viernes, 26 de julio de 2013

EL DISCIPULO DE CRISTO-EDITH STEIN- FRAGMENTO DE LA CIENCIA DE LA CRUZ

"...el que no toma su cruz y sigue en pos de mi, no es digno de
mi" o "el que quiera venir en pos de mi, nieguese a si
mismo, y tome su cruz y sigame", la Cruz es el simbolo de todo lo dificil y pesado, y que resulta tan opuesto a la nat...uraleza que, cuando uno toma esta
carga sobre si, tiene la sensacion de caminar hacia la
muerte. Y esta es la carga que ha de llevar
diariamente el discipulo de Cristo.
El anuncia de la muerte ponia ante sus discipulos la imagen del
Crucificado y esto mismo hace todavia hoy en cuantos leen o escuchan
el Evangelio. Hay en esto una
intimacion callada a responder de manera conveniente.
La invitacion a seguir a Cristo por el Via Crucis
de la vida nos da la respuesta oportuna y, al mismo 

tiempo, nos hace comprender el sentido de la muerte
en la Cruz, ya que a estas a palabras sigue inmediatamente la advertencia : "Quien quisiere salvar su vida la perder ; pero quien perdiere su vida por amor de mi la salvar ". Cristo ofrecio su vida para abrir a los hombres las puertas de la vida eterna. Mas para ganar esta vida eterna hay que renunciar a la terrena.
Hay que morir con Cristo y con el resucitar : morir con la muerte del sufrimiento que dura toda la vida,
con la negacion diaria de si mismo y, si se tercia, con la muerte sangrienta del martirio por el Evangelio...
Ya ahora -"en la carne"-tomamos parte en El cuando creemos : creemos que Cristo ha muerto por nosotros para darnos la vida. Esta fe es la que nos permite ser una cosa con El con la unidad que tienen los miembros con la cabeza y abre para nosotros el torrente de su vida. Tal es la fe en el -Crucificado-, la fe viva que va unida a un abandono amoroso y constituye para nosotros la entrada a la vida y el principio de la futura glorificacion:de aqui que sea la Cruz nuestro unico titulo de gloria :
 "Cuanto a mi, no quiera Dios que me glorie sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo est crucificado para mi y yo para el mundo". El que se ha decidido por Cristo, esta muerto para el mundo y el mundo para ‚l. Lleva en su cuerpo los estigmas del Señor7 ; es debil y despreciado ante los hombres pero recto y, por ello mismo, fuerte, pues la fuerza de Dios es su fortaleza en la debilidad. 
 Con este conocimiento, no solo toma el discipulo
 de Cristo sobre si la Cruz que le ha sido 
impuesta, sino que al mismo se crucifica. "Los que son de Cristo Jesus han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias". Han tenido que librar una guerra implacable contra su naturaleza para que muriera en ellos la vida de pecado y diera lugar a la vida del espiritu. Esto ultimo es lo que importa. La Cruz no es un fin en si misma..
Ella se eleva y empuja hacia lo alto. 
 Por esta razon, no es solamente simbolo, sino arma poderosa 
de Cristo, el cayado del pastor,
 con que eldivina David sale a combatir con el 
Goliat infernal y con el cual llama con autoridad 
a la puerta del cielo y se le abre. Desde entoncesfluyen torrentes 
de luz divina que envuelven a cuantos siguen a Crucificado.

EDITH STEIN-LA CIENCIA DE LA CRUZ




EL DISCURSO SOCIAL DE JUAN PABLO II

 

El pontificado de Juan Pablo II no solamente ha sido uno de los más largos, sino que sobresalió por su riqueza doctrinal, particularmente en el campo de la doctrina social. Una reflexión sobre el pensamiento de este gran hombre nos revela que conjuntó, tal como él lo dijo, "cosas nuevas y viejas", "continuidad y renovación" del discurso social católico. Algunos autores señalan períodos en la historia de los cien años desde la Rerum novarum (RN, SS León XIII) hasta la Centesimus annus (CA, de SS Juan Pablo II); ya sea el pontificado de Juan XXIII como el momento del cambio, o el Concilio Vaticano II. Yo creo que el cambio se da con el Papa Wojtyla.

