo antes de descifrar su razón de ser. El lenguaje de la escritura es simbólico y hay que interpretarlo simbólicamente. Es evidente que Cristo Resucitado no pertenece al tiempo ni al espacio, por tanto su acercamiento o alejamiento del alma solamente se realiza en la experiencia del alma y no por un movimiento del Verbo.
        Por ejemplo, cuando ella  percibe la gracia, reconoce su presencia. Si no es así, ella se queja de su ausencia y reclama de nuevo su Presencia como la llamada del profeta: “Mi rostro te busca; tu rostro, Señor yo buscaré” (Sal27, 8) Ella no tiene más que una pasión: “En la ausencia del Verbo se eleva un solo y único grito del alma, sin fin, el de un deseo continuo: un único y continuo :”vuelve”, hasta que Él vuelva.”. (1Co 11, 26).
        Todavía falta precisar el alma que se agita, dicho de otro modo, quién es la esposa. “Un alma que el Verbo visita frecuentemente y en cuya intimidad habrá suscitado una audacia, en la que el gusto le habrá suscitado el hambre, en la que la revitalización de todas las cosas habrá preparado  una disponibilidad contemplativa.”
        La esposa del Cántico simboliza, para nuestros tres autores, efectivamente, aquella alma que se admira de lejos y que desea.
        Aunque nosotros no podemos reconocernos en ella, sí podemos, al menos, encontrar en ella una llamada y una promesa. Y subjetivamente, una nostalgia que se transforma en aspiración. En este sentido podemos ahora retomar el grito de la esposa, sin pretender compararnos a su fervor.
        Por otro lado, puesto que el Resucitado, lo hemos visto, no se sujeta ni al espacio ni al tiempo, todo lo ha hecho libremente, en virtud de su voluntad, Él se aproxima o se aleja; solo nos va a ser revelado su amor.
        San Bernardo cree que si el Amado se retira puede  estar llamándola con un deseo más vivo y le quiera retener más fuertemente.
        Sirven de ejemplo estos dos episodios del Evangelio: el de los peregrinos de Emaús, a los que Jesús hace caminar hasta lejos para que le digan: “Quédate con nosotros,  que la tarde está cayendo” (Lc 24, 28); y el episodio en el que Jesús anda sobre las  aguas e increpa a los vientos y las aguas, no porque tuviese la intención de asustarles, sino para probar su fe y suscitar su oración.
        Como consecuencia, si Él pasa, es para que le deseen, y si Él se va es para que le llamen, porque el verbo no es irrevocable.
        Y el autor hace esta anotación esencial : Retirarse supone para él una cierta manera de dispensarse, perfectamente libre por su parte. Pero sólo él sabe la razón. De esto último se concluye que estamos ante un misterio, que pide de nosotros confianza y discreción. No tenemos que interpretar el alejamiento del Verbo como necesariamente una falta por nuestra parte o un castigo por la suya, ni su presencia como un efecto de nuestro fervor.
        Las palabras escatológicas de Jesús en San Juan son tomadas como prueba: Un poco y no me veréis y un poco más tarde me volveréis a ver”(Jn 16,16). A estas palabras contesta San Bernardo: “Oh! Hay brevedad y brevedad y solo algo más de tiempo que dura. ¡Ah Señor! Tu llamas breve al tiempo en que no te vamos a ver más; no, es un tiempo muy largo, infinitamente más largo!
        En realidad las dos cosas son verdad: es poco el tiempo, pero de acuerdo al deseo de la esposa , es mucho. La esposa está en una situación de tensión paradójica. “Si él se retrasa, espérale, pues no tardará”.
        ¿Estará el alma dividida en ella misma y paralizada en esta contradicción? No, el autor nos ha conducido hasta esta aparente contradicción para proclamar mejor el deseo contemplativo que revela la verdadera paradoja de la esposa en su deseo apasionado.
        Gilbert de Hoyland está en una situación más crítica porque la esposa, con el pretexto de haberse quitado la túnica  y haberse lavado los pies, ha tardado en abrir al Amado que llama a la puerta; le ha tocado la mano por el agujero de la cerradura,. Pero cuando se decide a abrir, Él ya ha pasado, desaparecido. La esposa dirá: “Estoy enferma de amor hasta que él vuelva”. Esto nos conduce, más que al comportamiento de la amada, al del Esposo:
     ¿Por qué te vas, buen Jesús? ¿por qué desapareces. ¿ Por qué eres Tú el que suscita ese deseo y Tú el que privas de esa presencia?
