jueves, 28 de marzo de 2013

SAN BENITO Y LA PASCUA



San Benito subraya que la Cuaresma es el tiempo de la esperanza de la Resurrección y así toda nuestra vida para él es una Cuaresma. Si embargo, en este periodo cuaresmal, debemos tener una disciplina especial y hacer renuncias para prepararnos a la Pascua.

San Benito da la indicación de que el monje se someta al abad para despojarse de todo tipo de orgullo o de autocomplacencia, para prepararse al Señor y no encerrarse en sí mismo. De este modo, este periodo del año nos hace entrar más bien en una dimensión espiritual, y no tanto ascética en sentido estricto.
Para san Benito hay tres elementos: oración, estudio, trabajo manual. Conozco muchas personas que se reservan tiempo al inicio de la jornada para reflexionar sobre cómo seguir adelante y luego al final de la jornada para verificar cómo les ha ido. Es un modo de ponerse ante Dios más importante incluso que la recitación de cualquier oración.

Para los  benedictinos, la oración, el trabajo y el estudio forman el equilibrio de nuestra jornada: también en la sociedad hace falta un equilibrio, algo que no es fácil. Responde a la exigencia de poner a Dios en el centro. Pero hay más: el tiempo para Dios es un tiempo que nos regalamos a nosotros mismos. La oración más que un grito que lanzamos a Dios es estar con Dios, un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.


La actitud que nos pide San Benito en tiempo de cuaresma: esperar la pascua con ansia de espiritual alegría (RB 49, 7). Esa es la espiritualidad de la primitiva comunidad cristiana que, no teniendo cuaresma, celebraba el triduo pascual como una espera anhelante del Señor que marchó y prometió volver (viernes santo - vigilia de resurrección).

sábado, 23 de marzo de 2013

SIGNIFICADO DE LAS PALMAS EN DOMINGO DE RAMOS

Mañana, nuestras Iglesias se llenarán de Palmas, sera un día festivo de alegría y a la vez de pena pues entramos en la Semana de Pasión.
Las palmas benditas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando lo aclamaban como Rey y como el venido en nombre del Señor. 


 Las palmas benditas que recogemos cada Domingo de Ramos en las Iglesias Católicas significan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón.
Y ¿cómo es ese Reinado de Jesús en nuestro corazón? Significa que lo dejamos a El reinar en nuestra vida; es decir, que lo dejamos a El regir nuestra vida,  que entregamos nuestra voluntad a Dios, para hacer su Voluntad y no la nuestra. Significa que lo hacemos dueño de nuestra vida para ser suyos.
Así el Reino de Cristo comienza a estar dentro de nosotros mismos y en medio de nosotros, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra.

 ¿Qué significado tiene esto en nuestras vidas?

Es una oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas. Debemos parecernos a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “que viva mi Cristo, que viva mi rey...” Es un día en el que le podemos decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él. Que queremos que sea el rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero. Queremos que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida.


Imagen del Cristo de la Real Cofradía de la Entrada de Jesus de Jerusalén y Maria Stma del Amor, de Ubeda (Jaen)

Señor....enséñame a seguirte, enséñame a no temer, a seguir el camino que emprendiste por mi; no me perderé, no desfalleceré.
Mi camino esta en manos de esa Palma que sujeto como alegría por haberte encontrado. Como esperanza de un mundo mejor, como estandarte de mi fe.
¡HOSANA¡¡
BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR¡¡¡

Sor + Isabel María Pérez Moreno
Dama del Temple

domingo, 17 de marzo de 2013

ASPECTOS DE LA VIDA ESPIRITUAL:EXPERIMENTAR LA PROPIA NADA


¿Qué significa saber y experimentar mi propia “nada”?

No es suficiente alejarme disgustado de mis ilusiones, fallas y errores, separarme de ello como si no existiera, y como si se tratara de otra persona. Este tipo de aniquilación de sí mismo es sólo una ilusión peor, es una humildad simulada que, al decir “Nada soy”, significa de hecho “Desearía no ser quien soy”.


Esto puede fluir desde una experiencia de nuestras deficiencias y de nuestra impotencia, pero no produce paz alguna en nosotros. Para conocer realmente nuestra “nada” también debemos amarla. Y no podemos amarla a menos que veamos que es buena. Y no podemos ver que es buena a menos que la aceptemos.

