Éxodo 20,1-17
Unirse a Dios,
único bien verdadero
San Ambrosio
Huida del mundo 6,36; 7,44; 8,45; 9,52
Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria disfrutemosde la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción.
Éste es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, sino que es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y por lo tanto todo lo bueno, divino, y todo lo divino, bueno; por ello se dice: Abres tú la
mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes sin mezcla alguna de mal.
Bienes que la Escritura promete a los fieles al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.
Hemos muerto con Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. No vivimos ya aquella vida nuestra, sino la de Cristo, una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para herirlo. Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir estando aquí y estar ya junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a base de apariencias, si te refugias en él, ya que es el refugio y fortaleza, como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.
Conque si Dios es nuestro refugio, y se halla en el cielo y sobre los cielos, es hacia allí hacia donde hay que huir, donde está la paz, donde nos aguarda el descanso de nuestros afanes, y la saciedad de un gran sábado, como dijo Moisés: El descanso de la tierra os servirá de alimento. Pues la saciedad, el placer y el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su felicidad. Huyamos, pues, como los ciervos hacia las fuentes de las aguas; que sienta sed nuestra alma como la sentía David. ¿Cuál es aquella fuente? Óyele decir: en ti está la fuente viva.
Y que mi alma diga a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues Dios es esa fuente.
sábado, 23 de febrero de 2013
jueves, 21 de febrero de 2013
TEMOR DE DIOS
Jueves de la primera semana.
Esther 14:1, 3-5
―Entonces la Reina Esther, abrumada por una mortal agustia, recurrió al Señor. Ella oró al Señor Dios de Israel, y dijo: ―¡Señor mío, Rey de todos nosotros, tú eres único! Ayúdame pues estoy sola y no tengo a otro que me ayude, más que Tú, porque estoy en gran peligro. Desde que nací he escuchado en la tribu de mi familia que Tú, Oh Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros patriarcas entre todos sus antepasados, para que fueran Tu propiedad eterna, y que Tú hiciste por ellos todo lo que habías prometido‖.
El término bíblico Temor de Dios no se refiere a la emoción del miedo. Temor de Dios es un término técnico en la Biblia que significa la correcta relación con Dios. La correcta relación con Dios es confiar en Él. La correcta relación con Dios involucra reverencia y profundo respeto por la trascendencia e inmanencia de Dios, así como confiar en su benevolencia y compasión. Para conceptualizar lo que el temor de Dios bíblico realmente significa, imaginemos a un niño en tiempo de Navidad en una enorme tienda departamental, el último piso del tamaño de toda una cuadra, está lleno de juguetes. Cuando el niño sale del elevador dentro de la tierra de las maravillas de deseables objetos, sus ojos se hacen más y más grandes. Mira hacia la izquierda y hacia la derecha, contemplando todo lo que su corazón ha deseado siempre: patines, muñecos electrónicos, trineos, aviones, trenes eléctricos, computadoras, etc. Él quiere ir en cada dirección de una vez. Está tan cautivado que no busca dónde estar. Quiere tocar de todo y llevárselo a casa. El temor de Dios bíblico es similar. Nos sentimos invitados a un misterio que contiene todo lo que nuestros corazones hubiesen podido desear. Experimentamos la fascinación del Misterio Final más que temor a lo desconocido. Queremos apresar o ser apresados por el misterio de la presencia de Dios que se abre perdurablemente en cada dirección. (De “Invitación a Amar”)
Oración: Ven, Espíritu Santo, hazte presente en el momento de La tentación y suavemente persuade a nuestros tímidos corazones A confiar en Ti.
fr. Thomas Keating.OCSO.
Un pasaje Cuaresmal
lunes, 18 de febrero de 2013
SAN ELREDO DE RIEVAL
Elredo de Rieval (latín Aelredus, inglés Ailred) fue un monje y abad cisterciense inglés del siglo XII, teólogo y escritor. La Iglesia Católica y la Comunión Anglicana lo veneran como santo.
Elredo nació en Hexham (Northumbria, entre Inglaterra y Escocia) en 1110. Recibió la primera instrucción en el priorato de Durham, y hacia la edad de catorce años entró al servicio del rey David I de Escocia, en cuya corte completó su formación, pasando después a ocupar el cargo de mayordomo (dispensator). Hacia 1134 abrazó la vida monástica cisterciense en el monasterio de Rieval (Rievaulx, Yorkshire), casa fundada dos años antes por la abadía de Claraval (Ville-sous-la-Ferté, Francia), de donde era abad san Bernardo.
Su humanismo y sus talentos intelectuales y espirituales lo llevaron bien pronto a asumir tareas de dirigir su propia comunidad: fue maestro de novicios entre los años 1141 y 1143 y abad desde el 1147 hasta su muerte, en 1167. Entre 1143 y 1147 estuvo de primer abad de Revesby, casa filial de Rieval.
Murió en su monasterio de Rieval el 12 de enero de 1167, día en que lo conmemora el martirologio romano.
En muchos pasajes de este blog hemos comentado en numerosas ocasiones a San Elredo.
Es un representante de la denominada teología monástica, cultivada en los monasterios medievales, y que con la aparición de Císter experimentó un nuevo impulso, con autores como Bernardo de Claraval, Guillermo de Saint-Thierry, Guerrico de Igny y el mismo Elredo, todos ellos contemporáneos del siglo XII. Esta teología elaborada en los claustros cistercienses, a diferencia de la que se hacía en las escuelas de las catedrales y en las universidades, más especulativa, no separa la reflexión intelectual de la vida, el conocimiento del amor. Es una teología encarnada en la propia existencia y en la experiencia, que brota del misterio de la fe creído y vivido en la liturgia, y que se fundamenta en la lectura pausada y saboreada de la Sagrada Escritura.
