viernes, 30 de noviembre de 2012

EL SILENCIO MONASTICO

Silencio fascinado por Dios

El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es “insonorización de un espacio”, control de ruidos molestos; no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas ante Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios, adentrarnos confiadamente en su Amor insondable, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que nos llegan desde fuera, acallar sobre todo el ruido de nuestro propio yo con su cortejo de ambiciones, miedos, orgullos y autocomplacencias, para no perdernos la presencia oscura y a la vez luminosa, tremenda y fascinante, pero siempre inconfundible, amorosa y tierna de quien existe sosteniendo y envolviendo nuestro ser.



         El silencio monástico no es un silencio ateo. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud : “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”. Callarse ante Dios es entonces aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me transciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”. Este enraizamiento en Dios, ¿no debería ser el rasgo nuclear del silencio monástico en medio de una sociedad superficial que va separando a tantas personas de esa Realidad suprema que fundamenta su ser?

Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. El es el único que puede curar ese vacío último del hombre, que nada ni nadie puede llenar. El monje lo sabe. Ha encontrado aquello de lo que se puede vivir. Ya no lo abandonará por nada ni nadie. Permanecerá en el que es fuente de toda vida. Esta fascinación por Dios es decisiva en esta época de hipersolicitación y seducción de los sentidos.

De ahí se derivan otros rasgos que, a mi juicio, han de configurar hoy el silencio monástico. En esta sociedad de consumo de cosas y profusión de ofertas, el monje no busca “algo” en su silencio, busca la presencia del amado. No quiere nada de él. No quiere cosas. Le quiere a él. Estar junto a él. Vivir con él. Por decirlo de alguna manera y en términos tal vez más seductores en nuestros días, se trata de tocarle a él, sentir su vida caliente en nosotros, disfrutar y padecer su presencia amada, sentirlo latiendo en lo más hondo de nuestro ser. En esta época de “moda plena” y de cambio permanente, parece que al monje se le ha de hacer duro y costoso salir de ese silencio. Es cierto que también el monje sentirá su fragilidad y su impotencia para permanecer en silencio ante Dios. Pero aún entonces la fascinación se convertirá en añoranza, deseo y anhelo de Dios, sin diluirse en una vida de dispersión en lo efímero.

En el centro de este silencio y como impregnándolo todo está el amor. Se le ha llamado de diversas formas: “llama de amor viva”, “excitación ciega del amor”, “desnudo impulso del deseo”, descubrimiento de “la música callada”[14]. Cuanto más fuerte es el amor más profundo es el silencio y más honda la fascinación. Con este silencio, vivido muchas veces de manera pobre y vacilante, la vida monástica introduce en la cultura actual una “ruptura de nivel”, que permite vivir una experiencia diferente que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, el pragmatismo, la seducción, la modas, o el consumismo[15]. Viviendo en silencio ante Dios, las comunidades monásticas apuntan hacia lo eterno en un mundo que vive en el cambio y la moda permanente; son signo de lo profundo en medio de una sociedad sumergida en lo efímero y superficial; son testigos de lo único absoluto en una cultura volcada sobre lo múltiple e intranscendente. Estas comunidades calladas, vueltas hacia Dios, cuestionan, interrogan, inquietan y evangelizan el mundo contemporáneo.

IMITACION DE CRISTO (EPILOGO)

Imitación de Cristo (epílogo)


«Si crees en Cristo, haz las obras de Cristo; y tu fe vivirá» (Bernardo de Claraval).
«Seguid a Cristo el Señor en su ascenso al Padre; afinad el espíritu en el ocio de la contemplación, simplificándoos; seguid a Cristo el Señor en su descenso al hermano, abriéndoos por la acción, multiplicándoos, haciéndoos todo para todos» (Isaac de Stella).
    