        El autor sugiere más tarde respuestas a estas preguntas. Será que de este modo Tú suscitas una codicia, un deseo más ardiente, el de la abundancia de tu presencia. “ Si,  así es. Esas astucias del amor inflaman el amor mismo, y, a través de la aparente decepción le llevan a su plenitud.”
        Gilbert elige los episodios de las apariciones del Resucitado, en las que se puede ver su aspecto breve y fugitivo: “Apenas algunos le reconocieron, Él desapareció”. También se menciona otra característica de estas apariciones: su trascendencia, la manera en que ellas se escapan a todo lo que la experiencia humana está habituada.
        Sin embargo resaltamos la entrada del Resucitado cuando estaban todas las puertas cerradas (Jn 20, 19) “De hecho, la puerta se abrió para Él, pero estaba cerrada para todo lo demás.” En este deseo concentrado y casi exclusivo, condición de la contemplación, se encuentra lo que hemos visto en San Bernardo de la pasión que caracteriza el deseo de la esposa.
        Jean de Ford recuerda: “Las voces del Señor son imposibles se escrutar.”(Rom11, 33), que es otra forma de decir, a propósito de las idas y venidas, ausencias y presencias del Señor, que se trata de un misterio y una forma de actuar del bienaventurado designio de Dios. Por consecuencia, no es vano, ni por azar, que el Bien Amado se vaya lejos y desaparezca. “No se aleja sin un proyecto para ella ni sin la idea de darle algún fruto por su largo viaje. He aquí porque tarda; ella debe esperar pacientemente”.
        El autor distingue entre las desapariciones de Jesús y las ausencias más largas. Las primeras son secretas y breves, con el fin de volver pronto. Se cumple eso que dijo Jesús a sus discípulos: ”Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de un poco me volveréis a ver”(Jn 16,16). Se refiere su propia pasión y muerte y a la gracia aportada por esa desaparición, que es la gracia de la resurrección del Señor y las apariciones del Resucitado.
        Pero luego hay una partida más lejana, en la que el autor ve el anuncio de estas palabras de Jesús: “En verdad os digo: os conviene que yo me vaya, porque si me voy, el Espíritu Santo vendrá a vosotros. Yo os lo enviaré.”(Jn16, 7). Desde entonces el Resucitado ya no está en la Creación. Y su partida deja lugar a la acción del Espíritu Santo y constituye una prueba y una exigencia espiritual con vistas a una gracia más grande.
        En los dos casos, las desapariciones en el tiempo pascual y las de después, tras la ascensión, la gracia más grande afecta al deseo de los discípulos. Este deseo aumenta considerablemente. Pero los efectos de esta gracia son también la purificación (santificación) de ese deseo, los cambios de planes y la rendición espiritual (abandono en manos de Dios).
        Jean de Ford llama a estas desapariciones bruscas del Resucitado “brasas hirientes”, porque ellas ofrecen el fuego del impulso de ternura que unía a los discípulos con Jesús en la tierra. Pero este deseo que tienen de él es aún carnal, en el sentido de un deseo afectivo centrado sobre ellos y limitado a la vida de aquí abajo. Ellos entienden esta experiencia como el deseo de ver a Jesús  en su existencia aquí, en la tierra. “Esas brasas les inflamaban de un ardor de amor nuevo y más santo”, porque cada vez que venía, Él venía como nuevo, como si le reconociesen por primera vez. Es necesario que ellos pasen del sabor carnal de su comunión con Jesús a las “nuevas delicias de una bondad espiritual venida de Cristo.” El acento sobre esta novedad habla con simplicidad de la profundidad del deseo en este paso a otro plano de la realidad.
        La encarnación será absolutamente necesaria para que Su luz sea tamizada, la inteligencia de los discípulos pueda reconocer el misterio de Cristo. Pero faltará la Ascensión para que su deseo afectivo, su impulso hacia Cristo, no se centre en ellos mismos, en su necesidad, sino que, purificado, les haga capaces de seguir a Jesús en su pascua hacia el Padre.
        Y he aquí el acento de Jean de Ford : él quiere precisar que para crecer, profundizar en la fe, el deseo de Cristo debe pasar de una tonalidad sentimental y antropológica a un fervor deliberadamente espiritual. Al deseo de retener a Jesús le debe suceder el deseo de dejarse llevar por Él hacia la vida verdadera. Aquellos que vivan profundamente este deseo recibirán una parte del mismo espíritu de Dios.

