miércoles, 31 de octubre de 2012

¿ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD?

Celebramos la solemnidad de todos los santos y estamos en el Año de la Fe, recordemos nuestra llamada a la Santidad.

El Concilio Vaticano II nos enseña que «todos los cristianos, estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana a la perfección del amor» (Lumen gentium,40). Todos nosotros somos llamados a la santidad.
¿Anhelamos realmente ser santo?
 
 
 
Jesús es nuestra santidad y nuestro camino hacia el Padre. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). «Yo soy el camino, y la verdad y la vida» (Jn 14,6). «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15,5.4). ¿Cómo permanecemos en Él? Por el amor... «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9).
¿Cómo permanecemos en Cristo y somos gratos al Padre? Haciendo la voluntad del Padre como Jesús la hizo, con amorosa atención y sumisión al Espíritu Santo. «Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos... Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor ... Si me amáis, guardaréis mis mandamientos... El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama... El que no me ama, no guarda mis palabras» (Jn 14 y 15).
 Luego, paradójicamente, aunque el propio Cristo lleva a término la obra de nuestra santificación, a medida que la realiza, más tiende ésta a costarnos. Cuanto más avanzamos, tanto más tiende Él a privarnos de nuestro propio vigor y desposeernos de nuestros propios recursos humanos y naturales, de forma que al final venimos a hallarnos en completa pobreza y oscuridad. Ésta es la situación que consideramos más terrible, y contra ella nos rebelamos. Substituimos el misterio extraño, santificante de la muerte de Cristo en nosotros, por la más familiar y placentera rutina de nuestra propia actividad: abandonamos su voluntad y nos refugiamos en los procedimientos, más triviales pero más «satisfactorios» que nos interesan y que nos permiten ser interesantes a los ojos de los demás. Pensamos que de este modo podemos encontrar paz y hacer fructíferas nuestras vidas, pero nos engañamos, y nuestra actividad se vuelve espiritualmente estéril.
El cardenal Newman, que ciertamente conoció la amargura e ironía de la cruz, vivió según la máxima: «Santidad antes que paz». Esta máxima es buena para todo aquel que quiera recordar la total seriedad de la vida cristiana. Si buscamos la santidad, a su debido tiempo nos ocuparemos de la paz. Nuestro Señor, que vino a traer «no la paz, sino la espada», prometió también una paz que el mundo no puede dar. Mientras nosotros nos fiemos de nuestros propios y afanosos esfuerzos, somos de este mundo. No somos capaces de establecer dicha paz con nuestros propios esfuerzos. Sólo podemos encontrarla cuando, en algún sentido, hemos renunciado a la paz y nos hemos olvidado de ella.
 

martes, 30 de octubre de 2012

Oración de Thomas Merton

"Dios y Señor mío, no sé adonde voy. No vislumbro el camino delante de mí. Ni siquiera me conozco realmente a mí mismo. Y el hecho es que pienso que cumplo tu voluntad, pero no significa que realmente lo esté haciendo. Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho hace que te agrade. Y espero que nunca haré nada, aparte de ese deseo. Y además estoy seguro que si hago eso, me conducirás por el camino recto, aunque yo lo desconozca por completo. Me atrevo a decirte que quiero confiar siempre en ti. Aunque más de una vez pueda parecerme que estoy perdido y en sombra de muerte, no temeré porque tú estás siempre conmigo, y nunca permitirás que me sienta solo en mis luchas."




BIBLIOTECA ESPIRITUAL


1."Invitación a Amar"
EL CAMINO A LA CONTEMPLACIÓN CRISTIANA


Este libro ha resultado de un esfuerzo continuo por volver a presentar el camino espiritual de la cristiandad en una forma que sea accesible para los seguidores contemporáneos de Cristo. Durante los primeros dieciséis siglos de la historia de nuestra iglesia, la oración contemplativa era reconocidamente la meta de la espiritualidad cristiana tanto para el clero como para la gente laica. A raíz de la reforma esta tradición, al menos en su forma de tradición viva, prácticamente desapareció. Ahora en el siglo veinte ha comenzado la recuperación de la tradición contemplativa cristiana con la introducción de los diálogos interculturales y con las investigaciones históricas.
 

Invitación a amar from rezmo



 2. COMIENZA EL PREFACIO DEL ABAD ELREDO AL LIBRO QUE SE TITULA “EL ESPEJO DE LA CARIDAD

1. Sin duda alguna, la humildad verdadera y discreta es la virtud de los santos; en cambio, yo y los que son como yo carecemos de esa virtud. De ella dice el profeta: Mira mi humildad y líbrame . No pedía que le librase de ninguna virtud, ni se engreía de la humildad, sino que imploraba ayuda en su abyección. ¡Qué miserable es mi humildad, y ojalá que así como es verdadera fuese también una virtud discreta, si para que no parezca que la empaño con una importuna desobediencia, obedezco a la súplica tan amable, al mandato y a la persuasión, porque es digno, aunque por mi parte se hará con menos dignidad! Acojo, pues, una tarea imposible, inexcusable y digna de acusación; imposible por mi pusilanimidad, inexcusable por tu mandato y expuesta a la acusación por cualquiera que la examine.
 

El espejo de la caridad san elredo de rieval(1) from rezmo

 3.Padres Cistercienses

"Carísimos hermanos en Cristo , tal vez soy importuno y me atrevo más de lo debido al hablaros con tanta sinceridad. Perdonadme. Es que se me ha dilatado el corazón. Abridme también el vuestro , os lo ruego, y comprendedme porque soy todo vuestro en las entrañas de Aquel en quien nos amamos mutuamente".

"CARTA DE ORO"_Guillermo de saint-Thierry
 
 
 

Carta de oro guillermo de saint thierry from rezmo



4. "Una espiritualidad desde abajo."

El diálogo con Dios desde el fondo de la persona.

Por: Anselm Grün y Meinrad Dufner.