Juan Pablo II toma el Concilio como punto de partida y hace de todo su magisterio una estupenda y profunda catequesis, muy especialmente afirmando que Cristo revela plenamente el sentido del hombre al hombre y que el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. La correcta interpretación del magisterio de Juan Pablo II supone conocer el pensamiento de Karol Wojtyla que, en su diálogo con la fenomenología husserliana (donde se observa la realidad tal cual es, sin prejuicios)y el Concilio Vaticano II, logró sintetizar su pasado neo tomista con la metafísica personalista fenomenológica. Sin romper con el pasado recorrió un camino muy distinto que lo llevó a pensar en la persona concreta, no en la noción abstracta propia de la filosofía tradicional. De esos hombres y mujeres situados e históricos, hizo el camino que la Iglesia tiene que recorrer en el desempeño de su misión.

Juan Pablo II es social en todo su magisterio y ello requiere un esfuerzo de interpretación nada fácil, pues supone el conocimiento de todos sus grandes documentos y de cada uno de ellos, punto por punto.

Lo dicho se aplica de manera particular a la primera encíclica de su pontificado, la Redemptor hominis (RH) que es la clave de lectura del pensamiento wojtyliano [1]. En ella están presentes todos los temas que encontraremos en sus 27 años de servicio pastoral. La clave de lectura es la antropología cristológica y el mismo Papa, en su segunda encíclica, Dives in misericordia, describe la RH, curiosamente, como una encíclica sobre el hombre [2].

Toda la realidad es vista por el Papa desde la perspectiva de la persona. Así, por ejemplo, reflexionando sobre el fantástico progreso que ha alcanzado la humanidad, afirma que la primera inquietud de todo cristiano tiene que referirse a la cuestión esencial y fundamental: ¿este progreso, cuyo autor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, "más humana"?; ¿la hace más "digna del hombre"? [...] si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos [3].

Encontramos en estas líneas la continuación de la preocupación del Concilio por construir un mundo más humano, pues el crecimiento del hombre tiene que ser espiritual y moral. Desarrollando la noción del dominio de la creación, como misión asignada al primer hombre y a la primera mujer, Juan Pablo II la completa afirmando que ese dominio consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia [4]. He aquí el parámetro para evaluar cualquier sistema o modelo histórico que se debe tener presente cuando se leen las llamadas "encíclicas sociales" si se quiere hacer de ellas una lectura justa.

Profundizando en los problemas del hombre contemporáneo encontramos a la base la carencia de una verdad objetiva de la que derivan los totalitarismos, los abusos, la manipulación consumística que aliena al hombre contemporáneo y lo reduce a una verdadera forma de esclavitud. El problema de la justicia es otra gran preocupación del Papa y debe ser la de todo cristiano. En casi todas las encíclicas de Juan Pablo II encontramos una referencia a la realidad de millones de personas que mueren por falta de lo necesario, y que son marginadas en tantas formas. Ante esa realidad surge la exigencia de lo que el Papa en la RH llama el "amor social", que luego se convertirá en la solidaridad, virtud basilar de su magisterio.

En el mundo dominado por el mercado se quiere imponer un concepto inaceptable de libertad que va unido precisamente a un comportamiento consumístico no controlado por la moral, lo cual limita contemporáneamente la libertad de los demás, es decir, de aquellos que sufren deficiencias relevantes y son empujados hacia condiciones de ulterior miseria e indigencia [5]. Aquí se ve la interrelación entre los fenómenos sociales y la centralidad de la justicia, pues las víctimas son siempre los pobres. Vale la pena notar cómo, contrariamente a cuanto pretende la ideología dominante, el mal uso de la libertad de los poderosos limita la libertad de grandes masas de la humanidad.

Encontramos así en la RH la clave de lectura que no ha sido tenida en cuenta por muchos de los comentaristas de la Centesimus annus que han deformado gravemente el pensamiento del Papa y han disimulado la crítica de fondo que él ha hecho del sistema económico dominante. Más que una encíclica sobre economía, se trata de una reflexión antropológica sobre la situación del hombre en el mundo dominado por la ideología del mercado. Es una respuesta-propuesta antropológica, a la visión cerrada del hombre que esta ideología propone. Se trata de ofrecer los criterios para interpretar el sistema económico. De éstos, el principal es el hombre mismo visto en su realidad de imagen de Dios con quien, por lo mismo, tiene una verdadera afinidad. El hombre tiene así una realidad trascendente que hace que no solamente puede usar de los bienes de la creación, sino que debe subordinar su uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad [6]. Este es el parámetro interior según el cual se debe medir y orientar la economía.