“EL DON DE UNA PRESENCIA”
Frère Pierre-Yves et frère FranÇois de Taizé.






La resurrección de Cristo despierta el deseo de seguirle, ya no es un deseo en si del espíritu si no un deseo amoroso de estar en Cristo Jesús, la Resurrección es un hecho tangible del poder divino de Cristo, quizás por desgracia fue el elemento que necesitaba los discipulos de Cristo para creer, o bien como Tomás cuando toca las llagas, y entonces creyó.... La ascensión produce el deseo en el corazón de poder estar con El y en El, ¿sin resurrección se hubiera producido este deseo? ¿este amor? no lo creo, es interesante ver comola muerte de Cristo produjo ese deseo carnal de volver con El a verlo, estar junto a El...La resurreccion es ya la contemplación unica de Cristo como Hijo de Dios y ese deseo carnal se convierte en un deseo de espiritu. de amor interior que penetra en el corazon del individuo y lo convierte en carne de su carne , Cristo es bajo mi interpretacion la esposa que se une al hombre eternamente por el poder de la Resurreccion... ya no hay tiempo ni espacio si no eternidad....I.R.

jueves, 22 de mayo de 2014

LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA (thomas merton)

La oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente. Ésta es una condición necesaria, y muy paradójica, para la experiencia mística de la realidad de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros. Sólo cuando somos capaces de «dejar que salgan» todas las cosas de nuestro interior, todos los deseos de ver, saber, gustar y experimentar la presencia de Dios, entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de experimentar la presencia con una convicción y una realidad abrumadoras, que revolucionan toda nuestra vida interior.


La contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación. Y también, en cierto sentido, debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar. ¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de escucha más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta onda, una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío. En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni siquiera llega a anticipar una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en silencio, y cuando es "respondido", no es tanto por una palabra que brota del silencio. Es por su silencio mismo cuando de repente, inexplicablemente revelándose a él como la palabra de máximo poder, llena de la voz de Dios.

 El que sigue los caminos ordinarios de la oración, sin prejuicio alguno y sin complicaciones, será capaz de disponerse mucho mejor para recibir su vocación a la oración contemplativa a su debido tiempo, dando por sabido que le llegará su momento.

El camino de la contemplación no es, de hecho, camino alguno. Cristo es el único camino, y él es invisible. El "desierto" de la contemplación es sencillamente una metáfora para explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a Cristo invisible como nuestro camino. Como dice san Juan de la Cruz:
Y así grandemente se estorba un alma para venir a este alto estado de unión con Dios, cuando se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra obra o cosa propia, no sabiéndose desasir y desnudar de todo ello... Por tanto, en este camino, el entrar en camino es dejar su camino; o por mejor decir, es pasar al término y dejar su modo, es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega, ya no tiene modos, ni maneras, ni menos se ase ni puede asir a ellos... aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo


