LA CONVERSION UMBRAL DE LOS VALORES. LA VIDA EN COMUNIDAD
Si
la conversión es el umbral de los valores, la vida en común es su
primera constatación. Un grupo de hombres o de mujeres, a quienes ha
tocado el mensaje de conversión por causa del Reino, se deciden a vivir
juntos.
La conversión, que se traduce en una búsqueda
radical de Dios, queda encauzada para el monje cisterciense, en la
convivencia fraterna. La vida cisterciense es de suyo una «koinonía»;
expresión consagrada en el Nuevo Testamento para significar la vida de
comunidad por causa de Jesús de Nazaret. Nos referimos a la comunidad
cisterciense como una réplica de la Iglesia primitiva, que trata de
vivir «con un solo corazón y una sola alma, perseverando en la oración,
en la escucha de la Palabra y en la fracción del Pan» (Hch 2, 42).
Este esquema de vida se halla envuelto en unas características
específicas, bosquejado en una tradición y patrimonio, e integrado por
bienes espirituales y materiales. Cristo Resucitado se hace presente en
su «pequeña iglesia cisterciense», como se hacía presente en aquella
primera Iglesia, infundiéndole la misma vida de Dios; de un Dios que es
relación interpersonal de conocimiento, amor y entrega. A esto se reduce
el fundamento y la imagen de la comunidad cisterciense.

Además cada Iglesia cisterciense es también una porción de pueblo que
camina hacia los resplandores del Reino a través del desierto, en
familia estable y concreta, guía- da y animada por la sabiduría de un
pastor y padre carismático, el abad, que hace las veces de Cristo (RB 2,
2; 63, 13), el Pastor supremo, el «iniciador y consumador de la fe (Hb
12, 2). Porque los lazos que unen a los miembros de esta familia
perduran a lo largo de la vida mediante el compromiso o voto de
estabilidad que emite el cisterciense en el día de su consagración.
La vida de fraternidad significa que los lazos de un mismo amor y
una misma vocación tienen que ir afianzándose en todos al mismo tiempo
que se van esclareciendo tendencias y se cercenan los brotes de un
individualismo egoísta, siempre vivos en una naturaleza herida por el
pecado. La vida comunitaria se traduce entonces en compromiso activo y
concreto; tiende a avivar esa relación mutua y gratuita, que significa
amor, conocimiento recíproco, perdón, acogida y corresponsabilidad. De
este modo la comunidad va configurando en cada uno de los miembros que
la forman, la imagen y semejanza de Dios nuestro Padre. Así lo entendía
la Orden en sus comienzos, cuando designaba a las comunidades como
«escuela de Caridad». Porque «el amor es el compendio de la reeducación
del hombre» (Elredo de Rieval). Amor a Dios y amor mutuo que cristaliza
con frecuencia en auténticas y profundas amistades, tan tradicionales en
la historia y experiencia de la Orden. Porque «Dios es amistad» (Elredó
de Rieval).
Hay que reconocer no obstante la dificultad
de llevar a cabo este programa y compromiso de vida. La comunidad ideal,
que todos imaginamos y deseamos, no existe; nunca podrá coincidir con
«esta» comunidad real y concreta. Por otra parte necesitamos
comprometemos en una comunidad de fe y de amor de tal modo que nos lleve
a asumir la paradoja que es cada una de nuestras vidas. La comunidad se
construye con piedras vivas, con todo lo que nosotros somos. Debemos
por tanto ir madurando en el Señor Jesús a través de sucesivas etapas de
crecimiento.
La imagen apocalíptica de la Esposa
que sube desde el desierto al encuentro del Esposo (Ap 21, 2) acaba de
trazar la fisonomía singular de la comunidad cisterciense. La Esposa,
que es la Iglesia y en nuestro caso la pequeña iglesia comunitaria, sube
desde el desierto. Por el momento está en el desierto; porque Cristo la
construye y la quiere ahí. La iglesia cisterciense es soledad, quietud,
silencio; y desde ahí se proyecta hacia la ultimidad de la historia
humana y lo definitivo del Reino. Tocamos la escatología; el momento del
encuentro definitivo con el Señor Jesús. Por eso la iglesia
cisterciense ensaya ya y se goza en participar de los bienes
definitivos, acentuando a cada instante la plenitud de los valores en
ese cielo nuevo y tierra nueva (Ap 21, 1); cuando todos seamos uno en El
(Jn 17, 21).
notas referencia les
— Regla de S. Benito: 63, 10; 71, 1, 4; 72.
— Constituciones: 13; 18.
— Bernardo de Claraval: Cant 12, 5; 23; Benit; Ram 1; Todos SS 1, 1; 4, 3; 5, 5; Dedic 1, 1-7; 2, 3, 4; Sept 2, 3.
— Elredo de Rieval: Amist (ed. Azul) p. 276, 277, 286.
— Guillermo de S. T.: Nat amor 24.
— Isaac de Stella: Serm 12, 2.
— Balduino de Ford: Vida cenobítica n•a 25; 49 (Ed. Pain de Citeaux)
No se sorprendan, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos.
ResponderEliminarEl que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien saben ustedes que ningún homicida tiene la vida eterna.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3, 11-21)