La doctrina teológica de Elredo se sintetiza así: el alma humana, creada a imagen de Dios, herida por el pecado, puede reencontrar su estado primigenio con la ayuda de Cristo, viviendo en profundidad el amor en su doble vertiente: divina (amor teologal) y humana (amistad). El alma, es decir, el hombre, la persona en camino, encuentra en el amor divino y humano la posibilidad de llegar a su plenitud, a su sentido, a su felicidad.
Con respecto a la espiritualidad propiamente monástica, la gran aportación de Elredo es la recuperación de la amistad como estructura personal y comunitaria de la caridad fraterna que la Regla de san Benito propone vivir a sus monjes. De hecho, la comunidad monástica, que san Benito definía como una «escuela del servicio», evoluciona en Elredo a escuela del amor, del amor hacia Dios y del amor de los unos por los otros.
Así, la espiritualidad de Elredo es muy concreta y afectiva, en cuanto que pretende llegar al corazón de cada persona y alentarla a configurarse más y más con Cristo, que es el ideal del monje.
Elredo de Rieval es valorado sobre todo por su capacidad de hacer dialogar la teología con la cultura y el pensamiento humano. En el siglo XII no existía para el mundo cristiano un pensamiento filosófico autónomo, al margen de la reflexión teológica, y este pensamiento hizo falta buscarlo en el pasado. De amicitia de Cicerón, que es la obra de referencia escogida por Elredo, tiene el valor añadido de concentrar sintéticamente el pensamiento de la antigüedad clásica sobre la amistad desde Sócrates y Platón.
Su aportación a la recuperación y la relectura de los textos de la antigüedad clásica prepara y explica el fenómeno cultural y espiritual del Humanismo, que estallará con todo el vigor en los siglos XV y XVI.
Louis Bouyer dibuja así el perfil humano y espiritual del monje Elredo: «En Elredo vemos florecer verdaderamente el humanismo de Císter, con los rasgos que lo caracterizan. [...] Humanista debido a su interés por todo aquello que es humano, por los detalles psicológicos, por su atención a los matices más delicados de los sentimientos o, sencillamente, por la importancia que atribuye a los afectos humanos. También en el sentido doctrinal: su obra es, por encima de todo, la de un moralista, que observa y analiza los movimientos del corazón, y para él el ideal monástico y cristiano se expresa en la construcción de la personalidad. La vida social ocupa seguramente el mismo espacio que la vida interior».
Os dejamos algunas de sus obras.
http://www.slideshare.net/anabelma75/cristologia-afectiva-de-san-elredo
Elredo nació en Hexham (Northumbria, entre Inglaterra y Escocia) en 1110. Recibió la primera instrucción en el priorato de Durham, y hacia la edad de catorce años entró al servicio del rey David I de Escocia, en cuya corte completó su formación, pasando después a ocupar el cargo de mayordomo (dispensator). Hacia 1134 abrazó la vida monástica cisterciense en el monasterio de Rieval (Rievaulx, Yorkshire), casa fundada dos años antes por la abadía de Claraval (Ville-sous-la-Ferté, Francia), de donde era abad san Bernardo.
Su humanismo y sus talentos intelectuales y espirituales lo llevaron bien pronto a asumir tareas de dirigir su propia comunidad: fue maestro de novicios entre los años 1141 y 1143 y abad desde el 1147 hasta su muerte, en 1167. Entre 1143 y 1147 estuvo de primer abad de Revesby, casa filial de Rieval.
Murió en su monasterio de Rieval el 12 de enero de 1167, día en que lo conmemora el martirologio romano.
En muchos pasajes de este blog hemos comentado en numerosas ocasiones a San Elredo.
Es un representante de la denominada teología monástica, cultivada en los monasterios medievales, y que con la aparición de Císter experimentó un nuevo impulso, con autores como Bernardo de Claraval, Guillermo de Saint-Thierry, Guerrico de Igny y el mismo Elredo, todos ellos contemporáneos del siglo XII. Esta teología elaborada en los claustros cistercienses, a diferencia de la que se hacía en las escuelas de las catedrales y en las universidades, más especulativa, no separa la reflexión intelectual de la vida, el conocimiento del amor. Es una teología encarnada en la propia existencia y en la experiencia, que brota del misterio de la fe creído y vivido en la liturgia, y que se fundamenta en la lectura pausada y saboreada de la Sagrada Escritura.
La doctrina teológica de Elredo se sintetiza así: el alma humana, creada a imagen de Dios, herida por el pecado, puede reencontrar su estado primigenio con la ayuda de Cristo, viviendo en profundidad el amor en su doble vertiente: divina (amor teologal) y humana (amistad). El alma, es decir, el hombre, la persona en camino, encuentra en el amor divino y humano la posibilidad de llegar a su plenitud, a su sentido, a su felicidad.
Con respecto a la espiritualidad propiamente monástica, la gran aportación de Elredo es la recuperación de la amistad como estructura personal y comunitaria de la caridad fraterna que la Regla de san Benito propone vivir a sus monjes. De hecho, la comunidad monástica, que san Benito definía como una «escuela del servicio», evoluciona en Elredo a escuela del amor, del amor hacia Dios y del amor de los unos por los otros.
Así, la espiritualidad de Elredo es muy concreta y afectiva, en cuanto que pretende llegar al corazón de cada persona y alentarla a configurarse más y más con Cristo, que es el ideal del monje.
Elredo de Rieval es valorado sobre todo por su capacidad de hacer dialogar la teología con la cultura y el pensamiento humano. En el siglo XII no existía para el mundo cristiano un pensamiento filosófico autónomo, al margen de la reflexión teológica, y este pensamiento hizo falta buscarlo en el pasado. De amicitia de Cicerón, que es la obra de referencia escogida por Elredo, tiene el valor añadido de concentrar sintéticamente el pensamiento de la antigüedad clásica sobre la amistad desde Sócrates y Platón.
Su aportación a la recuperación y la relectura de los textos de la antigüedad clásica prepara y explica el fenómeno cultural y espiritual del Humanismo, que estallará con todo el vigor en los siglos XV y XVI.