NOTAS

1 En la encíclica Redemptoris missio el Papa se refiere a la RH como a su encíclica programática (RM 4).
2 DM,1.
3 RH 15.
4 Ibid.
5 Ibid.
6 SRS 29.
  Para consultar esta encíclica pinchar:
CARTA ENCÍCLICA REDEMPTOR HOMINIS

jueves, 18 de julio de 2013

ENTRE EL SILENCIO Y LA PALABRA



La tensión que existe entre el silencio y la palabra se mueve en la fina línea entre el existir como persona y el no ser nada. De aquí que sea necesario mantener el equilibrio entre ambas para no perdernos en el abismo de la no existencia.

En efecto, tanto si nos excedemos en el silencio, convirtiéndonos poco menos que en autistas, como si nos volcamos en una verborrea compulsiva, corremos el riesgo de no crecer como personas y por lo tanto no crecer espiritualmente. Se trata de saber permanecer en silencio para poder escuchar la palabra que germina en él.





En nuestra exposición sobre el silencio nos vamos a apoyar en la RB y en San Bernardo.

San Benito nos habla en su Regla del valor del silencio y la Palabra principalmente en el capítulo sexto, aunque deje caer algunos mensajes aquí y allá. En el tema del silencio el Padre de los monjes se hace eco de la tradición monástica anterior a él. Cuando pone el acento en el silencio no es porque desprecie la palabra, más bien es al contrario. Se trata de un gran respeto y agradecimiento por el don de la palabra, el silencio viene a ser como un medio para usar la palabra sin frivolidad, guardándola de desviaciones que la degradan convirtiéndola en un instrumento de pecado. El silencio del que habla san Benito -la taciturnitas- no es el simple callar material, sino que habla de una actitud del corazón por la que se hace disponible para escuchar a Dios y prestar atención al hermano. El silencio, pues, no es para san Benito un mutismo orgulloso y agresivo, sino disponibilidad total para la Palabra de Dios y atención humilde a los otros. De aquí que el silencio que impone la Regla, se puede interrumpir cuando así lo reclama la caridad. Digamos que en el silencio hay una fuerza de purificación, de clarificación y de comprensión de lo esencial: por eso el silencio es fecundo. De él surge la palabra madura, la única que puede comunicar a los otros lo mejor de nosotros mismos. El silencio es también respeto al otro, y colaboración para crear espacios de serenidad y paz en la vida.


El silencio es una actitud que san Benito reclama desde el Prólogo de su Regla y va diseminando en toda ella. Por ejemplo en el capítulo cuarto, que trata de los instrumentos de las buenas obras dice:

“Abstenerse de palabras malas y deshonestas.
No ser amigo de hablar mucho.
No decir palabras vanas o que provoquen la risa.
No gustar de reír mucho o ruidosamente.
Escuchar con gusto las lectura santas.
Postrarse con frecuencia para orar.

Se ve claramente que los cuatro primeros instrumentos citados aquí están en función de los dos últimos, que hacen que se comprenda mejor el alcance e importancia del silencio: se guarda silencio para escuchar a Dios y para orar.

Si se saca de su contexto el capitulo 6 de la Regla, puede dar la impresión de rigorismo y exageración. Pero lo tenemos que ver como unos enunciados que después han de aplicarse en la vida diaria y concreta. De hecho, si lo enmarcamos en todas las alusiones que hace san Benito en su Regla, nos daremos cuenta que el silencio que quiere el Padre de los monjes, está muy lejos del mutismo casi total y deshumanizante que tal vez se podría deducir de una lectura superficial de este capítulo. Este silencio es en su fundamento atención, disponibilidad, fecundidad previa a toda palabra auténtica, tanto de cara a Dios como de cara a los otros. Pero claro, esto pide una ascesis y una mesura para capacitarnos para mantener una auténtica comunicación con Dios y con los otros, ya que la abundancia de palabras suele encubrir con bastante frecuencia la incapacidad de una verdadera comunicación.