Imitación o seguimiento de Cristo es el alma de todos los valores. El cristiano ya no tiene otra opción más para comprometerse en la vida por algo o por alguien. Este alguien es un Otro, cercano y lejano, íntimo y último. Cristo el Señor es íntimo en cuanto que marca el punto de arranque de la opción en línea de un compromiso bautismal. Hacerse monje con el compromiso de los valores que configuran la vida monástica, no es otra cosa que llevar con seriedad exclusiva este primer compromiso de ser cristiano.
El monje es un discípulo peculiar de Jesús. Y el discípulo, que nunca es superior a su maestro, siempre lo sigue. No basta con arrancar. Hay que seguir. Y «el que me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8, 12). Porque «Yo soy la luz del mundo» (ib.) y «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Pero el seguimiento de Jesús no es un camino agradable ni fácil. «El que no me sigue cada día y no toma su cruz, no puede ser discípulo mío» (Mt 10, 38). La vida en el monasterio, por presentarse como un programa de seguimiento serio de Jesús, es radicalmente cruz. «Nuestra Orden es la cruz de Cristo» (Elredo de Claraval). 
    
La imitación y seguimiento de Cristo, el Maestro, tiene connotaciones concretas para la vida del monje, el discípulo. Jesús fue el Profeta del Reino, el Rabbí que enseñaba con obras y palabras y que al fin quebró su vida bruscamente con la esperanza ardiente de la instauración del Reino del Padre creando una nueva humanidad en virtud de su propio sacrificio. El monje imita y sigue a Jesús continuando su labor profética, practicando las mismas obras, dando importancia relativa a todo lo temporal, y enjuiciando a un mundo que pasa. Como el Maestro, vive en contacto constante con el Padre en la oración íntima, en la soledad del monte y de la noche. Como él, hace de su existencia un combate continuo contra los poderes adversos, mediante los ayunos y las vigilias. Como él, es un peregrino de la vida. Como él, es capaz de comunicar un mensaje de salvación al hombre concreto que se lo pide. También como él, está dispuesto a entregarse hasta el último trance, dejando su proyecto de vida sin acabar; porque tiene la muerte muy presente (RB 4, 47) como referencia postrera de su entrega incondicional. Y finalmente como él, como Cristo su Señor, el monje vive ya en la fe la victoria definitiva (Jn 5, 4).
El seguimiento de Cristo y su imitación no se traduce en «sentimiento», ni en mera «interioridad». Es participación real y «física», en una adhesión personal y en un mismo camino, que es el Señor mismo. Así, toda tentativa por conocerle, por entenderle, es siempre un ir, un seguir. Sólo siguiéndole sabemos de quién nos hemos fiado.
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Para llevar a cabo este arduo programa, el monje cisterciense se vuelve con una confianza casi ilimitada a Santa María, «la-toda-santa», la persona humana que siguió más de cerca los pasos de su Hijo, como su perfecta imitadora.
«Si la sigues no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si ella te sostiene, no te deprimirás. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por ella, no te fatigarás; con su favor llegarás al puerto. Así tú mismo podrás experimentar con cuánta razón dice el Evangelista: Y la virgen se llamaba María» (Bernardo de Clara val, En alabanza de la Virgen Madre II).
notas referenciales
— Regla de S. Benito: Prol 3, 50; 4, 10, 50, 72; 5, 2, 13; 7,•34, 69; 27, 8; 36, 1-3.
— Constituciones: 3, 1; 11; 31, 1; 32.
— Bernardo de Claraval: Cant 16, 6; 19, 1; 20, 4-8; 43, 3-4; 85, 1; Vig Nav 2, 3; Mier. Santo 11.
— Guillermo de S.T.: Espejo fe 49; Med 10.
— Isaac de Stella: Serm 12, 6-8.
— Gilberto de Hoyland: Serm Cant 5, 10.

RUIDO Y SILENCIO INTERIOR


El ruido está hoy dentro de las personas, en la agitación y confusión que reina en su interior, en la prisa y la ansiedad que domina su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de problemas, vacíos, desequilibrios y...
contradicciones que no han sido resueltos en el silencio del corazón. Pero el hombre moderno está lejos de aprender a entrar en sí mismo para crear el clima de silencio indispensable para reconstruir su mundo interior. Lo que busca es un ruido suave, un sonido agradable que le permita vivir sin escuchar el silencio.
 