Louis Bouyer dibuja así el perfil humano y espiritual del monje Elredo: «En Elredo vemos florecer verdaderamente el humanismo de Císter, con los rasgos que lo caracterizan. [...] Humanista debido a su interés por todo aquello que es humano, por los detalles psicológicos, por su atención a los matices más delicados de los sentimientos o, sencillamente, por la importancia que atribuye a los afectos humanos. También en el sentido doctrinal: su obra es, por encima de todo, la de un moralista, que observa y analiza los movimientos del corazón, y para él el ideal monástico y cristiano se expresa en la construcción de la personalidad. La vida social ocupa seguramente el mismo espacio que la vida interior».
Os dejamos algunas de sus obras.
http://www.slideshare.net/anabelma75/cristologia-afectiva-de-san-elredo
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BIBLIOTECA HISTORICA
SAN FABIÁN Papa y Mártir y SAN SEBASTIÁN, Mártir
El culto de san Sebastián ha estado siempre unido al de san Fabián. Los martirologios más antiguos ponían ya juntos sus nombres y juntos permanecen aún en las Letanías de los santos.
No obstante las amenazas de persecución, el Papa san Fabián (236-250) organizó el cuadro religioso de la Roma cristiana, dividiendo la ciudad en siete distritos, administrados cada uno por un diácono. Fue una de las primeras víctimas de la persecución de Decio, quien lo consideraba como enemigo personal y rival suyo.
La Iglesia disfrutaba de paz en la segunda mitad del siglo III, con lo que creció mucho el número de cristianos. El resultado fue que se extendió una cierta molicie y se originaron diversas luchas intestinas entre los cristianos, como explica el historiador Eusebio. A finales del siglo la Providencia permitió una nueva persecución, de parte de Diocleciano y Maximino, que la empezaron precisamente por los miembros de las tropas. Uno de los casos más famosos fue el del soldado Sebastián.
Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera cohorte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo.
Esta situación no podía durar mucho. Fue denunciado al emperador. Maximino lo llamó, le afeó su conducta y le obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo. Sebastián no dudó, escogió la milicia de Cristo. Desairado el emperador, le amenazó de muerte.
El cristiano Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Entonces, enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado. Los sagitarios lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas. Y lo dejaron allí por muerto.
Según el relato de su martirio, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron y al ver que aún estaba vivo, lo recogieron, y lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Le aconsejaban sus amigos que se ausentara de Roma, pero no quiso Sebastián, pues ya se había encariñado con la idea del martirio.
Se presentó inesperadamente ante el emperador, que quedó desconcertado, pues lo daba por muerto. Sebastián le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir. Los soldados cumplieron esta vez sin errores el encargo y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.
El culto a San Sebastián es muy antiguo. Es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión. Es uno de los santos más populares y de los que tiene más imágenes y más iglesias dedicadas. Es llamado el Apolo cristiano, uno de los santos más reproducidos por el arte, pues como el martirio lo presenta con el torso desnudo y cubierto de flechas, tenían los artistas más campo de acción. Pero la belleza estaba sobre todo en su alma, en su inquebrantable fidelidad a Cristo, que él prefirió a todas las ventajas y prestigios humanos, que le ofrecía el emperador.
San Ambrosio, que luego sería arzobispo de Milán, fue su gran panegirista: "Aprovechemos el ejemplo del mártir San Sebastián. Era oriundo de Milán y marchó a Roma en tiempo en que la fe sufría allí una terrible persecución. Allí padeció, mejor dicho, allí fue coronado".
En el cielo goza de doble aureola de mártir, pues padeció doble martirio, suficiente cada uno de ellos para alcanzar la corona de la gloria. Su generosidad en arrostrarlo por segunda vez es un ejemplo para todos.
oremos
Señor Dios, gloria de aquellos que has escogido para tu servicio, te pedimos que, por la intercesión del Papa y mártir San Fabián, nos concedas progresar continuamente en la misma fe que él vivió y en el deseo de servirte cada día con mayor entrega. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Señor, danos el espíritu de fortaleza, para que, siguiendo el ejemplo del mártir San Sebastián, aprendamos a obedecerte a ti que a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
viernes, 15 de febrero de 2013
SILENCIO Y PALABRA
Como ya hemos visto, hay en nuestra vida monástica cierto número de pares o binomios complementarios, que piden equilibrarse de un modo especial.
Uno de estos pares es el silencio y la palabra.
En el Capítulo General de 1972, Dom Ignacio, en su 7a conferencia, hacía notar que el tema mencionado con más frecuencia en los informes de las visitas, tanto de monjes como de monjas, era el empeoramiento de la observancia del silencio. Personalmente he observado el mismo fenómeno al cabo de un año. Cuando se visita nuestras casas, siempre se menciona el silencio, o mejor, la falta de silencio.
A fuer de verdaderamente honrado, y espero no escandalizaras con esto, me he preguntado a veces si esta insistencia sobre el silencio era algo bueno. Al menos el problema pide un examen crítico.
Por ejemplo: si una comunidad ha decidido liberalizar la palabra, sería infantil y poco realista imaginarse que el monasterio va a seguir siendo tan apacible como antaño. Algunos parecen querer aprovecharse de las ventajas del cambio y no pensar siquiera en aceptar las molestias. Esto puede parecer elemental, y lo es, y sin embargo, es impresionante hasta qué punto se puede olvidar con tanta frecuencia.
Por otra parte, es una ley natural que una exageración en una dirección provoca pronto o tarde otra exageración parecida y opuesta en el sentido contrario. Me parece que muchas veces en el pasado hemos dado una importancia exagerada al silencio. Frecuentemente, en la práctica se le daba más importancia que a la caridad. Por eso no hay que extrañarse de que, una vez suavizada la ley del silencio, se encuentren dificultades serias en este campo para contener las exageraciones. Era inevitable que el primer efecto de la liberalización de las normas del silencio fuese una reacción incontrolada. En muchas casas, sólo ahora se empieza a percibir el fenómeno y se siente la necesidad de encontrar mejor equilibrio entre el silencio y la palabra. Lejos de ser algo deplorable, me parece que es la ocasión de buscar una actitud más profunda y más sana respecto a todo el conjunto del problema. Frecuentemente antes el no hablar era considerado como una señal de silencio interior. Uno podía pasarse una hora haciendo señas sin traba alguna, y pensar que era una persona que guardaba el silencio.