Yo pienso y estoy verdaderamente convencido que lo que más necesitamos es que cada uno tome conciencia del valor del silencio, que cada uno ame el silencio. Porque la experiencia vivida a partir de este aprecio personal del silencio, nos capacita para entrar en el lugar escondido de nuestra propia vida donde nos encontramos con Dios y donde podemos vivir la conciencia profunda de la comunión con los demás.

Por desgracia en nuestro mundo de hoy hemos excluido de nuestra sociedad el silencio y acumulamos ruido y más ruido, por eso muchos hombres y mujeres jamás entraran en el centro de sí mismos, pues les da miedo encontrarse con esa soledad del propio corazón, y al no entrar ahí están desterrados de su verdadera existencia, sumidos en la ignorancia de sí mismos. Es por eso que en el tren, en la sala de espera o donde sea, no pueden pasar sin tener en manos un libro, sin escuchar música, sin alguna cosa que ver, que hacer o que pedir. La vida de muchas personas es tan superficial, tan terriblemente superficial que les vuelve incapaces para una verdadera comunicación que quiera ir más allá de las palabras.

Hasta aquí con san Benito, veamos ahora que nos dice el místico san Bernardo.

Si la vida cisterciense está totalmente orientada hacia el encuentro mutuo del Creador y su criatura espiritual, es normal, que san Bernardo atribuya la mayor importancia a la soledad y al silencio. Y esto porque toda búsqueda de Dios implica interioridad y recogimiento para poder llevar a cabo la voluntad divina. Este recogimiento en lo íntimo de la conciencia es requisito imprescindible para pasar al encuentro con Dios. De aquí que sea necesario potenciar este aspecto de la soledad y el silencio en el conjunto de las demás motivaciones. La soledad y el silencio son una preparación consciente y querida para la venida del Verbo al alma que se desprende de las demás preocupaciones.
 

 Escuchemos a san Bernardo:

“Siéntate, pues, solitario como la tórtola. Que nada te turbe entre la muchedumbre de los demás... ¡Oh alma santa!, permanece solitaria y resérvate exclusivamente para el Señor, a quien has elegido para ti entre todos. Huye de las gentes, huye hasta de tus familiares; aléjate de los amigos íntimos, y hasta del que te sirve. ¿No sabes que tienes un Esposo muy pudoroso, que de ninguna manera te regalaría con su presencia delante de otros? Aléjate, pues, pero con la mente, no corporalmente; con tu intención, con tu devoción, con tu espíritu. Porque Cristo el Señor es Espíritu ante ti, y busca la soledad del espíritu y no la del cuerpo; aunque a ratos no está mal que te separes también corporalmente, cuando puedas hacerlo con discreción, en especial durante la oración... Por lo demás, sólo te exige la soledad del corazón y del espíritu. Estarás solo si no piensas en torpezas, si no te afecta lo presente, si desprecias lo que angustia a muchos, si te aburre lo que todos desean, si evitas toda discusión, si no te impresionan las desgracias, si no recuerdas las injurias. De lo contrario, no te encontrarás solo ni en la soledad más absoluta. ¿Ves cómo puedes vivir rodeado de muchos, y entre muchos solo? Puedes estar solo por frecuente que sea tu trato con los demás, con tal que te libres de ocuparte en vidas ajenas como juez temerario, o como espía curioso”. (SC 40, 4-5).

Como hemos visto en este párrafo, aparece la idea constante en san Bernardo de la íntima relación entre la mística y la ética, es decir, entre la experiencia de Dios y la conducta de ella derivada. La mención al Espíritu que se presenta ante nuestro espíritu como un Esposo celoso que solicita toda nuestra atención, va seguida de la descripción detallada de todo aquello que obstaculiza a nuestra conciencia, esa multitud de pensamientos y de juicios que la invaden de continuo. El silencio, pues, es una observancia cisterciense muy importante, de tal modo que san Bernardo lo considera el guardián de la religión.

