sábado, 9 de febrero de 2013

SAN BENITO Y LA CUARESMA

San Benito y la Cuaresma








Capítulo 49

Ofrezca a Dios algo extraordinario.

Aunque la vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia cuaresmal,  no obstante, como son pocos los que tienen semejante virtud, recomendamos que durante la cuaresma todos guarden la mayor pureza de vida,  y eviten en estos santos días las flaquezas de otros tiempos. Esto se logra dignamente si nos abstenemos de todo vicio y nos dedicamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia.  Por tanto, en estos días debemos añadir algo a la tarea habitual de nuestra servidumbre, oraciones especiales, abstinencia en la comida y bebida,  para que, cada uno por propia voluntad, ofrezca a Dios algo extraordinario en la alegría del Espíritu Santo.  Es decir, prive a su cuerpo de algo de comida, bebida, sueño, conversación y bromas y espere la santa Pascua con la alegría de un deseo espiritual. Pero lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y aprobación,  porque lo que se hace sin el permiso del padre espiritual se tendrá por presunción, vanagloria, no digno de recompensa.  Por tanto háganse todas las cosas con autorización del abad.


San Benito no se refiere a la Cuaresma para toda la Iglesia sino para la porción que él gobierna y que debe llevar una vida cristiana perfecta. La preocupación de los catecúmenos no se manifiesta en su exposición. En su época además, los bautismos de niños eran los más numerosos y, sobre todo, la vida monástica que él instituía no comportaba por sí misma una tendencia apostólica como tal. Por eso el acento recae en la ascesis o más exactamente en un tiempo fuerte de esta ascesis que debería ejercitarse durante todo el año. En consecuencia, su técnica mirará mucho más a completar lo que ya se hace habitualmente y a realizarlo con una mayor calidad, que a imaginar prácticas nuevas. La simple lectura indica cuál era la jerarquía de valores en la vida monástica instituida por San Benito, heredero de los Padres del desierto y de los Legisladores monásticos como Casiano, Pacomio y Basilio.Para San Benito, como para los Padres, como para la liturgia, la mortificación de la Cuaresma se inscribe en una tensión hacia el día de la resurrección del Señor. La ascesis no puede tener más que un sentido: una liberación, no un menosprecio del cuerpo sino dentro de un recobrado equilibrio, una liberación en orden a una entrada total en la "gran liberación" que es la Pascua del Señor. Una muerte con Cristo para resucitar con él. Mientras el hombre vive en su envoltura mortal, deberá siempre trabajar por asegurar en sí mismo un equilibrio. Este no puede mantenerse sin una técnica de ascesis que hay que consolidar a veces mediante algunas exigencias más particulares. Pero el verdadero y único motivo de la tensión que el cristiano debe mantener en sí mismo, es el de encontrarse dispuesto para la Pascua y su complemento futuro: la vuelta del Señor. Por eso habla San Benito de "la gozosa espera del día santo de Pascua". Una ascesis centrada sobre sí misma no podría, sin hipocresía, pretender una auténtica alegría, salvo tal vez la amarga y pasajera de un orgullo de autodominio satisfecho. Sólo la espera de la Pascua, de la liberación del hombre y del mundo que significa, puede proporcionar una verdadera alegría -la alegría del Espíritu Santo de que habla San Benito- en medio mismo de la dura y desafiante espera de esta vida.


Juan Casiano (365-435) fue un monje y sacerdote, oriundo de la actual Rumanía, que visitó la floreciente vida monástica del Egipto cristiano al comienzo del siglo V. De allí, marchó a la Galia, fundando en Marsella el Monasterio de San Víctor. En sus dos obras, las Colaciones y las Instituciones, dejó constancia de la tradición monástica que había recibido en Egipto, siendo de importancia trascendental para el desarrollo del monacato en Europa.

Juan Casiano considera que la Cuaresma es algo que atañe solo a los laicos, pues estima que es propio de los monjes vivir en perpetua tensión espiritual. Sin embargo, san Benito, cien años después, consciente de que los monjes también son débiles y pecadores, instituye la Cuaresma como un tiempo de especial esfuerzo espiritual, durante el cual, los monjes deben tratar de vivir más intensamente su consagración cristiana y monástica.

San Benito no especifica taxativamente cómo debemos vivir la Cuaresma; sugiere más oración, menos esparcimiento, y más concentración en el gran misterio de la Pascua, que está a punto de llegar.

En la imagen, tomada en el que fuera célebre Monasterio de San Pedro de los Montes, vemos a San Benito orando ante el Señor crucificado. Que, por su intercesión, este camino cuaresmal nos conduzca por la Cruz hasta la Luz de la Pascua.

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