Debemos tener presente que, tanto la palabra como el silencio, son valores monásticos. En sí, ni son vicio ni virtud. Pueden ser la expresión de la virtud, lo mismo que se pueden usar de modo culpable. Nos llevaría muy lejos intentar siguiera un ensayo sobre cualquiera de estos valores; pero quisiera tratar de algunos aspectos unidos más estrechamente con el equilibrio que debemos crear entre ellos.
El silencio, como valor monástico, se puede practicar por más de una razón. Puede, por ejemplo, mirarse como un medio de evitar las faltas. Pero, sobre todo se mira como el medio que da al monje la disponibilidad necesaria para escuchar a Dios y responderle en la oración. Este aspecto es el más importante para un contemplativo. Pero esta clase de silencio no es sólo una cuestión de restricción de la palabra. Más bien es un silencio que requiere control de los pensamientos y de la imaginación, un apaciguamiento de la agitación y deseos desordenados, en una palabra una exigencia de pureza de corazón cada vez mayor. Pero como la perfecta pureza de corazón no se alcanza nunca en esta vida, se deduce que nunca seremos plenamente silenciosos en este mundo. El único equilibrio que podemos alcanzar no puede ser más que relativo y susceptible de ser perfeccionado.
Por lo que toca a la palabra, debemos recordar que es un don que nos ha sido dado para glorificar a Dios y comunicamos con los demás. En sí es algo precioso y debemos estar agradecidos por ello. Sin embargo, la espiritualidad monástica ha mostrado siempre mucha reserva y prudencia respecto a la misma. La experiencia ha demostrado a los monjes a lo largo de los siglos que nada contribuye tanto a la pérdida del fervor como la falta de control de la palabra. La razón es muy simple. Si tenemos una pasión desordenada, en seguida tiende a manifestarse en la palabra, y el exteriorizarla no puede menos de añadir leña al fuego. Lo que era considerado como un instrumento para glorificar a Dios, se convierte en un medio de satisfacer nuestros instintos egoístas y conduce al egocentrismo, que es el polo completamente opuesto de la verdadera santidad.
Ante esta dificultad, los autores monástico s han descubierto que el silencio es el único medio de mantener a raya la lengua, sobre todo al comienzo de la vida religiosa. Después de alguna ascesis en este sentido, se puede dar más libertad.
Parece seguirse de lo que acabo de decir que, para buscar un justo equilibrio entre el silencio y la palabra, deberíamos prestar mayor atención al silencio que a la palabra. Tratándolos con igualdad de derechos, pronto nos daríamos cuenta de que la palabra va acaparándose la mayor parte, destruyendo el silencio.
Se objeta a veces que el silencio es antisocial. Evidentemente el silencio puede llegar a eso. Pero, pasa lo mismo con la palabra. Mas si ordenamos la palabra con intervalos de verdadero silencio, nos daremos cuenta en seguida de que nuestro uso de la palabra se hace cada vez más constructivo socialmente.
En muchas de nuestras casas actualmente la palabra se permite hasta cierto punto, y me ha impresionado la frecuencia con que se me ha repetido que esta amplitud ha mejorado la calidad de la caridad en la casa. Una ventaja así de suyo es un factor de progreso en el equilibrio general de la comunidad.
En cuanto a la queja de que el silencio ha desaparecido completamente en muchos monasterios, con frecuencia me he dado cuenta de que es exagerada. No obstante, hay que reconocer que las cosas, en algunos sitios, han ido demasiado lejos. ¿Podría sugerir que si una Superiora cree realmente que es esto lo que pasa en su casa, no debe alarmarse demasiado? Quizá se trate de un fenómeno pasajero: la reacción descontrolada indicada más arriba. Pero, de todos modos, si se esfuerza en hacer algo, conseguirá más si en lugar de insistir en recordar las leyes y normas, acentúa el aspecto positivo: la necesidad de vivir una vida de oración profunda y de tender a la oración continua, el ejemplo del Señor que se retiraba frecuentemente para orar en silencio, la renuncia propia para respetar el deseo de los demás por el silencio, etc. Deberíamos procurar desarrollar en nuestras religiosas el sentido del silencio, la sensibilidad ante la presencia de Dios, que les ayudará a alcanzar el debido equilibrio entre el silencio y la palabra, de modo que si hablan sea desde el profundo tesoro de su silencio, y si callan sea un silencio que tenga toda la elocuencia de un sermón.
La vida monástica transformación en Cristo
http://www.montecarmelo.com/vida-monastica-transformacion-cristo-p-629.html?osCsid=8ue5291aqh6nc576dgbuqim5a2

lunes, 11 de febrero de 2013
BENEDICTO XVI Y LA CONTROVERSIA CON ABELARDO
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles 4 de noviembre de
2009
Conviene recordar despues de que hoy el Santo Padre anunciara que se retiraba como jefe de la Iglesia, uno de sus textos teológicos. Considerado una de las mentes más claras del mundo actual por muchos, el centenar de libros que tiene publicados son el mejor compendio de su pensamiento.
Confrontación entre
dos modelos teológicos: Bernardo y Abelardo
Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis presenté las características principales
de la teología monástica y de la teología escolástica del siglo XII, que
podríamos llamar, en cierto sentido, respectivamente, "teología del corazón" y
"teología de la razón". Entre los representantes de esas dos corrientes
teológicas tuvo lugar un amplio debate, a veces vehemente, simbólicamente
representado por la controversia entre san Bernardo de Claraval y Abelardo.