Según el Abad de Claraval se puede abusar de la palabra por diversos motivos: para distraerse, para imponerse con presunción, por vanagloria, por hablar mal con ironía, por quejarse del alimento, por confesarse pecador para parecer humilde, o para atraer la atención.

Pero sabe también que existen silencios culpables y palabras provechosas; que la crítica y la murmuración merecen ser reemplazadas por la acción de gracias y la reconciliación con el hermano. La palabra puede ser tan útil y valiosa como nociva y mortal. No sólo se pierde el tiempo de la vida con la locuacidad, sino la misma vida y la vida de los otros. Pero oigamos al mismo Bernardo:

“¡Qué verdad encierra aquella sentencia, hermanos: “en el mucho hablar no faltará el pecado!... ¡Ojalá que con estas conversaciones sólo se perdiera el tiempo! ¡Cuántos no pierden también en ellas la vida! Pierden la suya y arrancan la de sus hermanos... No temas afirmar que esta lengua es más cruel que aquella lanza que atravesó el costado del Salvador. Porque ésta desgarra el cuerpo de Cristo y sus miembros. Y no hiere un cuerpo exánime, sino que lo mata al clavarse en él... Y a pesar de ello seguimos diciendo: “¡Es tan ligera la palabra! ¡La lengua no es más que un pedazo de carne, tierna y suave!... Como no somos perfectos, después de una larga conversación sentimos nuestro espíritu vacío, la meditación menos devota, el afecto más árido y el holocausto de la oración menos fecundo. La causa son las palabras que hemos dicho u oído... Tal vez parezca que me excedo reprendiendo el uso de la palabra”. (Div 17).

Estos son los motivos por lo que es recomendable el silencio para san Bernardo. Es evidente que son negativos pero bien vividos llevan a la salvación, que es el objetivo de la vida cisterciense.

Digamos que para san Bernardo el silencio es una perfección escatológica, y las palabras un medio imperfecto pero necesario. no sólo para comunicarnos con los demás sino para hablarnos a nosotros mismos.
Veamos ahora algún texto en el que san Bernardo reconoce también el valor de la palabra:

“Mi corazón me ha abandonado y necesito hablarme a mí mismo, o más bien hablarme como a un otro. Y esto, de momento con tanta frecuencia cuanto menos vivo dentro de mí y unido a mí mismo.” (Div 110).

“Es encantador el silencio pudoroso, pero es más necesaria la palabra sumisa”.(SVM).

“El ejemplo es más eficaz que la palabra para muchas cosas, si demuestras que te ha persuadido a ti antes lo que quieres aconsejar a otro. Son más eficaces las obras que las palabras. Actúa como hablas, y no sólo me enmendarás con mayor facilidad, sino que te librarás de un gran reproche”. (Sc 59, 3).

Tenemos, pues, que para san Bernardo la palabra es útil en cuanto nos ayuda a progresar en la virtud y en la salvación. La palabra, lo mismo que el silencio, está en función de un bien mayor: la experiencia espiritual de un Dios que salva. Sólo la palabra que ha sido engendrada en el silencio es la que puede edificar a uno mismo y a los demás.

Vamos a terminar con una reflexión sobre el diálogo y el silencio en una comunidad.

El diálogo -y la capacidad para dialogar- es un componente esencial, no sólo de la madurez relacional, sino también de su identidad espiritual. Un diálogo que nace del silencio, que se nutre de silencio, que se remite al silencio.

Una comunidad formada por buscadores de Dios logra equilibrar creativa y naturalmente diálogo y silencio, justamente porque en la fraternidad buscar a Dios es una tarea, es una tarea esencialmente comunitaria que se realiza utilizando sabiamente la palabra que evoca el silencio. En esta comunidad la palabra circula libremente sin perturbar el silencio, mientras el silencio crea las condiciones ideales para decir palabras de vida. Hay, al mismo tiempo, mucha palabra y mucho silencio, pero la palabra en el silencio, no en fases sucesivas.