 
 
 


 Parece como si el individuo moderno sintiera la necesidad secreta de permanecer fuera de sí mismo, de ser transportado, de verse envuelto en un ambiente estimulante o embriagante, con la conciencia agradablemente anestesiada.Ha asociado su identidad personal a cosas externas no en el Dios viviente por quien son/somos habitados, ÉL nos da nuestra verdadera identidad. Todo lo que necesitamos para ser está ya dentro de nosotros. Esa fue la Gran noticia de cristiana: somos hijos en el Hijo.
Quien ha recibido la gracia del silencio ha de ponerla al servicio de los demás ( Conf 1 Pe 4,10). Su vida, su palabra, su presencia ha de ser invitación permanente a vivir desde la fuente. Las gentes de nuestros días, acostumbradas a vivirlo todo desde el exterior, habituadas a entablar relaciones superficiales y periféricas, necesitan conocer la experiencia de un encuentro más hondo con testigos que enseñen lo que es peregrinar al fondo del corazón para encontrarse con la propia verdad.

Esta sociedad necesita testigos que recuerden a todos esta verdad tan sencilla como decisiva: cualquiera que sea el rumbo del mundo, nadie encontrará vida verdadera, ayuda o salvación sino en su pobre alma maltratada pero habitada por el Espíritu de Dios. Sólo ahí se encuentra el camino de la regeneración, el aprendizaje de lo esencial, la liberación de la confusión, el crecimiento de la libertad.

1ER DOMINGO DE ADVIENTO

I Domingo de Adviento







Lectura del libro del profeta


Jeremías (33, 14-16)


“Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquellahora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, queejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Entonces Judáestará a salvo, Jerusalénestarásegura y la llamarán ‘el Señor esnuestra justicia’ ”.


Las dos venidas de Cristo








San Cirilo de Jerusalén
 

 
 













Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso:








El primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto,

todavía futuro.

En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.


No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera:



Bendito el que viene







en nombre del Señor,



diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al





encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo:

Bendito







el que viene en nombre del Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá:

Esto hicisteis y yo callé.

 

Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar
a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.







De ambas venidas habla el profeta Malaquías:

De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.





He ahí la primera venida.



Respecto a la otra, dice así:





El mensajero de la alianza que vosotros

 

deseáis: miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá


resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?






Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.


Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos:

 Ha aparecido la gracia de, Dios que trae la salvación para
todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los

deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada

y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa

del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo



 

Ahí expresa su primera


venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
.


Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido


por tradición, decimos que creemos en aquel

que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
 

Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo.

Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.














 





 

 


 











 

 
 


 



















 













 


 









 

viernes, 23 de noviembre de 2012

EL SILENCIO INTERIOR...

Encontramos a Dios en la vida, una aventura de búsqueda y de encuentro con El, no viviendo como si fuera Dios un "ente" por decirlo de alguna manera, separado del mundo pues entonces se cae en el peligro de vivir una apariencia de Fe y de espíritu.
Vivimos la Fe como algo externo, para determinados momentos y la Fe debe impregnar desde dentro hacia fuera, no al revés.....


A través del silencio interno comienzas una búsqueda interna que culminara con la conformacion de Dios con tu espíritu formando una sola unidad, y asi podras extrapolarlo hacia fuera, con lo que tus acciones, tu vida será realizada e íntima comunión con el Señor...


 
El silencio habla...podemos cambiar en el silencio, escuchando nuestro interior llegamos a una comunión con nuestro espíritu....libres de toda perturbación y solo escuchando esa voz interna..qué soy, qué quiero....ahora qué.....

 DIOS ESCUCHA....

 
 Sor+Isabel María Pérez Moreno
Dama del Temple

lunes, 19 de noviembre de 2012

TEXTOS PATRISTICOS

"AÑO LITÚRGICO PATRÍSTICO" Semana XXXIII

Trabajo presentado por el  padre Manuel Garrido Bonaño, monje benedictino de la Abadía de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos,
comenta en esta obra el Año litúrgico, día a día, con textos tomados de los Santos Padres, presentados con oportunos comentarios suyos. De este modo, los textos venerables de la liturgia actual se ven enriquecidos por una antología preciosa de textos patrísticos.

sábado, 17 de noviembre de 2012

TEXTOS DE MEDITACION: MES DE NOVIEMBRE


  ENLACE DONDE PODER VER EL CONTENIDO DEL RETIRO PROPUESTO PARA ESTE MES DE NOVIEMBRE.
EL PRÓXIMO, A COMIENZOS DE DICIEMBRE, SERÁ A PROPÓSITO DEL ADVIENTO.
Os animo a elegir el día que mejor os convenga, hasta finales de mes, y donde podáis dedicarle unas horas a leerlo, meditarlo y orarlo.