Para comprender esta confrontación entre los dos grandes
maestros, conviene recordar que la teología es la búsqueda de una comprensión
racional, en la medida de lo posible, de los misterios de la Revelación
cristiana, creídos por fe: fides quaerens intellectum —la fe busca la
inteligibilidad—, por usar una definición tradicional, concisa y eficaz. Ahora
bien, mientras que san Bernardo, típico representante de la teología monástica,
pone el acento en la primera parte de la definición, es decir, en la
fides —la fe—, Abelardo, que es un escolástico, insiste en la segunda
parte, es decir, en el intellectus, en la comprensión por medio de la
razón. Para san Bernardo la fe misma está dotada de una íntima certeza, fundada
en el testimonio de la Escritura y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia.
La fe, además, se refuerza con el testimonio de los santos y con la inspiración
del Espíritu Santo en el alma de cada creyente. En los casos de duda y de
ambigüedad, el ejercicio del magisterio eclesial protege e ilumina la fe. Así, a
san Bernardo le cuesta ponerse de acuerdo con Abelardo, y más en general con
aquellos que sometían las verdades de la fe al examen crítico de la razón; un
examen que implicaba, en su opinión, un grave peligro: el intelectualismo, la
relativización de la verdad, la puesta en tela de juicio de las verdades mismas
de la fe.
En esa forma de proceder san Bernardo veía una audacia llevada
hasta la falta de escrúpulos, fruto del orgullo de la inteligencia humana, que
pretende "capturar" el misterio de Dios. En una de sus cartas, con tristeza,
escribe así: "El ingenio humano se apodera de todo, sin dejar ya nada a la fe.
Afronta lo que está por encima de él, escruta lo que le es superior, irrumpe en
el mundo de Dios, altera los misterios de la fe, más que iluminarlos; lo que
está cerrado y sellado no lo abre, sino que lo erradica; y lo que le parece
fuera de su alcance lo considera como inexistente, y se niega a creer en ello"
(Epistola CLXXXVIII, 1: PL 182, I, 353).
Para san Bernardo la teología sólo tiene un fin: favorecer la
experiencia viva e íntima de Dios. La teología es, por tanto, una ayuda para
amar cada vez más y mejor al Señor, como reza el título del tratado sobre el
Deber de amar a Dios (De diligendo Deo). En este camino hay
diversos grados, que san Bernardo describe detalladamente, hasta el culmen,
cuando el alma del creyente se embriaga en las cumbres del amor. El alma humana
puede alcanzar ya en la tierra esta unión mística con el Verbo divino, unión que
el Doctor Mellifluus describe como "bodas espirituales". El Verbo divino
la visita, elimina las últimas resistencias, la ilumina, la inflama y la
transforma. En esa unión mística, el alma goza de una gran serenidad y dulzura,
y canta a su Esposo un himno de alegría. Como recordé
en la catequesis dedicada a la vida y a la doctrina de san Bernardo (cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 2009,
p. 32), para él la teología no puede menos de alimentarse de la oración
contemplativa, en otras palabras, de la unión afectiva del corazón y de la mente
con Dios.
Abelardo, que por lo demás fue precisamente quien introdujo el
término "teología" en el sentido en que lo entendemos hoy, se sitúa en cambio en
una perspectiva diversa. Este famoso maestro del siglo xii, nacido en Bretaña
(Francia), estaba dotado de una inteligencia vivísima y su vocación era el
estudio. Se ocupó primero de filosofía y después aplicó los resultados
alcanzados en esa disciplina a la teología, de la que fue maestro en la ciudad
más culta de la época, París, y sucesivamente en los monasterios en los que
vivió. Era un orador brillante: verdaderas multitudes de estudiantes seguían sus
lecciones. De espíritu religioso pero de personalidad inquieta, su vida fue rica
en golpes de efecto: rebatió a sus maestros, tuvo un hijo con una mujer culta e
inteligente, Eloísa. Entró a menudo en polémica con otros teólogos, incluso
sufrió condenas eclesiásticas, aunque murió en plena comunión con la Iglesia, a
cuya autoridad se sometió con espíritu de fe.
Precisamente san Bernardo contribuyó a la condena de algunas
doctrinas de Abelardo en el sínodo provincial de Sens del año 1140, y solicitó
también la intervención del Papa Inocencio II. El abad de Claraval, como he
recordado, rechazaba el método demasiado intelectualista de Abelardo, que a su
parecer reducía la fe a una simple opinión separada de la verdad revelada. Los
temores de Bernardo no eran infundados, sino que, por lo demás, los compartían
otros grandes pensadores de su tiempo. Efectivamente, un uso excesivo de la
filosofía hizo peligrosamente frágil la doctrina trinitaria de Abelardo y, así,
su idea de Dios. En el campo moral su enseñanza no carecía de ambigüedad:
insistía en considerar la intención del sujeto como única fuente para describir
la bondad o la malicia de los actos morales, descuidando así el significado
objetivo y el valor moral de las acciones: un subjetivismo peligroso. Como
sabemos, este aspecto es muy actual en nuestra época, en la que la cultura a
menudo está marcada por una tendencia creciente al relativismo ético: sólo el yo
decide lo que es bueno para mí en este momento. Con todo, no hay que olvidar los
grandes méritos de Abelardo, que tuvo muchos discípulos y contribuyó
decididamente al desarrollo de la teología escolástica, destinada a expresarse
de modo más maduro y fecundo en el siglo sucesivo. Tampoco se deben subestimar
algunas de sus intuiciones, como por ejemplo cuando afirma que en las
tradiciones religiosas no cristianas ya hay una preparación para la acogida de
Cristo, Verbo divino.
¿Qué podemos aprender nosotros hoy de la confrontación, a menudo
vehemente, entre san Bernardo y Abelardo, y en general entre la teología
monástica y la escolástica? Ante todo creo que muestra la utilidad y la
necesidad de un sano debate teológico en la Iglesia, sobre todo cuando las
cuestiones debatidas no han sido definidas por el Magisterio, el cual, por lo
demás, sigue siendo un punto de referencia ineludible. San Bernardo, pero
también el propio Abelardo, reconocieron siempre sin vacilar su autoridad.
