sábado, 29 de diciembre de 2012
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS VINO LA PLENITUD DE LA DIVINIDAD -SAN BERNARDO
Colosenses 1,1-14
1:1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo,
1:2 a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
1:3 Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
1:4 habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos,
1:5 a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del Evangelio,
1:6 que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad,
1:7 como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros,
1:8 quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu.
1:9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual,
1:10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;
1:11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad;
1:12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;
1:13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,
1:14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
En la plenitud de los tiempos
vino la plenitud de la divinidad
San Bernardo
Sermón en la Epifanía del Señor 1,1-2
Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al
hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros
el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta
miseria.
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su
bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la
misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa,
iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba
a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios por lo profetas. Y decía:
Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder
el hombre que sólo experimentaba la aflicción ignoraba la paz? ¿Hasta
cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor,¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que
creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto
absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada puede
dejar de verlo, puso su tienda al sol.
Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de
su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su
anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera
vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que
habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro
precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos
ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que,
cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la
plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse
así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se
reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad
de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué
manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La
mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.
¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia
de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más
rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa
por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres
lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de
lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres
hombre, por que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo
lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente
por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto
más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por
mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido –dice el Apóstol– la
bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y
manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio
de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre
Dios.
domingo, 23 de diciembre de 2012
IV DOMINGO DE ADVIENTO: MANIFESTACION DEL MISTERIO ESCONDIDO
23 de diciembre
Isaías 51,1-11
1 Escuchadme, vosotros que seguís la justicia, los que buscáis al SEÑOR. Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados. 2 Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué. 3 Ciertamente el SEÑOR consolará a Sion, consolará todos sus lugares desolados; convertirá su desierto en Edén, y su yermo en huerto del SEÑOR; gozo y alegría se encontrarán en ella, acciones de gracias y voces de alabanza. 4 Prestadme atención, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá una ley, y estableceré mi justicia para luz de los pueblos. 5 Cerca está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; por mí esperan las costas, y en mi brazo ponen su esperanza. 6 Alzad vuestros ojos a los cielos, y mirad la tierra abajo; porque los cielos como humo se desvanecerán, y la tierra como un vestido se gastará. Sus habitantes como mosquitos morirán, pero mi salvación será para siempre, y mi justicia no menguará. 7 Escuchadme, vosotros que conocéis la justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis el oprobio del hombre, ni os desalentéis a causa de sus ultrajes. 8 Porque como a vestido se los comerá la polilla, y como a lana se los comerá la larva. Pero mi justicia durará para siempre, y mi salvación por todas las generaciones. 9 Despierta, despierta, vístete de poder, oh brazo del SEÑOR; despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas. ¿No eres tú el que despedazó a Rahab, el que traspasó al dragón? 10 ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos? 11 Los rescatados del SEÑOR volverán, entrarán en Sion con gritos de júbilo, con alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y el gemido.
Manifestación
del misterio escondido
San Hipólito
Contra la herejía de Noeto 9-12

Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través
de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en
todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y procurar
profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como
e desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que
lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea
dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro arbitrio ni según
nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de
Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer
en las santas Escrituras.
Cuando sólo existía Dios y nada había aún que coexistiera con él, el
Señor quiso crear al mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad
y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso
y cuando el lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada
coexistía con Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era
también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder
y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando
quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo predeterminado,
manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.
Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera
invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra
se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que
es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la
creatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el Padre
empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al contemplarlo,
pudiera alcanzar la salvación.
El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso
aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto todas las cosas fueron
hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el Padre.
Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar bajo la moción del Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración
del poder del Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.
La Palabra, pues, se hizo visible, como dice san Juan. Y repitió en
síntesis todo lo que dijeron los profetas, de mostrando así que es
realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: En
el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella
no se hizo nada de lo que se ha hecho. Y más adelante: El mundo se hizo
por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron.