Bendiciones...

La caña de bambú Jaume Boada i Rafí O.P.


 La caña de bambú
Jaume Boada i Rafí O.P.


Del libro "Fijos los ojos en Jesús. La parábola del agua"


Narcea S.A. de ediciones. Madrid 2002, 2ª edición. Págs. 166-169

Había un precioso jardín que, nada más verlo, hacía soñar. Estaba allí, junto a la casa del Señor. La puerta, siempre abierta, era invitación silenciosa para todo aquel que deseara encontrar un momento de paz y de sosiego. El mismo Señor acudía todas las tardes a pasear por su jardín.
Siempre se fijaba, era inevitable, en un cañaveral en el que destacaba una preciosa caña de bambú plantada, con sus hermanas, en el centro de un rico conjunto de flores y plantas. Ella y sus compañeras ofrecían, en grupo, un espectáculo peculiar: daban sombra, eran la imagen de la fortaleza y de la grandiosidad de la creación. Ciertamente, entre todas las cañas hermanas, ella la hermosa caña, llamaba la atención por su esbeltez, altura y elegancia. Toda la gente pensaba que era la preferida del Señor. Le encantaba verla así: más alta, robusta y bella que las demás plantas. Era la más fuerte y recia ante los vientos invernales, e imperturbable ante los calores del verano. Pronto se dio cuenta de que, ella, la más destacada caña de bambú, era "especial" para el Señor.
Un día se acercó el Señor al jardín y, como siempre, fue a contemplar el hermoso conjunto que formaban las cañas hermanas. Con mucho amor, serenidad y firmeza le dijo a la más esbelta:
- Mi querida caña de bambú, te necesito
Ella no entendía que el Señor se hubiera dignado a dirigirse personalmente a ella. Tampoco comprendía por qué el Señor le había concedido el privilegio de decirle: "Te necesito". Veía claramente que el Señor le hablaba con un amor especial. Por ello no le costó nada responder:
- Estoy en tu jardín, Señor, soy toda tuya..., cuenta conmigo para lo que quieras.
El Señor escuchaba atentamente la respuesta disponible de la vigorosa caña de bambú. No esperaba otra cosa de su planta predilecta. Pero no quería precipitarse en su propuesta, no quería herirla, ni lastimarla. Deseaba proponerle su proyecto de amor, de tal manera, que ella lo pudiera aceptar con la misma ternura que él ponía en sus palabras. Lentamente, como si comunicara un misterio prosiguió:
- Es que, mi querida caña de bambú, para contar contigo tengo que arrancarte.
- ¿Arrancarme? ¿Hablas en serio? ¿Por qué me hiciste entonces la planta más bella de tu jardín? ¿Por qué me hiciste crecer junto a unas cañas hermanas?. Por favor, Señor, cualquier cosa menos esto .
El Señor, poniendo más ternura aún en sus palabras, con la serenidad que sólo viene del amor, no retiró la propuesta:
- Mi querida caña de bambú, si no te arranco no me servirás.
Quedaron un largo rato los dos en silencio. Parecía que no sabían qué decir. Hasta el viento detuvo su ímpetu respetando el misterio. Los pajarillos del jardín olvidaron su vuelo y su canto. Lentamente..., muy lentamente..., la caña de bambú inclinó sus preciosas ramas y hojas, y dijo con voz muy queda:
- Señor, si no puedes servirte de mí sin arrancarme, arráncame.
- Mi querida caña de bambú -añadió el Señor-, aún no te lo he dicho todo. Es necesario que te corte las hojas y las ramas.
- Señor, no me hagas eso. ¿Qué haré yo entonces en el jardín? Seré un ser ridículo.
Y otra vez le dijo el Señor:
- Si no te corto las hojas y las ramas no me servirás.
Entonces el sol, estremecido, se ocultó. Los pájaros huyeron del jardín pues temían el desenlace. Temblando..., temblando..., la caña de bambú decidida y abandonada sólo pudo decir estas palabras:
- Pues..., córtamelas.
Continuó el Señor:
- Mi querida caña de bambú, todavía me queda algo que me cuesta mucho pedirte: tendré que partirte en dos y extraerte toda la savia. Sin eso no me servirás.
La caña de bambú ya no pudo articular palabra. Silenciosa y amorosamente abandonada, se echó en tierra, ofreciéndose totalmente a su Señor.
Así el Señor del jardín arrancó la caña de bambú, le cortó las hojas y las ramas, la partió en dos y le extrajo la savia.
Después la llevó junto a una fuente de agua fresca y cristalina, muy cercana a sus campos. Las plantas de aquellas tierras del Señor hacía tiempo se morían de sed, estando tan cerca del agua. Un pequeño roquedal impedía que el agua llegara a los campos. Con mucho cariño el Señor ató una punta de la caña de bambú a la fuente, y la otra la colocó en el campo. El agua que manaba de la fuente comenzó, poco a poco, a desplazarse hacia las tierras cercanas, también propiedad del Señor, a través de la caña de bambú.
El campo comenzó a humedecerse y reverdecer. Cuando llegó la primavera el Señor sembró arroz. Fueron pasando los días hasta que la semilla creció, y llegó el tiempo de la cosecha.
Y fue tan abundante que, con ella el Señor pudo alimentar a su pueblo.
Cuando la caña de bambú era alta y esbelta, la más bella de sus hermanas, vivía y crecía sólo para sí misma..., hasta se autocomplacía en su elegancia y esbeltez.
Ahora, humilde y echada en el duro suelo del roquedal, se había convertido en prolongación de la fuente de vida que el Señor utilizaba para alimentar su casa y hacer fecundo su Reino.
¿Qué quieres que haga por ti?...
Y tú, ¿qué estás dispuesto a hacer por mí?

