domingo, 7 de abril de 2013
PRINCIPIOS BÁSICOS DE LA ESPIRITUALIDAD MONÁSTICA
No cabe la menor duda de que la vocación monástica es una de las más bellas en la iglesia de Dios. La “vida contemplativa”, como vulgarmente se denomina la vida de las órdenes monásticas, es una vida totalmente consagrada al misterio de Cristo para vivir la vida del Dios que se nos dio a sí mismo en Cristo. Es una vida totalmente entregada al Espíritu Santo, una vida de humildad, obediencia, soledad, silencio, oración, en la que renunciamos a nuestros propios deseos y a nuestro propio camino en orden a vivir en la libertad de los hijos de Dios, guiados por el Espíritu Santo que habla por nuestros superiores, por nuestra regla y por las inspiraciones de su gracia en nuestros corazones. Es una vida de total oblación a Dios en unión con Jesucristo que fue crucificado por nosotros y resucitó de entre los muertos y habita en nosotros por el Espíritu Santo.
Pero por muy bella, sencilla y elevada que sea esta vida, como nos la presenta la tradición de los padres, los monjes son hombres y la fragilidad humana tiende siempre a rebajar y a falsear nuestra entrega total a Dios. Y esto es tanto más de lamentar cuanto que algunas personas, llenas de buena voluntad y generosidad, abrazan la vida monástica y luego se pierden en naderías y en la rutina, a pesar de su buena voluntad. En lugar de vivir la vida monástica en su pureza y sencillez, tendemos siempre a complicarla y a echarla a perder con nuestras miradas mezquinas y nuestros deseos demasiado humanos. Exageramos algún aspecto particular de la vida, desequilibrando así el conjunto. O caemos en una miopía espiritual que no ve más que detalles y pierde la visión de la gran unidad orgánica en la que estamos llamados a vivir. En una palabra, para entender como se debe las reglas y observancias de la vida monástica, hemos de tener siempre presente el auténtico sentido del monacato. Para que no nos desorientemos con los medios que se nos dan, debemos siempre referirlos a su fin.
Los grandes fines de la vida monástica sólo pueden entenderse a la luz del misterio de Cristo. Cristo es el centro de la vida monástica; su origen y su fin. El es para el monje el camino y la meta. Las reglas y observancias monásticas, las prácticas de ascesis y la oración, todas deben ser integradas en esta realidad más alta. Tienen que ser siempre consideradas como parte de una realidad vital, como manifestaciones de una vida divina, más que como elementos pertenecientes a un sistema o como el mero cumplimiento de un deber
El monje hace algo más que atenerse a leyes y órdenes que no puede comprender. Entrega su voluntad para vivir en Cristo. Renuncia a una libertad inferior por otra superior. Sin embargo, para que esta renuncia dé fruto y sea válida, el monje debe tener alguna idea, al menos de lo que está haciendo.
El fin de estas notas es examinar brevemente los grandes principios teológicos sin los cuales ni la observancia ni la vida monástica tendrían sentido. Vamos a exponer estos principios de forma resumida. El que desee comprenderlos, deberá leerlos meditándolos en presencia de Dios.
Aunque estas páginas hayan sido escritas para monjes, y en particular para los novicios y postulantes cistercienses, pueden sin embargo tener algo que decir a todos los religiosos e incluso a todos los cristianos, ya que tradicionalmente se considera a la vida monástica como la vida cristiana genuina, la vida perfecta “en Cristo”, un camino seguro hacia la cumbre de aquella común perfección de la caridad a la que Cristo llama a todos los que han dejado el mundo para seguirle al cielo.
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