jueves, 20 de marzo de 2014

EL DESIERTO, EL TIEMPO Y LA TRAVESÍA

En el desierto no existe el tiempo.
Basta sumergirse en el espacio inhóspito de las angustias y los desencantos, de las incertidumbres y del dolor de lo improbable para comprobarlo...
Porque sólo uno sabe quién es uno aunque los pedazos de sus días rotos se claven en el alma como las espinas de sólo Dios sabe qué corona en qué piel...
O caminas solo o con Él, tú decides...
Si es solo te aseguro que no te faltarán días, saliva y rencor para lamer tus heridas...
Si es con Él, abre tus brazos a la brisa del crepúsculo con forma de cruz y sacrifica tu destino para reposar a su lado, junto a su huella...
En una mano, el amor; en la otra, el rosario de Rosario. Felicidades entonces.
Como dice mi hermano:"Dios es bueno...".


Y así.
Sé que la travesía es dura, muy dura, especialmente cuando sientes que el amor auténtico y profundo es el que no tiene respuesta... El que se diluye en las ondas maravillosas de tu mensaje...
En el desierto de hoy, en el horizonte circular de mi mirada, no dejo de buscarte...
Y te pido ayuda para aceptar a quienes aman con la devoción fanática e intolerante que arrastra con todo lo que no son ellos...
No entienden que en el aproximarse a Ti no hay distancias...
Sí eso eso es amor, si su Padrenuestro es el mío, haz que me purifique, por favor...
Por eso, cuando estoy a tu lado, es cuando no me pregunto qué hago aquí... O qué es esto...
El sencillo hecho de sentirme tu hermano hace que se esfumen todos, absolutamente todos, los tonos oscuros del color de las presencias...







Porque todo camino de piedras es un desierto que quema y un aridez que escuece, solo cuando dejo las piedras en el camino y planto una semilla puede emerger el sentimiento de ser lo que quiero ser o sentir que soy...y ese sentimiento es El que me llama y me traslada a mi quietud, olvidando la quema, el escozor y las llagas de mi propio desierto...+
ISABEL REZMO.

sábado, 1 de marzo de 2014

El monje en san Bernardo

Pensamientos
Habéis profesado un sentido particular de vida. Presentaos con espíritu ferviente, sentido despierto, afectos sobrios y con una conciencia limpia. Traed vasijas limpias, para recibir gracias extraordinarias[1] 
Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al  Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así cuando purifiques tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios[2].
Si dijeras que no lo conoces, serás como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar?, ¿cómo llegaste hasta aquí?, ¿quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo, y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio?.. [3]
Los discípulos, los íntimos, e inseparables: son los que han elegido la mejor parte y viven consagrados a Dios en el claustro, identificados con él y atentos a cumplir su voluntad[4].
Así como bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él[5]

Me limito a recordarte que sería indigno de ti quedarte por debajo de la perfección, después de haber sido escogido para una vida tan perfecta. ¿No te avergonzarías de verte el último ocupando un puesto tan alto, cuando antes eras de los primeros en una profesión tan humilde?  Recuerda tu primera profesión. Que no desaparezca de tu recuerdo y de tu afecto, a pesar de que te la arrancaron de las manos. No te vendrá mal que la tengas siempre en tu memoria cuando das una orden, corroboras una sentencia o tomas una decisión.
Que no se ausente tampoco de tu corazón… Repite en tu interior: “soy el último en la casa de Dios”[6]
 