Súplica personal para personalizar
Señor Jesús, concédeme el don espiritual de comprender bien quién eres para mí. La iluminación interior que necesito para ver cómo actúas en mí. Necesito comprender que estás en mí. Sólo Tú me puedes transformar. Me dejo en tus manos, sí, para que me modeles a imagen de tu amor.
Señor te abro la puerta de mi alma y de mi vida para que puedas "hacer de mí" una obra de tu amor. Que yo pueda experimentar que tu amor es fuerte como la muerte y como la vida.
Haz que sea capaz de ver, de mirar, de escuchar, de atender y oír tu voz y tu Palabra. Deseo sentir tu corazón junto al mío, tu mirada en mis ojos, tu presencia en mi vida..., siempre en mi vida.
Te suplico que hagas por mí y en mí lo que te plazca. Sólo quiero responder a tu amor.

Y tú, dice el Señor, ¿qué estás dispuesto a hacer por mi?
Señor, Dios mío, todo..., quiero vivir en ti, estoy dispuesto a dejarme en tus manos amorosas. Sólo deseo ser en ti y vivir siempre en tu amor. Nada más. Sólo deseo amar y dejarme amar por ti. Abandonarme en tu amor.
Estoy dispuesto a ser cada vez más pobre de alma, y más pobre en la vida. Para ello te suplico que tú me hagas pobre, y me concedas la humildad de María que, desde el silencio oculto de Nazareth, donde pronuncia su "fiat", y a lo largo de toda su vida, acepta tu voluntad amorosamente, sencillamente, generosamente, gozosamente..., con una alegría que no tiene fin.
Estoy dispuesto a compartir el misterio de entrega de Cristo; a sumergirme en Él, esconderme en Él, perderme en Él, fundirme en Él, desaparecer en Él... para después poder ser su testigo entre mis hermanos. Y llevar su paz a los que me necesiten y a los hermanos que constituyen mi entorno fraterno o familiar, de quienes deseo sentirme humilde servidor.
Quiero estar disponible para vivir entre mis hermanos de modo que el perdón sea el centro de todo, junto con la paciencia, la pobreza, la presencia, la oración. Quiero vivir mi entrega de una manera cada vez más sencilla, y a la vez más clara, cada vez más callada, y al mismo tiempo más elocuente, más real, más viva, más concreta, más palpablemente significativa. Y sin pretensiones...
Quiero pasar siempre desapercibido, que sólo tú seas el protagonista de todo en mí, sólo tu Palabra la que resuene en mis labios, sólo tu amor el que vibre en mi corazón, sólo tus gestos de ternura los que nazcan de mis manos.
Deseo ser disponible y ser digno de llevar contigo la cruz y hacer míos los sufrimientos de la Iglesia. Quiero vivir en la actitud interior de quien desea ser una ofrenda de amor a tu gloria y para la salvación de todos, especialmente de los excluidos de la sociedad. Quiero estar plenamente disponible a la obra y a la acción del Espíritu Santo en mí. Que Él me selle con el sello de fuego del amor, que Él me purifique y me sane, que Él fortalezca lo que hay en mí de pobreza y de debilidad.
Estoy dispuesto a unirme al abandono y a la entrega incondicional de Cristo en las manos del Padre, viviendo siempre no sólo con el deseo de ofrecer lo que tengo y lo que soy, sino de hacer la donación total de mi propia vida con Él, por Él, en Él y como Él.
Quiero estar en condiciones de realizar el proyecto de Amor que Él tiene para mí y en mi vida. Quiero que Él encuentre en mí un lugar para su descanso, y que pueda convertir mi alma y mi vida en un ámbito de intimidad donde se ora sin interrupción. Estoy dispuesto a ser consciente de que el Padre vive y mora en mí, que el Señor Jesús, el Hijo, está en mí..., y poder percibir la fuerza de la acción del Espíritu en mi alma y en mi vida. Ser templo de la Trinidad, morada de Dios donde todos, especialmente los más pobres y sencillos, los más débiles y pequeños &emdash;los enfermos, y los excluidos, los marginados y los olvidados de la sociedad&emdash; se puedan sentir acogidos como en su casa.