Introducción

En la historia de la espiritualidad se pueden distinguir dos corrientes clasificatorias. Hay una espiritualidad desde arriba, que parte de los principios de arriba y desciende a las realidades de abajo. Y hay otra espiritualidad desde abajo, que parte de las realidades de abajo para elevarse a Dios. La espiritualidad desde abajo afirma que
Dios habla en la Biblia y por la Iglesia pero también nos habla por nosotros mismos a
través de nuestros pensamientos y sentimientos, por nuestro cuerpo, por nuestros
sueños, hasta por nuestras mismas heridas y presuntas flaquezas. La espiritualidad desde abajo ha sido practicada principalmente dentro del monacato. Los monjes antiguos comenzaron a estudiar la posibilidad de llegar al conocimiento y trato con Dios partiendo del análisis de las propias pasiones y del autoconocimiento.
 

Espirit abajo a_grun from rezmo


 5.

Thomas Merton "Vida y Santidad"

Introducción

Éste pretende ser un libro muy sencillo, un tratado elemental sobre unas pocas ideas fundamentales de la espiritualidad cristiana. De aquí que haya de ser útil a todo cristiano y, más aún, a cualquier persona que desee familiarizarse con algunos principios de la vida interior tal como la entiende la Iglesia católica. Nada se dice aquí de temas como la «contemplación» o la «oración mental». Y, sin embargo, el libro subraya aquel aspecto de la vida cristiana que es a la vez el más común y el más misterioso: la gracia, el poder y la luz de Dios en nosotros, que purifican nuestros corazones, nos transforman en Cristo, nos hacen verdaderos hijos de Dios y nos capacitan para actuar en el mundo como instrumentos suyos para el bien de todos los hombres y para su gloria.
Ésta es, por lo tanto, una meditación sobre algunos temas fundamentales apropiados para la vida activa. Tenemos que decir de inmediato que la vida activa es esencial para todo cristiano. Claro está que la vida activa debe tener más significado que la vida que se lleva en los institutos religiosos de varones y mujeres que se dedican a la enseñanza, al cuidado de los enfermos, etcétera. (Cuando se habla de la «vida activa» frente a la «vida contemplativa», el sentido es el descrito). Aquí la acción no se considera opuesta a la contemplación, sino como una expresión de la caridad y como una consecuencia necesaria de la unión con Dios por el bautismo.
La vida activa es la participación del cristiano en la misión de la Iglesia en la tierra, y esto significa llevar a otras personas el mensaje del Evangelio, administrar los sacramentos, realizar obras de misericordia, cooperar en los esfuerzos mundiales por la renovación espiritual de la sociedad y el establecimiento de la paz y el orden sin los cuales la raza humana no puede alcanzar su destino. Incluso el «contemplativo» enclaustrado está implicado inevitablemente en las crisis y los problemas de la sociedad a la que todavía pertenece como miembro (ya que participa en sus beneficios y comparte sus responsabilidades). También él tiene que participar «activamente» hasta cierto punto en la obra de la Iglesia, no sólo con su oración y santidad, sino también con su comprensión y solicitud.
Incluso en los monasterios contemplativos el trabajo productivo es esencial para la vida de la comunidad, y representa por lo general un servicio para la sociedad en su conjunto. Incluso los contemplativos, pues, quedan implicados en la economía de la nación a que pertenecen. Es justo que deban comprender la naturaleza de su servicio y algunas de sus implicaciones. Esto es aún más cierto cuando el monasterio ofrece a las personas el «servicio» –muy esencial, por cierto– de cobijo y recogimiento durante los tiempos de retiro espiritual.
Pero he declarado que este libro no va a tratar sobre los contemplativos. Baste decir que todos los cristianos deberían poner interés en la «vida activa» tal como aquí será tratada: la vida que, respondiendo a la divina gracia y en unión con la autoridad visible de la Iglesia, dedica sus esfuerzos al desarrollo espiritual y material de toda la comunidad humana.
No quiere ello decir que este libro pretenda tratar de las técnicas específicas apropiadas para la acción cristiana en el mundo. Su ámbito de interés se concreta más bien en la vida de la gracia de la cual debe brotar toda acción cristiana válida. Si la vida cristiana es como una vid, entonces este libro tiene que tratar más del sistema de sus raíces que de las hojas y los frutos.
¿Es extraño que, en este libro sobre la vida activa, se acentúe no tanto lo referente a la energía, fuerza de voluntad y acción, como lo relativo a la gracia y la interioridad? No, puesto que éstos son los verdaderos principios de la actividad sobrenatural. Una actividad basada en las acometidas e impulsos de la ambición humana es un espejismo y un obstáculo puesto a la gracia. Se interpone en el camino de la voluntad de Dios y crea problemas, en vez de resolverlos. Debemos aprender a distinguir entre la pseudo-espiritualidad del activismo y la auténtica vitalidad y energía de la acción cristiana guiada por el Espíritu. Al mismo tiempo, no hemos de crear una división en la vida cristiana dando por supuesto que toda actividad es en cierto modo peligrosa para la vida espiritual. La vida espiritual no es una vida de retiro y quietud, un invernadero donde crecen prácticas ascéticas artificiales fuera del alcance de la gente de vida ordinaria. Donde el cristiano puede y tiene que desarrollar su unión espiritual con Dios es precisamente en sus deberes y trabajos de la vida ordinaria.
Este principio no es en modo alguno nuevo. Pero quizá no sea fácil de aplicar en la práctica. Un escritor o predicador que suponga que es fácil, puede desorientar gravemente a aquellos que intentan seguir su consejo. El trabajo en un contexto humano normal y sano, el trabajo con una medida humana sana y moderada, integrado en un medio social productivo, es por sí solo capaz de contribuir mucho a la vida espiritual. Pero el trabajo desordenado, irracional, improductivo, dominado por los agotadores afanes y excesos de una lucha a escala mundial por el poder y la riqueza, no va necesariamente a aportar una contribución válida a las vidas espirituales de todas las personas que lo realizan. De aquí que sea importante considerar la naturaleza del trabajo y su lugar en la vida cristiana.
A dicho asunto dedica este libro algunas páginas, aunque no lo trate de forma exhaustiva. Hemos ignorado zonas enteras de angustia y confusión. He creído suficiente indicar brevemente que el trabajo diario del ser humano es un elemento importantísimo de la vida espiritual y que, para que el trabajo sea realmente santificador, el cristiano no debe sólo ofrecerlo a Dios en un esfuerzo mental y subjetivo de su voluntad, sino que debe afanarse por integrarlo en el esquema completo del afán cristiano en pro del orden y la paz en el mundo. El trabajo de todo cristiano no sólo debe ser honrado y decente, ni sólo productivo, sino que debe rendir un servicio positivo a la sociedad humana. Debe tener parte en el esfuerzo general de todos los hombres por una civilización pacífica y rectamente ordenada en este mundo, porque de este modo nos ayuda inmejorablemente a prepararnos para el otro.
El esfuerzo cristiano por llegar a la santidad (un esfuerzo que sigue siendo esencial en la vida cristiana) debe, pues, ser situado hoy dentro del contexto de la acción de la Iglesia en el umbral de una nueva era. No nos está permitido engañarnos a nosotros mismos con una retirada a un pasado ya desvanecido. La santidad no es ni ha sido nunca una deserción de la responsabilidad y de la participación en la tarea fundamental del ser humano de vivir justa y productivamente en comunidad con sus semejantes.
El papa Juan XXIII inauguró el concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, con estas palabras, profundamente conmovedoras: «En el orden actual de las cosas, la divina Providencia nos guía hacia un nuevo orden de relaciones humanas que, por los esfuerzos de los hombres y aún más allá de sus perspectivas, están encaminadas hacia el cumplimiento de los designios altísimos e inescrutables de Dios».
La santidad cristiana en nuestra época significa más que nunca la conciencia de nuestra común responsabilidad de cooperar con los misteriosos designios de Dios para la raza humana. Esta conciencia será ilusoria a menos que esté iluminada por la gracia divina, robustecida por un esfuerzo generoso y perseguida en colaboración no sólo con las autoridades de la Iglesia, sino con todos los hombres de buena voluntad que están trabajando sinceramente por el bien temporal y espiritual de la raza humana.