Un diálogo ininterrumpido se produce sobre todo en el secreto y en el silencio del alma con la Palabra que, como maná, no sólo alimenta y vivifica día tras día, sino que propone, ilumina, pide y espera respuesta. Una palabra que no sólo hay que guardar en el corazón como un tesoro, sino que es una persona viviente con la que se puede hablar y por la que uno se siente amado. Es el primer diálogo en la vida del cristiano, inmediatamente invadido por un profundo silencio. Y sin embargo, es un verdadero diálogo, un intercambio de palabras con otra persona en un acontecimiento comunicativo llamado oración, en las que se graban y pueden reconocerse, como en la “caja negra” de los aviones, las huellas y etapas del camino del ser humano hacia Dios, pero también del camino de Dios hacia el ser humano.

El cristiano sabe, o debe 
saber, que no puede guardarse sólo para sí ni esa Palabra ni esa experiencia, y que tampoco puede pretender comprender todo su sentido. Por consiguiente, el diálogo pasa del silencio de la interioridad al intercambio fraterno en la comunidad, pero girando en torno al mismo contenido, con idéntica inspiración, con la misma finalidad: buscar el rostro de Dios, reconocer las huellas del paso del que camina sobre las aguas y cuyas huellas son invisibles. Sería absurdo presumir de hacer en solitario el reconocimiento del misterio.

Este intercambio profundo produce un fruto no del todo previsto. Mientras resuena la palabra de Dios en la riqueza de experiencias y en la variedad de interpretaciones suscitadas por el mismo Espíritu, une corazones y mentes en el mismo camino de santidad. Un fruto quizás no del todo previsto, pero psicológica y espiritualmente una consecuencia evidente. “Decir a Dios” en comunidad, contando a los demás lo que Dios me ha dicho y ha hecho en mí, no sólo crea una verdadera y sólida fraternidad, sino que sobre todo ayuda a los hermanos a reconocer la acción y la palabra de Dios en su vida y hace que se vea la convergencia y unidad básicas de los caminos de santidad por diverso que sean.

Del silencio al diálogo y del diálogo al silencio. El silencio protege el diálogo con Dios; el diálogo con Dios protege y fomenta el diálogo con los hermanos que, a su vez, remite al silencio de la intimidad con Dios y con uno mismo. Y todo esto como signo cada vez más claro de un camino comunitario de santidad.

Es un hecho evidente que a Dios le gusta tanto le mediación, que normalmente se revela al hombre a través de otro hombre o, en todo caso, a través de mediaciones humanas. Así nos lo presenta la Biblia. Es como una metodología de la salvación. Lo que quiero decir con esto es que en la vida espiritual nada funciona automáticamente. Incluso la mediación de que Dios se sirve no se ve en seguida con claridad, no me revela inmediatamente lo que Dios quiere de mí, ni se impone inequívocamente. Y no se la puede tratar como a cualquier comunicación o información, sino que precisa un espacio propio para ser correctamente descifrada y entendida. Este espacio es el silencio, seno que no sólo da a luz la palabra, sino que también hace que se comprenda a partir de la palabra que viene de Dios. Es ahí, en el silencio, donde el misterio de la teofanía se disuelve y se ilumina; pues sólo cuando callan las palabras, es cuando la palabra puede revelar su origen y destino, de dónde viene y adónde va.

En las comunidades cristianas hay tanta, tantísima palabra, que no nace del silencio y vive huérfana de él; que no es acogida en este seno fecundo y corre el riesgo de quedarse muda, sin sentido, de no ser entendida. O se le puede dar un sentido superficial, inmediato o emotivo, sin reflexión alguna que permita rebasar las puras apariencias. Es como si se interrumpiera el diálogo que Dios inicia para comunicarnos su voluntad. Pero también se interrumpe, o no tiene sentido, el diálogo fraterno que cuando carece de silencio, es un puro sonido que rasga el aire e, incluso a veces, las mismas relaciones entre las personas.