Una experiencia sobrenatural de nuestra contingencia es la humildad que ama y valora, por encima de todo lo demás, nuestro estado de desamparo metafísico y moral ante Dios.

Para amar nuestra “nada” de esta manera, no debemos repudiar nada que sea nuestro, nada de lo que tenemos, nada de lo que somos. Debemos ver y admitir que es todo nuestro y que todo es bueno: bueno en su entidad positiva, dado que proviene de Dios; bueno en nuestra deficiencia, dado que nuestro desamparo, nuestra miseria moral o espiritual, nos atrae la misericordia de Dios.

Para amar nuestra “nada” debemos amar en nosotros todo lo que el hombre orgulloso ama cuando se ama a sí mismo. Pero debemos amarlo exactamente por las razones opuestas.

Para amar nuestra “nada” debemos amarnos a nosotros mismos.

Pero el hombre orgulloso se ama a sí mismo porque piensa que es merecedor de amor, respeto y veneración por él mismo. Porque piensa que debe ser amado por Dios y por el hombre. Porque piensa que es más merecedor de ser honrado, amado y reverenciado que todos los demás hombres.

El hombre humilde también se ama a sí mismo, y busca ser amado y honrado, no porque el amor y el honor le sean debidos sino porque no le son debidos. Busca ser amado por la misericordia de Dios. Ruega ser amado y ayudado por la generalidad de sus semejantes. Sabiendo que no tiene nada, también sabe que lo necesita todo y no teme pedir lo que necesita y obtenerlo allí donde sea posible.

El hombre orgulloso ama su propia ilusión y su autosuficiencia. El hombre espiritualmente pobre ama su propia insuficiencia. El hombre orgulloso reclama el honor de tener lo que ningún otro tiene. El hombre humilde mendiga una cuota de lo que todos los demás han recibido. Él también desea ser colmado hasta desbordar con la bondad y la misericordia de Dios.

Thomas Merton

sábado, 16 de marzo de 2013

RECEPCIÓN DE LOS HUÉSPEDES. (Cap. 53) REGLA DE SAN BENITO


Todos los grandes comentaristas de la Regla señalan que este capítulo, relativamente breve, se divide en dos partes. La primera más antigua y más teológica, describe el espíritu con que se debe practicar la hospitalidad, sus forma principales. Benito agrega, sin duda al fin de su vida, una segunda parte apoyada en la experiencia de los años, y que responde sobretodo a la preocupación de preservar la atmósfera de la vida comunitaria cuando los huéspedes se presentan numerosos en el monasterio y a veces a horas inconvenientes.

