jueves, 22 de agosto de 2013

LECTURA ESPIRITUAL / LECTIO DIVINA

 

La lectura monástica de la Biblia no es, por consiguiente, un estudio, porque su finalidad no es adquirir cultura o ciencia. Podríamos llamarla una “meditación”, para subrayar la dimensión espiritual de profundización que ella pide. El término “meditación” tiene, sin embargo, el inconveniente de sugerir reflexión más que oración, y de recargar la lectura de la Biblia con las categorías sistematizadas con que la meditación ha sido frecuentemente relacionada, y que ignoraron los antiguos. La fórmula lectio divina es la más adecuada, porque indica una lectura sabrosa y orante, escuchando al espíritu de Dios, con la convicción de que él nos iluminará sobre el texto; es menos una técnica que una mística, y no consiste en leer un texto sino en buscar la verdad y el contacto con una persona, Dios.

Lectio divina y lectura espiritual se complementan mutuamente, pero no deben confundirse, al menos hoy. Para estar abiertos y adaptados a los problemas de nuestro tiempo debemos leer muchos artículos y libros, que no favorecen casi nada la lectura orante. Frecuentemente hay que leerlos con rapidez, para poder acabarlos. Y a pesar de esa rapidez, la lectura puede ser muy buena, instructiva y nutritiva; pero no es lectio divina, al menos según el significado antiguo y auténtico de esta expresión.

El ámbito de la lectura espiritual es más amplio, y la lectura espiritual puede coincidir muchas veces con el estudio propiamente dicho de teología, exégesis o problemas de espiritualidad. El campo de la lectio divina es más restringido: ante todo la Biblia, y después otros libros que fomentan una lectura gratuita, lenta, profunda y orante. La lectura espiritual puede no ser desinteresada y perseguir la finalidad de preparar una conferencia, predicación, cursos o artículos. La lectio divina debe ser, en cambio, absolutamente desinteresada y descarta todas las finalidades que acabo de mencionar. Está muy próxima a la oración, y frecuentemente se puede confundir con ella, convirtiéndose en una preparación excelente para la oración litúrgica, pero manteniéndola en su atmósfera de adoración, alabanza y acción de gracias, con silencios mucho más frecuentes y pausas prolongadas.
LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS EN LA REGLA  SAN BENITO

   En el prólogo de su Regla, San Benito pide a sus discípulos que lleven su vida monástica per ducatum evangelii, “guiados por el Evangelio”; que lo consideren, por consiguiente, como la regla de vida por excelencia. En el último capítulo vuelve a repetir la misma idea, a manera de conclusión: “¿Hay una página o una palabra de autoridad divina, en el Antiguo y Nuevo Testamento, que no sea una regla muy segura de conducta en nuestra vida?”. San Benito ve, pues, en la sagrada Escritura no solamente un alimento de sabiduría y piedad, sino también una norma de vida.

            Esta forma de pensar es completamente bíblica. Jeremías nos dice: “¿No quema mi palabra como el fuego? ¿No es como un martillo que golpea la roca?” (Jer 23, 29). La palabra divina turba, desgarra, adiestra y trasforma. No deja tranquilo a ninguno que la reciba con un corazón recto, abierto y dócil.

            El peligro de saborear la belleza y armonías de la Palabra de Dios sin dejar que remueva la vida con sus exigencias, aparece claramente en el coloquio de Natán con David, después del adulterio del rey y la muerte de Urías (2 Sam 12, 1-12). David escuchó a Natán con benevolencia, aplaudió todas las palabras del profeta, se indignó con él y más que él, pero no se le ocurrió aplicarse la parábola que se le propuso. Fue preciso que Natán le dijera claramente y sin miramientos: “¡Ese hombre eres tú!”

            Los Padres del Desierto estaban firmemente comprometidos en el camino de Natán...”Cuando leas las palabras de las divinas Escrituras, ora primero a Dios para que abra los ojos de tu corazón, - dice Juan Crisóstomo- para que no te contentes con repetir lo que está escrito, sino que lo lleves a la práctica, no sea que leas para condenación de tu alma las palabras  vivificantes de las Escrituras”. 
El que disocia la Escritura y la vida, el que pierde la humildad y la caridad al escrutarla con aridez o discutiendo con orgullo, confunde las Escrituras y pierde su alma. Al contrario, el que las usa con pureza de corazón y con intención de ponerlas en práctica, suele extraer pronto su sentido.

San Benito prescribió que todos hicieran lectura cada día, y que dos monjes se encargara de recorrer ese tiempo las celdas, para ver si era observado este punto; caso de encontrar algún negligente en su cumplimiento, quería que se le impusiera una penitencia. Y antes que todos los fundadores, lo había prescrito San Pablo a Timoteo: «Aplícate a la lectura»: Nótese la palabra que emplea: attende; es decir, que por muchos que fueran los cuidados que le exigieran sus ovejas –Timoteo era obispo–, quería San Pablo que se dedicara a la lectura de libros santos, no como de pasada y por breve tiempo, sino aplicándose expresamente a ella con detención.


 
 
  DESIERTO Y COMUNIÓN-LA LECTIO DIVINA.

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