Con el capítulo 73 se termina en el estado definitivo en que nos la transmitió la tradición. No hay duda de que este capítulo es auténtico de san Benito, y expresa perfectamente su concepto sobre la vida monástica.
Una de las cosas que impactan en este capítulo, es la humildad de Benito que sabe situar su trabajo en un contexto mucho más amplio en el que él no es más que un eslabón en la larga cadena de la tradición. Para él la vida monástica no consiste en observar un cierto número de reglamentos y practicar un fuerte número de ejercicios ascéticos. Sino que consiste en el caminar de persona que se lanzan con toda su energía hacia el fin de la vida cristiana que es la perfección de la caridad. La Regla no tiene otro fin que presentar algunas orientaciones para este caminar. Con una sencillez y una sinceridad que nada tienen de falsa humildad, san Benito dice que retrata de una Regla “para principiantes”. Pero no se trata de principiantes ordinarios. Los que él tiene a la vista son principiantes “que se apresuran hacía la patria celestial”. Y en este camino estamos siempre en el principio, hasta que lleguemos al destino.
Esto nos indica la actitud que debe os tener frete a la Regla, lo que debemos buscar y lo que no podremos encontrar.. Sería un puro arcaísmo, y una gran aberración que sería un buen monje benedictino practicando a la letra las prescripciones de san Benito, pues muchas de estas prescripciones no están adaptadas a nuestro contexto actual, ni a la conciencia eclesial y a las sensibilidades teológicas de nuestro tiempo. Es necesario ver la Regla como ha sido vista durante siglos: como la expresión particularmente rica, equilibrada y adaptada a su tiempo con una tradición espiritual mucho más antigua y que no podría nunca ser aprisiona en un texto.
Por principio Benito remite a la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento que es el único texto que reconoce con carácter normativo. Y la única vez que utiliza en la Regla la palabra latina “norma”. Es, dice él, una norma perfecta (rectísima norma) de vida humana. Sencillamente de vida cristiana, pero también de “vida humana” y reenvía también a los “a los Padres Católicos”, indicando aquellos que nosotros llamamos “Padres e la Iglesia”, comprende los Padres del Monaquismo. Hace referencia a Casiano, pero sin nombrarlo, explícitamente no nombra a ningún Padre, solamente al que tiene un profundo sentido cenobítico: que él llama nuestro Padre san Basilio”

Este hermoso capítulo con que concluye la Regla nos permite una reprovisión de conjunto sobre la forma como san Benito ve la vida monástica. En primer lugar el monje debe ser humano completo, equilibrado y feliz que desea vivir en plenitud. Es aquel que, oye decir a Dios: ¿Cuál es el hombre que ama la vida y desea ver día felices” y ha respondido “Yo” (Prol, 15-16). Y para llegar a ese fin tiene una norma segura en las Escrituras. El monje es también un hombre que, a través de las Escrituras, ha recibido la Revelación y el mensaje de Cristo, Es pues un Cristiano que debe encontrar en l Evangelio todas la enseñanzas de que tiene necesidad, y hacer de él su norma de vida. Este Evangelio lo ha recibido a través de la tradición de los Padres, y ha sido llamado por Dios a vivir su vida cristiana en una modalidad, o según un camino que la tradición ha llamado “monástico” Por eso encuentra en la Regla de Benito una interpretación del Evangelio, marcado por la sabiduría, y aplicado a un contexto cultural determinado. Necesita más allá de la Regla, y con la ayuda de la Regla, volver constantemente al Evangelio y, Como Benito lo hizo para su siglo, encontrar como encarnar la misma postura espiritual en el mundo de hoy. Ese es nuestro desafío continuo, como individuos, como comunidad, como Orden.
ARMAND VEILLEUX . O.C.S.O. Abad en Scourmont.