El primer párrafo enuncia el principio teológico y espiritual que orientará todo el capítulo: “Todos los huéspedes que lleguen serán recibidos como a Cristo, pues él dirá un día: Yo he sido huésped vuestro y vosotros me recibisteis. Este principio se basa directamente o indirectamente sobre varios textos tanto del Antiguo Testamento, como del Evangelio, y es una llamada a una mirada de fe.
El primer texto bíblico que viene al espíritu es evidentemente el ejemplo de hospitalidad dada por Abrahám que, acogió con Egipto, que les impulsa a tratar a los extranjeros como a uno de ellos y a una hospitalidad exquisita a tres viajeros desconocidos, recibió en realidad la visita del Señor y La Promesa de una posteridad (escena que Rublev ha inmortalizado en su icono de la Trinidad). Siguiendo la Ley de Israel, recuerda a los judíos que han sido recibidos en Egipto, los llama a tratar al extranjero como a uno de ellos y a amarlos como a ellos mismos. La ley les invita por otra parte a proteger de una forma especial a los débiles y a los pequeños.
En el Evangelio, el texto que constituye la clave de bóveda de la enseñanza de Jesús sobre la hospitalidad, se encuentra en el capítulo 25 de Mateo, donde Jesús se identifica con los pequeños, los pobres, los perseguidos. “Yo era extranjero y me y me habéis acogido…” Esta son palabras de Jesús por la que Benito comienza este capítulo.
Establecida así esta visión de fe, se comprende mejor el ritual litúrgico que Benito establece para la recepción de los huéspedes. Estas acciones deben ser practicadas “sobre todo con los hermanos en la fe y los peregrinos”, este “sobre todo” implica que a todos los otros también se les han de ofrecer. Este ritual consiste en venir expresamente a encontrar a los que llegan, orar con ellos y después darles el beso de paz. Enseguida se postrarán para adorar a Cristo e n ellos, y se les invitará a orar. Después de todo esto se lee la Palabra de Dios, ya que van a partir el pan, una vez que el abad y todos los hermanos, laven los pies y las manos de todos los huéspedes.
Benito termina esta primera sección diciendo que se debe tener un cuidado particular al recibir a los pobres y a los peregrinos, pues en ellos más que en otros, es Cristo a quien se recibe. Estos son los que en efecto, Cristo ha escogido para identificarse de una forma particular.
Podemos dejar de momento la segunda parte de este capítulo que se preocupa sobre todo de la forma de organizar el trabajo de la cocina y hospedería y de procurar que el gran número de huéspedes que se presentan no turben la vida de la comunidad.
Nuestras Constituciones (Cons. 30) resumen toda la materia de este capítulo de Benito sobre la recepción de los huéspedes, insistiendo (ST.30.A) sobre la ayuda que la comunidad debe dar a “los que vienen al Monasterio para buscar la profundización en su vida de oración”. Es un hecho que, aún en los paises más descristianizados, y aún donde las vocaciones a la vida monástica son muy raras, son sin embargo muy numerosas las personas que buscan en los monasterios lugares donde encontrar a Dios y encontrarse ellos mismos.
En la Iglesia y la sociedad de hoy las hospedería de los Monasterios son como “lugares neutros” donde las persona de todas las clases sociales, de todas las tendencias políticas o religiosas, en todas las situaciones profesionales o o matrimoniales, pueden sentirse en su casa y saberse aceptadas.
Ciertos monasterios como Taizé, pueden tener una vocación especial como la de organizar grandes encuentros de jóvenes. También a una comunidad le es posible recibir una vez u otra un gran grupo con una preocupación pastoral muy definida como el Camino de san Benito, que recibimos hoy aquí. Pero la vocación más común de nuestras hospederías monásticas es el ser sencillamente lugares de paz, donde pueden retirarse cuando se les ocurra todos los que tienen necesidad de un contexto de oración, soledad y tranquilidad para encontrar a Dios o también para curar heridas espirituales o psicológicas. Si estas hospederías están abiertas a los hermanos y hermanas en la fe, lo están también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Las audiencias concedidas a nuestros Capítulos Generales, por los últimos Papas, Pablo VI y Juan Pablo II en particular, nos han recordado a esta dimensión de nuestra vocación cisterciense. Así la carta a la Familia Cisterciense, de 1988, Juan Pablo II escribía:
Para numerosas personas,, puede expresar interrogantes espirituales esenciales y profundizar en la gracia en la gracia con la acogida que se les propone en los monasterios. Una comunidad fraterna de fe permite percibir un punto de estabilidad en una sociedad donde las referencias más fundamentales han desaparecido, sobre todo para los mäs jóvenes. Hijos e hijas de Citeaux, la Iglesia espera de vosotros que vuestros monasterios sean entre los hombres de hoy, según vuestra propia cocción, Un signo elocuente de comunión un lugar de acogida para los que buscan a Dios y las realidades espirituales, escuelas de fe y verdaderos centros de estudio, de dialogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de diálogo interreligiosa***(Vita consecrata, n.6).
La última frase del texto de Juan Pablo II que acabo d citar está tomada de la Instrucción Apostólica post-sinodal sobre la Vida Consagrada. Desea que nuestros Monasterios sean no solamente escuelas de fe y de oración, sino también centros de estudios, de diálogo y de cultura para edificación de la vida eclesial en esta vida de la ciudad terrestre, en espera de la ciudad celeste (eterna).
Esta llamada al diálogo -un diálogo abierto a todas las culturas, a todas las tendencias y a todas las religiones -es una constante de las del pontificado de Juan Pablo II. Es evidente a vista de esta actitud abierta y constante de diálogo del Santo Padre, como hay que leer esos documentos, como por ejemplo la Declaración reciente de la Congregación para la Doctrina e la Fe Dominus Jesus que recuerda sin duda la Doctrina del Concilio y la enseñanza constante del Papa, en la medida, donde parece, por su sentido que da un frenazo al Diálogo Ecuménico e interreligioso, debe verse como un accidente de trayecto. Pablo VI y Juan Pablo II los sostuvieron varias dudas invitando a los monjes a asumir una misión de primer plano en el diálogo interreligioso (en el que nuestro Padre Bernardo ha jugado siempre una misión muy apreciada por su apertura unida a un gran equilibrio doctrinal).
Ya he mencionado en otra parte como el Santo Padre en la misma cata a la Familia Cistercienses, y precisamente en el contexto que habla de la hospitalidad, nos exhorta a una nueva forma de hospitalidad permitiendo a los laicos participar en ciertos aspectos de nuestra vida y también en nuestro carisma espiritual cisterciense.
Yo os animo también, según las circunstancias, a discernir con prudencia y sentido profético la participación en vuestra familia espiritual de fieles laicos, bajo la forma de “miembros asociados”, o bien, según las necesidades actuales en algunos contextos culturales , bajo la forma de una participación temporal de vida comunitaria ( Vita consecrata, nº 56.)y un compromiso en la contemplación, con la condición de que la identidad de vuestra propia vida monástica no sufra detrimento.
El carisma que hemos recibido no nos pertenece. Como todo carisma pertenece a la Iglesia, es decir, al conjunto del Pueblo de Dios. Nosotros somos los depositarios y guardianes. Y tenemos también la obligación de compartirlo.

