BENEDICTO XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles 4 de noviembre de
2009
Conviene recordar despues de que hoy el Santo Padre anunciara que se retiraba como jefe de la Iglesia, uno de sus textos teológicos. Considerado una de las mentes más claras del mundo actual por muchos, el centenar de libros que tiene publicados son el mejor compendio de su pensamiento.
Confrontación entre
dos modelos teológicos: Bernardo y Abelardo
Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis presenté las características principales
de la teología monástica y de la teología escolástica del siglo XII, que
podríamos llamar, en cierto sentido, respectivamente, "teología del corazón" y
"teología de la razón". Entre los representantes de esas dos corrientes
teológicas tuvo lugar un amplio debate, a veces vehemente, simbólicamente
representado por la controversia entre san Bernardo de Claraval y Abelardo.
Para comprender esta confrontación entre los dos grandes
maestros, conviene recordar que la teología es la búsqueda de una comprensión
racional, en la medida de lo posible, de los misterios de la Revelación
cristiana, creídos por fe: fides quaerens intellectum —la fe busca la
inteligibilidad—, por usar una definición tradicional, concisa y eficaz. Ahora
bien, mientras que san Bernardo, típico representante de la teología monástica,
pone el acento en la primera parte de la definición, es decir, en la
fides —la fe—, Abelardo, que es un escolástico, insiste en la segunda
parte, es decir, en el intellectus, en la comprensión por medio de la
razón. Para san Bernardo la fe misma está dotada de una íntima certeza, fundada
en el testimonio de la Escritura y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia.
La fe, además, se refuerza con el testimonio de los santos y con la inspiración
del Espíritu Santo en el alma de cada creyente. En los casos de duda y de
ambigüedad, el ejercicio del magisterio eclesial protege e ilumina la fe. Así, a
san Bernardo le cuesta ponerse de acuerdo con Abelardo, y más en general con
aquellos que sometían las verdades de la fe al examen crítico de la razón; un
examen que implicaba, en su opinión, un grave peligro: el intelectualismo, la
relativización de la verdad, la puesta en tela de juicio de las verdades mismas
de la fe.
En esa forma de proceder san Bernardo veía una audacia llevada
hasta la falta de escrúpulos, fruto del orgullo de la inteligencia humana, que
pretende "capturar" el misterio de Dios. En una de sus cartas, con tristeza,
escribe así: "El ingenio humano se apodera de todo, sin dejar ya nada a la fe.
Afronta lo que está por encima de él, escruta lo que le es superior, irrumpe en
el mundo de Dios, altera los misterios de la fe, más que iluminarlos; lo que
está cerrado y sellado no lo abre, sino que lo erradica; y lo que le parece
fuera de su alcance lo considera como inexistente, y se niega a creer en ello"
(Epistola CLXXXVIII, 1: PL 182, I, 353).
Para san Bernardo la teología sólo tiene un fin: favorecer la
experiencia viva e íntima de Dios. La teología es, por tanto, una ayuda para
amar cada vez más y mejor al Señor, como reza el título del tratado sobre el
Deber de amar a Dios (De diligendo Deo). En este camino hay
diversos grados, que san Bernardo describe detalladamente, hasta el culmen,
cuando el alma del creyente se embriaga en las cumbres del amor. El alma humana
puede alcanzar ya en la tierra esta unión mística con el Verbo divino, unión que
el Doctor Mellifluus describe como "bodas espirituales". El Verbo divino
la visita, elimina las últimas resistencias, la ilumina, la inflama y la
transforma. En esa unión mística, el alma goza de una gran serenidad y dulzura,
y canta a su Esposo un himno de alegría. Como recordé
en la catequesis dedicada a la vida y a la doctrina de san Bernardo (cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 2009,
p. 32), para él la teología no puede menos de alimentarse de la oración
contemplativa, en otras palabras, de la unión afectiva del corazón y de la mente
con Dios.
Abelardo, que por lo demás fue precisamente quien introdujo el
término "teología" en el sentido en que lo entendemos hoy, se sitúa en cambio en
una perspectiva diversa. Este famoso maestro del siglo xii, nacido en Bretaña
(Francia), estaba dotado de una inteligencia vivísima y su vocación era el
estudio. Se ocupó primero de filosofía y después aplicó los resultados
alcanzados en esa disciplina a la teología, de la que fue maestro en la ciudad
más culta de la época, París, y sucesivamente en los monasterios en los que
vivió. Era un orador brillante: verdaderas multitudes de estudiantes seguían sus
lecciones. De espíritu religioso pero de personalidad inquieta, su vida fue rica
en golpes de efecto: rebatió a sus maestros, tuvo un hijo con una mujer culta e
inteligente, Eloísa. Entró a menudo en polémica con otros teólogos, incluso
sufrió condenas eclesiásticas, aunque murió en plena comunión con la Iglesia, a
cuya autoridad se sometió con espíritu de fe.
