Para acercarnos a comprender la austeridad del Cister, sus principios de vida espiritual, de oración y silencio basta con comprender su historia, su origen.
Su arquitectura trasmite esos principios: La Orden nace del deseo de regresar al origen de
la Regla de San Benito, inspirada en el monacato oriental, con la soledad, la
oración y el trabajo como pilares de la vida monástica y, en definitiva, de la
entrada en la vida divina, que es lo que ya inicia el monje en esta vida:
adelanta el paraíso, viviendo en continua contemplación de Dios. Para esto se
fundan las abadías pequeñas, pobres y alejadas de las vías principales de
comercio. Originada de la anterior reforma de Cluny, decaída en su fervor
original y ha sido una Orden, muy rica en personas, abadías y santidad.
Fue clave en la reforma de la Iglesia en pleno
siglo XI. Sufrió mucho y perdió personas, abadías y posesiones con las guerras
de religión, la persecusión de Enrique VIII, la Revolución Francesa y la
Desamortización, en toda Europa.
Aunque fue fundada por los Santos Alberico
de Citeaux , Roberto de Molesmes y Esteban Harding (los
tres el 26 de enero y, además, Roberto el 29 de abril y Esteban el 28 de
marzo), pero el impulso y conformación se las dio San Bernardo de
Claraval (20 de agosto), eminente predicador, escritor y santo,
amante de María, Doctor de la Iglesia
Para lograr este regreso a la
simplicidad de los orígenes, el monje necesitaba librarse de todo aquello que,
durante siglos, había ido adhiriéndose a su vida, y la ampulosidad del culto y
la riqueza, incuidas las destinadas al servicio Divino. De ahí que el arte propio de Císter se caracterizó por
la asuteridad, desnudez y eliminación de todo lo accesorio, tenido como elemento
de distracción y superficialidad. San
Bernardo y los primeros monjes destierran el oro y las piedras preciosas de sus
iglesias, no simbolizan para nada “los destellos de la luz divina” (Suger).
“Oh, vanidad de vanidades, pero más insensata incluso que vana: la Iglesia resplandece en sus murallas y carece de todo en sus pobres”. San Bernardo. Apología a Guillermo.
De las iglesias cistercienses, desarrolladas
entre el románico y el gótico, lo primero que destacaba es la ausencia de
campanario, considerado fútil y signo de ostentación. Una simple espadaña para
la campana era suficient.
El Císter introduce el concepto de la
luz, anticipándose al gótico, mediante las líneas rectas, los ábsides planos, la
ausencia de las naves laterales, y los capiteles sin adornos Y son ejemplos,
Léoncel, Silvacane, o Noirlac, las tres en Francia. No hay resquicios para
sombras y oscuridades. Las iglesias eliminan las tribunas para seglares y
nobles, al ser exclusivamente para los monjes. Esto es al principio, pues ya en
el siglo XII, en plena expansión, las iglesias vuelven a ser de culto público,
retornan los sitiales, rejas separatorias, y el coro en medio de la nave.
Tambien se aumentan las naves laterales a 3 o 5, se retoma el ábside
semicircular, con capillas radiales y deambulatorio. Se destinan las capillas a
advocaciones marianas o santos titulares de donantes, que suelen ser abades,
obispos o nobles. Las columnas y capiteles, verdaderas historias en escenas
lineales en el románico, se desnudan en Císter. Son lisos o, a lo sumo,
adornados con hojas de caña (recordando el origen: “Cistels”, o sea,
“juncos”, en francés), pero nunca deberán tener figuras de personas o
animales, mucho menos mitológicos.
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Santa María de Gradefes. Siglo XII |
La iluminación de manuscritos no
escapa a esta austeridad, aunque no faltan bestias mitológicas o escenas
cotidianas, se rechaza el uso de colorido. En 1152 el Capítulo General decreta
que las iniciales de los libros sagrados, aunque destacadas, deben ser de un
solo color y sin decorar.
No siempre se
siguieron los cánones mandados, sino que muy pronto el Císter comenzó a tener
posesiones, recibir donaciones, impuestos y prebendas, que terminaron por
traducirse en iglesias más fastuosas, abandonando la pureza y simplicidad de las
líneas. Y lo muestran las abadías de Rueda, Aragón, con su torre mudéjar del
siglo XIV; la abadía de Alcobaça, Portugal, donde campean el románico, el gótico
y el plateresco; Poblet, España, con un fantástico retablo de alabastro; o,
Royamount, fundada por San Luis de Francia (25 de agosto) y cuyas
ruinas dejan entrever su fastuosidad y altivez góticas. Aunque hoy el Císter haya
retomado aquellos orígenes de austeridad y sencillez, los amantes del arte
finalmente agradecemos, por el aporte que supuso a los estilos gótico y barroco,
donde el Císter incursionó ampliamente, a costa de sacrificar su ideal de sencillez
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