THOMAS MERTON
 

Vid ay santidadtexto from rezmo



6.

Un maestro del amor. Cartas de Adán de Perseigne. Tomo I

 

 

 El interés de la obra de adán de Perseigne se fundamenta especialmente en sus cartas que, por primera vez, se presentan en castellano. No son muchas, pero forman un conjunto bastante homogéneo. A todos los destinatarios (Papa, nobles, abades, cartujos, monjas) enseña medios y gozos de la contemplación, la unión con Dios por Cristo, la Disponibilidad a la acción del Espíritu Santo. Pero su doctrina se centra sobre todo en el terreno monástico y cisterciense y su teología no es conjunto de abstracciones o una síntesis de ideas, sino una sabiduría que hunde sus raíces en la vida.

 

HUMANISMO CISTERCIENSE

Bernardo refrendaba sus propios principios; mientras que los de Esteban nunca le convencieron. Él se sentía dotado de otra sensibilidad estética. Merced a su personalidad arrolladora dentro de la Orden, llegó a imponerse en todo, incluso en su proyección artística. Logró extinguir el antiguo espíritu estefaniano para, creativamente, imponer el suyo propio, crítico y racional.






VALORES CISTERCIENSES EN LA VIDA DE LOS LAICOS


Todos los valores cistercienses de una forma o de otra han sido incorporados a la vida de los laicos pudiendo resumir la gran riqueza en su expresión de la siguiente forma:

La vida actual es extremadamente compleja y la simplicidad es experimentada como una verdadera liberación.

La incorporación de la obediencia nos asienta en un modo de vida donde nuestro objetivo no es satisfacer nuestros primeros impulsos sino abrirnos al bien común y aceptar la guía espiritual.

Desear y crecer en la humildad nos aparta de la tendencia actual de no necesitar a Dios y de convertir en un ídolo nuestra autosuficiencia.

La sencillez y austeridad en nuestras formas de vida nos ayuda a identificarnos con la pobreza evangélica y a apartarnos de la tendencia al consumismo.

En un mundo lleno de ruido que ensordece el espíritu, recibimos el silencio como un don.

Experimentamos con intensidad y gratitud la comunión que nos sana del individualismo reinante y nos fortalece.

Ante nuestras dificultades y nuestra tendencia a la razón por encima de la fe, procuramos buscar en la confianza y el abandono en Dios nuestra ayuda y consuelo.

Asumimos un nuevo estilo en nuestro modo de trabajar, huyendo del activismo reinante y de la tendencia a idolatrar el trabajo, encontrando en el Ora et Labora su mejor expresión.

Encontramos nuestra fortaleza en la oración y alabanza, pues perseverando en ellas nos vamos liberando de la superficialidad y el hedonismo caminando hacia una Vida Nueva.

Vivimos la alegría como fruto nuestro camino de unificación interior que nos va liberando del vacío y de la tristeza del corazón en que el hombre de hoy vive sumergido, y que intenta paliar con grandes sensaciones al margen de Dios.

VIDA ESPIRITUAL

La vida espiritual es una especie de dialéctica entre los ideales y la realidad. Digo una dialéctica, no un compromiso. Los ideales, que generalmente se basan en normas ascéticas universales «para todas las personas» –o al menos para todas las que «buscan la perfección»–, no se pueden realizar de la misma manera en cada individuo. Cada uno se hace perfecto, no llevando a cabo una medida uniforme de perfección universal en su propia vida, sino respondiendo a la llamada y al amor de Dios, que se dirige a él dentro de las limitaciones y circunstancias de su propia y peculiar vocación. De hecho, nuestra búsqueda de Dios no es cuestión de encontrarlo por medio de ciertas técnicas ascéticas. Más bien, es un aquietamiento y reajuste de toda nuestra vida por medio de la abnegación, la oración y las buenas obras, de forma que el propio Dios, que nos busca más de lo que nosotros le buscamos a Él, pueda «hallarnos» y «tomar posesión de nosotros».

domingo, 28 de octubre de 2012

NUESTRA VIDA COMO MISION




Dios nos eligió para mostrarnos unos a otros el rostro del amor de Dios.
Somos el vocabulario de Dios.
Palabras vivas para dar voz a la bondad de Dios con nuestra propia bondad,
Para dar voz a la compasión,  la ternura, la solicitud y la fidelidad de Dios
con las nuestra propia.
Leo Backer
Dios me ha creado para que le preste algún servicio concreto; me ha encomendado una tarea que no ha encomendado a ningún otro.
Tengo mi misión; no podré conocerla en esta vida, pero me será explicada en la venidera.
De algún modo, yo soy necesario para sus propósitos […] soy un eslabón de una cadena, un vinculo que conecta en las personas.
Dios no me ha creado para nada. Yo haré el bien, desempeñaré su tarea, no haciendo otra cosa sino cumplir sus mandamientos y servirle desde mi vocación.
CardenalNewman




ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA

 La espiritualidad benedictina es la espiritualidad del siglo XXI.