Además, las condenas que sufrió este último nos recuerdan que en el campo
teológico debe haber un equilibrio entre los que podríamos llamar los principios
arquitectónicos que nos ha dado la Revelación y que por ello conservan siempre
la importancia prioritaria, y los de interpretación sugeridos por la filosofía,
es decir, por la razón, y que tienen una función importante, pero sólo
instrumental. Cuando no existe este equilibrio entre la arquitectura y los
instrumentos de interpretación, la reflexión teológica corre el riesgo de
contaminarse con errores, y corresponde entonces al Magisterio el ejercicio del
necesario servicio a la verdad que le es propio. Además, conviene subrayar que,
entre las motivaciones que indujeron a san Bernardo a ponerse en contra de
Abelardo y a solicitar la intervención del Magisterio, estaba también la
preocupación de salvaguardar a los creyentes sencillos y humildes, a los que hay
que defender cuando corren el peligro de ser confundidos o desviados por
opiniones demasiado personales y por argumentaciones teológicas atrevidas, que
podrían poner en peligro su fe.
Quiero recordar, por último, que la confrontación teológica
entre san Bernardo y Abelardo concluyó con una plena reconciliación entre ambos
gracias a la mediación de un amigo común, el abad de Cluny Pedro
el Venerable, del que hablé en una de las catequesis anteriores (cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de octubre de 2009,
p. 32). Abelardo tuvo la humildad de reconocer sus errores y San Bernardo mostró
gran benevolencia. En ambos prevaleció lo que debe estar verdaderamente en el
corazón cuando nace una controversia teológica, es decir, salvaguardar la fe de
la Iglesia y hacer que triunfe la verdad en la caridad. Que esta sea también hoy
la actitud en las confrontaciones en la Iglesia, teniendo siempre como meta la
búsqueda de la verdad.
sábado, 9 de febrero de 2013
SAN BENITO Y LA CUARESMA
San Benito y la Cuaresma

Capítulo 49
Ofrezca a Dios algo extraordinario.
Aunque
la vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia
cuaresmal, no obstante, como son pocos los que tienen semejante virtud,
recomendamos que durante la cuaresma todos guarden la mayor pureza de
vida, y eviten en estos santos días las flaquezas de otros tiempos.
Esto se logra dignamente si nos abstenemos de todo vicio y nos dedicamos
a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a
la abstinencia. Por tanto, en estos días debemos añadir algo a la
tarea habitual de nuestra servidumbre, oraciones especiales, abstinencia
en la comida y bebida, para que, cada uno por propia voluntad, ofrezca
a Dios algo extraordinario en la alegría del Espíritu Santo. Es
decir, prive a su cuerpo de algo de comida, bebida, sueño, conversación
y bromas y espere la santa Pascua con la alegría de un deseo
espiritual. Pero lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo
con su oración y aprobación, porque lo que se hace sin el permiso del
padre espiritual se tendrá por presunción, vanagloria, no digno de
recompensa. Por tanto háganse todas las cosas con autorización del
abad.
San Benito no se
refiere a la Cuaresma para toda la Iglesia sino para la porción que él gobierna
y que debe llevar una vida cristiana perfecta. La preocupación de los
catecúmenos no se manifiesta en su exposición. En su época además, los bautismos
de niños eran los más numerosos y, sobre todo, la vida monástica que él
instituía no comportaba por sí misma una tendencia apostólica como tal. Por eso
el acento recae en la ascesis o más exactamente en un tiempo fuerte de esta
ascesis que debería ejercitarse durante todo el año. En consecuencia, su técnica
mirará mucho más a completar lo que ya se hace habitualmente y a realizarlo con
una mayor calidad, que a imaginar prácticas nuevas. La simple lectura indica
cuál era la jerarquía de valores en la vida monástica instituida por San Benito,
heredero de los Padres del desierto y de los Legisladores monásticos como
Casiano, Pacomio y Basilio.Para San Benito, como para los Padres, como para la liturgia, la mortificación
de la Cuaresma se inscribe en una tensión hacia el día de la resurrección del
Señor. La ascesis no puede tener más que un sentido: una liberación, no un
menosprecio del cuerpo sino dentro de un recobrado equilibrio, una liberación en
orden a una entrada total en la "gran liberación" que es la Pascua del Señor.
Una muerte con Cristo para resucitar con él. Mientras el hombre vive en su envoltura mortal, deberá
siempre trabajar por asegurar en sí mismo un equilibrio. Este no puede
mantenerse sin una técnica de ascesis que hay que consolidar a veces mediante
algunas exigencias más particulares. Pero el verdadero y único motivo de la
tensión que el cristiano debe mantener en sí mismo, es el de encontrarse
dispuesto para la Pascua y su complemento futuro: la vuelta del Señor. Por eso
habla San Benito de "la gozosa espera del día santo de Pascua". Una ascesis
centrada sobre sí misma no podría, sin hipocresía, pretender una auténtica
alegría, salvo tal vez la amarga y pasajera de un orgullo de autodominio
satisfecho. Sólo la espera de la Pascua, de la liberación del hombre y del mundo
que significa, puede proporcionar una verdadera alegría -la alegría del Espíritu
Santo de que habla San Benito- en medio mismo de la dura y desafiante espera de
esta vida.
Juan Casiano (365-435) fue un monje y sacerdote, oriundo de la actual
Rumanía, que visitó la floreciente vida monástica del Egipto cristiano
al comienzo del siglo V. De allí, marchó a la Galia, fundando en
Marsella el Monasterio de San Víctor. En sus dos obras, las Colaciones y
las Instituciones, dejó constancia de la tradición monástica que había
recibido en Egipto, siendo de importancia trascendental para el
desarrollo del monacato en Europa.