¿Para qué hablar de su mismo hábito monástico? ¿qué buscan?, ¿cubrirse o lucirse?  ¿no les preocupa más su ostentación que sus virtudes personales?  Es bochornoso. Superan a las mujercitas más vanidosas esos monjes que se desviven por vestirse con lo más caro y más superfluo; o al menos abandonan el distintivo de la religión…  desertamos de aquella humildad por la que abandonamos el mundo, y por ello nos vemos arrastrados a correr de nuevo tras los frívolos afanes de los hombres mundanos, como animales que se vuelven a su propio vómito[7].
Vosotros, que no os entorpecéis con las ocupaciones del mundo, aplicaos a encontrar el consuelo espiritual. Vosotros, que no desconocéis el destierro, acoged el socorro que viene de arriba[8].
Me dirijo a vosotros, que conocéis las Escrituras[9]
Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación[10].
No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie a imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección[11].
Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esta razón, nosotros nos escondemos, aún corporalmente, en los claustros y en los bosques[12].
¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor?[13]
Y para que no murmures ni estés triste, te enviaré el Espíritu Santo consolador, que te dará las primicias de la salvación, el entusiasmo de la vida y la luz de la ciencia. Las primicias de la salvación porque el Espíritu asegurará a tu espíritu que eres hijo de Dios. Imprimirá y hará patentes en tu corazón señales inconfundibles de tu predestinación. Llenará de alegría tu corazón y empaparás tu mente de rocío del cielo, si no siempre, sí con mucha frecuencia[14].
Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría[15].
Dichosos vosotros que merecisteis ser su guardia personal. A vosotros os dice el Apóstol: Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos de los consagrados y familia de Dios[16].
No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles[17]
Tampoco tiene nada de extraordinario –aunque no deja de ser laudable- presentar batalla al mal y al diablo con la firmeza de la fe; así vemos por todo el mundo a muchos monjes que lo hacen por este medio[18].


No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Este verso es muy fácil de comprender. Pero no sois tan rudos ni carecéis de sentido espiritual para no distinguir instintivamente entre vuestra propia alma y vuestra tienda[19].
No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor ¿Quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta[20]
En nosotros, hermanos, no hay excusa posible de ignorancia: abundamos en la doctrina celeste, en la LECTIO DIVINA y en la instrucción espiritual. Todo lo que es verdadero, respetable, justo, limpio, estimable; todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que existe, lo aprendéis y recibís, lo oís y lo veis, en los ejemplos y palabras de los hermanos más adelantados. Sus consejos y su vida instruyen maravillosamente a todos. Ojala todo esto que enriquece el entendimiento llegara a conmover el afecto, y se acabara esa dolorosa contradicción e insoportable división de sentirnos atraídos hacia arriba y arrastrarnos por el suelo[21].
En la Iglesia hay muchos que de lo más ínfimo se encaramaron a…  También verás hombres adinerados que se lanzan hacia los altos cargos eclesiásticos…
Pero hay otros, y me duele todavía más que después de haber despreciado las glorias mundanas y establecidos en la escuela de la humildad han llegado a ser secuaces de la soberbia. Se vuelven arrogantes… y son muchos más violentos en el claustro que si hubieran quedado en el mundo. Y aún más grave: muchos no toleran verse humillados en la casa de Dios cuando en la suya eran despreciables…. Pretenden que por lo menos se les considere dignos de ser enaltecidos allí donde todos desprecian cualquier honor.
Otros después de haberse alistado en la milicia de Cristo se enredan en asuntos mundanos…[22]
Si hay entre nosotros algunos, para quienes la vida monástica es pesada e insoportable, y a quienes es preciso aguijonear y espolear frecuentemente, les ruego que intenten cambiar de jumentos a hombres, y unirse a los que van delante, detrás o muy cerca del  Señor…[23]


[1] IV,39
[2] VIII,117
[3] III, 81
[4] IV,27
[5] 1Jn 4,16; III,465
[6] II,91
[7] II, 677
[8] III, 273
[9] III, 229
[10] III, 57
[11] IV, 531
[12] III, 473
[13]III, 467
[14] IV, 211
[15] III,143
[16] III,443
[17] 2Tim 2,4) (III, 509
[18] I, 499
[19] III, 543
[20] III, 135
[21] IV 183
[22] II, 675
[23]IV, 27

sábado, 1 de febrero de 2014

Sobre la vida activa y la vida contemplativa

 

 

El hombre, cuerpo y alma, esta llamado a seguir un doble camino: el de la acción y el de la contemplación.