La espiritualidad benedictina es la espiritualidad del siglo XXI, porque aborda los problemas que afrontamos hoy: servicio, relaciones, autoridad, comunidad, equilibrio, trabajo, sencillez, oración y desarrollo espiritual psicológico.  Su importancia radica en que la espiritualidad benedictina ofrece más un modo de vida y una actitud mental que un conjunto de prescripciones religiosas. Después de todo al modo de vida benedictino se le atribuye la salvación de la Europa cristiana de los estragos de la Edad  Media. Y en una época que tiende de nuevo a la autodestrucción, al mundo puede interesarle preguntar cómo lo hizo.

             La Regla benedictina no es un tratado de teología sistemática. Su lógica es la lógica de la vida cotidiana vivida en Cristo y vivida como es debido.
             Algunos apuntes históricos sobre Benito.-
             Benito de Nursia nació el año 480. Cuando era estudiante en Roma, se cansó de la decadente cultura circundante y se marchó a vivir una vida espiritual sencilla como ermitaño en la campiña de Subiaco, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. No mucho tiempo después, sin embargo, fue descubierto tanto por los habitantes de la zona como es por algunos discípulos que también buscaban  un modo  de  vida más lleno de sentido. De estas relaciones brotó la vida monástica que, posteriormente, abarcaría toda Europa. En nuestros días hay más de catorce mil comunidades de hombres y mujeres benedictinos y cistercienses que viven bajo ésta regla. 
             Además de los monjes y monjas profesos que siguen el modo de benedictino, hay innumerables laicos del mundo entero que encuentran también en la regla una guía y un fundamento para su propia vida en medio de un mundo caótico y cuestionador.
     Comentario espiritual sobre un breve texto extraído del Prólogo de su Regla. 
Y el Señor, que busca a su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: <<¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 34,13). Si tú, al oírlo, respondes «Yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 34,14-15). Y si hacéis esto, «pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis» diré: «Aquí estoy» (Is 58,9). ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a «Aquel que nos llamó a su eterna presencia» (1 Tes 2,12).  
           Para Benito, según se ve, la vida espiritual no es una colección de prácticas ascéticas, sino un modo de estar en el mundo abierto a Dios y a los demás. Luchamos, como es natural, con tentaciones de separar ambas cosas. Es tan fácil decirnos que dejamos a un lado las necesidades de los demás porque estamos atendiendo las necesidades de Dios... Es tan fácil ir a la iglesia en lugar de a casa de un amigo cuya depresión nos deprime... Es tan fácil preferir el silencio a las exigencias de los hijos... Es mucho más fácil leer un libro de religión que escuchar al marido hablar de su trabajo o a la mujer de su soledad. Es mucho más fácil practicar la religión privatizada de las oraciones y las penitencias que pasar por tontos por culpa de la religión cristiana de la visión global y la paz. Sin embargo, en lo profundo de sí mismas todas las tradiciones espirituales, rechazan esas racionalizaciones: «¿Hay vida después de la muerte?», preguntó en una ocasión un discípulo a un venerable maestro. Y éste contestó: «La gran pregunta espiritual de la vida no es si hay vida después de la muerte. La gran pregunta espiritual es si hay vida antes de la muerte». Benito, obviamente, cree que la vida vivida plenamente es vida vivida en dos planos: atención a Dios y al bien de los demás. 
           Piadosos –dice este párrafo- son quienes nunca hablan destructivamente de otra persona–por ira, rencor o venganza– y quienes aportan un corazón abierto a un mundo cerrado y desgarrador.Los piadosos saben cuándo el mundo en que viven les sitúa en una resbaladiza pendiente muy distante del bien, la verdad y lo santo, y se niegan a tomar parte en ese declinante proceso. Y, lo que es más digno de mención, se aprestan a contrarrestarlo. No basta, da a entender Benito, con limitarse a distanciarse del mal. No basta, por ejemplo, con negarse a difamar a los demás, sino que debemos reparar su reputación; no basta con desaprobar los residuos tóxicos, sino que debemos actuar para salvar el planeta; no basta con preocuparse por los pobres, sino que debemos actuar para impedir la pobreza. Debemos ser personas que aportan creación a la vida: «Si hacéis esto -nos recuerda la regla-, "pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces"». Si hacéis esto, estaréis en presencia de Dios.            Finalmente, en lo que concierne a Benito, la vida espiritual depende de que seamos unos pacificadores pacíficos.
            La agitación elimina de nosotros la conciencia de Dios. Cuando nos motiva la agitación, cuando nos consume" la inquietud, nos sumimos en nuestros planes personales que tienen tendencia a ser siempre desproporcionados. Nos vemos atrapados en cosas que, bien analizadas, sencillamente carecen de importancia, son pasajeras y tienen que ver con vivir cómodamente en lugar de vivir como es debido. Perdemos los nervios porque los niños gritan o las máquinas se estropean o los semáforos duran demasiado. Perdemos el contacto con el centro de las cosas.
            Al mismo tiempo, la tranquilidad pasiva no es el propósito de la vida benedictina. Esta espiritualidad llama a ser amables y dejar una estela de no violencia. Resulta sorprendente que un documento del siglo VI adoptara tal postura en un mundo violento.
            En esta regla de vida sencillamente se ignora la violencia. La violencia no funciona. Ni la violencia política, ni la violencia social, ni la violencia física, ni siquiera la violencia que nos hacemos a nosotros mismos en nombre de la religión. Las guerras no han funcionado, ni tampoco el clasismo ni el fanatismo. El benedictismo, por otro lado, sencillamente no tiene como propósito doblegar, al cuerpo ni vencer al mundo, sino que se dispone, sencillamente, a sosegar un universo permeado por la violencia siendo una pacífica voz por la paz en un mundo que piensa que todo —las relaciones internacionales, la educación de los niños, el desarrollo económico e incluso todo en la vida espiritual- se lleva a cabo por la fuerza,
                        El benedictismo es una llamada a vivir en el mundo, no sólo sin alzar las armas contra los demás, sino haciendo el bien. El pasaje implica claramente que quienes hacen de la creación de Dios su enemigo sencillamente no «merecen ver en su reino a "Aquel que nos llamó a su eterna presencia"». .
   Reflexiones extraídas del libro: La Regla De  San Benito. Vocación  de Eternidad. JOAN CHITTISTER, O.S.B.
 (texto integro web oficial del Monasterio de Santa Maria de Las Escalonias: http://www.monasterioescalonias.org/reflexion-semanal/370-la-espiritualidad-benedictina-es-la-espiritualidad-del-siglo-xxi.html)