Isaías 51,1-11
1 Escuchadme, vosotros que seguís la justicia, los que buscáis al SEÑOR. Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados. 2 Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué. 3 Ciertamente el SEÑOR consolará a Sion, consolará todos sus lugares desolados; convertirá su desierto en Edén, y su yermo en huerto del SEÑOR; gozo y alegría se encontrarán en ella, acciones de gracias y voces de alabanza. 4 Prestadme atención, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá una ley, y estableceré mi justicia para luz de los pueblos. 5 Cerca está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; por mí esperan las costas, y en mi brazo ponen su esperanza. 6 Alzad vuestros ojos a los cielos, y mirad la tierra abajo; porque los cielos como humo se desvanecerán, y la tierra como un vestido se gastará. Sus habitantes como mosquitos morirán, pero mi salvación será para siempre, y mi justicia no menguará. 7 Escuchadme, vosotros que conocéis la justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis el oprobio del hombre, ni os desalentéis a causa de sus ultrajes. 8 Porque como a vestido se los comerá la polilla, y como a lana se los comerá la larva. Pero mi justicia durará para siempre, y mi salvación por todas las generaciones. 9 Despierta, despierta, vístete de poder, oh brazo del SEÑOR; despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas. ¿No eres tú el que despedazó a Rahab, el que traspasó al dragón? 10 ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos? 11 Los rescatados del SEÑOR volverán, entrarán en Sion con gritos de júbilo, con alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y el gemido.
Manifestación
del misterio escondido
San Hipólito
Contra la herejía de Noeto 9-12

Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través
de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en
todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y procurar
profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como
e desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que
lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea
dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro arbitrio ni según
nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de
Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer
en las santas Escrituras.
Cuando sólo existía Dios y nada había aún que coexistiera con él, el
Señor quiso crear al mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad
y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso
y cuando el lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada
coexistía con Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era
también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder
y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando
quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo predeterminado,
manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.
Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera
invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra
se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que
es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la
creatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el Padre
empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al contemplarlo,
pudiera alcanzar la salvación.
El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso
aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto todas las cosas fueron
hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el Padre.
Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar bajo la moción del Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración
del poder del Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.
La Palabra, pues, se hizo visible, como dice san Juan. Y repitió en
síntesis todo lo que dijeron los profetas, de mostrando así que es
realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: En
el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella
no se hizo nada de lo que se ha hecho. Y más adelante: El mundo se hizo
por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron.
sábado, 22 de diciembre de 2012
miércoles, 19 de diciembre de 2012
domingo, 16 de diciembre de 2012
UNA REFLEXION SOBRE LA ESCATOLOGIA
Puesto que
estamos en el tiempo de Adviento, sugiero una reflexión sobre la Escatología.
Podemos
decir que se trata del futuro del hombre en referencia con la
promesa de Jesús y, que aguardamos con
Esperanza.
Es obvio,
que en las Escrituras se anuncia la consumación de la historia terrenal pero se
tiene en cuenta los límites del presente, es decir, el hombre que se queda en este “tiempo verbal” es un irresponsable,
el que se centra en el pasado se despersonaliza por tanto la “responsabilidad”
mira hacia el futuro (acordémonos de la parábola de los talentos o de Lot mujer
de Set –Sodoma y Gomorra). En esto consiste la Escatología, no la curiosidad
del-mas allá- si no la interpretación del – mas acá - .
Así pues
entiendo que la Escatología cumple dos misiones, dar sentido al presente a la
vez que se observa lo que se gesta en ese presente. Al hablar de futuro hablamos
de novedad – innovación-, de ahí la diferencia entre escatología y apocalíptica. La primera ya la hemos vivido con la
presencia de Jesús – como hombre- en la tierra, es por eso por lo que
se parte de una Realidad Histórica determinada y que anuncia el futuro
de esta. Este razonamiento nos lleva a pensar que la Escatología no es una
Utopía.
Confió
hermanos en haber aportado un granito.
Non nobis...
Frey + José Antonio
Moya Carreño.