El camino activo comprende: el ayuno, la abstinencia, las vigilias, las genuflexiones, la oración:  “Es estrecha la puerta, y angosta la vía que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran” (Mt 7, 14)

La vida contemplativa consiste en la elevación del espíritu hacia Dios, la atención interior, la oración pura y, a través de estos ejercicios, la contemplación de las cosas espirituales.

El que aspira a la vida contemplativa ha de comenzar por la vida activa… porque es imposible llegar a la vida contemplativa sin pasar antes por la activa.

La vida activa sirve para purificarnos de nuestra pasiones pecaminosas… ya que sólo los que ha sido purificados pueden introducirse en la via contemplativa… San Gregorio el Teólogo dice: “La contemplación sólo está exenta de peligro para los perfectamente experimentados”.

Es preciso entrar en la vida contemplativa con temor y respeto, con un corazón humilde y contrito, después de haber consultado largamente las Sagradas Escrituras y, preferiblemente, bajo la dirección de un director espiritual -staretz- experimentado, y no temerariamente y con una voluntad caprichosa.

Si has abandonado la propia voluntad en una cosa, pero te la has guardado en otra, esto quiere decir que también te la has guardado allí donde creías que la habías abandonado.

Es necesario no abandonar la vida activa, incluso tras haber pasado, a través de ella, a la contemplativa, ya que es una aportación para la vida contemplativa y la ayuda para su elevación.

Sant Serafía de Sarov.
Instrucciones Espirituales.
Irina Gorainoff. Publicacions de l´Abadía de Montserrat. 1987. Pag. 181-182. (Traduccción del catalán por la Fraternidad).

lunes, 20 de enero de 2014

SEGUNDA LECTURA De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9: CCL 36, 174-175)

SEGUNDA LECTURA

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Tratado 17, 7-9: CCL 36, 174-175)




EL DOBLE PRECEPTO DE LA CARIDAD

Lleno de amor ha venido a nosotros el mismo Señor, el maestro de la caridad, y al venir ha resumido, como ya lo había predicho el profeta, el mensaje divino, sintetizando la ley y los profetas en el doble precepto de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, cuales sean estos dos preceptos. Deberíais conocerlos tan perfectamente que no sólo vinieran a vuestra mente cuando yo os los recuerdo, sino que deberían estar siempre como impresos en vuestro corazón. Continuamente debemos pensar en amar a Dios y al prójimo: A Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente; y al prójimo como a nosotros mismos.

Éste debe ser el objeto continuo de nuestros pensamientos, éste el tema de nuestras meditaciones, esto lo que hemos de recordar, esto lo que debemos hacer, esto lo que debemos conseguir. El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el precepto del doble amor en manera alguna podía ordenarte amar primero al prójimo y después a Dios, sino que necesariamente debía inculcarte primero el amor a Dios, después el amor al prójimo.

Pero piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente san Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: «Muéstrame al que debo amar», ¿qué podré responderte sino lo que dice el mismo san Juan: Nadie ha visto jamás a Dios? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios, pues el mismo apóstol dice en otro lugar: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida que esta contemplación es posible.

Empieza, por tanto, amando al prójimo: Parte tu pan con el que tiene hambre, da hospedaje a los pobres que no tienen techo, cuando veas a alguien desnudo cúbrelo, y no desprecies a tu semejante.

¿Qué recompensa obtendrás al realizar estas acciones? Escucha lo que sigue: Entonces brillará tu luz como la aurora. Tu luz es tu Dios, él es tu aurora, porque a ti vendrá después de la noche de este mundo. Él, ciertamente, no conoce el nacimiento ni el ocaso, porque permanece para siempre.


Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia dónde avanzas por este camino sino hacia el Señor, tu Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aún no hemos llegado hasta el Señor, pero al prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquel que tienes a tu lado mientras caminas por este mundo y llegarás a aquel con quien deseas permanecer eternamente.

RESPONSORIO    1Jn 4, 10-11. 16

R. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. * Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
V. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
R. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.