sábado, 13 de abril de 2013

LA AUSTERIDAD EN EL CISTER

 Para acercarnos a comprender la austeridad del Cister, sus principios de vida espiritual, de oración y silencio basta con comprender su historia, su origen. 

Su arquitectura trasmite esos principios: La Orden nace del deseo de regresar al origen de la Regla de San Benito, inspirada en el monacato oriental, con la soledad, la oración y el trabajo como pilares de la vida monástica y, en definitiva, de la entrada en la vida divina, que es lo que ya inicia el monje en esta vida: adelanta el paraíso, viviendo en continua contemplación de Dios. Para esto se fundan las abadías pequeñas, pobres y alejadas de las vías principales de comercio. Originada de la anterior reforma de Cluny, decaída en su fervor original y ha sido una Orden, muy rica en personas, abadías y santidad.
 Fue clave en la reforma de la Iglesia en pleno siglo XI. Sufrió mucho y perdió personas, abadías y posesiones con las guerras de religión, la persecusión de Enrique VIII, la Revolución Francesa y la Desamortización, en toda Europa. 
Aunque fue fundada por los Santos Alberico de Citeaux , Roberto de Molesmes y Esteban Harding (los tres el 26 de enero y, además, Roberto el 29 de abril y Esteban el 28 de marzo), pero el impulso y conformación se las dio San Bernardo de Claraval (20 de agosto), eminente predicador, escritor y santo, amante de María, Doctor de la Iglesia


Para lograr este regreso a la simplicidad de los orígenes, el monje necesitaba librarse de todo aquello que, durante siglos, había ido adhiriéndose a su vida, y la ampulosidad del culto y la riqueza, incuidas las destinadas al servicio Divino. De ahí que el arte propio de Císter se caracterizó por la asuteridad, desnudez y eliminación de todo lo accesorio, tenido como elemento de distracción y superficialidad. San Bernardo y los primeros monjes destierran el oro y las piedras preciosas de sus iglesias, no simbolizan para nada “los destellos de la luz divina” (Suger).
“Oh, vanidad de vanidades, pero más insensata incluso que vana: la Iglesia resplandece en sus murallas y carece de todo en sus pobres”. San Bernardo. Apología a Guillermo.
 De las iglesias cistercienses, desarrolladas entre el románico y el gótico, lo primero que destacaba es la ausencia de campanario, considerado fútil y signo de ostentación. Una simple espadaña para la campana era suficient.
 El Císter introduce el concepto de la luz, anticipándose al gótico, mediante las líneas rectas, los ábsides planos, la ausencia de las naves laterales, y los capiteles sin adornos Y son ejemplos, Léoncel, Silvacane, o Noirlac, las tres en Francia. No hay resquicios para sombras y oscuridades. Las iglesias eliminan las tribunas para seglares y nobles, al ser exclusivamente para los monjes. Esto es al principio, pues ya en el siglo XII, en plena expansión, las iglesias vuelven a ser de culto público, retornan los sitiales, rejas separatorias, y el coro en medio de la nave. Tambien se aumentan las naves laterales a 3 o 5, se retoma el ábside semicircular, con capillas radiales y deambulatorio. Se destinan las capillas a advocaciones marianas o santos titulares de donantes, que suelen ser abades, obispos o nobles. Las columnas y capiteles, verdaderas historias en escenas lineales en el románico, se desnudan en Císter. Son lisos o, a lo sumo, adornados con hojas de caña (recordando el origen: “Cistels”, o sea, “juncos”, en francés), pero nunca deberán tener figuras de personas o animales, mucho menos mitológicos. 
Santa María de Gradefes.
Siglo XII


Para el Císter, la imagen religiosa sobra. Solo se admitían las imágenes del Crucificado y la de la Virgen María, Madre de la Orden. La imagen es considerada motivo de curiosidad, imaginación y distracción a la hora de la oración y la contemplación. Más que mediación, son estorbo. Bernardo incluso llega a decir que la imagen es un recurso para ignorantes, así que sus iglesias serán sin pinturas o esculturas. Las capillas laterales, en caso de haberlas, serán desnudas de todo, solamente tendrán un altar de piedra.Esta visión de las imágenes, que puede parecer brusca, e incluso con ecos protestantes, halla eco en otros místicos, tal vez no de manera tan drástica, pero sí que se palpa. Los santos, mientras más adentrados en Dios y la vida mística, menos necesitan de las mediaciones visuales que tal vez un día le sirvieron para acercarse a Dios. Tampoco nos descubren nada nuevo: para la Iglesia, la imagen es medio, no fin en si mismo, pues eso sería idolatría. Por eso no es de extrañar que, mientras menos fe y vida interior, más imágenes, reliquias, devociones y cosas exteriores se necesitan. Y lo dice uno a quien le gustan las imágenes, pero que no le sirven para orar, sin ser místico ni nada, sino un simple cristiano.

La iluminación de manuscritos no escapa a esta austeridad, aunque no faltan bestias mitológicas o escenas cotidianas, se rechaza el uso de colorido. En 1152 el Capítulo General decreta que las iniciales de los libros sagrados, aunque destacadas, deben ser de un solo color y sin decorar.

 No siempre se siguieron los cánones mandados, sino que muy pronto el Císter comenzó a tener posesiones, recibir donaciones, impuestos y prebendas, que terminaron por traducirse en iglesias más fastuosas, abandonando la pureza y simplicidad de las líneas. Y lo muestran las abadías de Rueda, Aragón, con su torre mudéjar del siglo XIV; la abadía de Alcobaça, Portugal, donde campean el románico, el gótico y el plateresco; Poblet, España, con un fantástico retablo de alabastro; o, Royamount, fundada por San Luis de Francia (25 de agosto) y cuyas ruinas dejan entrever su fastuosidad y altivez góticas. Aunque hoy el Císter haya retomado aquellos orígenes de austeridad y sencillez, los amantes del arte finalmente agradecemos, por el aporte que supuso a los estilos gótico y barroco, donde el Císter incursionó ampliamente, a costa de sacrificar su ideal de sencillez

No hay comentarios:

Publicar un comentario