jueves, 25 de octubre de 2012

SOBRE LA SOBERBIA



«Lo que es válido para el amor que sin él carecen de valor todas las otras virtudes y buenas obras, puede afirmarse también, en otro sentido, de la humildad. Pues tal como el amor es la vida de todas las virtudes, el núcleo substancial de toda santidad, así la humildad es la condición previa, el supuesto fundamental de la autenticidad, belleza y verdad de todas las virtudes. Ella es "mater et caput", "madre y cabeza" de toda virtud específica de seres creados; pues la soberbia como tal no es solamente el pecado primario en  nosotros, sino que envenena desde dentro todo lo que es bueno en sí, desposee a toda virtud de su valor ante Dios. 
     Dentro de nosotros tenemos que luchar con dos grandes enemigos: la soberbia y la codicia. Muy a menudo encontramos estos dos enemigos en cierto modo enlazados. Raramente llegamos a conocer hombres en los que la soberbia haya ido formándose sola. Estos dos enemigos nos hacen ciegos ante los valores. Pero debemos tener claro que la maldad original en nosotros no es la codicia, sino la soberbia. El gesto originario de Satanás es la soberbia absoluta que se alza contra Dios, la suma de todo valor, en el intento imponente de arrancarLe el señorío. Para muchos hombres, incluso para la mayoría de ellos, la codicia se halla, ciertamente en primer plano, pero no es el mal primigenio. Aun el terrible pecado de la impureza es juzgado en el Evangelio con mucha menos severidad que la soberbia. La impureza fue fustigada por Jesucristo en otra medida muy distinta que la soberbia y el orgullo. El enemigo que más cala es la soberbia. También el pecado de Adán no fue más que un acto de desobediencia dimanante de la soberbia. 
     El mero hecho de que la soberbia es la fuente originaria de toda maldad, dilucida la importancia fundamental de la humildad. Lo esencial en el proceso de dejar que se muera el hombre viejo en nosotros, es la superación de la soberbia, por liberarnos de nosotros mismos, lo cual es idéntico con la humildad. En la medida en que alguien es humilde, se hace libre para participar de Dios y se puede desarrollar en él la vida sobrenatural que ha recibido en el bautismo. "Dios se opone al soberbio, pero dispensa Su gracia al humilde". 
Por otro lado, toda virtud, todo acto bueno queda el envenenado y desposeído de su verdadero valor cuando nuestra soberbia se oculta tras él, cuando mediante él nos jactamos de alguna manera de nuestro propio valor». 
 Dietrich von Hildebrand,
Nuestra Transformación en Cristo.

miércoles, 24 de octubre de 2012


Evangelio según San Lucas 12,39-48.

Jesús dijo a sus discípulos: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.

»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».
Hoy, con la lectura de este fragmento del Evangelio, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se nos da a todos una herencia en los genes y unas capacidades para que nos realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas. Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere nuestra personalidad. Son los “talentos” de los que nos habla el mismo Jesús (cf. Mt 25,15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra existencia.

«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del Salmo 32,12: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor», para que podamos ser conscientes de ello, formando parte de esta nación.

«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.


reflexión personal:
 
• La respuesta de Jesús  sirve también para nosotros, . ¿Soy un buen administrador/a de la misión que recibí?
• ¿Cómo hago para estar vigilante siempre?

sábado, 20 de octubre de 2012

UN VIAJE HACIA LA INTERIORIDAD


 ¿Qué puedo decir yo de mí mismo? ¿Qué dicen
los demás de mí?
Es un ejercicio difícil, lo reconozco, pero extremadamente
útil, sobre todo para aceptar lo que los
otros dicen de mí y que tantas veces me cuesta
reconocer.
¿He bajado alguna vez a las profundidades de mi
propio «yo»? ¿He tenido miedo? ¿Me he dado cuenta
de que, detrás del miedo, es posible que encuentre
mi auténtica verdad, es decir, que soy objeto del
amor de Dios y de una atención particular por parte
de la Iglesia?
¿He llegado a percibir íntimamente no sólo al
«Dios que ama», sino al «Dios que me ama»1. Esta es
una de las percepciones más fundamentales, porque
la madurez del proceso de vocación no radica en un
conocimiento superficial de sí mismo, sino en la más
descarnada autoconciencia de la propia autenticidad.
Muchas crisis de fe suelen producirse por un simple
desconocimiento de nosotros mismos; por eso, tenemos
absoluta necesidad de que Dios nos conceda el
don de llegar a conocer íntimamente nuestra más
auténtica personalidad.
Pero este es un don que, incluso antes de buscarlo,
ya lo poseemos realmente, porque Dios ha salido
ya a nuestro encuentro, revelándonos con un amor
anticipado lo que verdaderamente somos. La primacía
siempre la tiene él; una primacía que consiste en
habernos amado primero. Ese es, por consiguiente, el
único modo por el que llegamos al conocimiento de
nosotros mismos.
Jesús es el que nos permite y nos ayuda a bajar a
las profundidades de nuestro ser más íntimo, para
iluminar nuestros rincones más lóbregos y nebulosos,
para desembrollar la maraña de nuestras perplejidades,
para calmar las aguas tempestuosas de nuestro
corazón.
Preparémonos, pues, por medio de la oración, para
este ejercicio de autoconocimiento....