El diálogo es uno de los primeros indicadores de la calidad de la vida fraterna y desempeña un papel realmente importante en el camino de una comunidad hacia la santidad comunitaria. Pero para volver a ser medio y expresión de la búsqueda comunitaria de Dios, nuestro hablar requiere silencio. Pero, evidentemente, no cualquier tipo de silencio. No el silencio que es pura ausencia de palabra y mucho menos si es rechazo de la misma; tampoco el silencio que se guarda por disciplina o que va exclusivamente unido a la oración. Aquí nos referimos a ese clima interior de silencio que hace que resuene en las profundidades del espíritu el sentido de los acontecimientos, encuentros, palabras, retos e imprevistos, para reconocer en la vida y más allá de ella la llamada misteriosa de Dios que viene y la posibilidad de responderle e ir a su encuentro. Un silencio que acalle resonancias agresivas y resentimientos excesivos, que despierte la benevolencia gratuita y la valoración positiva de los demás, que fomente el sentido de la responsabilidad ante el hermano y la acogida del don de su presencia, que escuche a Dios que me habla por el otro y al otro que me habla tal como es, con su humor, con su requerimiento de ayuda y con sus silencios. Un silencio, en fin, donde mora el misterio

LA ARIDEZ DE TU DESIERTO.

"El desierto es el lugar del despojo del propio yo. La inmensa aridez que te rodeará, hará desaparecer de ti todas aquellas cosas que no son imprescindibles en tu vida. Desnudará tu alma, y te despojará de todo, incluso de lo que consideras como más amado."

Puedes hacer de tu vida un desierto, un desierto personal que no influya el calor del sol, el frio del invierno, la pesadez de la vida, que no influya el sinsabor, el dolor o el peso de la propia razon, Puedes hacer de tu vida un desierto donde el tormento no aprenda a deslucir tu mañana, pero puedes hacer de ese desierto un oasis de perfección a tu propia bondad, a tu propia gratuitidad donde vivan los tuyos, los otros y tuú mismo....puedes hacer de todo eso una vida dedicada a la propia contemplación: de Dios, del mundo, de la vida y de toda manifestación que consideres como un bien a las personas...


Cuantas veces intentamos silenciar nuestro mundo pero lo hacemos agraviados por el peso de las circunstancias, abrumados por el falso ego que nos invita a responder con casi ilegitimidad a las erosiones de la vida, la sociedad, nuestros deseos. Nos lanzamos a un mundo intrigado e instigador  que da pie a satisfacer nuestro orgullo, nuestro deseo, nuestro bienestar, cuando solo alimentamos al demonio que llevamos encima.

 En la medida que seamos capaces de ver que en los múltiples coletazos de esta vida y de esta sociedad el hombre se convierte en esclavo de si mismo y de lo que le rodea comprenderemos la necesidad de encontrar un vacio mucho mas ensordecedor, mas ruidoso que lo externo. Ruidoso porque golpea con fuerza  llamando a nuestros sentidos, a nuestro pensamiento.
No lo esquives es el mismo Dios que te está diciendo párate y mírate a ti mismo,,,,¿esto es lo que quieres?Lo que amas, lo que buscas....convertirte en un ser mucho mas mediocre ante ti mismo y ante la vida....
Busca un vacío inmenso donde poder encontrar la mano de Dios y tu propia mano,ahí comienzas a vivir en Paz. 





Sor + Isabel Maria Perez Moreno
Dama del Temple

lunes, 8 de julio de 2013

ENCICLICCA: "Lumen fidei" PAPA FRANCISCO I

Ciudad del Vaticano, 7 jul (EFE).- El papa Francisco afirmó hoy que su primera encíclica "Lumen fidei", escrita en su mayor parte por su predecesor Benedicto XVI, puede "ser útil a quien está buscando a Dios".
Tras el rezo del Ángelus dominical, desde la ventana del palacio apostólico, Francisco explicó que el pasado viernes fue publicada la encíclica sobre la fe "Lumen fidei" (La luz de la fe) que Benedicto XVI había iniciado y él terminó.
"La ofrezco con alegría a todo el Pueblo de Dios, especialmente ahora que necesitamos ir a lo esencial de la fe cristiana, profundizar en ella y compararla con las problemáticas actuales", explicó.
"Pero pienso -añadió- que al menos en algunas partes puede ser útil a quien está buscando a Dios y el sentido de la vida".
El pasado viernes, el Vaticano publicó la encíclica, en la que se subraya la necesidad de recuperar la fe en el mundo actual "en el que la fe es vista como un salto al vacío que impide la libertad del hombre".
Francisco reconoció que la mayor parte del texto es de Benedicto XVI, que no llegó a completarla tras su renuncia, y que él había hecho sólo algunas aportaciones. EFE.