jueves, 14 de marzo de 2013

LA ORACION EN LA REGLA DE SAN BENITO



La oración debe incluirse en un tiempo y en un espacio concreto, dentro de la propia rutina diaria, buscando un momento especial dentro del quehacer diario. Si orientamos nuestra vida hacia una espiritualidad, y una vida " monástica" aun perteneciendo al mundo, y siguiendo a San Benito, necesitamos entender ls connotaciones que lleva consigo.
La oración es una llamada  al Espíritu Santo, que otorgue equilibrio y paz interior a nuestra vida y ruitna diaria.

 

lunes, 11 de marzo de 2013

EL PAPEL DE LOS LAICOS EN EL MUNDO DE HOY



 Aun no sabemos todo lo que implica nuestro papel como laicos, creemos que solo se basa en una mera participación en la vida de la comunidad cristiana, o participar en la liturgia minimizando nuestra labor dentro de la Iglesia. Es cierto que eso ha influido que la respuesta desde la propia Iglesia ha sido en ocasiones muy escasa en aquello sitios o lugares donde se ha dado una respuesta poco concisa al respecto al papel de los laicos en la vida comunitaria.

El Concilio Vaticano II resulto un punto de partida en la nueva concepción de la vida eclesial y de los laicos, otorgando un papel esencial en la evangelización y en los servicios que la propia Iglesia puede ofrecer a las personas:
El Concilio Vaticano II definió la posición que ocupan los laicos en la Iglesia, partícipes de la misión de Cristo. Ellos: Son los fieles cristianos que, incorporados a Cristo mediante el bautismo, forman el pueblo de Dios, participan a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, y ejercen, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo (LG 31).
De las charlas extraídas el pasado fin de semana,es interesante exponeros mis propias reflexiones:

¿Qué es ser laicos?
EVANGELIZADORES: nuestra actitud y nuestra forma de vivir nuestra fe evangeliza, muestra nuestra fe y ayuda formar y despertar la fe de los otros.
VIVIR EL EVANGELIO, la fe no puede subsistir y asentarse sin obras:
"...Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta...." Santiago 2:26
MIEMBROS ECLESIALES:, no puede ir por su cuenta, pertenece a una comunidad concreta y a ella se debe tanto para su formación, su actividad, no puede ir por libre para encontrar un sentido y una espiritualidad coherente con nuestra forma de pensar. La oración, la formación y el estudio de la Palabra son indispensables para dotar de sentido y coherencia. Trabajar conjuntamente con los miembros de una comunidad concreta.
COMUNIDAD: su razón de ser esta dentro de su comunidad (parroquia=Pastor (Obispo).
En definitiva, un ejemplo de VIDA CRISTIANA