Cardenal Martini...Las Confesiones de Pedro

LA ORACION:FRAGMENTO DE LA OBRA LAS CONFESIONES DE PEDRO-CARDENAL CARLO MARIA MARTINI


¿Qué es la oración?
A este punto, podría surgir una pregunta: ¿Qué
es la oración?, ¿cómo se hace para orar?
Es posible que el propio Pedro, maravillado de
que Jesús hubiese permanecido tanto tiempo en el
monte, se hubiera atrevido a preguntarle: «¿Por qué
pasas tanto tiempo en oración? Yo no hago más que
aburrirme; y termino tan cansado, que me da la
impresión de que pierdo el tiempo. Dime, ¿qué significa
orar?»
Por otra parte, la actitud inicial para obtener una
respuesta consiste en admitir humildemente qué no
sabemos orar. Somos capaces, eso sí, de recitar multitud
de fórmulas y, con la gracia de Dios, incluso
llegamos a vivir algunos momentos de recogimiento
o a manifestar una actitud orante tanto interior como
exterior. Pero con frecuencia nos quedamos ahí; mejor
dicho, a pesar de nuestros intentos, en seguida
nos asaltan las distracciones, el cansancio o una especie
de nerviosismo, con una sensación de disgusto
respecto a una realidad que no percibimos como
nuestra. Por un lado, sabemos que la oración es
importante, no sólo porque el propio Jesús vivió esa
situación, sino también porque encierra una promesa
de paz y de purificación interior. Pero por otro lado,
nos damos cuenta de que no tenemos la clave para
sacarle todo el provecho.
La oración es ciertamente un don de Dios, un
abrir espacios al Espíritu Santo que ora en nosotros,
pero hay que dar un primer paso, que consiste indudablemente
en reconocer que por nosotros mismos
no podemos atravesar ese umbral.
No es pura casualidad que Pablo haya, por decirlo
así, canonizado la actitud de no saber orar, cuando
afirma:
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza,
pues nosotros no sabemos orar como es
debido, y es el mismo Espíritu el que intercede
por nosotros con gemidos inefables. Por su parte,
 Dios, que examina los corazones, conoce el
sentir de ese Espíritu, que intercede por los
creyentes según su voluntad» (Rom 8,26-27)-
Cuando presumimos de haber adquirido la capacidad
de orar, nos ponemos fuera del ámbito del
verdadero Espíritu, que es el que ora; en realidad,
manifestamos que no hemos llegado a comprender
que la oración es don de lo alto y que consiste en
permitir al Espíritu que interceda por nosotros con
sus gemidos inefables.
No tenemos, pues, que tener miedo a confesar
nuestra insuficiencia. Al revés, siempre deberíamos
empezar diciendo: «Señor, bien sabes que no sé orar;
tú solo puedes ayudarme». Este es el grito apasionado
con el que empezamos el rezo litúrgico; ésa es la
súplica del creyente, llamado a preparar su cuerpo,
su espíritu y su fantasía para recibir todo el flujo de
esa plegaria que brota del corazón mismo de Jesús. Si
nos preparamos realmente, la gracia del bautismo,
que nos comunicó la conciencia de una vida de hijos
en Cristo, libera el Espíritu que llevamos dentro y lo
deja brotar como el manantial inagotable de nuestra
vida de oración.
Toda la tradición bíblica y patrística está de acuerdo
en reconocer la importancia de preparar nuestra
inteligencia para la oración. Más aún, la riqueza de
ese proceso intelectual queda perfectamente sintetizada
en estas tres categorías: lectio, meditatio, oratio.
¿Cómo entrar en oración?
L a primera categoría, o ejercicio, de la oración
cristiana recibe el nombre de lectio divina, porque
parte de una lectura de la Biblia. En efecto, no
hay oración verdaderamente cristiana sin una referencia
directa a la palabra de Dios escrita, palabra
que nos hace entrar en comunión real con Jesús,
como se afirma expresamente en el concilio Vatica-
no II: «[Cristo resucitado] está presente en su palabra,
pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es él quien habla» (cf. Sacrosanctum Concilium,7).
Y esta lectio divina nos introduce poco a poco en
la misma oración de Cristo, nos hace orar en el
Espíritu y nos hace sentir el amoroso abrazo de Dios.
Voy a explicar someramente los tres estadios:
1. La lectio comprende la lectura y relectura de
un texto bíblico, poniendo de relieve sus elementos
más significativos. Pero no se trata de un simple
ejercicio intelectual, puesto que la «lectura» se orienta
necesariamente al segundo estadio.
2. Ese nuevo estadio, o segunda categoría, es la
meditatio, cuya finalidad consiste en comprender los
valores del texto, tanto de carácter meramente humano
como de orden religioso o espiritual. Los elementos
recabados en la lectio son objeto de una reflexión
atenta y sistemática. Poco a poco vamos sintiendo
una llamada a confrontar nuestra propia vida
con la palabra de Dios, de modo que el puro discurso
intelectual se ve considerablemente simplificado.
3. Y así se llega a la contemplado, etapa de contacto
inmediato con el Misterio. Aquí, la reflexión
discursiva cede el puesto a la adoración, a la entrega
total de sí, a la súplica de perdón. Aquí llegamos a
intuir que sólo en Cristo podemos alcanzar la plena
realización personal. La paz se instala en el inteior
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del orante, y el camino existencial del hombre adquiere
toda su densidad y significado.
Puede ser que, con una gracia especial de Dios, se
llegue fácilmente a la contemplación; pero, de ordinario,
es difícil alcanzarla, si no se ha producido
antes un largo proceso de preparación por medio de
la lectio y la meditatio.
De hecho, la oración requiere un continuo esfuerzo
de purificación, de regeneración interna, para
abrirnos al don de Dios. Sólo así podrá la oración
constituir nuestra vida en Cristo, mientras caminamos
en un clima de contemplación, según las tres
modalidades que se desprenden de algunos textos de
san Pablo: consolatio, discretio, deliberatio.
— La consolatio es una experiencia de profunda
alegría, precisamente cuando el espíritu vibra de satisfacción
y de contento aun en medio de las mayores
dificultades. Pablo lo expresa así: «Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso
y Dios de todo consuelo. El es el que nos
conforta en todas nuestras tribulaciones, para que,
gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos
nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados
» (2 Cor 1,3-4).
— La discretio es la capacidad de discernir lo que
viene de Dios y lo que viene del maligno. En palabras
de Pablo:
2«No os acomodéis a los criterios de este
mundo; al contrario, transformaos, renovad
vuestro interior, para que podáis descubrir cuál
es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que
le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).
— La deliberatio es la disponibilidad para elegir
según principios evangélicos. Es la norma personal
de Pablo:
«Pienso que nada vale la pena si se compara
con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él he sacrificado todas las cosas, y
todo lo tengo por basura con tal de ganar a
Cristo» (Flp 3,8).
Así fue, sin duda, la oración de Jesús, cuando se
quedó solo en el monte.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a entrar en el
corazón orante de Jesús:
«María, madre de la contemplación, tú que
conservabas en tu corazón las palabras, los
hechos, los gestos de Jesús, tú que los meditabas
con sabiduría y los aplicabas a tu propia
existencia con humildad y decisión, ilumínanos
estos días para leer, meditar y contempla! la
Palabra, de modo que renueva nuestro interior
y nos penetre profundamente.
Haz que podamos descubrir todo el poder
transformante
de la Escritura, en la que Jesús,
resucitado y vivo para siempre por la fuerza del
Espíritu, se comunica a cada uno de nosotros,
abriendo las puertas más secretas de nuestro
corazón, penetrando en los entresijos más recónditos
de nuestra conciencia y llenándonos
de libertad, de serenidad, y de una paz inalterable.
Crea en nosotros una disposición del cuerpo,
del espíritu y de la mente para recibir la
abundancia de dones y promesas que Dios quiere
derramar sobre nosotros, para recibir su
amor inagotable por medio de su Hijo jesús,
que vive y reina por los siglos de hs siglos, AMEN