domingo, 7 de julio de 2013

VIDA CONTEMPLATIVA



 Es difícil ver a la multitud estando dentro de una multitud... Por eso hay que dejar la multitud para ver a esa multitud y juzgar de ella” . Para juzgar al mundo con objetividad, es preciso tomar distancia y retirarse de una manera temporal para algunos, o permanente para otros. El hecho de vivir en el mundo puede ser un conocimiento experimental muy provechoso; pero se presta a muchas presiones del medio ambiente, a circunstancias, discusiones y violencias, que impiden alcanzar un pensamiento libre y sereno. La forma de ver el que está “sumergido en el baño del mundo”, de su actividad y confusión, debe ser completada por el juicio de personas que están fuera del mundo, y se guían directa y totalmente bajo la influencia del Espíritu, y ven al mundo con una perspectiva particular que el Espíritu les sugiere, y a la que les predisponen las condiciones de paz, silencio, reflexión, estudio y oración en que viven.



    Los contemplativos son los ojos de la Iglesia y son también el corazón, porque se dedican únicamente a amar; la virginidad de este amor debe ser preservada, y no está segura sin un poco de desconfianza frente a los contactos del mundo. No se considera monje quien no ha adquirido con respecto a esto cierto instinto de reserva.



Los contemplativos, cuya vocación es mirar a Dios sin cesar, son los ojos de la Iglesia, como diría un día san Gregorio Magno, en un texto siempre actual que se ha hecho famoso:“ Hay en el cuerpo miembros destinados a percibir la luz, y otros que están en contacto perenne con la tierra. El ojo es el que percibe la luz, y para que no se ciegue se procura preservarlo del polvo; el pie, al contrario, no cumple bien su oficio si titubea al recoger el polvo de la tierra. Sin embargo, estos miembros al cumplir cada uno su oficio están tan unidos entre sí que el pie corre hacia lo que han visto los ojos, y el ojo guía al pie. Así también en la santa Iglesia los miembros deben tener una función distinta y permanecer unidos por la caridad.
 
El monje debe, pues, dar al laico lo que éste no puede recibir en el mundo. Y no lo conseguirá sino distanciándose del mundo y permaneciendo muy acogedor, y procurando sensibilizarse con sus problemas. El desierto debe volvernos más abiertos para compartir, y más disponibles para con nuestros hermanos.

            Porque es preciso que haya intercambios entre laicos y monjes. El monje, por muy enraizado que permanezca por la estabilidad dentro del claustro, pertenece al Cuerpo Místico y a todos sus miembros. Da a éstos un testimonio de vida que procura que les sea legible, una oración que debe abrazar el universo, esa palabra reconfortante, iluminadora y penetrante que tantas almas vienen a buscar entre los muros de las hospederías monásticas.






             
Si los monasterios son fieles en proteger a sus miembros en las debidas condiciones de aislamiento y verdadera soledad, si pueden procurarles un ambiente de oración en el que se dilate la pasión por los intereses de Dios y de su Iglesia, los monjes serán capaces de sembrar una gracia de interioridad en aquellos que les visitan, y darles calma y confianza. Les enseñarán a “vivir consigo mismos”y a escuchar en el fondo de su alma las llamadas a una mayor intimidad con el Señor, cosa que la fiebre del mundo moderno les impide frecuentemente percibir. Si al mismo tiempo los monjes saben abrir los ojos a las necesidades y aspiraciones de su tiempo, absteniéndose de todo replegamiento sobre sí mismos, y estando dispuestos a  hacerse todo para todos, y a ofrecer a cada alma y a cada uno de sus problemas simpatía y comprensión, su influjo se prolongará de siglo en siglo, siempre bienhechor y profundo.


Nuestra manera de estar presentes en el mundo es procurar primeramente estar presentes en Dios, y creer que no podemos dar a Dios sin poseerlo previamente y estar poseídos por El. Pero también consiste en estar atentos a los requerimientos de la sensibilidad moderna, a las inquietudes, pruebas y miserias del mundo.


DESIERTO Y COMUNION. ESPIRITUALIDAD MONASTICA.-