Hoy el laico necesita despertar. Sobre todo porque hay un intento de separación entre Dios y mundo. Deshumanizar al hombre, hacer desparecer no solo la fe si no también, cualquier sentimiento de fraternidad, de espiritualidad. En un mundo material y de consumo, la esfera de lo ritual, el dogma, la virtud, la sabiduría y el conocimiento no sirve si no es por el afán de convertirnos en seres autómatas carentes de sentimientos.
La base de todo nace en el Bautismo. Es la consagración perpetua como cristianos, gracias a ese acto, entramos a formar  parte de la Iglesia. Por lo que se nos otorga una vocación universal de poder actuar en nombre de Cristo. Desde ese momento, nuestra vida como cristianos, como personas que viven su fe, estamos llamados a ser ejemplo de Cristo, vivir en Cristo. El bautismo no distingue a unos y a otros, lógicamente más adelante, las personas podrán elegir seguir la vocación religiosa para consagrar su vida a servir al Señor y convertirse en pastores de la Iglesia.
Pero es importante resaltar, el CARISMA DE LA IGLESIA. Es el propio espíritu Santo el que nos mueve..La fuerza para poder también servir a nuestra Iglesia. El laico que le mueve a servir dentro de su comunidad, se convierte en una pequeña luz en el mundo. Porque también es un instrumento al servicio de Dios:
DESPERTAR
HACER PRESENTE
ANUNCIAR
INSTAURAR
DENUNCIAR
Es asentar el Reino de Dios en la tierra, basado en el amor y la fraternidad. Debemos concienciarnos del papel y de la responsabilidad que tenemos y que a veces nosotros mismos no nos damos cuenta de esa importancia. Cualquier persona bautizada esta llamada a servir al Señor; esta llamada a servir como ramas en la familia cristiana, a servir de cobijo a sus hermanos. Ya no se cree que el papel sea exclusivo de los párrocos, de los obispos porque  así rebajamos la importancia de la Iglesia a su carácter jerárquico, q es un punto más a tener en cuenta pero no el único y el definitivo. Existe y se admite una espiritualidad universal que mueve a todos los hijos de Dios a reclamar su lugar, su papel en el mundo y a desarrollar la misión que Cristo nos enseñó y por el que murió. No nos vale reclamar la responsabilidad a nuestros obispos, a nuestros sacerdotes si nosotros mismos en nuestras acciones cotidianas no llevamos a Cristo con nosotros; flaco favor hacemos, porque la fe no puede tomarse sólo desde un púlpito o bajo las directrices de otros. El creyente es el que toma las riendas y con su ejemplo de vida vivifica la Fe y la despierta en los demás, está enseñando y a la vez aprendiendo porque la Fe vivida desde mi yo como persona, ayuda a entender la forma de vivir la fe de la otra persona y puede enriquecerme y enseñamos a otros como la vivimos, creándose una red que se va extendiendo y que hace que permanezca y se perpetue haciendo viva la palabra del Señor: Jesús quiere que seamos pescadores de hombres.
Somos el conducto principal de Dios para la salvación de los hombres, (Romanos 10:14 “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? “).
 2 Corintios 5:20
“Así, que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.
Marcos 16:15
“Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio A TODA CRIATURA”.
Vivamos la Fe, despertemos nuestra espiritualidad, no nos convirtamos en católicos de nombre si no de acciones, un estilo de vida que otorgue una relación personal e intima con Dios, y no solo entendámosla que solo es `posible desde un monasterio o desde una parroquia o convento.
Todos los hombres y mujeres que se dicen portar a Cristo en su corazón están llamados a santificar su vida,  por Cristo. El santo no nace, se hace con las obras, estudiando y meditando la palabra, la oración y con la acción del Espíritu Santo que nos mueve y nos guía por los caminos trazados por el señor. Porque al fin y al cabo es  El  que nos elige para ser portadores de su verdad.
Pensemos en el Año de la Fe como marco incomparable para volver a  revitalizar el papel de todos los laicos  y que el Espíritu Santo nos ayude a desarrollar con los altibajos, los problemas y luchar con la idiosincracia que existe hoy en el mundo.