Caballero del Temple
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Reflexiones
Ubicación:
23400 Úbeda, Jaén, España
La espiritualidad en la accion caritativa y social de la Iglesia (1ª parte)
BENEDICTO XVI
Motu Proprio sobre el
SERVICIO DE LA CARIDAD:
Nueva carta apostólica en forma de ‘motu proprio’ de Benedicto XVI
«La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: Anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra» (Carta enc. Deus caritas est, 25). El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia (cf. ibíd.); todos los fieles tienen el derecho y el deber de implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó (cf. Jn 15, 12), brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma…”.
Diez claves para entenderla Acción Caritativa y social de la Iglesia.
jueves, 13 de diciembre de 2012
JUEVES, II SEMANA DE ADVIENTO. EL AMOR DESEA VER A DIOS
Isaías 26,7-21
26:7 El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo.
26:8 También en el camino de tus juicios, oh Jehová, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma.
26:9 Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.
26:10 Se mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová.
26:11 Jehová, tu mano está alzada, pero ellos no ven; verán al fin, y se avergonzarán los que envidian a tu pueblo; y a tus enemigos fuego los consumirá.
26:12 Jehová, tú nos darás paz, porque también hiciste en nosotros todas nuestras obras.
26:13 Jehová Dios nuestro, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros; pero en ti solamente nos acordaremos de tu nombre.
26:14 Muertos son, no vivirán; han fallecido, no resucitarán; porque los castigaste, y destruiste y deshiciste todo su recuerdo.
26:15 Aumentaste el pueblo, oh Jehová, aumentaste el pueblo; te hiciste glorioso; ensanchaste todos los confines de la tierra.
26:16 Jehová, en la tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los castigaste.
26:17 Como la mujer encinta cuando se acerca el alumbramiento gime y da gritos en sus dolores, así hemos sido delante de ti, oh Jehová.
26:18 Concebimos, tuvimos dolores de parto, dimos a luz viento; ninguna liberación hicimos en la tierra, ni cayeron los moradores del mundo.
26:19 Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos.
26:20 Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación.
26:21 Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos.
El amor desea ver a Dios
San Pedro Crisólogo
Sermón 147
Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente
de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo
con su caridad, de vinculárselo con su afecto.
Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador,
y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves
palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo
instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia,
respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de
su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, demanera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor
de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había
salvado con el común esfuerzo.
Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció
su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camina, lo protegió
entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó
con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo
glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para
que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la
caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con
amor y no con temor.
Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso
lo incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador; para que
amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.
Y así mismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con
paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.
Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones
humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los
humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado,
los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos
carnales
Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios,
al que no abarca todo el mundo crea do? La exigencia del amor no atiende
a lo que va a ser o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio carece
de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible,
no se remedia con la dificultad.
El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado;
va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.
El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende
a lo inalcanzable. ¿Y qué más?
El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos
tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.
Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor, enséñame
tu gloria.
Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso lo mismos gentiles
modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo
que veneraban en medio de sus errores.
martes, 11 de diciembre de 2012
SOBRE LA ESPERANZA (T.MERTON)
No
somos perfectamente libres, sino hasta que vivimos en esperanza pura:
porque cuando nuestra esperanza es pura, ya no confía exclusivamente en
medios humanos y visibles, ni descansa en ningún fin visible. El que
espera en Dios, confía en que Dios, a quien nunca ve, lo conduzca a la
posesión de cosas inimaginables.
Cuando no deseamos las cosas de este mundo por ellas mismas, nos hacemos capaces de verlas tales como son. Vemos al mismo tiempo su bondad y su fin, y podemos apreciarlas como nunca las habíamos apreciado. Al libramos de ellas, comienzan a agradamos. Al dejar de confiar en ellas solas, pueden servimos. Puesto que no dependemos ni del placer ni de la ayuda que obtenemos de las cosas, éstas nos brindan placer y ayuda, ordenados por Dios. Pues Jesús dijo: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (es decir, todo lo que necesitáis para vuestra vida terrena) se os darán por añadidura" (Mateo 6.33)".