podeis descargaros la obra pinchando aqui: 
LAS CONFESIONES DE PEDRO

viernes, 19 de octubre de 2012

TEOLOGÍA ACTUAL/IMPORTANCIA DEL CONOCIMIENTOS TEOLOGICO POR PARTE DE LOS LAICOS

  El trapense Daniël Hombergen  decano de la Facultad de Teología del Ateneo  Pontificio de San Anselmo y monje del Monasterio de Maria Toevlucht, Zundert, Holanda, sobre la importancia del conocimiento teológico por parte de los laicos. :

 La Historia de la Teología es la historia de la reflexión humana sobre datos de la fe, fundada en la revelación divina. Esta reflexión se entiende como el esfuerzo del hombre que trata de entender, en la medida de lo posible, lo que cree («fides quaerens intellectum»). La historia de esta reflexión no coincide totalmente con la Historia de los Dogmas, aunque las dos tienen mucho en común.

La Historia de los Dogmas incluye investigaciones sobre el camino recorrido por la Iglesia, a lo largo de los siglos, para establecer cada vez con más precisión el contenido y los límites de la fe auténtica, transmitida por los apóstoles y sus sucesores.

La Historia de la Teología, en cambio, comprende, en sentido más amplio, toda la reflexión humana como esfuerzo en profundizar y comprender mejor el contenido de esta misma fe.

Aunque el fundamento objetivo es la Revelación de Dios, transmitida a través de la Escritura y la Tradición, mediante la asistencia del Espíritu Santo, que sigue siempre actuando en la Iglesia, la reflexión humana sobre datos de la fe no se ha desarrollado nunca separada de un contexto histórico y sociocultural a través de los siglos, hasta nuestros días. El pensamiento teológico, por lo tanto, experimenta un desarrollo, una evolución.

Los diversos modos en los que los pensadores cristianos han dado expresión a su fe han estado siempre condicionados también por los influjos contingentes de la historia humana. Al mismo tiempo, no carecemos de puntos de referencia, como la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Existe una relación recíproca muy compleja entre estos tres puntos de referencia, sobre todo respecto a la interpretación de la Escritura. Esta relación fue precisada por la constitución «Dei Verbum», del Concilio Vaticano II, sobre la que habló monseñor William Levada en la apertura del actual año académico.

La nueva disciplina de Historia de la Teología trata de recabar, seguir y describir el desarrollo histórico del pensamiento teológico, teniendo en cuenta tanto la base objetiva como los factores de contingencia humana. Esta investigación debería contribuir a una más precisa comprensión de las grandes cuestiones y desafíos en el campo teológico actual.


Con todas las exigencias que supone la educación académica en el siglo XXI, tratamos también nosotros, en la medida de lo posible, de ofrecer la educación teológica en un contexto más amplio de vida espiritual. Este es nuestro ideal de integración de los diferentes aspectos de la existencia humana, fundado en una larga tradición monástica.




jueves, 18 de octubre de 2012

DISCÍPULOS DE CRISTO

Ser discípulo de Cristo es seguir su enseñanza, obedecer a su palabra y confiar en él. Es algo muy concreto. Cuando mediante un pasaje o un versículo de la Biblia, en una oportunidad particular, hemos percibido lo que Dios espera de nosotros, nuestro deber es pasar a la acción. Si no lo hacemos, perderemos la luz y la fuerza para actuar en las siguientes circunstancias. No hemos de compararnos
con otros, y ante todo no debemos juzgar al prójimo; sólo sería una excusa para no obrar. Es necesario que seamos consecuentes con lo que comprendimos de la enseñanza de Cristo.

Lo opuesto a un discípulo es como un desertor que abandona su puesto. Son muchas las maneras de desertar, de no responder a lo que el Señor espera de nosotros y de alejarnos de él. Lo que nos preservará de obrar así es entender y decir como Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
 
 

sábado, 13 de octubre de 2012

LA FE

THOMAS MERTON – LA FE (1)

"En primer lugar, la fe no es una emoción ni un sentimiento. No es un ciego impulso subconsciente hacia algo vagamente sobrenatural. No es simplemente una necesidad elemental del espíritu humano. No es la sensación de que Dios existe. No es una convicción de que, de alguna manera, estamos salvados o «justificados» sólo porque casualmente estamos persuadidos de ello. 