Juan Casiano considera que la Cuaresma es algo que atañe solo a los
laicos, pues estima que es propio de los monjes vivir en perpetua
tensión espiritual. Sin embargo, san Benito, cien años después,
consciente de que los monjes también son débiles y pecadores, instituye
la Cuaresma como un tiempo de especial esfuerzo espiritual, durante el
cual, los monjes deben tratar de vivir más intensamente su consagración
cristiana y monástica.
San Benito no especifica taxativamente cómo debemos vivir la Cuaresma;
sugiere más oración, menos esparcimiento, y más concentración en el gran
misterio de la Pascua, que está a punto de llegar.
En la imagen, tomada en el que fuera célebre Monasterio de San Pedro de
los Montes, vemos a San Benito orando ante el Señor crucificado. Que,
por su intercesión, este camino cuaresmal nos conduzca por la Cruz hasta
la Luz de la Pascua.
miércoles, 6 de febrero de 2013
T. MERTON DIARIO DE UN EXPECTADOR CULPABLE
"Aquellos a quienes Dios pide la esperanza más perfecta deben mirar de
cerca sus pecados. ES decir, deben dejar que Dios haga relucir su lámpara de
repente sobre los incones más oscuros de sus almas: no que ellos mismos tengan
que explorar lo que no entienden. El mucho explorar oculta lo que realmente
debemos encontrar. Y no es seguro que tengamos ninguna obligación apremiante de
encontrar pecado en nosotros mismos. ¿Cuánto pecado nos tiene escondido
el mismo Dios, en su misericordia? !Después, Él lo esconde a Sí
mismo!"
"O se tiene que ser judío o se tiene que dejar de leer la
Biblia. La Biblia no puede tener sentido para quien no sea espiritualmente semita. El
sentido espiritual del Antiguo Testamento no es ni puede ser un simple vaciarlo
de su contenido israelita. !Al contrario! El Nuevo Testamento es el cumplimiento
de ese contenido espiritual, el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, la
promesa en que creyó Abraham. Por tanto, nunca es negación del judaísmo, sino su
afirmación. Los que lo consideran como negación no lo han
comprendido".
Thomas
Merton.
"Conjeturas de un espectador
culpable".
Consiste en una especie de diario y resumen de lecturas, con comentarios sobre situaciones concretas de su tiempo; aquí Merton intenta aterrizar la doctrina cristiana y lo más clásico del pensamiento de la Iglesia, respondiendo a los interrogantes de la historia humana, reinterpretando las afirmaciones teológicas y espirituales a la luz del devenir de una época concreta, la segunda mitad del siglo XX.
Veamos algunos nombres y autores que Merton cita en esta obra, y nos haremos cuenta de por dónde va su reflexión: Karl Barth Y Mozart, St. John Perse, Mark Van Doren, Ernesto Cardenal, Alfonso Reyes y Neruda San Benito, Isaac de Stella, Karl Marx, Edmund Wilson, Newman y Fenelón, A. K. Coomaraswamy, Duns Scoto Albert Schweitzer, Simone Weil, Dalai Lama Chuang Tzu, Jean Giono, Emmanuel Mounier, Gandhi, Fidel Castro, San Juan Crisóstomo, Mao, Teilhard de Chardin, Romain Rolland Meister Eckhart, Bonhoeffer, Leon Bloy Einstein, y la lista es interminable. Pensemos cuántas miradas se cruzan entonces en el texto de Merton cuando lo leemos, a cuántas vidas nos asomamos al mismo tiempo, y todo eso desde la mirada contemplativa de alguien que está recurriendo siempre a la Biblia y a la tradición de la Iglesia.
Aquí reside lo más valioso del testimonio de Merton, y su universalidad, la amplitud con que resuena su testimonio y su mensaje. Por eso es una cantera inagotable para el buscador, para el discípulo que se adentra en los caminos de la contemplación y la interioridad.
Lectura recomendada para nuestros hermanos y todos aquellos que se acerquen a una vida cotemplativa. Aqui teneis el enlace para descargar:
http://ebooksenepub.com/conjeturas-de-un-espectador-culpable
lunes, 4 de febrero de 2013
4a semana del Tiempo ordinario
Hoy nos vamos a parar a meditar este texto del
Evangelio: Marcos 5,1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos ' llegaron a la otra
orilla del lago, a la región de los gerasenos. 2 En cuanto saltó
Jesús de la barca, le salió al encuentro de entre los sepulcros
un hombre poseído por un espíritu inmundo. 3 Tenía su morada
entre los sepulcros y ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo.
4 Muchas veces había sido atado con grilletes y cadenas,
pero él había roto las cadenas y había hecho trizas los grilletes.
Nadie podía dominarlo.5 Continuamente, noche y día, andaba
entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose
con piedras.
6 Al ver a Jesús desde lejos, echó a correr y se postró ante
él, 7 gritando con todas sus fuerzas:
-¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo?
Te conjuro por Dios que no me atormentes.
8 Es que Jesús le estaba diciendo:
-Espíritu inmundo, sal de este hombre.
9 Entonces le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
Él le respondió:
-Legión es mi nombre, porque somos muchos.
10 Y le rogaba insistentemente que no los echara fuera de la
región.
11 Había allí cerca una gran piara de cerdos, que estaban
hozando al pie del monte, ,2 y los demonios rogaron a Jesús:
-Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.
13 Jesús se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron, entraron
en los cerdos, y la piara se lanzó al lago desde lo alto
del precipicio, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron
en el lago.
14 Los porquerizos huyeron y lo contaron por la ciudad y
por los caseríos. La gente fue a ver lo que había sucedido.
15 Llegaron donde estaba Jesús y, al ver al endemoniado que
había tenido la legión sentado, vestido y en su sano juicio, se
llenaron de temor. 16 Los testigos les contaron lo ocurrido con
el endemoniado y con los cerdos. " Entonces comenzaron a
suplicarle que se alejara de su territorio.
18 Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le
pedía que le dejase ir con él. I9 Pero no le dejó, sino que le dijo:
-Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el
Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.