QUE ASI SEA....+

Sor + Isabel María Pérez Moreno.
Dama del Temple.





viernes, 8 de marzo de 2013

LOS HOMBRES NO SON ISLAS (T MERTON)



El hombre está dividido contra sí y contra Dios por su egoísmo que lo divide de sus hermanos. Esta división no puede ser sanada por un amor que se coloca en solitario en uno de los lados de la hendidura: el amor debe alcanzar ambos lados para poder juntarlos. No podemos amarnos a nosotros si no amamos a los otros: y no podemos amar nos vuelve incapaces para amar a otros. La dificultad de este mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, radica en la paradoja de que tendríamos que amarnos inegoístamente porque aún el amor a nosotros mismos es algo que debemos a otros.

Esta verdad nunca es clara mientras presumimos que cada uno de nosotros, individualmente considerado, es el centro del universo. No existimos sólo para nosotros, y cuando únicamente cuando estamos plenamente convencidos de esta verdad comenzamos a amarnos adecuadamente y así también amamos a otros. ¿Qué quiere decir amarnos adecuadamente?. Lo primero desear vivir, aceptar la vida como un inmenso don y un gran bien, no por lo que ella nos da, sino porque nos capacita para dar a otros.. El mundo moderno empieza a descubrir cada vez que la calidad y la vitalidad de la existencia del hombre dependen de su voluntad secreta de vivir. Existe dentro de nosotros una fuerza oscura de destrucción que alguien ha llamado “el instinto de la muerte”. Es algo terriblemente poderoso esta fuerza engendrada por el amor propio frustrado que lucha consigo mismo. Es la fuerza del amor de si mismo que se ha vuelto aborrecimiento de si mismo, y que, al adorarse, adora al monstruo en que se consuma.
Es pues de importancia suprema que consintamos en vivir para otros y no para nosotros mismos. Cuando hagamos esto podremos enfrentarnos a nuestras limitaciones y aceptarlas. Mientras nos adoremos en secreto, nuestras deficiencias seguirán torturándonos con una profanación ostensible. Pero si vivimos para otros, poco a poco descubriremos que nadie cree que somos “dioses”. Comprenderemos que somos humanos, iguales a cualquiera, que tenemos las mismas debilidades y deficiencias, y que estas nuestras limitaciones desempeñan el papel más importante en nuestras vidas, pues por ellas tenemos necesidad de otros y los otros nos necesitan. No todos somos débiles en los mismos puntos: y por eso nos complementamos y suplementarnos mutuamente, cada uno rellena le vacío del otro.
Sólo cuando nos vemos en nuestro contenido humano verdadero, como miembros de una raza que está planeada para ser un organismo, un “cuerpo”, empezamos a comprender la importancia positiva, tanto de los éxitos como de los fracasos y de los accidentes de nuestra vida. Mis éxitos no son míos: el camino para ello fue preparado por otro. El fruto de mis trabajos no es mío, porque yo estoy preparando el camino para las realizaciones de otros. Ni mis fracasos son míos: pueden dimanar del trabajo de otros, más también están compensados por las realidades. Por consiguiente, el significado de mi vida no debe buscarse solamente en la suma total de mis éxitos y de mis fracasos, junto con los éxitos y fracasos de mi generación, mi sociedad y mi época. Pueden verse, sobre todo, dentro de mi integración dentro del Misterio de Cristo. Eso fue lo que el poeta John Donne comprendió durante una grave enfermedad, al oír que las campanas doblaban por otro.
“La iglesia es católica, universal, luego todos sus actos, todo lo que ella hace, pertenece a todos. ¿Quién no inclina el oído a la campana que en alguna ocasión tañe? Y ¿ quién puede suprimir de este tañido la verdad de que un pedazo de uno mismo está saliendo de este mundo?”
Todo hombre es un pedazo de mí mismo porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo cristiano es parte de mi cuerpo porque somos. Lo que hacen por mí, para mi lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece responsable de su participación en la vida de todo el cuerpo. La caridad no puede ser lo que se pretende que sea, si yo no comprendo que representa la participación en la vida de un organismo totalmente sobrenatural al que pertenezco. Únicamente, cuando esta verdad ocupa el primer sitio, encajan las otras doctrinas en su contexto adecuado. La soledad, la humildad, la negación de uno mismo, la acción y la contemplación, los sacramentos y la vida monástica, la familia, la guerra y la paz. Nada de esto tiene sentido sino en relación con la realidad central que es el amor de Dios viviendo y actuando en aquellos a quienes El ha incorporado en su Cristo. Nada. Absolutamente nada tiene sentido, si no admitimos con John Dunne que “Los hombres no son islas, independientemente entre si: todo hombre es un pedazo del continente, una parte del todo”.
(Extracto de “Los Hombres no son islas”).
THOMAS MERTON