No es algo enteramente interior y subjetivo, sin referencia a ningún motivo externo. No es sólo «fuerza del alma». No es algo que mana del fondo de tu alma y te llena de un indefinible «sentido» de que todo está bien. No es algo tan puramente tuyo que su contenido sea incomunicable. No es un mito personal tuyo que no puedes compartir con ninguna otra persona y cuya validez objetiva no tiene interés ni para ti, ni para Dios, ni para nadie".

 EL PENSAMIENTO DE SAN BERNARDO RESPECTO A LA FE:
1.- Lo que nos propone la fe
- está fundado sobre sólida y maciza verdad,
- demostrado por la revelación,
- confirmado por milagros,
- robustecido y consagrado por la Concepción y parto de la Virgen,
- sellado con la Sangre del Redentor, y
- consumado en la gloriosa Resurrección del Señor (Impug. Erro. Abel., 4)
  
La virtud teologal de la fé se caracteriza por una singular complejidad.
En las reflexiones aquí presentadas no se trata de definir la fe desde el punto de vista de la teología dogmática, sino de dar la c
oncepción de la fe según la teología de la vida interior.

 La fe del Nuevo Testamento es la respuesta del hombre a la revelación de Dios en Jesucristo. Esa fe es la participación en la vida de Dios, es la experiencia de la vida de Dios en nosotros, que permite vernos a nosotros mismos, y a la realidad que nos rodea, como si lo hiciéramos con los ojos del Señor. Es adherirse a la persona de Cristo, de nuestro maestro, Señor y amigo; es apoyarse en Cristo, en esa roca infalible de nuestra salvación, y abandonarse a su infinito poder y a su amor ilimitado. Ante la impotencia humana, la fé se convierte en una búsqueda incesante de la inagotable misericordia de Dios, y en la actitud de espera de que todo nos llegue de él.

 LA FE COMO PARTICIPACIÓN EN LA VIDA DE DIOS

Santo Tomás de Aquino dice que la fe nos aproxima al conocer de Dios. Al participar en la vida de Dios, empezamos a apreciarlo y a verlo todo como si lo hiciéramos con sus ojos (omnia quasi oculo

Dei intuemur).

La participación mediante la fe en la vida de Dios hace que nos convirtamos en hombres nuevos, que entendamos de una nueva manera la realidad, que tengamos una nueva visión, tanto de Dios como de la realidad temporal que nos rodea. En esta realidad temporal empezamos a advertir la actuación de la primera causa, Dios. Advertimos su presencia y su actuación tanto en nosotros como en el mundo de la naturaleza y de la historia. Advertimos que él es el autor, el creador de todo, y que lo que conocemos solamente de una manera humana y profana no es la totalidad de la realidad, sino que apenas es la visión de su aspecto externo, la captación de las causas secundarias, de las cuales se sirve Dios.
La fe es una virtud que hace posible el contacto con Dios, y está en las bases de la vida sobrenatural. Puesto que es el fundamento de toda actividad sobrenatural, todo se realiza gracias a ella.

La actividad de la vida sobrenatural está determinada por los aspectos positivos y las deficiencias de nuestra fe. Las dificultades de la vida sobrenatural siempre están relacionadas con la debilidad de la fe. La fe es la virtud fundamental, porque nos ofrece la posibilidad de participar en la vida de Dios. La fe es la participación en el pensamiento de Dios, es como una especie de razón sobrenatural asentada sobre las aptitudes naturales del alma.
La fe nos capacita para pensar como Dios, para pensar así, tanto sobre nosotros mismos, como sobre todo lo demás con lo que tenemos contacto. De ahí que tener fe signifique armonizar nuestro pensamiento con el suyo; identificamos con su pensamiento.

miércoles, 10 de octubre de 2012

"Cristo quiere ser honrado en los pobres"

Cristo quiere ser honrado
en los pobres

De las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo,
sobre el evangelio de San Mateo

Lectura bíblica: Mt 25, 37 - 46
 37Entonces los justos le responderán:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
38¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?
39¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"
40Y el Rey les dirá:
"En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
41Entonces dirá también a los de su izquierda:
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles.
42Porque tuve hambre, y no me disteis de comer;
tuve sed, y no me disteis de beber;
43era forastero, y no me acogisteis;
estaba desnudo, y no me vestisteis;
enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis."
44Entonces dirán también éstos:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
45Y él entonces les responderá:
"En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo."
46E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.

San Juan Crisóstomo
Comentario
San Juan Crisóstomo inculca aquí una de las enseñanzas fundamentales
del Nuevo Testamento: que el verdadero templo no es el de piedras,
sino el de carne y hueso y está formado por la persona de los cristianos
(1 Co 3, 16-17;1 Pe 2, 4-5). Más aún, que no existe templo más sagrado
sobre la tierra que la propia persona de los pobres, en quienes habita
Cristo (Mt 25, 40.45). La diaria profanación de tales templos de carne y
hueso pasa sin embargo desapercibida, mientras alzamos el grito al cielo
si se irrespeta alguna imagen en una iglesia de pueblo. Respetar los
símbolos de nuestra fe es necesario, pero más aún lo es respetar a quienes,
creados a imagen y semejanza de Dios, sufren una violación permanente
de sus derechos humanos más fundamentales. Hacer justicia
al pobre es honrar a Dios (Prov 14, 31).
¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues,
cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en
el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra
llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre y no me dieron
de comer, y más adelante: Siempre que dejaron de hacerlo a uno de estos
pequeñuelos, a mí en persona lo dejaron de hacer. El templo no necesita
vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan
que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.


Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor
con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a
alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que
a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando
no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el
honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al
Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los
pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero
sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.
No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los
templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por
encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque
si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más
las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al
templo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho
tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo
puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de
amor y de caridad.
¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el
mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento y
luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer
ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de
qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando
niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez?
¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del
alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar
una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de
ello? ¿No se indignará más bien contigo? O si, viéndolo vestido de andrajos
y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor
monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará
él que quieres reírte de su extrema necesidad con la más hiriente de
tus burlas?
Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas
errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el piso,
las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas
lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel.
Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos,
pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin
descuidar lo otro; es más: les exhorto a que sientan mayor
preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del
templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por dejar de hacer esto
segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la
compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo
primero. Por tanto, al adornar el templo, procuren no despreciar al
hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso
que aquel otro
.