Cuando no deseamos las cosas de este mundo por ellas mismas, nos hacemos capaces de verlas tales como son. Vemos al mismo tiempo su bondad y su fin, y podemos apreciarlas como nunca las habíamos apreciado. Al libramos de ellas, comienzan a agradamos. Al dejar de confiar en ellas solas, pueden servimos. Puesto que no dependemos ni del placer ni de la ayuda que obtenemos de las cosas, éstas nos brindan placer y ayuda, ordenados por Dios. Pues Jesús dijo: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (es decir, todo lo que necesitáis para vuestra vida terrena) se os darán por añadidura" (Mateo 6.33)".
"La esperanza es proporcional al
desprendimiento. Ella lleva nuestra alma al estado del más perfecto
desprendimiento. Al hacerla así, restaura todos los valores,
colocándolos en su orden adecuado. La esperanza vacía nuestras manos
para que
podamos trabajar con ellas; nos muestra que tenemos algo por qué trabajar; y nos enseña cómo trabajar por ese algo.
Sin esperanza, la fe sólo nos da conocimiento de Dios. Sin amor y sin esperanza, la fe sólo lo conoce como extraño. Porque la esperanza nos arroja en los brazos de Su misericordia y de Su providencia. Mas, si esperamos en Él, no sólo llegamos a saber que es misericordioso, sino también experimentamos Su misericordia en nuestra vida".
"Los hombres no son islas".
Sin esperanza, la fe sólo nos da conocimiento de Dios. Sin amor y sin esperanza, la fe sólo lo conoce como extraño. Porque la esperanza nos arroja en los brazos de Su misericordia y de Su providencia. Mas, si esperamos en Él, no sólo llegamos a saber que es misericordioso, sino también experimentamos Su misericordia en nuestra vida".
"Los hombres no son islas".
Thomas Merton
sábado, 8 de diciembre de 2012
SERMONES DE SAN BERNARDO, EN LA FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCION-
![]() |
Sermon de San bernardo en la Festividad de la Inmaculada Concepcion |
DE LA
BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
SERMÓN DEL ACUEDUCTO
SERMÓN DEL ACUEDUCTO
" Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la tierra venera
su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el recuerdo; allí la
saciedad, aquí una tenue prueba de las primicias; allí la realidad, aquí el
nombre."
(PINCHAR EN EL ENLACE DE LA IMAGEN Y OS LLEVA AL LINK)
miércoles, 5 de diciembre de 2012
sábado, 1 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
EL SILENCIO MONASTICO
Silencio fascinado por Dios
El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es “insonorización de un espacio”, control de ruidos molestos; no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas ante Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios, adentrarnos confiadamente en su Amor insondable, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que nos llegan desde fuera, acallar sobre todo el ruido de nuestro propio yo con su cortejo de ambiciones, miedos, orgullos y autocomplacencias, para no perdernos la presencia oscura y a la vez luminosa, tremenda y fascinante, pero siempre inconfundible, amorosa y tierna de quien existe sosteniendo y envolviendo nuestro ser.
El silencio monástico no es un silencio ateo. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud : “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”. Callarse ante Dios es entonces aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me transciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”. Este enraizamiento en Dios, ¿no debería ser el rasgo nuclear del silencio monástico en medio de una sociedad superficial que va separando a tantas personas de esa Realidad suprema que fundamenta su ser?
Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. El es el único que puede curar ese vacío último del hombre, que nada ni nadie puede llenar. El monje lo sabe. Ha encontrado aquello de lo que se puede vivir. Ya no lo abandonará por nada ni nadie. Permanecerá en el que es fuente de toda vida. Esta fascinación por Dios es decisiva en esta época de hipersolicitación y seducción de los sentidos.