20 El se fue y se puso a publicar por la región de la Decápolis
lo que Jesús había hecho con él, y todos se quedaban maravillados.

Nos encontramos constantemente muy frágiles en la
fe. Es posible que hayamos encontrado al Señor a través
de una experiencia que un día cambió radicalmente
nuestra vida, o tal vez le hayamos acogido tras haber
reflexionado sobre acontecimientos concretos, tras
una seria confrontación con él. A buen seguro, la fe
nos pidió renuncias a las que, en un primer momento,
correspondimos con impulso generoso. Sin embargo,
no resulta fácil perseverar día tras día, dar testimonio
de Cristo en un contexto neopagano o bien tradicionalista,
ligado a costumbres ahora vacías de alma. Poco
a poco, los entusiasmos iniciales se han ido amortiguando,
las incomprensiones nos hieren, el aislamiento
nos desanima. Corremos el riesgo de encontrarnos
poco convencidos y nada convincentes...
La fe tiene que ser reanimada continuamente: es
como una antorcha que ha de estar en contacto a menudo
con el fuego del Espíritu para mantenerse ardiente
y luminosa. Tomémonos el tiempo necesario
para alcanzar la fuerza de lo alto. Aprendamos a hacer
memoria de tantos hermanos nuestros que nos han
dado un espléndido ejemplo de perseverancia y -como
en una carrera de relevos- nos han entregado la antorcha
de la fe para que llevemos adelante su misma carrera.
Volvamos con el corazón a las circunstancias de
nuestro encuentro con Jesús y permanezcamos un
poco en su presencia: el recuerdo de la gracia del pasado
y la perspectiva del futuro que nos espera reanimarán
nuestros pasos.
El Señor conoce nuestra debilidad; sin embargo,
quiere que seamos misioneros suyos en el mundo. Él
mismo nos sostendrá, para que podamos conseguir la
promesa junto a los grandes testigos que nos han precedido
y a los que vendrán después de nosotros, a los
que nosotros mismos, si conseguimos perseverar, podremos
entregar la vivida antorcha de la fe.
Evangelio: Marcos 5,1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos ' llegaron a la otra
orilla del lago, a la región de los gerasenos. 2 En cuanto saltó
Jesús de la barca, le salió al encuentro de entre los sepulcros
un hombre poseído por un espíritu inmundo. 3 Tenía su morada
entre los sepulcros y ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo.
4 Muchas veces había sido atado con grilletes y cadenas,
pero él había roto las cadenas y había hecho trizas los grilletes.
Nadie podía dominarlo.5 Continuamente, noche y día, andaba
entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose
con piedras.
6 Al ver a Jesús desde lejos, echó a correr y se postró ante
él, 7 gritando con todas sus fuerzas:
-¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo?
Te conjuro por Dios que no me atormentes.
8 Es que Jesús le estaba diciendo:
-Espíritu inmundo, sal de este hombre.
9 Entonces le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
Él le respondió:
-Legión es mi nombre, porque somos muchos.
10 Y le rogaba insistentemente que no los echara fuera de la
región.
11 Había allí cerca una gran piara de cerdos, que estaban
hozando al pie del monte, ,2 y los demonios rogaron a Jesús:
-Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.
13 Jesús se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron, entraron
en los cerdos, y la piara se lanzó al lago desde lo alto
del precipicio, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron
en el lago.
14 Los porquerizos huyeron y lo contaron por la ciudad y
por los caseríos. La gente fue a ver lo que había sucedido.
15 Llegaron donde estaba Jesús y, al ver al endemoniado que
había tenido la legión sentado, vestido y en su sano juicio, se
llenaron de temor. 16 Los testigos les contaron lo ocurrido con
el endemoniado y con los cerdos. " Entonces comenzaron a
suplicarle que se alejara de su territorio.
18 Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le
pedía que le dejase ir con él. I9 Pero no le dejó, sino que le dijo:
-Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el
Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.
20 El se fue y se puso a publicar por la región de la Decápolis
lo que Jesús había hecho con él, y todos se quedaban maravillados.

Nos encontramos constantemente muy frágiles en la
fe. Es posible que hayamos encontrado al Señor a través
de una experiencia que un día cambió radicalmente
nuestra vida, o tal vez le hayamos acogido tras haber
reflexionado sobre acontecimientos concretos, tras
una seria confrontación con él. A buen seguro, la fe
nos pidió renuncias a las que, en un primer momento,
correspondimos con impulso generoso. Sin embargo,
no resulta fácil perseverar día tras día, dar testimonio
de Cristo en un contexto neopagano o bien tradicionalista,
ligado a costumbres ahora vacías de alma. Poco
a poco, los entusiasmos iniciales se han ido amortiguando,
las incomprensiones nos hieren, el aislamiento
nos desanima. Corremos el riesgo de encontrarnos
poco convencidos y nada convincentes...
La fe tiene que ser reanimada continuamente: es
como una antorcha que ha de estar en contacto a menudo
con el fuego del Espíritu para mantenerse ardiente
y luminosa. Tomémonos el tiempo necesario
para alcanzar la fuerza de lo alto. Aprendamos a hacer
memoria de tantos hermanos nuestros que nos han
dado un espléndido ejemplo de perseverancia y -como
en una carrera de relevos- nos han entregado la antorcha
de la fe para que llevemos adelante su misma carrera.
Volvamos con el corazón a las circunstancias de
nuestro encuentro con Jesús y permanezcamos un
poco en su presencia: el recuerdo de la gracia del pasado
y la perspectiva del futuro que nos espera reanimarán
nuestros pasos.
El Señor conoce nuestra debilidad; sin embargo,
quiere que seamos misioneros suyos en el mundo. Él
mismo nos sostendrá, para que podamos conseguir la
promesa junto a los grandes testigos que nos han precedido
y a los que vendrán después de nosotros, a los
que nosotros mismos, si conseguimos perseverar, podremos
entregar la vivida antorcha de la fe.
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