Precisamente san Bernardo contribuyó a la condena de algunas
doctrinas de Abelardo en el sínodo provincial de Sens del año 1140, y solicitó
también la intervención del Papa Inocencio II. El abad de Claraval, como he
recordado, rechazaba el método demasiado intelectualista de Abelardo, que a su
parecer reducía la fe a una simple opinión separada de la verdad revelada. Los
temores de Bernardo no eran infundados, sino que, por lo demás, los compartían
otros grandes pensadores de su tiempo. Efectivamente, un uso excesivo de la
filosofía hizo peligrosamente frágil la doctrina trinitaria de Abelardo y, así,
su idea de Dios. En el campo moral su enseñanza no carecía de ambigüedad:
insistía en considerar la intención del sujeto como única fuente para describir
la bondad o la malicia de los actos morales, descuidando así el significado
objetivo y el valor moral de las acciones: un subjetivismo peligroso. Como
sabemos, este aspecto es muy actual en nuestra época, en la que la cultura a
menudo está marcada por una tendencia creciente al relativismo ético: sólo el yo
decide lo que es bueno para mí en este momento. Con todo, no hay que olvidar los
grandes méritos de Abelardo, que tuvo muchos discípulos y contribuyó
decididamente al desarrollo de la teología escolástica, destinada a expresarse
de modo más maduro y fecundo en el siglo sucesivo. Tampoco se deben subestimar
algunas de sus intuiciones, como por ejemplo cuando afirma que en las
tradiciones religiosas no cristianas ya hay una preparación para la acogida de
Cristo, Verbo divino.
¿Qué podemos aprender nosotros hoy de la confrontación, a menudo
vehemente, entre san Bernardo y Abelardo, y en general entre la teología
monástica y la escolástica? Ante todo creo que muestra la utilidad y la
necesidad de un sano debate teológico en la Iglesia, sobre todo cuando las
cuestiones debatidas no han sido definidas por el Magisterio, el cual, por lo
demás, sigue siendo un punto de referencia ineludible. San Bernardo, pero
también el propio Abelardo, reconocieron siempre sin vacilar su autoridad.
Además, las condenas que sufrió este último nos recuerdan que en el campo
teológico debe haber un equilibrio entre los que podríamos llamar los principios
arquitectónicos que nos ha dado la Revelación y que por ello conservan siempre
la importancia prioritaria, y los de interpretación sugeridos por la filosofía,
es decir, por la razón, y que tienen una función importante, pero sólo
instrumental. Cuando no existe este equilibrio entre la arquitectura y los
instrumentos de interpretación, la reflexión teológica corre el riesgo de
contaminarse con errores, y corresponde entonces al Magisterio el ejercicio del
necesario servicio a la verdad que le es propio. Además, conviene subrayar que,
entre las motivaciones que indujeron a san Bernardo a ponerse en contra de
Abelardo y a solicitar la intervención del Magisterio, estaba también la
preocupación de salvaguardar a los creyentes sencillos y humildes, a los que hay
que defender cuando corren el peligro de ser confundidos o desviados por
opiniones demasiado personales y por argumentaciones teológicas atrevidas, que
podrían poner en peligro su fe.
Quiero recordar, por último, que la confrontación teológica
entre san Bernardo y Abelardo concluyó con una plena reconciliación entre ambos
gracias a la mediación de un amigo común, el abad de Cluny Pedro
el Venerable, del que hablé en una de las catequesis anteriores (cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de octubre de 2009,
p. 32). Abelardo tuvo la humildad de reconocer sus errores y San Bernardo mostró
gran benevolencia. En ambos prevaleció lo que debe estar verdaderamente en el
corazón cuando nace una controversia teológica, es decir, salvaguardar la fe de
la Iglesia y hacer que triunfe la verdad en la caridad. Que esta sea también hoy
la actitud en las confrontaciones en la Iglesia, teniendo siempre como meta la
búsqueda de la verdad.
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