De ahí se derivan otros rasgos que, a mi juicio, han de configurar hoy el silencio monástico. En esta sociedad de consumo de cosas y profusión de ofertas, el monje no busca “algo” en su silencio, busca la presencia del amado. No quiere nada de él. No quiere cosas. Le quiere a él. Estar junto a él. Vivir con él. Por decirlo de alguna manera y en términos tal vez más seductores en nuestros días, se trata de tocarle a él, sentir su vida caliente en nosotros, disfrutar y padecer su presencia amada, sentirlo latiendo en lo más hondo de nuestro ser. En esta época de “moda plena” y de cambio permanente, parece que al monje se le ha de hacer duro y costoso salir de ese silencio. Es cierto que también el monje sentirá su fragilidad y su impotencia para permanecer en silencio ante Dios. Pero aún entonces la fascinación se convertirá en añoranza, deseo y anhelo de Dios, sin diluirse en una vida de dispersión en lo efímero.
En el centro de este silencio y como impregnándolo todo está el amor. Se le ha llamado de diversas formas: “llama de amor viva”, “excitación ciega del amor”, “desnudo impulso del deseo”, descubrimiento de “la música callada”[14]. Cuanto más fuerte es el amor más profundo es el silencio y más honda la fascinación. Con este silencio, vivido muchas veces de manera pobre y vacilante, la vida monástica introduce en la cultura actual una “ruptura de nivel”, que permite vivir una experiencia diferente que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, el pragmatismo, la seducción, la modas, o el consumismo[15]. Viviendo en silencio ante Dios, las comunidades monásticas apuntan hacia lo eterno en un mundo que vive en el cambio y la moda permanente; son signo de lo profundo en medio de una sociedad sumergida en lo efímero y superficial; son testigos de lo único absoluto en una cultura volcada sobre lo múltiple e intranscendente. Estas comunidades calladas, vueltas hacia Dios, cuestionan, interrogan, inquietan y evangelizan el mundo contemporáneo.
El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es “insonorización de un espacio”, control de ruidos molestos; no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas ante Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios, adentrarnos confiadamente en su Amor insondable, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que nos llegan desde fuera, acallar sobre todo el ruido de nuestro propio yo con su cortejo de ambiciones, miedos, orgullos y autocomplacencias, para no perdernos la presencia oscura y a la vez luminosa, tremenda y fascinante, pero siempre inconfundible, amorosa y tierna de quien existe sosteniendo y envolviendo nuestro ser.
El silencio monástico no es un silencio ateo. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud : “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”. Callarse ante Dios es entonces aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me transciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”. Este enraizamiento en Dios, ¿no debería ser el rasgo nuclear del silencio monástico en medio de una sociedad superficial que va separando a tantas personas de esa Realidad suprema que fundamenta su ser?
Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. El es el único que puede curar ese vacío último del hombre, que nada ni nadie puede llenar. El monje lo sabe. Ha encontrado aquello de lo que se puede vivir. Ya no lo abandonará por nada ni nadie. Permanecerá en el que es fuente de toda vida. Esta fascinación por Dios es decisiva en esta época de hipersolicitación y seducción de los sentidos.
De ahí se derivan otros rasgos que, a mi juicio, han de configurar hoy el silencio monástico. En esta sociedad de consumo de cosas y profusión de ofertas, el monje no busca “algo” en su silencio, busca la presencia del amado. No quiere nada de él. No quiere cosas. Le quiere a él. Estar junto a él. Vivir con él. Por decirlo de alguna manera y en términos tal vez más seductores en nuestros días, se trata de tocarle a él, sentir su vida caliente en nosotros, disfrutar y padecer su presencia amada, sentirlo latiendo en lo más hondo de nuestro ser. En esta época de “moda plena” y de cambio permanente, parece que al monje se le ha de hacer duro y costoso salir de ese silencio. Es cierto que también el monje sentirá su fragilidad y su impotencia para permanecer en silencio ante Dios. Pero aún entonces la fascinación se convertirá en añoranza, deseo y anhelo de Dios, sin diluirse en una vida de dispersión en lo efímero.