Estoy dispuesto a ser tu testigo y a comunicar tu luz y tu paz, tu alegría y tu gozo, tu esperanza y la gracia de tu amor. Estoy dispuesto a vivir siempre en tu voluntad. A querer solo lo que Tú quieres; a no querer lo que Tú no quieres y a quererlo todo tal y como Tú lo quieres.
Y... finalmente, estoy dispuesto a reconocer mi pobreza y mi incapacidad de conseguir nada de todo esto, si Tú, Señor, no me concedes el don de tu gracia.


HNO ABDÓN RODRIGUEZ.

sábado, 10 de noviembre de 2012

LA ESPADA DEL ESPIRITU ES LA PALABRA DE DIOS(SEMANA XXXII)


La espada del espiritu es la palabra de dios semana xxxii from rezmo


El padre Manuel Garrido Bonaño, monje benedictino de la Abadía de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos, comenta en esta obra el Año litúrgico, día a día, con textos tomados de los Santos Padres, presentados con oportunos comentarios suyos. De este modo, los textos venerables de la liturgia actual se ven enriquecidos por una antología preciosa de textos patrísticos.

LA CRUZ DE SAN BENITO

La medalla-cruz de San Benito es una de las más apreciadas por los cristianos. A ella se le atribuyen poder y remedio, ya sea contra ciertas enfermedades de hombre y animales, ya contra los males que pueden afectar al espíritu, como las tentaciones del poder del Mal. Es frecuente también colocarla en los cimientos de nuevos edificios como garantía de seguridad y bienestar de sus habitantes.
El origen de esta medalla se fundamenta en una verdad y experiencia del todo espiritual que aparece en la vida de san Benito, tal como nos la describe el papa san Gregorio en el Libro II de los Diálogos. El Padre de los monjes usó con frecuencia del signo de la cruz como signo de salvación, de verdad, y purificación de los sentidos. San Benito quebró el vaso que contenía veneno con la sola señal de la cruz hecha sobre él. Cuando los monjes fueron perturbados por el maligno, el santo manda que hagan la señal de la cruz sobre sus corazones. Una cruz era la firma de los monjes en la carta de su profesión cuando no sabían escribir. Todo ello no hace más que invitar a sus discípulos a considerar la santa cruz como señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora del Señor, por la que se venció el poder del mal y de la muerte.
La medalla tal como hoy la conocemos, se puede remontar al siglo XII o XIV o quizá a época anterior y tiene su historia. En el siglo XVII, en Nattenberg de Baviera, en un proceso contra unas mujeres acusadas de brujería, ellas reconocieron que nunca habían podido influir malignamente contra el monasterio benedictino de Metten porque estaba protegido por una cruz. Hechas, con curiosidad, investigaciones sobre esa cruz, se encontró que en las tapias del monasterio se hallaban pintadas varias cruces con unas siglas misteriores que no supieron descifrar. Continuando la investigación entre los códices de la antigua biblioteca del monasterio, se encontró la clave de las misteriosas siglas en un libro miniado del siglo XIV. En efecto, entre las figuras aparece una de san Benito alzando en su mano derecha una cruz que contenía parte del texto que se encontraba sólo en sus letras iniciales en las astras cruzadas de las cruces pintadas en las tapias del monasterio de Metten, y en la izquierda portaba una banderola con la continuación del texto que completaba todas las siglas hasta aquel momento misteriosas.