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA MUJER EN CRISTIANO


Una interesante reflexión sobre la el papel de la mujer en la vida, en el mundo, y como cristiana. La mujer siempre ha desempeñado un papel vital en toda sociedad, y no podemos negar su papel social y humano, de trasmisión de valores, su papel educador. El eje central de toda sociedad para poder perpetuarse y avanzar esta en la familia, y dentro de ella la mujer como madre, esposa, mujer trabajadora, mujer cristiana..... Por eso a través de este fántastico estudio, mostramos, una vision actual, seria y rigurosa sin perder de vista la dimnesion religiosa y espiritual, que es el eje central de esta reflexión.
 Para todas nuestras Damas, amigas y simpatizantes con nuestro sentir y actuar.
 UN ABRAZO EN CRISTO.


  

domingo, 3 de marzo de 2013

SOLEDAD-COMUNION


El monje es, pues, el que vive en la soledad del desierto. Palabra ésta peligrosísima, porque desierto quiere decir vacío, y el Señor no nos llama a nadie al vacío, sino a la plenitud, que de alguna manera es el resultado del desierto del espíritu. Porque el desierto como vacío es insoportable, dónde no me voy a realizar como persona, y si no soy persona, no tendré la base humana necesaria para construir el edificio espiritual. No se trata de una soledad que deshumanice, que despersonalice, que aliene. La soledad espiritual del verdadero desierto del espíritu es, la pleamar de Dios, la marea llena, donde mi humanidad está satisfecha, colmada, realizada y consumada.
No cabe duda que hay una soledad-aislamiento que es mala. Va contra la naturaleza del hombre, de los designios de Dios sobre la humanidad. Por desgracia siempre ha habido, y hoy más que nunca, solitarios-aislados; personas que no han sentido el calor del amor del consorte, de un amigo, de una familia; que un consumismo los ha desfondado del todo y devorado interiormente por la tristeza. Que su soledad los lleva al borde del suicidio; que aparentemente están con todos y tienen de todo; pero que por ello se hallan al margen de todo y de todos. El signo de esta soledad es la ausencia de los demás; y lo que es más terrible, de uno mismo.
Jesús no invita a esta soledad deshumanizante. Jesús llama únicamente a la soledad-comunión, que supone, en primer lugar, la confianza absoluta y una toma de conciencia de la presencia de Dios en la persona humana (ver Jn 8,16-29; 16,32), de la presencia de la persona en sí misma y en los demás a modo de acompañamiento; pero no tanto a través de los avatares diarios, cuanto en la peregrinación interior del hombre. Jesús asumió en su persona esta soledad que es además prueba (Mt 4,1-11) , oración y silencio (Mc 1,35.45).
Jesús es el creador de la soledad cristiana. Él vivió su soledad para estar con todos. Y nos la ofrece como medio eficaz de comunión. Precisamente el monasterio se alza en un lugar solitario. Es una escuela de soledad para ahí aprender con Jesús a vivir la soledad-comunión con el Padre, y estar cerca de todos nuestros hermanos los hombres. Pero en primera instancia esta soledad cristiana exige una estrecha cercanía con los hermanos, miembros de una misma comunidad que tienen que proyectar al unísono su ambiente de soledad, característico, vivo y equilibrado. Luego, los vínculos de comunión se dilatan a la humanidad entera. Así el monje llega a ser un hermano universal; no sin sentirse profundamente lacerado por los sufrimientos, divisiones y odios que entretejen la historia[5].