En el centro de este silencio y como impregnándolo todo está el amor. Se le ha llamado de diversas formas: “llama de amor viva”, “excitación ciega del amor”, “desnudo impulso del deseo”, descubrimiento de “la música callada”[14]. Cuanto más fuerte es el amor más profundo es el silencio y más honda la fascinación. Con este silencio, vivido muchas veces de manera pobre y vacilante, la vida monástica introduce en la cultura actual una “ruptura de nivel”, que permite vivir una experiencia diferente que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, el pragmatismo, la seducción, la modas, o el consumismo[15]. Viviendo en silencio ante Dios, las comunidades monásticas apuntan hacia lo eterno en un mundo que vive en el cambio y la moda permanente; son signo de lo profundo en medio de una sociedad sumergida en lo efímero y superficial; son testigos de lo único absoluto en una cultura volcada sobre lo múltiple e intranscendente. Estas comunidades calladas, vueltas hacia Dios, cuestionan, interrogan, inquietan y evangelizan el mundo contemporáneo.
IMITACION DE CRISTO (EPILOGO)
Imitación de Cristo (epílogo)
«Si crees en Cristo, haz las obras de Cristo; y tu fe vivirá» (Bernardo de Claraval).
«Seguid a Cristo el Señor en su ascenso al Padre; afinad el espíritu en el ocio de la contemplación, simplificándoos; seguid a Cristo el Señor en su descenso al hermano, abriéndoos por la acción, multiplicándoos, haciéndoos todo para todos» (Isaac de Stella).
El monje es un discípulo peculiar de Jesús. Y el discípulo, que nunca es superior a su maestro, siempre lo sigue. No basta con arrancar. Hay que seguir. Y «el que me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8, 12). Porque «Yo soy la luz del mundo» (ib.) y «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Pero el seguimiento de Jesús no es un camino agradable ni fácil. «El que no me sigue cada día y no toma su cruz, no puede ser discípulo mío» (Mt 10, 38). La vida en el monasterio, por presentarse como un programa de seguimiento serio de Jesús, es radicalmente cruz. «Nuestra Orden es la cruz de Cristo» (Elredo de Claraval).
La imitación y seguimiento de Cristo, el Maestro, tiene connotaciones concretas para la vida del monje, el discípulo. Jesús fue el Profeta del Reino, el Rabbí que enseñaba con obras y palabras y que al fin quebró su vida bruscamente con la esperanza ardiente de la instauración del Reino del Padre creando una nueva humanidad en virtud de su propio sacrificio. El monje imita y sigue a Jesús continuando su labor profética, practicando las mismas obras, dando importancia relativa a todo lo temporal, y enjuiciando a un mundo que pasa. Como el Maestro, vive en contacto constante con el Padre en la oración íntima, en la soledad del monte y de la noche. Como él, hace de su existencia un combate continuo contra los poderes adversos, mediante los ayunos y las vigilias. Como él, es un peregrino de la vida. Como él, es capaz de comunicar un mensaje de salvación al hombre concreto que se lo pide. También como él, está dispuesto a entregarse hasta el último trance, dejando su proyecto de vida sin acabar; porque tiene la muerte muy presente (RB 4, 47) como referencia postrera de su entrega incondicional. Y finalmente como él, como Cristo su Señor, el monje vive ya en la fe la victoria definitiva (Jn 5, 4).
El seguimiento de Cristo y su imitación no se traduce en «sentimiento», ni en mera «interioridad». Es participación real y «física», en una adhesión personal y en un mismo camino, que es el Señor mismo. Así, toda tentativa por conocerle, por entenderle, es siempre un ir, un seguir. Sólo siguiéndole sabemos de quién nos hemos fiado.
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Para llevar a cabo este arduo programa, el monje cisterciense se vuelve con una confianza casi ilimitada a Santa María, «la-toda-santa», la persona humana que siguió más de cerca los pasos de su Hijo, como su perfecta imitadora.
«Si la sigues no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si ella te sostiene, no te deprimirás. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por ella, no te fatigarás; con su favor llegarás al puerto. Así tú mismo podrás experimentar con cuánta razón dice el Evangelista: Y la virgen se llamaba María» (Bernardo de Clara val, En alabanza de la Virgen Madre II).
notas referenciales
— Regla de S. Benito: Prol 3, 50; 4, 10, 50, 72; 5, 2, 13; 7,•34, 69; 27, 8; 36, 1-3.