Mucho más tarde, ya en el siglo XX, se encontró otro dibujo en un manuscrito del monasterio de Wolfenbüttel representando a un monje que se defiende del mal, simbolizado en una mujer con una copa llena de todas las seducciones del mundo. El monje levanta contra ella una cruz que contiene la parte final del texto consabido. Es posible que la existencia de tal creencia religiosa no sea fruto del siglo XIV sino muy anterior.
Benedicto XIV, en marzo de 1742, aprobó el uso de la medalla que había sido tachada anteriormente, por algunos, de superstición, y mandó que la oración usada para bendecirla se incorporase al Ritual Romano. Dom Gueranger, liturgista y fundador de la Concregación Benedictina de Solesmes, comentó que el hecho de aparecer la figura de san Benito con la santa Cruz, confirma la fuerza que su signo obtuvo en sus manos. La devoción de los fieles y las muchas gracias obtenidas por ella es la mejor muestra de su auténtico valor cristiano.
En la vida de San Benito escrita por San Gregorio Magno, el santo abad muestra una especial devoción hacia la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, signo de nuestra salvación. En uno de los milagros narrados por su biógrafo, un vaso que contenía veneno se quiebra cuando San Benito hace la señal de la cruz sobre él. En otra oportunidad, uno de sus discípulos fue perturbado por el maligno, y el santo le manda hacer la señal de la cruz sobre su corazón para verse librado. En su Regla de los monjes, San Benito indica que cuando un monje iletrado presenta su carta de profesión monástica ante el altar, debe usar como firma una cruz. Estos y otros indicios invitaban a los discípulos del abad San Benito a considerar la Cruz como una señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora de Cristo, por la cual fue vencido el poder del mal y de la muerte.
En el siglo XIX se dió un renovado fervor por la Medalla de San Benito. En los trabajos escritos de Dom Prosper Guéranger, abad de Solesmes, y de Dom Zelli Iacobuzzi, de la Abadía de San Pablo Extramuros (Roma), se estudia detenidamente el origen y la historia de la medalla. Desde este ultimo monasterio, verdadero foco de irradiación benedictina en aquella época, se difundió también la devoción a la Medalla. La representación más popular de la misma es la llamada “medalla del jubileo”, diseñada en la Abadía de Beuron (Alemania), y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino del año 1880, conmemoración del XIV centenario del nacimiento de San Benito. Los superiores benedictinos de todo el mundo se reunieron para aquella ocasión en la Abadía de Montecasino, y desde allí la Medalla se diseminó por todo el mundo.


La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo Patriarca, y por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor, las letras iniciales de una oración o exorcismo, que dice así (en latín y en castellano):
Crux Sancti Patris Benedicti
Cruz del Santo Padre Benito
Crux Sacra Sit Mihi Lux
Mi luz sea la cruz santa
Non Draco Sit Mihi Dux
No sea el demonio mi guía
Vade Retro Satana
¡Apártate, Satanás!
Numquam Suade Mibi Vana
No sugieras cosas vanas
Sunt Mala Quae Libas
Pues maldad es lo que brindas
Ipse Venena Bibas
Bebe tú mismo el veneno.
Como se puede apreciar por las iniciales distribuidas en la cruz, a ésta el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone -después del título: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.) – de tres dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz, con el deseo suplicante de tenerla como guía y apoyo, y la expresión del rechazo a Satanás, a quien se manda que se aparte – con las palabras de Jesús, cuando fue tentado por él (Mt. 4,10) -, manifestando que no va a escuchar sus sugerencias, pues es malo lo que ofrece. Es una auténtica confesión de fe y de; amor a Cristo, y una renuncia al diablo.
 Es la Cruz que caracteriza a los miembros y hermanos de nuestro Gran Priorato..
Abrazos Fraternos

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA ESPADA DEL ESPIRITU ES LA PALABRA DE DIOS

En este archivo se nos presenta, una interesate meditación: La Espada del Espíritu es la Palabra de Dios, reflexionemos sobre cual es nuestro papel hoy dia. Cual es nuestra actitud, nuestro posición. Al final del texto, se incluye varios enlaces para conocer, meditar la Palabra de Dios a traves de las Sagradas Escrituras:
La espada del espiritu es la palabra de dios from rezmo

 A CONTINUACIÓN,  
Propuesta, para cada semana, de poder seguir el Año litúrgico patrístico. Se presenta con una selección de textos que los santos padres de la Iglesia utilizaban para explicar la Palabra de cada día.





 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que no busque cada uno sus propios intereses, sino
los de los demás» (Flp 2,4).

Uno de los encuentros más interesantes de la madre Teresa de
Calcuta fue el que mantuvo con el emperador etíope Hailé Selassié
pocos meses antes del golpe de Estado que acabaría por
deponerle. La pequeña hermana estaba avisada de que no debía
hacerse demasiadas ilusiones, dado que ya eran muchas las
organizaciones religiosas y sociales que habían intentado inútilmente
trabajar en Etiopía, y no tardó mucho en comprender que
la decisión correspondía al emperador y sólo a él. La audiencia
estuvo precedida por una conversación con el chambelán de palacio,
que se desarrolló en estos términos: «¿Qué es lo que espera
de nuestro gobierno?» «Nada -respondió la madre Teresa-;
he venido sólo a ofrecer a mis hermanas para que trabajen entre
los pobres y los que sufren.» «¿Qué harán las hermanas?»
«Nos entregaremos con todo lo que somos a servir a los más pobres
entre los pobres.» «¿De qué títulos disponen?» «Intentamos
entregar amor y compasión a aquellos que no son amados ni
deseados.» «Veo que su enfoque es completamente distinto. Usted
predica a la gente, ¿intenta acaso convertirla?» «Nuestros
actos de amor hablan al pobre que sufre del amor que Dios siente
por él».
Cuando, finalmente, la madre Teresa fue conducida a la presencia
del emperador, le esperaba una sorpresa. Selassié pronunció
unas pocas palabras: «He oído hablar de su trabajo. Me
hace muy feliz que esté aquí. Sí, que sus hermanas vengan también
a Etiopía»

LA PALABRA DE DIOS

¿QUÉ NOS DICE LA PALABRA DE DIOS HOY LUNES, EN BOCA DE LOS SANTOS PADRES DE LA IGLESIA?

–Filipenses 2,1-4: Manteneos unánimes, con un mismo pensar y un mismo sentir. Esto es lo que quería el Apóstol. Es una invitación a vivir en el amor fraterno, en unidad y en humildad. Cristo nos ha dado ejemplo en su encarnación, en su vida entera, en su pasión y muerte, en la cruz. Comenta San Agustín:

«Pensad en la unidad, hermanos míos, y ved que si os agrada la multitud es por la unidad que existe en ella... Engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad... Las tres Personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes,
sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque “una sola cosa es necesaria”. Y la consecución de esta única cosa nos lleva el tener los muchos “un solo corazón”» (Sermón 103,4).
–Con el Salmo 130 proclamamos: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi corazón. Yo acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor ahora y por siempre».
–Lucas 14,12-14: No hagamos el bien buscando sobre todo el agradecimiento. Obremos por amor, generosamente, buscando el bien de nuestros hermanos. Comenta San Agustín:
El Señor «te mostró con quién tienes que ser generoso..., con los necesitados, que no tienen nada que devolverte. ¿Pierdes con eso acaso? Se te recompensará cuando se recompense a los justos... Cuando Él nos lo devuelva, ¿quién nos lo quitará?... Cuando aún éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo; ahora que vivimos justamente, ¿nos va a decepcionar? Pero Cristo no murió por los justos, sino por los impíos. Si a los malvados les dio la muerte de su Hijo, ¿qué reservará para los justos?... El mismo Hijo, pero en cuanto Dios, como objeto de gozo, no en cuanto hombre, sometido a la muerte. Ved a lo que nos llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino, dígnate mirar también el camino, dígnate mirar también el cómo» (Sermón 339,6).