— Constituciones: 3, 1; 11; 31, 1; 32.
— Bernardo de Claraval: Cant 16, 6; 19, 1; 20, 4-8; 43, 3-4; 85, 1; Vig Nav 2, 3; Mier. Santo 11.
— Guillermo de S.T.: Espejo fe 49; Med 10.
— Isaac de Stella: Serm 12, 6-8.
— Gilberto de Hoyland: Serm Cant 5, 10.
RUIDO Y SILENCIO INTERIOR
El ruido está hoy dentro de las personas, en la agitación y confusión que reina en su interior, en la prisa y la ansiedad que domina su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de problemas, vacíos, desequilibrios y...
contradicciones que no han sido resueltos en el silencio del corazón. Pero el hombre moderno está lejos de aprender a entrar en sí mismo para crear el clima de silencio indispensable para reconstruir su mundo interior. Lo que busca es un ruido suave, un sonido agradable que le permita vivir sin escuchar el silencio.
Parece como si el individuo moderno sintiera la necesidad secreta de permanecer fuera de sí mismo, de ser transportado, de verse envuelto en un ambiente estimulante o embriagante, con la conciencia agradablemente anestesiada.Ha asociado su identidad personal a cosas externas no en el Dios viviente por quien son/somos habitados, ÉL nos da nuestra verdadera identidad. Todo lo que necesitamos para ser está ya dentro de nosotros. Esa fue la Gran noticia de cristiana: somos hijos en el Hijo.
Quien ha recibido la gracia del silencio ha de ponerla al servicio de los demás ( Conf 1 Pe 4,10). Su vida, su palabra, su presencia ha de ser invitación permanente a vivir desde la fuente. Las gentes de nuestros días, acostumbradas a vivirlo todo desde el exterior, habituadas a entablar relaciones superficiales y periféricas, necesitan conocer la experiencia de un encuentro más hondo con testigos que enseñen lo que es peregrinar al fondo del corazón para encontrarse con la propia verdad.
Esta sociedad necesita testigos que recuerden a todos esta verdad tan sencilla como decisiva: cualquiera que sea el rumbo del mundo, nadie encontrará vida verdadera, ayuda o salvación sino en su pobre alma maltratada pero habitada por el Espíritu de Dios. Sólo ahí se encuentra el camino de la regeneración, el aprendizaje de lo esencial, la liberación de la confusión, el crecimiento de la libertad.
Esta sociedad necesita testigos que recuerden a todos esta verdad tan sencilla como decisiva: cualquiera que sea el rumbo del mundo, nadie encontrará vida verdadera, ayuda o salvación sino en su pobre alma maltratada pero habitada por el Espíritu de Dios. Sólo ahí se encuentra el camino de la regeneración, el aprendizaje de lo esencial, la liberación de la confusión, el crecimiento de la libertad.
1ER DOMINGO DE ADVIENTO
I Domingo de Adviento
Las dos venidas de Cristo
En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.
Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar
Respecto a la otra, dice así:
Ha aparecido la gracia de, Dios que trae la salvación para
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo
Lectura del libro del profeta
Jeremías (33, 14-16)
“Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquellahora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, queejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Entonces Judáestará a salvo, Jerusalénestarásegura y la llamarán ‘el Señor esnuestra justicia’ ”.
Las dos venidas de Cristo
San Cirilo de Jerusalén
Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso:
El primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto,
todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.
No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera:
Bendito el que viene
en nombre del Señor,
diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al
encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo:
Bendito
el que viene en nombre del Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá:
Esto hicisteis y yo callé.
Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar
a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
De ambas venidas habla el profeta Malaquías:
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.
He ahí la primera venida.
Respecto a la otra, dice así:
El mensajero de la alianza que vosotros
deseáis: miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá
resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?
Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un
fundidor que refina la plata.
Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos:
Ha aparecido la gracia de, Dios que trae la salvación para
todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los
deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada
y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo
Ahí expresa su primera
venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
.
Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido
por tradición, decimos que creemos en aquel
que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo.
Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.
Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.
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